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La admisión de más niños en los hospitales con COVID-19 renueva el temor por los menores con problemas médicos

Jamie Chong and her son, Asher, in the front yard of their home in Simi Valley.
Jamie Chong y su hijo Asher, que pronto cumplirá 3 años, tiene parálisis cerebral y problemas con sus sistemas respiratorio y gastrointestinal, es todavía demasiado joven para poder recibir la vacuna contra el COVID-19.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

El aumento del coronavirus es alarmante para las familias con niños médicamente frágiles menores de 5 años, el grupo de edad que todavía no puede recibir las vacunas de COVID-19.

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Cada vez que alguien le dice a Jamie Chong que el COVID-19 no es una amenaza grave para los niños, ella les recuerda que un resfriado común puede enviar a su hijo al hospital.

Su hijo, Asher, que está a punto de cumplir tres años, tiene parálisis cerebral y problemas en sus sistemas respiratorio y gastrointestinal, lo que le pone en mayor riesgo de contraer el coronavirus.

Chong ha estado cuidando de él en su casa de Simi Valley durante la pandemia y limitando estrictamente quién puede entrar. A veces, cuando los casos se han disparado, ha decidido incluso rechazar a sus enfermeras a domicilio.

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“Da más miedo que al principio”, dijo Chong. “Cuando las cosas estaban realmente mal antes, los niños no iban a la escuela. La gente trabajaba desde casa. Ahora dicen que es mucho más contagioso, y todo está abierto”.

Existe la idea de que “‘si eres vulnerable, tienes que quedarte en casa’. Bueno, eso estamos haciendo. Pero, ¿cuánto tiempo más podemos?”, preguntó Chong. “Mi hijo merece vivir una vida fuera de su hogar”.

Los niños pequeños -menores de 5 años- están siendo hospitalizados por COVID-19 a un ritmo mayor que en cualquier otro momento de la pandemia, según los datos federales. Las autoridades sanitarias afirman que el aumento de las cifras entre los infantes es el resultado de la rápida propagación de la variante Ómicron, que se transmite con mucha más facilidad que las anteriores cepas del coronavirus.

El último repunte ha sido especialmente alarmante para muchas familias con niños médicamente frágiles y menores de 5 años, el grupo de edad que todavía no puede recibir las vacunas contra el COVID-19. Se cree que la autorización federal para una inoculación para los chicos más pequeños todavía esté a meses de distancia.

“No tenemos una vacuna. Tenemos muy pocos tratamientos disponibles para este grupo de edad. Y no estamos diciendo a la gente que sea juiciosa y cuidadosa con los niños pequeños”, dijo el doctor Jorge A. Caballero, anestesista y cofundador de la organización de voluntarios Coders Against COVID.

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“No podemos ignorar las necesidades de todo un grupo de población”, dijo Caballero, pero “en gran medida estamos haciendo lo mismo con las personas con discapacidad de todas las edades”. Los grupos de discapacitados denunciaron recientemente unas declaraciones del director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades en las que calificaba de “alentador” el hecho de que se produjeran muertes desproporcionadas entre las personas con comorbilidades.

“El director de la sanidad pública ha tratado a las personas con discapacidad como algo desechable”, escribieron en su carta la American Assn. of People with Disabilities y decenas de otros grupos.

Los chicos pequeños y los adolescentes no suelen acabar en el hospital como consecuencia del coronavirus: Menos del 1% de los niños y adolescentes infectados han sido hospitalizados y el 0.01% han muerto, según los datos acumulados recogidos en los estados por la Academia Americana de Pediatría y la Asociación de Hospitales Infantiles.

Pero con el aumento masivo de las infecciones, incluso un pequeño porcentaje de niños hospitalizados ha hecho que haya muchos más menores en camas de hospital que antes. Durante el periodo de siete días que terminó el 12 de enero, los Estados Unidos tuvieron un promedio de 881 infantes y adolescentes recién ingresados con COVID-19 por día; la tasa de nuevas admisiones entre ese grupo es seis veces mayor que hace dos meses.

