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Meses después de contraer COVID-19, algunos intentarán cualquier cosa para recuperar el sentido del olfato

VIDEO | 06:05
COVID-19 patients and ‘smell training’

Loss of smell is a common symptom of COVID-19, and about 10% of patients suffer from long-term smell dysfunction, researchers say. Can the nose be retrained to detect odors correctly?

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La pérdida de olfato es un síntoma común de COVID-19, y aproximadamente el 10% de los pacientes sufren de disfunción olfativa a largo plazo, según los investigadores. ¿Se puede volver a entrenar la nariz para que detecte los olores correctamente?

En su búsqueda por superar uno de los síntomas más extraños de COVID-19, Mariana Castro-Salzman estaba dispuesta a intentar cualquier cosa.

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La mujer de 32 años visitó a un oncólogo y se hizo una tomografía computarizada de la cabeza. Visitó a un otorrinolaringólogo. Tomó esteroides. Acudió a un neurólogo que le recetó ansiolíticos.

Empezó a inhalar aceites esenciales todos los días. Un homeópata le recetó flores de baño, suplementos y hongos chaga.

Sin embargo, casi un año después de recuperarse del coronavirus, sus sentidos del olfato y del gusto siguen distorsionados. El olor que percibe de las cebollas y el ajo le provocan náuseas que no tienen nada que ver con su aroma real. El café huele como un neumático quemado, pero peor.

Debido a los olores distorsionados, una condición conocida como parosmia, ha soportado dolores de cabeza, ha perdido peso y repetidamente la situación la ha hecho llorar.

“Es como un juego mental, porque recuerdas todos los olores y sabores, pero luego, en el momento en que te lo llevas a la boca, no se parece en nada a lo que solía ser”, dijo la residente de Los Ángeles. “Es como una experiencia completamente diferente”.

La pérdida del gusto o del olfato puede ser lo primero que impulse a alguien a hacerse la prueba para detectar la infección por coronavirus. Algunos estudios, de hecho, han encontrado que es el mejor predictor, el síntoma que prácticamente grita: “¡Tengo COVID!” (Los investigadores han llegado a cuestionar si las pruebas olfativas son una mejor herramienta de detección que los controles de temperatura).

Pero aunque la mayoría de las personas recuperan sus sentidos en unas semanas, el 10% sufre de disfunción olfativa a largo plazo, según estiman algunos investigadores. En el caso de Castro-Salzman, comenzó con anosmia (pérdida total del olfato) antes de convertirse en parosmia.

El olfato es fundamental en nuestra percepción de los sabores, ya que nos permite diferenciar el helado de fresa del de frambuesa y nos advierte cuando la comida se echa a perder. Nos mantiene a salvo, cuando percibimos un olor a humo que indica un incendio o a gas que señala una fuga. Está ligado a nuestros recuerdos, transportándonos a una persona o lugar que amamos.

Las personas que padecen disfunción del olfato han programado citas médicas, se han unido a grupos de apoyo y han pasado meses utilizando kits olfativos para volver a entrenar su nariz. Las universidades han puesto en marcha estudios sobre la recuperación del olfato después de COVID-19, iniciando ensayos de tratamiento con enjuagues nasales y aceites esenciales.

El negocio de la restauración del olfato está en auge.

“Esta situación de COVID con la pérdida de olfato realmente ha puesto de relieve la olfacción”, dijo la Dra. Bozena Wrobel, rinóloga y cirujana de la base del cráneo de Keck Medicine de la USC.

La Dra. Bozena Wrobel, rinóloga de Keck Medicine de la USC,
La Dra. Bozena Wrobel, rinóloga de Keck Medicine de la USC, asesora a los pacientes sobre métodos de entrenamiento para recuperar el sentido del olfato.
(Mel Melcon/Los Angeles Times)

AbScent, una organización benéfica de Reino Unido que ayuda a quienes sufren pérdida o trastornos del olfato, vio su membresía aumentar de 1.500 en febrero de 2020 a más de 40.000. Su grupo de Facebook dedicado a la pérdida del olfato y el gusto por COVID-19 incluye mensajes de personas que no pudieron disfrutar de las comidas navideñas, madres que no pueden apreciar el olor de sus recién nacidos y miembros que intercambian consejos sobre “alimentos seguros” para gente con parosmia.

¿Están agradecidos de no haber sido conectados a respiradores, de que sus pulmones no hayan quedado marcados y de no haber muerto? Sí. Pero hay una razón por la que las palabras “detente y huele las rosas” siguen apareciendo en libros, tarjetas de felicitación y música country: el olfato puede recordarnos que la vida puede ser gloriosa.

“Como siempre has tenido el sentido del olfato, crees que estará ahí para siempre”, dijo Castro-Salzman. “Para mí, fue como perder algo muy preciado. ...Es como una pesadilla viviente”.

