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Columna: ¿Qué necesitamos para preocuparnos más por los tiroteos policiales contra los latinos?

A crying woman holds a microphone as someone hugs her from behind.
Jennifer Guardado, centro izquierda, llora al hablar mientras su primo, Steve Abarca, la sostiene, durante una protesta en honor a su hermano, Andrés Guardado, el 28 de junio de 2020, en Gardena.
(Marcio Jose Sanchez / Associated Press)
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Andrés Guardado fue baleado cinco veces en la espalda, en junio pasado en Gardena, por agentes del sheriff del condado de Los Ángeles. Sean Monterrosa fue baleado en la nuca, dos semanas antes que Guardado, por la policía, en Vallejo, California, mientras estaba arrodillado con las manos en alto. Manuel Díaz fue abatido por un oficial de Anaheim en 2012, mientras huía.

¿Terminarán alguna vez los asesinatos policiales de latinos? ¿Hemos aprendido algo del pasado?

Santos Rodríguez era un niño de 12 años, que fue asesinado por un oficial de policía de Dallas, quien lo sometió al pequeño, esposado, a un juego de ruleta rusa en 1973. Rubén Salazar, mi predecesor como columnista de Los Angeles Times, resultó abatido por un gas lacrimógeno que disparó un agente, en 1970, mientras bebía una cerveza en un bar del este de Los Ángeles. Edward Melendes fue asesinado a golpes en su celda por la policía de St. Louis, en 1943.

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Una investigación del Washington Post descubrió que, entre 2015 y 2020, los latinos murieron a una tasa de 23 por millón de residentes después de episodios con la policía. Fueron solo superados por los negros, con 31 por millón de residentes, en un concurso que ningún grupo quiere ganar.

The Times descubrió que el 67% de las personas asesinadas a tiros por agentes de policía de Los Ángeles desde 2018 eran latinos, a pesar de que representan aproximadamente el 49% de la población de la ciudad. Un informe de 2018, de la Universidad de Washington en St. Louis, detectó que los hombres latinos estaban en mayor riesgo que cualquier otro grupo demográfico de ser asesinados por la policía en vecindarios gentrificados o con poca diversidad.

Los policías también han abusado de los latinos en masa: La Moratoria Chicana, el mitin en el que Salazar fue asesinado y oficiales de policía y agentes del sheriff agredieron a manifestantes pacíficos; la huelga de West High, de 1969, donde la policía de Denver golpeó a estudiantes de preparatoria chicanos que marchaban contra la brutalidad policial; la masacre de Porvenir, en 1918, donde los Texas Rangers detuvieron a 15 hombres y niños mexicanos y los ejecutaron.

La última víctima es Adam Toledo, un niño de 13 años asesinado por la policía de Chicago la semana pasada, después de una persecución a pie durante la madrugada. Un video muestra al menor tirando un arma y levantando las manos una fracción de segundo antes de que un oficial le disparara fatalmente.

La policía estadounidense ha brutalizado a los latinos desde que Estados Unidos conquistó el suroeste, hace 170 años.

A veces, las víctimas están armadas, a veces no. No importa. En ocasiones, los agentes de policía están justificados en sus acciones. Pero una sola muerte innecesaria es demasiado. Estas muertes son una pandemia aparentemente sin fin, incluso con más escrutinio hoy que nunca antes por parte de los políticos, el público y los medios de comunicación por igual.

Entonces, inevitablemente, surge una pregunta comprensible entre los latinos después de cada tragedia: ¿Por qué los disparos policiales contra latinos no reciben más atención a nivel nacional?

Es una pregunta que los medios de comunicación y los activistas plantean porque es parcialmente cierta. Ninguna víctima latina de la violencia policial ha penetrado en la conciencia nacional como Trayvon Martin, Oscar Grant o Breonna Taylor. Para explicar el supuesto descuido se plantean múltiples teorías.

Los medios de comunicación no pueden ver más allá de un paradigma entre negros y blancos, y se obsesionan demasiado con la inmigración. Los latinos no tienen líderes que puedan reunir a miles de personas de la noche a la mañana, como lo hacen los líderes negros. Los activistas latinos se retiran en nombre de Black Lives Matter por respeto y esperan el día en que puedan contarles a todos sobre su causa, un día que parece no llegar nunca.

Cada argumento tiene un elemento de verdad. Pero cuestionar por qué el abuso policial contra los latinos no recibe más publicidad es una pregunta incorrecta para los latinos.

La consulta es racista, por ejemplo. El pensamiento implícito detrás de esto es que la violencia policial contra los afroamericanos recibe más prensa a expensas de las víctimas latinas, una crítica insensible y egoísta.

