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Columna: ¿Listo para deshacerse de la mascarilla? El sur de L.A. es una prueba de que la pandemia no terminó aún

A boy holds his mother's hand as he receives a vaccination
Iván Hernández, de 13 años, toma la mano de su madre mientras Sequoia Hutton le aplica una vacuna de Pfizer contra el COVID-19, en una clínica móvil, el viernes pasado.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Incluso cuando California se encamina a la reapertura y al abandono de las mascarillas, siguen existiendo grandes disparidades en la distribución de las vacunas COVID-19.

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¿Recuerda el comienzo de la pandemia de COVID-19, cuando nadie podía escapar de esos insípidos anuncios de servicio público que proclamaban: “Estamos todos juntos en esto”?

Bueno, no era cierto en ese momento. Y, en muchos sentidos, ahora lo es incluso menos.

El lunes, el secretario de Salud y Servicios Humanos de California, Dr. Mark Ghaly, anunció que a partir del 15 de junio, quienes estén completamente vacunados ya no tendrán que usar mascarilla facial en la mayoría de los lugares, ya sea en interiores o exteriores.

Es una decisión que alineará al estado -aunque tardíamente- con la orientación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), que la semana pasada cambiaron su recomendación sobre el uso de mascarillas, provocando confusión y consternación masiva.

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“Realmente se trata solo de darnos un tiempo adicional en todo el estado para implementarlo con un alto grado de integridad, con un enfoque continuo en la protección del público”, afirmó Ghaly durante una conferencia de prensa.

El razonamiento, explicó, es que las personas que siguen sin aplicarse la vacuna por una razón u otra podrían cambiar de opinión cuando vean “un poco menos del uso de las cubiertas faciales en nuestras comunidades”. California también planea reabrir completamente su economía el 15 de junio.

Pero esa no es, exactamente, la forma en que el Dr. Amon Rodgers piensa al respecto. Durante meses, el profesor asistente de la Universidad de Medicina y Ciencias Charles R. Drew, en el sur de Los Ángeles, ha intentado vacunar a la mayor cantidad posible de gente, en particular personas de color.

El proceso ha sido lento, y los resultados, desiguales.

A pesar de todas las felicitaciones que los políticos se dieron a sí mismos por mejorar la distribución equitativa de vacunas, aún existen disparidades, y son amplias.

Según un análisis de The Times de 15 códigos postales del sur de Los Ángeles, efectuado la semana pasada, solo alrededor del 26% de los 830.000 residentes están completamente vacunados contra el COVID-19, y solamente cerca del 38% tiene una dosis.

Comparemos con el condado de Los Ángeles, en su conjunto, donde el 36% de los residentes están completamente vacunados y cerca del 49% se aplicó ya una dosis, según el análisis. En todo el estado, el 39% de los californianos está totalmente inoculado, y el 51% tiene una dosis.

Por raza, los porcentajes son aún más marcados. En todo el estado, el 65% de los negros y el 66% de los latinos californianos no están vacunados, mientras que solo el 49% de los blancos y el 38% de los asiáticos californianos no lo están aún, según el rastreador de The Times.

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En todo el condado, un tremendo 68% de los residentes negros y el 67% de los residentes latinos aún no han recibido una sola inyección, en comparación con el 46% de los residentes blancos y el 38% de los asiáticos, según el análisis del periódico.

Que haya tantas personas por allí sin vacunar, y potencialmente sin mascarilla -muchas de los cuales son trabajadores esenciales- no es un buen augurio para mantener nuestros casos y muertes por coronavirus cerca de mínimos históricos. “Mi preocupación es que la reapertura ocurra antes de que tengamos una tasa más alta de vacunaciones en áreas como Compton y el sur de L.A.”, señaló Rodgers. “No quiero que esta comunidad cargue con todo esto y amplíe la disparidad que ya tenemos”.

Y hay una buena posibilidad de que eso suceda, a pesar de la promesa de Ghaly el lunes de que los funcionarios de salud pública usarían las semanas previas al 15 de junio para trabajar en “la entrega de vacunas, particularmente en comunidades desatendidas”.

Para entender por qué, me uní a Rodgers en el Gonzales Park, en Compton, el sábado. Él y otros miembros de la Universidad Charles R. Drew organizaron allí la primera aparición de un sitio de vacunación emergente con frecuencia semanal, el único disponible en millas.

Si cree que las bajas tasas de vacunación no tienen que ver con el acceso a las vacunas, solo tiene la mitad de razón. El condado de Los Ángeles, como la mayoría de los condados de California, está lleno de viales de Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson. Pero algunas personas, particularmente quienes no poseen servicio de internet o vehículos, todavía tienen dificultades para encontrar un lugar donde vacunarse.

Durante la tarde, personas, jóvenes y mayores, la mayoría de ellos negros y latinos, ingresaron al sitio en Gonzales Park. La mayoría dijo que se había enterado de la posibilidad por la radio.

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Erika Taylor, quien trabaja para el Departamento del Sheriff del condado de Los Ángeles, hacía tiempo que deseaba vacunarse, y finalmente decidió por la inyección única de Johnson & Johnson; no quería lidiar con la molestia de dos dosis. “Mucha de nuestra gente todavía es escéptica”, consideró Taylor, quien es negra. “Y está bien. Si alguien no quiere hacer algo, no hay que convencerlo de que lo haga”.

De hecho, ella dejó a su hijo en el auto. A los 12 años, el chico es elegible pero aún no está interesado.

Rodgers escuchó lo mismo de un grupo de hombres negros, que no llevaban mascarilla y se habían reunido para hacer una barbacoa en el parque. “Dijeron: ‘No queremos hablar de vacunas’”, relató.

Según el Dr. Roberto Vargas, decano asistente de políticas de salud y educación interprofesional de la Universidad Charles R. Drew, una gran parte del problema es que muchos residentes negros y latinos del sur de Los Ángeles no tienen un médico de atención primaria. “Si alguien nunca tuvo atención médica”, señaló, “no puede tener una conversación individual para que un proveedor responda sus preguntas”.

Otro problema es que muchas personas, en particular las que tienen dos o tres trabajos, no cuentan con el tiempo para vacunarse o lidiar con los efectos secundarios.

Una encuesta reciente de la Kaiser Family Foundation encontró que los adultos latinos tenían el doble de probabilidades que los adultos blancos de decir que querían vacunarse lo antes posible. Pero muchos de ellos también informaron no haberlo hecho aún porque les preocupaba faltar al trabajo, o porque deseaban encontrar un lugar de vacunación en el que pudieran confiar su estado migratorio.

Estas son las razones reales y complejas por las que existen disparidades continuas en la distribución de vacunas, y por qué es probable que continúen existiendo después del 15 de junio, cuando la gente de los vecindarios más ricos siga con su vida como si la pandemia hubiera terminado.

No estamos todos juntos en esto. Y no estoy seguro de que la motivación para poder deshacerse de la mascarilla vaya a cambiar algo, especialmente cuando no hay nada que impida que quienes no están vacunados dejen de usar las suyas también (suponiendo que alguna vez las hayan utilizado).

Por otra parte, conocí a Willie Hicks. Apoyado en su bastón, entró cojeando en el sitio de vacunación en Gonzales Park, el sábado. Me dijo que no creía que necesitara la inyección, pero pensó que tendía que hacerlo para poder demostrarlo, eventualmente. No había oído hablar de la nueva guía respecto a las mascarillas.

“No podrás hacer ciertas cosas si no estás vacunado”, razonó Hicks. “Y luego, quienes lo estén no querrán juntarse con quienes no lo hayan hecho”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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