Incluso antes de que llegara la pandemia, un pequeño porcentaje de la población padecía anosmia por diversos motivos, como los virus de las vías respiratorias superiores, los traumatismos craneales y los pólipos. Para otros, es el primer signo de un trastorno neurodegenerativo, como el Alzheimer o el Parkinson. A veces, las personas nacen sin sentido del olfato o lo pierden con la edad.

No está del todo claro cuál es la causa de la anosmia (y, posteriormente, de la parosmia) relacionada con COVID, aunque los científicos creen que el virus afecta a las células de soporte que son cruciales para el funcionamiento saludable de las neuronas olfativas, que detectan y transmiten la información de los olores al cerebro. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades citan los problemas de olfato y gusto como una complicación a largo plazo.

Cuando Castro-Salzman perdió el sentido del olfato y del gusto a principios de marzo de 2020, después de asistir a un concierto de Keane en Hollywood, sus médicos le dijeron que probablemente se trataba de una infección sinusal. Pero unos días después de leer un artículo que relacionaba esos síntomas con el COVID-19, decidió hacerse la prueba del coronavirus. El resultado fue positivo.

A photo of Dr. Bozena Wrobel
A Mariana Castro-Salzman, de 32 años, la pérdida de olfato y gusto le duró casi dos meses.
(Claire Hannah Collins / Los Angeles Times)

Sufrió dolor de cabeza, dolores corporales y fatiga, aunque estos fueron de corta duración. La pérdida de olfato y gusto le duró casi dos meses. No podía oler a su esposo ni a su hermana. Son olores en los que no pensamos necesariamente, “pero cuando desaparecen, piensas: ‘Espera un momento’”, dijo.

No fue hasta mayo o junio que sus sentidos volvieron a estar al 50%, aseguró. La primera vez que pudo volver a oler a su perro, lloró.

Pero en julio, todo volvió a dar un vuelco. Las bebidas con sabor empezaron a tener un sabor metálico y podrido. Las especias, el cilantro y la cebolla de repente le sabían mal. No podía comer carne ni verduras si estaban asadas. Pronto, había perdido alrededor de 10 libras.

En agosto, mientras estaba en el centro de Los Ángeles por su trabajo como diseñadora de vestuario, todo (el aire, la cafetería, un generador cercano) olía a goma quemada. Los olores eran tan abrumadores que sufrió dolores de cabeza. Aquella noche se fue a casa y sollozó.

“Sentí que nadie entendía lo que estaba pasando. No es como si te rompieras una pierna y la gente entendiera que no puedes caminar”, dijo Castro-Salzman. “Tuve que explicarles todos los olores extraños, lo deprimente [que es] y la ansiedad que te produce”.

Jay Piccirillo, profesor de otorrinolaringología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis, compara la parosmia con cables que se han cruzado, “como en una casa donde se enciende la luz y lo que se activa es el lavavajillas”.

Pamela Dalton, que estudia el vínculo del olfato con la cognición y la emoción en el Centro de Sentidos Químicos Monell de Filadelfia, afirma que los olores errantes pueden ser en realidad una señal alentadora de que las neuronas receptoras olfativas de la nariz están tratando de restablecer sus conexiones adecuadas en el cerebro.

“No siempre hacen las conexiones correctas” cuando intentan volver a crecer, dijo Dalton. “En ese momento, podría está oliendo chocolate y le da olor a tierra o a caca de perro. ...No creo que sepamos exactamente cuánto tiempo puede durar esto”.

Susan Robbins Newirth, agente inmobiliaria, pensaba que estaba en vías de recuperación tras soportar una pérdida total de olfato durante unos dos meses a partir de marzo de 2020. Durante ese tiempo, dijo la mujer de 56 años, “sentí como si alguien me hubiera metido un globo en la nariz y lo hubiera inflado”.

Cuando empezó a sentirse mejor, pudo percibir el aroma de la vainilla y pensó “aleluya, está volviendo”, pero durante el mes siguiente, no hubo progresión. Temía nunca poder recuperarlo del todo.

Small jars labeled with different scents
Mariana Castro-Salzman, de 32 años, realiza un entrenamiento olfativo con aceites esenciales en su casa de Eagle Rock. Para ella, el café huele como un neumático quemado, pero peor.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

Entonces, en julio, un olor repentino le hizo pensar que necesitaba sacar la basura. Roció Febreze en su casa de Santa Mónica, pero la percepción de un olor horrible no desaparecía. Suele referirse al nauseabundo aroma que invade sus fosas nasales desde la parosmia como “el olor a COVID”.

A veces, cuando percibe el olor a café, para ella es como si oliera a calcetines apestosos y sudados que han sido usados durante días, mezclados con neumático quemado. Es un olor, dice, que se te mete por la nariz “y llega a las papilas gustativas”. Sin embargo, sigue bebiendo java porque necesita el impulso de la cafeína.

