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Después de obtener los resultados de su ADN, envió un mensaje a un desconocido: ‘Creo que tú podrías ser mi padre’

A younger man and an older man look at a photo album
¿Parecido familiar? Joseph Arriaga, a la izquierda, y Robert “Bobby” Parker en Riverside en mayo.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Una noche del otoño pasado, después de que sus tres hijos pequeños se fueran a la cama, Joseph Arriaga se sentó frente a su computadora portátil y envió un mensaje de Facebook a un extraño.

“Hola Robert. Mi nombre es Joseph”, comenzó. “Nací en 1992”.

Muchos de los recuerdos de Arriaga se habían construido en torno a ese mensaje. Una vez, alrededor de tercer grado, un primo soltó que Arriaga no era realmente parte de su familia. A ello le siguieron tensas conversaciones con su madre. Y luego, su reciente apuesta al enviar una muestra de saliva a Ancestry.com.

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Al iniciar la búsqueda, Arriaga, de 29 años, buscó separar la verdad del folclore familiar; verificar o refutar una historia sobre sus orígenes, algo que lo había llenado de ira y vergüenza durante años. ¿Una coincidencia de ADN lo llevaría hasta un hombre muerto, o un delincuente, o tal vez a un rostro amistoso cuyas características reconocería como propias? ¿Encontraría a alguien, finalmente?

Pero ahora, en la quietud vespertina de su casa de Riverside, Arriaga miró la foto de perfil de un hombre en Facebook y temió que el mensaje que estaba a punto de enviar le arruinara la vida. “He investigado mucho”, escribió, “y creo que podrías ser mi padre biológico”.

Aunque riesgosa, la búsqueda de Arriaga tenía el potencial de enriquecer o devastar su vida, y ciertamente de alterar las de varias personas involucradas.

Su inspiración surgió de una conversación aclaratoria con su profesor de inglés convertido en mentor, a quien le había confiado la complicada historia de su nacimiento, que había comenzado a cuestionar. Los dos a menudo diseccionaban el trabajo del filósofo estadounidense William James, discutiendo cómo la narrativa que rodea algo da forma a lo que vemos; cómo la revisión de una historia puede cambiar la manera en que nos afecta.

Había un discurso clave que Arriaga necesitaba resolver, el suyo propio, por lo cual, con el aliento y la ayuda de su esposa para la investigación, se lanzó a un proceso de meses que cambiaría la dinámica de dos familias y, en última instancia, lo liberaría de la pesadez que había moldeado su existencia.

Eran las 10:44 p.m. en Gainesville, Florida, y Robert “Bobby” Parker, de 52 años, acababa de dejar la lectura por esa noche. Su esposa ya estaba dormida, y él decidió hacer una última revisión de Facebook. Entonces fue cuando leyó el mensaje de Joseph Arriaga, que le dio escalofríos.

A la mañana siguiente, Parker le pidió a su esposa, Lee Kirby, que se sentara. “Necesito hablar contigo”, le dijo.

Hace tres décadas, le contó, una mujer con la que había salido en la escuela de posgrado había quedado embarazada y finalmente le dijo que el bebé era suyo. Él había conocido al bebé, pero luego había perdido contacto después de que la madre del niño se mudó.

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Joseph Arriaga cuando era recién nacido.
(Joseph Arriaga)

Había intentado infructuosamente localizarlos, le contó a su esposa, incluso visitó la casa de unos parientes de la madre varios años después. Esa gente le preguntó por qué seguía apareciendo allí; el bebé no era suyo, recuerda que dijeron. Aún así, le dijo a su mujer, en su mente a menudo se preguntaba por el niño, llamado Joey. Y la noche anterior había recibido un mensaje suyo. “Sentí que tocaba el cielo con las manos”.

Lee Kirby estudió la expresión de asombro y júbilo en el rostro de su esposo. No estaba enojada por la revelación tardía, comentó, porque podía ver que el tema no había estado demasiado en su mente en los últimos años. Más que nada se sentía muy feliz por él; era otro ejemplo de las bendiciones que habían entrado en su vida desde que había decidido estar sobrio.