Los datos federales recientes muestran que los niños demasiado jóvenes para ser vacunados estaban siendo hospitalizados con COVID-19 a tasas que se acercaban a las de los adultos jóvenes, aunque seguían estando muy por debajo de las cifras de las personas de mediana edad y los ancianos.

En el Hospital Infantil de Los Ángeles había más de 40 pacientes pediátricos que habían dado positivo por el coronavirus a principios de la semana pasada, casi seis veces más que en noviembre, según un funcionario del nosocomio. Aproximadamente, una cuarta parte de los niños ingresados con COVID-19 van a cuidados intensivos, y algunos han tenido que ser intubados, dijo el doctor Michael Smit, su director médico de prevención y control de infecciones.

“Antes nos podíamos permitir el lujo de decir: ‘Es malo, pero en realidad no es tan malo para la mayoría de los pequeños’”, dijo el doctor Garey Noritz, profesor de pediatría de la Universidad Estatal de Ohio y presidente del Consejo de Niños con Discapacidades de la Academia Americana de Pediatría. A medida que las cifras han ido aumentando, “ya no se siente así”.

Los riesgos del COVID-19 son mucho más pronunciados para los niños inmunodeprimidos o médicamente frágiles, incluidos los menores con cáncer, lupus y otras afecciones.

A medida que los niños mayores y los adultos han podido vacunarse, “parece que nos han dejado atrás”, dijo Matt Heidrick, residente de Fresno. “Mi hijo todavía no está vacunado, y debemos tener cuidado con él”.

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Betsey y Matt Heidrick han mantenido a Arthur, de 3 años, en una escuela virtual durante toda la pandemia. Su hijo tiene atrofia muscular espinal de tipo 1 y utiliza una máquina BiPAP para ayudarle a respirar por la noche.

Ya ha estado en cuidados intensivos por un virus respiratorio en el pasado. Incluso antes de COVID-19, la pareja debía tener cuidado durante la temporada de gripe para protegerlo. Cada vez que uno de ellos se sentía mal, se aislaba del resto.

Cuando comenzó la pandemia, se sintió como si “el resto del mundo estuviera en nuestro barco ahora”, recordó Betsey Heidrick. Pero a medida que se acerca el tercer año de COVID-19, se siente invisible cuando la gente asegura que el virus ya no es una amenaza.

Antes de la oleada de Ómicron, los Heidrick se aventuraban de vez en cuando con Arthur para hacer pequeños viajes a Target cuando la tienda no estaba muy llena. Unas cuantas veces ha visitado el zoológico en horas tranquilas y con cubrebocas.

Ahora, con el aumento de los casos, sus principales viajes fuera de casa son para acudir a citas médicas. A veces ve a otros niños por el vecindario, pero se limita a saludarles desde la distancia, en lugar de unirse al juego.

Cuando por fin pueda vacunarse, “al menos tendríamos la seguridad de que tiene toda la protección que podemos ofrecerle”, dice Betsey Heidrick. “Quizá pueda jugar con alguno de los niños pequeños. O puede ir a la escuela. O puede ir al zoológico y podemos sentirnos no tan aterrorizados”.

Muchos médicos dijeron que sigue sin estar claro si Ómicron está causando una enfermedad más grave en los niños que las variantes anteriores. La nueva cepa parece asentarse más arriba en el tracto respiratorio, lo que puede dejar a los niños vulnerables a una tos perruna llamada crup.

Dado que los niños pequeños tienen vías respiratorias pequeñas, “basta un poco de inflamación en esas vías para causar crup”, dijo el doctor Graham Tse, director médico del MemorialCare Miller Children’s & Women’s Hospital de Long Beach. “Definitivamente hemos visto un aumento en el número de chicos que han sido admitidos con crup clínico” que resultaron tener COVID-19.