Además, el tema sí recibe atención. Todos los incidentes que mencioné, con la excepción de la masacre de Porvenir, fueron cubiertos a nivel local y nacional cuando ocurrieron. La revista Time, por ejemplo, calificó el asunto de Melendes como un “ultraje” y un “encubrimiento” en un momento en que su poder no tenía parangón en los medios estadounidenses, y los mexicanos apenas justificaban alguna cobertura en sus páginas.

Dozens of candles at a makeshift memorial at a fence.
Velas y flores junto a una imagen de Andrés Guardado, de 18 años, quien fue asesinado a tiros por un agente del condado de Los Ángeles, en un sitio conmemorativo montado en Gardena, el 19 de junio de 2020.
(Damian Dovarganes / Associated Press)

Hay protestas, pero nunca muy grandes y rara vez a nivel nacional. Y es por eso que la respuesta real a esta pregunta sobre la apatía es dolorosa y autorreflexiva: los tiroteos policiales contra latinos no son más conocidos porque el problema somos nosotros, que olvidamos nuestra historia con demasiada facilidad.

Los afroamericanos conocen demasiado bien el legado de ejecuciones extrajudiciales de su comunidad. Muy pocos latinos saben la nuestra. Con la excepción de Toledo y tal vez Guardado, solo las personas más comprometidas -aquellos que piden “quitar fondos a la policía”, por ejemplo- sabrían los otros nombres aquí mencionados sin la ayuda de Google. Olvidamos muy fácilmente nuestro propio papel en la brutalidad policial.

Theodore Briseño fue uno de los agentes de policía de Los Ángeles que golpeó a Rodney King. En Windsor, Virginia, el oficial Joe Gutiérrez roció con gas pimienta a un oficial afrolatino del Ejército, en diciembre. Jerónimo Yáñez mató a Philando Castile en 2016, durante una detención de tráfico en Minnesota. Dos agentes latinos dispararon y mataron a Guardado. El Departamento de Policía de Los Ángeles, que alguna vez fue dominado por sureños y okies racistas, ahora está dominado por latinos que absorbieron esas actitudes de sus predecesores. Esa relación íntima nos facilita apartar la mirada cuando la policía ataca y mata a los latinos.

Siempre que menciono los tiroteos de la policía en reuniones familiares, sé cómo responderán mis primos, muchos de los cuales están en la fuerza, o lo están sus cónyuges. ¿Por qué las víctimas se resistieron al arresto? No nos ven a ninguno de nosotros en esas situaciones; las personas que murieron se lo merecían porque probablemente eran pandilleros o gente estúpida.

Los latinos se asimilan con orgullo y facilidad al tejido estadounidense. Y parte de ese proceso es creer que la justicia es daltónica, a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario.

Pocos conocen este fenómeno mejor que el profesor Roberto Cintli Rodríguez, de la Universidad de Arizona, quien ha cubierto la brutalidad policial contra los latinos durante más de 40 años, desde que los agentes del sheriff de Los Ángeles lo dejaron en el hospital, después de que su cámara los capturó agrediendo a un latino desarmado, en el este de Los Ángeles en la década de 1970.

“El discurso de demasiados latinos es: ‘No somos nosotros, es [la gente negra]. Ellos sí tienen un problema’”, dijo. “Muchos dicen que todos estos casos [contra los latinos] son anecdóticos. Necesitan ver los números, que son escandalosos”.

Él y otros trabajan actualmente en una base de datos de latinos asesinados por la policía desde el 2000, con la esperanza de que a más latinos les importe el tema. “Nos gustaría tener una atención mediática proporcional, pero es el enfoque equivocado”, consideró. “La pregunta es, ¿por qué la policía sigue faltándole el respeto a las vidas de los nativos, de los negros y los morenos? ¿Y por qué no nos importa lo suficiente? Hasta que eso suceda, estos asesinatos simplemente no pararán”.

Michael Nida era un padre de cuatro hijos que fue asesinado por la policía de Downey en 2011, tras ser considerado injustamente sospechoso de un robo a mano armada. Antonio Zambrano-Montes fue un trabajador agrícola mexicano asesinado por la policía en Pasco, Washington, en 2015 después de arrojarles piedras. Daniel Canizales, residente de South Gate, recibió 16 disparos de la policía en 2019 cuando ignoró sus órdenes de detenerse. Sobrevivió pero nunca volverá a caminar.

Es como si los latinos estuviéramos esperando a nuestro propio George Floyd, aunque ya los tenemos en masa. La mayoría de nosotros simplemente optamos por no decir nada. Si no se puede motivar a más de nosotros para que la cuestión nos importe, ¿cómo podemos esperar que le preocupe al resto de la sociedad?

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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