“¡Buenos días!”, respondió Parker. “¿Te llaman Joseph, Joe o Joey? Eras Joey de bebé”.

En California, la esposa de Arriaga vio que su marido había recibido un mensaje de Facebook, y lo sacó de la cama. “¡Él sabe de ti!”, le dijo.

Aturdido, Arriaga leyó el mensaje y respondió rápidamente a varias de las preguntas de Parker. ¿Dónde vives? (Mi esposa y yo vivimos en el sur de California, le contestó). ¿Esa niña en la foto es tuya? (¡Es mi hija! Ahora tiene cinco años y un hermano de tres y otra de uno).

Luego, envió otro mensaje más corto:

“Despertarme así es demasiado. ¿Sabías de mí? ¿Lo suficiente como para saber que me decían Joey?”

En conversaciones por correo electrónico, llamadas telefónicas y dos visitas desde entonces, Bobby y Joey, como se llaman entre ellos, comenzaron a construir una relación.

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Joseph Arriaga y Bobby Parker descubrieron que tenían muchas cosas en común, desde la apariencia hasta el amor compartido por la lectura.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Ambos comprendieron que sus ojos izquierdos se entrecierran de la misma manera cuando sonríen, y que ambos son lectores voraces. Parker, quien trabaja actualmente en recursos humanos, fue bibliotecario durante años; Arriaga, quien tiene una licenciatura en inglés y ahora está estudiando para obtener su credencial de maestro, leyó 42 libros el año pasado. En el pasado, descubrieron, ambos habían usado sustancias para anestesiar la angustia.

Poco a poco se fueron contando sus vidas.

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Joseph Arriaga de niño.
(Joseph Arriaga)

Arriaga creció con un hermano y una hermana, explicó, y pasó su infancia en Monterey y luego en Temecula; una infancia fácil, dijo, llena lecturas y videojuegos.

Parker le contó a Arriaga que conoció a su madre en 1991, cuando eran estudiantes en la Universidad del Sur de Alabama. Salieron por un tiempo y ella quedó embarazada; inicialmente le dijo que el bebé no era suyo, recordó Parker. En el verano de 1992, poco después de la muerte del padre de Parker, la mujer lo visitó con un bebé recién nacido, Joseph, y le confesó que era suyo. Así, se mantuvieron en contacto un tiempo e intercambiaron cartas cuando ella se mudó a Florida. “Quedé conmocionado”, recordó. “Tenía la sensación de: ‘Guau, he perdido a mi padre, pero gané un hijo’”.

Parker le ofreció casarse con ella, relató, y aunque eso no sucedió, continuaron escribiéndose y visitándose algunas veces. En mayo de 1993, Parker recibió una nota, que todavía tiene, diciendo que ella y Joey se mudarían a California. Poco después, las cartas dejaron de llegar.

De todo lo que Arriaga se enteró durante su primera reunión en persona con Parker, fueron las viejas cartas de su madre -aún conservadas- lo que lo dejó anonadado.

Arriaga reconoció de inmediato la letra curvada de ella, pero el contenido era imposible de reconciliar con la historia que le habían contado sobre su origen.

Cuando tenía alrededor de ocho años, poco después de que su primo dejara escapar que no era realmente parte de la familia, Arriaga confrontó al hombre que se había casado con su madre y lo había criado desde la infancia, el hombre que él había creído que era su padre y al que se refiere como ‘papá’ hasta el día de hoy. “Ni siquiera eres mi verdadero padre”, le dijo entonces.

Luego, su madre lo llevó hacia un costado, recordó Arriaga, y le dijo que había sido concebido por una violación, un concepto que no entendió del todo hasta unos años después.

Pero cuanto más lo entendía, más lo abrumaba la historia. Se sentía asociado con algo maligno y comenzó a evitar mirarse en el espejo. Cuando se destacó en las artes marciales, le pareció un arma de doble filo: “Estoy biológicamente predispuesto a la violencia”, se preocupó.