Antes le encantaba la lavanda, pero ahora le da asco. También están en la lista de olores prohibidos los pepinos, la carne, el ajo y la cebolla. Su dieta consiste principalmente en pasta, patatas, pan y queso.

Susan Robbins Newirth sniffs essential oils at her desk
Susan Robbins Newirth, que contrajo COVID-19 en marzo de 2020, aspira aceites esenciales en su casa de Santa Mónica. Sigue sufriendo parosmia, la distorsión del olfato.
(Brian van der Brug / Los Angeles Times)

Mientras preparaba la cena de Acción de Gracias, tuvo que usar una mascarilla N95 debido al “hedor” del pavo, la cebolla, la salvia y el tomillo que agregó al relleno. Para Navidad, su esposo le regaló un tapón nasal.

“Hasta que no lo experimentas, no te das cuenta de lo deprimente que puede ser”, expresó. “Se te mete en la psique”.

Para Viviana Villaseñor, quien vive en Chula Vista, todo olía a humo antes de convertirse eventualmente en parosmia. Extraña el aroma de su hijo de 7 años, el aire salado de la playa y el olor a tierra cuando llueve.

En marzo, Brooke Adams perdió a su novio, con quien tenía 10 años de relación, a causa de COVID-19. La residente de La Jolla intenta oler su frasco de colonia en busca de consuelo, pero no puede percibirlo. En lugar de oler notas de toronja, bergamota o romero, su cuerpo le dice que es un olor químico nocivo.

Casi un año después de contraer COVID-19, Stevie Gibbs, de 27 años, no huele casi nada. El punto más crítico fue el día en que no se dio cuenta de que había un incendio en su bote de basura hasta que vio el humo. El consumo de alimentos, dice, se convirtió en una cuestión de sustento más que de alegría.

En junio, la residente de Los Feliz se reunió con el Dr. Wrobel y se sometió a una prueba de rascado y olfateo para determinar su grado de pérdida de olfato. No pudo detectar ninguna de las fragancias. Bajo el asesoramiento de Wrobel, Gibbs comenzó un entrenamiento olfativo.

El objetivo de este entrenamiento, que se ha utilizado durante al menos una década, es estimular la capacidad regenerativa del sistema olfativo. Dos veces al día, las personas huelen un aroma e intentan recordar el que ya conocían, como imaginarse cortando limones mientras huelen el aceite esencial de limón.

“Es casi como una fisioterapia para el nervio olfativo”, señala Wrobel.

Para quienes sufren de parosmia, dijo Dalton, el entrenamiento olfativo “les ayuda a reorganizar el sistema de la forma adecuada nuevamente”. Las personas pueden elegir conjuntos de olores básicos utilizando algo de su gabinete de especias, su champú o cualquier artículo que recuerden antes de la pérdida del olfato.

Además, los estudios de entrenamiento olfativo demuestran que “cuanto antes se empiece, mejor será el resultado”, afirma Dalton.

En la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington se está investigando la pérdida y la recuperación del olfato tras COVID-19. La universidad está llevando a cabo un ensayo clínico para ver si el entrenamiento olfativo puede ayudar a los pacientes con anosmia.

De una lista de aproximadamente 34 aceites esenciales, los pacientes eligen los cuatro que quieren utilizar para restablecer las conexiones en el cerebro. Piccirillo dijo que el olor más solicitado, uno que no ofrecen, es el del humo.

“Significa que para muchas personas que han perdido el sentido del olfato, el miedo a no poder oler el fuego es muy real”, dijo Piccirillo.

Ese peligro se hizo evidente el mes pasado cuando una adolescente de Texas evacuó a su familia cuando un incendio arrasó su casa. Los demás miembros de la familia, todos ellos con COVID-19, no podían oler el humo.

Castro-Salzman comenzó a entrenar seriamente el olfato hasta agosto, en el punto álgido de su parosmia. Hizo su propio kit utilizando frascos de maquillaje, poniendo gotas de aceite esencial en una toalla de papel que colocó en el fondo de cada uno.

Una tarde reciente, cerró los ojos y hundió la nariz en un frasco perfumado con aceite esencial de menta, con las manos apretadas alrededor de él como si fuera una taza de café que ya no disfruta.

Durante los 15 segundos que inhaló el aroma en la encimera de su cocina, visualizó dulces de menta y pasta de dientes, que había tenido que abandonar meses atrás porque el sabor de la menta le resultaba horrible.

Pasó por la hierba de limón y pensó en la comida tailandesa. El aceite esencial de naranja le hizo pensar en la playa y en poder comer las frutas que una vez le gustaban. Dejó su favorito para el final: la lavanda.

Percibió un aroma que le pareció más cercano a la realidad, el que le recordaba la vida previa a la parosmia, “cuando todo tenía el olor real”.

Es una vida que espera desesperadamente recuperar.

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