Los funcionarios de salud pública también han advertido que los niños pueden sufrir efectos persistentes del COVID de larga duración, que pueden incluir fatiga y problemas respiratorios, aunque los investigadores todavía están evaluando la frecuencia con que esto ocurre. Los infants infectados por el coronavirus también pueden contraer el síndrome inflamatorio multisistémico, una enfermedad rara pero potencialmente mortal.

Dado que Ómicron se ha afianzado, “no podemos asumir que se trata de un virus más leve”, afirma la doctora Colleen Kraft, pediatra general del Hospital Infantil de Los Ángeles. “Muchos más niños se están contagiando y muchos más infantes tienen que ir al hospital por esto”.

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En todo el condado de Los Ángeles, 58 niños menores de 5 años dieron positivo en las pruebas del coronavirus y estaban hospitalizados hasta el 1 de enero. Menos de un mes antes, esa cifra era de solo cuatro.

Los pediatras afirman que muchas de las mismas medidas recomendadas contra el COVID-19 en general -incluyendo la vacunación de cualquier persona que reúna los requisitos, el uso de mascarillas y evitar zonas muy concurridas- ayudarán a proteger a los niños muy pequeños que son médicamente frágiles.

“Es incuestionable el valor de la vacunación, en términos de protección de la propia salud”, dijo el doctor Steven Barkley, jefe médico pediátrico del Centro Médico Infantil Cottage de Santa Bárbara.

Las familias están haciendo lo que pueden para sortear los riesgos actuales, pero muchos responsables de la toma de decisiones en todo el país no están haciendo lo suficiente para proteger a los niños pequeños que son médicamente vulnerables, lo que incluye garantizar la ventilación en los espacios públicos, exigir el uso de cubrebocas y garantizar que la gente pueda hacerse las pruebas, argumentó Caballero.

“Es muy frustrante como padre. Es muy frustrante como defensor”, dijo Caballero. “Sabemos exactamente lo que tiene que suceder ... pero demasiados líderes creen, erróneamente, que los niños no pueden enfermarse”.

Noritz, que ejerce en Ohio, argumentó que “si hubiera algún sentido en esto, estaríamos cerrando ahora” ya que los casos han aumentado. Pero la doctora Alice Kuo, directora del Centro de Excelencia en Salud Materno-Infantil de la UCLA, consideró que los cierres han exacerbado otros problemas, como el abuso infantil y las enfermedades mentales entre los jóvenes.

“Si lo único que importara fuera el COVID”, dijo Kuo, profesora de pediatría en la UCLA, “entonces todo se cerraría de nuevo. Pero los cierres no son sostenibles, y también importan otros problemas de salud”.

En Manhattan Beach, Devon Cordova se encuentra evaluando si cada persona que podría estar cerca de su hija Rafaella tiene suficiente cuidado con el COVID-19. Le tranquiliza pensar, antes de enviarla a ver a un profesor concreto, que el educador tiene un familiar inmunodeprimido en casa.

“No podemos limitarnos a decir: ‘Envía a los niños a la escuela, estarán seguros’. Tenemos que confiar en que muchas otras personas tomen las decisiones correctas”, dijo Cordova.

Rafaella tiene un trastorno raro que afecta al cerebro, la médula espinal y el sistema inmunitario. Tiene 6 años, edad suficiente para vacunarse contra el COVID, pero Cordova dijo que su hija no se ha inoculado debido a una reacción anterior y a preocupaciones médicas relacionadas con su enfermedad. El resto de la familia está vacunada, dijo Cordova, que es vicepresidenta de una organización nacional dedicada a este trastorno.

La pandemia hizo que gran parte de la terapia de Rafaella se realizara en línea, aunque cuando los casos disminuyeron comenzó a trabajar con sus terapeutas al aire libre. Antes de la oleada de Ómicron, la familia volvía apenas a la vida normal. La niña tenía citas para jugar en el parque y empezó a acudir a la escuela de manera presencial en otoño.

“Y ahora hemos retrocedido con esta última oleada”, dijo Cordova. “Realmente no sé qué hacer en este momento. ¿Volvemos a la escuela?”

El redactor del Times Rong-Gong Lin II contribuyó a este informe.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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