Cuando era preadolescente, se armó de valor para preguntarle a su madre si había podido ver bien al hombre que la había atacado. Ella le dijo que no. Años después, cuando le escribió, haciéndole más preguntas sobre su origen, su madre le respondió por correo electrónico diciendo que había sido atacada en la noche de un partido de béisbol memorable, por un amigo de un amigo de su primo. Entonces le preguntó a su primo quién era ese hombre; él le dijo que no lo sabía.

Su madre le comentó que no recordaba nada del hombre excepto sus ojos, escribió, que no se parecían en nada a los de Joseph. Pero ahora, Parker le contó que los dos habían salido y que se habían visto incluso después de su nacimiento, y tenía cartas para confirmarlo.

Por lo que leyó en ellas, su madre no solo se había mantenido en contacto con Parker, sino que le había enviado fotos de Joey, incluida una que él había visto cuando era niño, enmarcada en su casa. Le había escrito cartas sobre su vida, despidiéndose con la frase “con amor”, y describía a Joey “es como su padre”. Le decía a Parker que lo extrañaba, y que quería que estuviesen juntos “como una familia”.

¿Cómo encajaba todo esto con la historia de la concepción que le había contado su madre?

La historia de Arriaga no es única, relató Anita Foeman, profesora de comunicación y medios en la Universidad de West Chester, que escribió extensamente sobre las pruebas de ADN en el hogar. Ella ha oído hablar de muchas situaciones en las que lo que las personas comprenden a partir de los resultados de su ADN resulta ser bastante diferente de lo que les dijeron cuando eran niños, incluidas algunas con sorprendentes similitudes con los de Arriaga, relató. Y los padres a veces se apegan a sus historias incluso cuando se enfrentan a pruebas. Muchas personas todavía tienen secretos de una época diferente, un tiempo en el que las mujeres estaban más avergonzadas por tener hijos extramatrimoniales, pero ahora se enfrentan a una realidad antes imprevisible: cualquier persona con $99 dólares puede hacerse una prueba de ADN.

“Los secretos que la gente solía guardar categóricamente, ya no están tan a salvo”, relató Foeman, coautora de “Who Am I: Identity in the Age of Consumer DNA Testing” (Quién soy yo: identidad en la era de las pruebas de ADN para el consumidor).

Arriaga dice que cuando mencionó por primera vez el nombre de Robert Parker en una llamada telefónica a su madre, ella reaccionó como si no reconociera el nombre. Más tarde le envió un correo electrónico, con imágenes de las cartas antiguas, diciendo que sabía lo que era decir una pequeña mentira y que después se le escapara de las manos. Él comprendió, pero necesitaba saber toda la verdad y, hasta entonces, no había podido hablar con ella.

Hasta hoy no ha habido ningún intento y no han estado en contacto en los últimos meses, comentó Arriaga, quien remarca que ama profundamente a su madre y espera volver a estar en contacto con ella, con el tiempo.

La mujer no respondió a solicitudes telefónicas, por email y correo postal para realizar una entrevista para este artículo.

Parker le dijo a Arriaga que no había tenido forma de comunicarse con su madre cuando ésta se mudó a California. No tenía un número de teléfono, y las incipientes búsquedas por Internet no eran fructíferas como lo son hoy. Cuando buscó su apellido de soltera en línea, en los años venideros, siempre se topaba con callejones sin salida. Sus hermanos y su madre habían conocido a Joey cuando era un bebé, y cuando Parker se casó, en 1994, le contó a su ahora exesposa sobre el niño, con la esperanza de reunirse con su hijo en algún momento.

Sin embargo, no se lo contó a sus hijos; una hija, que tiene 31 años, y dos varones adolescentes. Tampoco le dijo a su esposa actual, con quien se casó en 2016, ni a la hija de ésta, hijastra de Parker. A esa altura, dijo, le parecía imposible reunirse con Joey. En años más recientes, a medida que las pruebas de ADN se volvieron más disponibles, Parker no pensó mucho en enviar una muestra de su saliva.

