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‘El público merece una respuesta’: ¿El pico repentino de COVID-19 en L.A. causó muertes que se podrían haber evitado?

People stand in line
La gente hace fila para vacunarse contra el COVID-19, en el Hansen Dam Recreation Center, en el Valle de San Fernando, el pasado enero.
(Al Seib / Los Angeles Times)
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Durante los peores momentos de la oleada de coronavirus de otoño e invierno en el sur de California, los médicos y enfermeras que intentaban desesperadamente salvar a los pacientes en hospitales abarrotados advirtieron de forma aterradora sobre lo que estaban viendo.

“Todo es un desastre ahora”, afirmó un médico de un hospital del condado de Los Ángeles en enero pasado. “La gente muere debido a la falta de personal y de atención”.

“Es una pesadilla para todos los sanatorios”, aseguró una enfermera de emergencias, mientras los hospitales estaban repletos, las ambulancias esperaban horas por camas disponibles y los nosocomios intentaban arreglar las tuberías necesarias para enviar oxígeno a esos pacientes que jadeaban para respirar.

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Pero ahora que los casos de coronavirus disminuyen y los sanatorios finalmente están experimentando cierto alivio, sigue siendo una pregunta abierta si el aumento sin precedentes de pacientes con COVID-19 generó un alza generalizada del riesgo de muerte.

“Francamente, el público merece una respuesta a la pregunta. Así que creo que habrá un gran esfuerzo por saberla”, afirmó el Dr. Roger Lewis, médico de urgencias del Harbor-UCLA Medical Center en West Carson, y director del modelo de demanda hospitalaria por COVID-19 para el Departamento de Servicios de Salud del Condado de Los Ángeles. “Este tipo de análisis y transparencia es lo que el público merece, y lo que la gente debería estar clamando”.

Claramente, más personas murieron de COVID-19 durante el brote debido a que el virus se extendió mucho más: desde el 1º de noviembre pasado se reportaron más de 12.000 decesos por COVID-19 en el condado de Los Ángeles, la mayoría de las 19.000 muertes acumuladas informadas hasta ahora. Sin embargo, no está claro si una persona internada tuvo más probabilidades de fallecer durante el pico de otoño e invierno, que si hubiera ingresado al hospital con un cuadro de la misma gravedad a principios de año.

Muchos proveedores de atención médica reconocieron que se sienten angustiados porque los pacientes que normalmente habrían sido tratados en sus hospitales tuvieron que ser trasladados a otros más alejados. Pero determinar de manera concluyente si los informes dispersos de problemas derivaron en un aumento en el riesgo de muerte es algo que los funcionarios aún intentan dilucidar.

Hay varios equipos de científicos que tratan de responder a esta pregunta, incluso entre los expertos en salud del condado, afirman los funcionarios.

“Uno pensaría: hay más gente allí, con menos enfermeras y personas que las cuiden, entonces debe haber algunos resultados negativos”, comentó Cathy Chidester, directora de la Agencia de Servicios Médicos de Emergencia del condado. “Tiene sentido que si a los individuos les tomara más tiempo ingresar al [departamento de emergencias], ver a un médico o ser tratados con Remdesivir porque había mucha gente antes que ellos, entonces los resultados serían peores. Eso es de sentido común”.

A pesar de estar al borde del abismo, ningún hospital en el condado de Los Ángeles declaró formalmente al gobierno haberse visto obligado a funcionar bajo “estándares de crisis” ni a racionar la atención médica, lo cual habría significado para los médicos decidir a qué pacientes tratarían solo paliativamente, para concentrar los recursos en aquellas personas con más probabilidades de beneficiarse.

Las autoridades afirmaron que la atención médica comenzó a verse comprometida durante el pico repentino de otoño e invierno. En Lynwood, se supo que un grupo de médicos discutió sobre si un paciente anciano debía estar conectado a uno de los pocos respiradores que quedaban en un hospital. Los funcionarios del condado de Los Ángeles informaron retrasos en la llegada a los sanatorios de pacientes con ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares.

Para hacer frente a la escasez de enfermeras, los funcionarios enviaron como apoyo personal con poca experiencia. “Desplegaron enfermeros que no habían atendido a pacientes en más de 10 años”, comentó una enfermera de cuidados intensivos de un hospital público de Los Ángeles, quien dijo que ella y otra colega debían cuidar a cinco pacientes que podrían “colapsar en cualquier momento”, mucho más de una cantidad comfortable. “Es aterrador”.

Pero según los expertos, probablemente llevará meses, o incluso un año, comprender si los pacientes resultaron sustancialmente perjudicados por una atención menos eficaz ante la sobrecarga de los hospitales. Los investigadores deberían tener en cuenta la condición de cada persona que ingresó a un sanatorio, así como sus factores de riesgo -como diabetes o presión arterial alta- y comparar sus resultados con los de pacientes similares, con enfermedades igualmente graves en otros momentos durante la pandemia, precisó Lewis.

Los primeros números no ofrecen una imagen completa. En los dos meses previos al aumento repentino de otoño e invierno, el 12% de los pacientes de COVID-19 ingresados en hospitales del condado de Los Ángeles murieron, según un análisis del Departamento de Servicios de Salud local. Entre el 3 de noviembre y el 20 de enero, el porcentaje de personas hospitalizadas con COVID-19 que fallecieron se había casi duplicado, escalando al 23%, según el análisis.