Si Joey era, de hecho, su hijo, ahora era un adulto, y si no se había puesto en contacto con él, Parker resolvió que no sería él quien alteraría el statu quo. “Simplemente asumí que no quería encontrarme”.

Arriaga conoció a su mentor, Tae Sung, mientras obtenía su título en inglés de la Universidad Bautista de California, donde Sung enseña literatura y dirige el Centro de Escritura. Sorprendido por la claridad y la persuasión de la escritura de Arriaga, Sung lo reclutó como tutor de otros estudiantes.

Cuando tenía tiempo libre, Arriaga a menudo pasaba por la clase de Sung para charlar. Sus conversaciones a veces volvían a la filosofía pragmática de James, y Sung compartió su opinión de que, aunque no podemos cambiar los hechos de nuestro pasado, podemos cambiar el significado que les atribuimos. “Mucha gente quiere enterrar su historia”, comentó Sung. “Necesitamos hacer lo contrario. Debemos sumar más a ella, para eliminar el aguijón”.

Arriaga fue criado como católico, pero abandonó la fe a los 16 años y finalmente se metió en las drogas, a medida que su crisis de identidad se agravaba. Pensaba en sí mismo como un error, una basura humana, recordó, y dejó la universidad comunitaria después de un semestre y medio antes de mudarse con amigos en Riverside. Luego, negoció un trato con Dios: “Necesito que me consigas un trabajo, luego hablaremos”. Al día siguiente, consiguió un empleo en Carl’s Jr.

Unas semanas más tarde, conoció a su futura esposa, Anne, quien lo invitó a la iglesia. Con el tiempo, dijo, las pequeñas cosas empezaron a hacer clic y volvió a la fe.

Se casó con Anne cuando él tenía 21 años, y cuatro meses después se enteraron de que estaba embarazada de su primera hija. Arriaga retomó los estudios, obtuvo excelentes calificaciones y consiguió un trabajo en Ralph’s, donde todavía trabaja a tiempo completo como supervisor en el departamento de lácteos; a menudo usa sus descansos para ponerse al día con la lectura de su programa de enseñanza (planea eventualmente enseñar inglés en preparatorias).

Durante su último año de licenciatura, Arriaga tomó una clase de ética cristiana, y cuando surgió el tema del aborto en casos de violación, todas las emociones de su infancia resurgieron. Poco después, a principios de 2020, se lo confió a Sung. “Nunca te he dicho esto, pero…”, dijo, rompiendo en sollozos de inmediato.

Sung observó cómo el cuerpo de Arriaga se tensaba al hablar. “Para mí estaba claro que él no había descubierto completamente el significado de esa historia”, recordó haber pensado. ¿Había caminos que aún no había explorado, preguntó? ¿Preguntas que aún estaban sin respuesta?

Un solo pensamiento apareció en la mente de Arriaga: “Necesito averiguar cómo luce él”. Entonces, envió por correo su ADN unos meses después y finalmente se enteró de que tenía un pariente cercano, probablemente un tío, llamado Sandford Parker.

Joey tenía que irse a trabajar, pero Anne, cuyo apoyo inquebrantable e investigación por Internet él atribuye a la eventual reunión, se concentró en Sandford Parker -la ortografía inusual del nombre, con dos ‘d’, la ayudó- y luego hizo clic en su amigo de Facebook, Bobby, cuyas fotos de perfil lo muestran sonriendo frente a estantes repletos de libros. “Lo primero que descubrimos es que es bibliotecario”, comentó Arriaga, riendo. “Yo pensé: ‘Esto debe ser una broma’”.

Desde septiembre, los dos se han enviado correos electrónicos y establecieron la rutina permanente de llamarse por teléfono los lunes por la noche. En diciembre, Arriaga voló a Florida para una breve visita. Parker y sus dos hijos adolescentes lo recogieron en el aeropuerto, y él se sorprendió al escuchar la voz de su medio hermano Robby; suena igual a la suya.

Dos meses antes, Robby, ahora de 19 años, recuerda que su padre los sentó a él y a su hermano menor para una charla, la misma que acababa de tener con Lee Kirby.

“Cuando me lo dijo, fue ...”, comentó el joven, antes de hacer una pausa y de emitir un largo suspiro. “Fue un shock, definitivamente”.

Ahora, expresó, ve la situación como una feliz sorpresa y comprende los motivos del largo silencio de su padre.

Cuando los hermanos se conocieron, en diciembre, se conectaron a través de la lectura (Robby trabaja en una librería) y de Halo, su videojuego favorito. Cuando Arriaga se puso en medio de Robby y su padre, el parecido era asombroso. “Parece casi una cadena de evolución”, afirmó el muchacho. “Parece el eslabón perdido entre nosotros”.

Durante el viaje, Arriaga y Parker siguieron las conversaciones que habían iniciado por correo electrónico y por teléfono. El padre a veces pensaba en la historia del origen violento con la que Joey había crecido, algo que lo molesta profundamente, reconoció, y se enfurece cuando piensa en el costo psicológico que tuvo en el muchacho.

Dos semanas después de recibir su segunda inyección de Pfizer, Parker voló a California para conocer a la esposa y los hijos de Arriaga, quienes lo llaman abuelo ‘Bobo’.

Fueron a almorzar a Red Robin y se detuvieron en un Barnes and Noble, donde Parker le compró a Joey una copia de “Soul of an Octopus”, que explora la inteligencia y complejidad de las criaturas.

Un par de días después, en la cocina de un apartamento de Airbnb que compartieron durante la visita, Arriaga habló sobre lo mucho que le encantaba ir al acuario en Monterey cuando era niño. Parker sonrió y le dijo que, de pequeño, había visitado a menudo una estación de investigación marina en Biloxi.

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Tanto Arriaga como Parker habían consumido sustancias para adormecer el dolor en el pasado, pero su encuentro se produjo después de que cada uno de ellos hubiera superado esa situación. El momento parecía predestinado, dijeron.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Se quedaban despiertos hasta tarde la mayoría de las noches, hablando durante horas, y Arriaga notó que Parker miró la máquina de café Keurig.

“¡Hazlo!”

“¿Crees que debería?”

Arriaga sonrió con picardía.

Parker le devolvió la sonrisa y colocó una taza en la máquina. Mientras vertía un poco de crema de avellanas en su bebida, Arriaga, que bebe su café puro, fingió una expresión de disgusto y bromeó diciendo que se había quedado atónito cuando lo vio usar la crema. “Me pregunté si Ancestry habría cometido un error”, río.

Ambos hombres coinciden en que el momento de su reunión parece predestinado. Arriaga está agradecido de que haya sucedido ahora, durante una etapa más feliz y estable de su vida, y Parker opina lo mismo: es activo en la comunidad de recuperación, después de estar sobrio hace dos años y medio.

Durante años, incluso cuando su salud mental declinaba y su primer matrimonio comenzó a desmoronarse, Parker bebía a diario. Tomaba varias cervezas o mucho Jack Daniel’s y, a veces, intentaba parar, pero no podía. Si se hubiera reunido con Arriaga en ese entonces, dijo, sabe que habría sido feliz, pero también un pésimo modelo a seguir, alguien profundamente abrumado. “Hubiera sido un desastre”.

La reconexión, comentó Parker, fue algo hermoso en el oscuro año de la pandemia, marcado por las tensiones sobre el virus y por la escasez de dinero, después de que Kirby fue despedida de su trabajo en una empresa de distribución de alimentos, el verano pasado.

Para Arriaga, descubrir la realidad de su historia de origen fue un gran alivio. “Fue como cerrar un capítulo”, comentó. “Ya no soy un tabú”.

Eventualmente piensa en escribir sus memorias, dice, en las cuales quiere entretejer tres influencias que le ayudaron a definir su vida: el hombre que lo crió, Parker, y el “padre fantasma”, esa historia que una vez lo moldeó.

Y ya tiene el título: El hijo de mi padre.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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