Pero se estima que la cifra no refleja que la calidad de la atención médica sufrió durante el aumento; en realidad, es más probable que el alza del porcentaje de muertes se deba a que los hospitales estaban tan abarrotados que solo recibían a los pacientes más graves, comentó Lewis. Como las personas internadas con COVID-19 presentaban casos uniformemente más serios, un mayor porcentaje de ellos falleció.

También se espera que los científicos estudien si el riesgo de morir empeoró en los pacientes sin COVID, pero con otras afecciones. Algunas personas con ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares enviados en ambulancia enfrentaron demoras para ingresar a los centros médicos, que estaban colmados, señaló Chidester.

Otros pospusieron la atención médica necesaria por temor a contraer el coronavirus en el hospital. “Una señora ingresó y tuvo un derrame cerebral en el vestíbulo”, relató Scott Byington, enfermero de la UCI del St. Francis Medical Center, quien dijo que muchos pacientes sin COVID-19 demoraron la atención de urgencia durante el pico.

Cuando los pacientes con accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos llegaban al hospital, su atención a menudo se retrasaba. En una situación típica, dichas personas eran recibidas de inmediato por un equipo especial de tratamiento rápido y se les practicaba una tomografía computarizada, añadió Chidester. Pero eso a veces no sucedió cuando los hospitales estaban sobrecargados, dijo, lo cual puede haber derivado en peores resultados porque algunos tratamientos son urgentes, enfatizó. “No podían ingresar de urgencia a los pacientes porque no había absolutamente ninguna cama para ellos. Tenían que sentarse como los pacientes de COVID-19 y no recibir las intervenciones rápidas que nos hubiera gustado ver”, comentó la directora de la Agencia de Servicios de Emergencia.

La aglomeración de pacientes en todo el condado obligó a los sanatorios a internar personas en salas de conferencias y tiendas de regalos. Hubo muchos días durante el pico de casos en los que prácticamente todos los hospitales del condado derivaban pacientes en algún momento.

Una enfermera de emergencias de UCLA, Marcia Santini, recordó que durante al menos un turno, todos los sanatorios del condado de Los Ángeles informaron que su sala de emergencias estaba saturada y no podían recibir más pacientes de las ambulancias. “Eso es realmente una verdadera pesadilla; te ves obligado a hacer cosas que nunca harías”.

Aún así, también es plausible que el condado de Los Ángeles haya evitado por poco caer en un empeoramiento generalizado del riesgo de muerte. Si bien puede haber algunos ejemplos de atención de mala calidad como resultado del brote repentino, ello no se generalizó.

Esa es la mirada de Lewis, basada en su experiencia como médico de emergencia en Harbor-UCLA y lo que escuchó de otros hospitales en el área de Los Ángeles. “Mi opinión […] es que estuvimos muy, muy cerca de que nuestro sistema hospitalario en todo el condado se abrumara al punto de no poder salvar vidas que, de otro modo, se habrían salvado en un entorno diferente”, comentó.

Hay otros lugares en el mundo donde los expertos sospechan que el hacinamiento en los hospitales contribuyó a una alta tasa de mortalidad, como en Wuhan, China, y en el norte de Italia en los primeros meses de la pandemia, señaló el Dr. Robert Kim-Farley, médico epidemiólogo y experto en enfermedades infecciosas de la Escuela de Salud Pública Fielding, de UCLA.

Pero el hecho de que el peor brote repentino en Los Ángeles ocurriera durante el otoño y el invierno, mejoró las posibilidades de que un paciente sobreviva al COVID-19 simplemente en virtud de que se produjo cuando los médicos de todo el mundo ya tenían una mejor comprensión sobre cómo tratar la enfermedad.

“Creo que, incluso con el pico del invierno, la tasa de letalidad para cada grupo etario probablemente esté mejorando debido a nuestras mayores habilidades para cuidar de los pacientes”, como saber que hay que evitar colocarlos en respiradores automáticos tanto como sea posible, acostarlos boca abajo para que les sea más fácil respirar y tratarlos con ciertos tipos de medicamentos que pueden enriquecer los resultados, agregó Kim-Farley.

Algunas de esas mejoras en los tratamientos provocaron nuevos problemas. Los médicos y las enfermeras han aprendido desde los primeros días de la pandemia a evitar, en la medida de lo posible, colocar a los pacientes en asistencia respiratoria mecánica, lo cual generalmente requiere de sedación e implica introducir un tubo plástico a través de la boca y hasta la tráquea para llevar oxígeno a los pulmones.

En lugar de ello, muchos pacientes reciben un tratamiento con oxígeno de alto flujo a través de pequeñas cánulas de plástico que se colocan en la nariz. Mientras que un paciente sin COVID puede recibir seis litros de oxígeno por minuto, aquellos con COVID-19 necesitan de 60 a 80 litros por minuto. Eso marcó una enorme carga para los sistemas de suministro.

La altísima demanda de oxígeno, sin precedentes, generó problemas en los hospitales más antiguos. En algunos de ellos, donde las tuberías de oxígeno se helaban, el problema finalmente se solucionó instalando ventiladores o rociadores para evitar la congelación. “Lo resolvimos, pero para cuando lo habíamos solucionado ya había pasado una semana”, comentó Chidester. “Muchas de las cosas que hicimos fueron muy buenas. Desafortunadamente, a veces llegaban un poco atrasadas”.

La redactora de planta de The Times Samantha Masunaga contribuyó con este informe.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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