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La huelga del béisbol de 1994 fue la pérdida de la inocencia para una jovencita que adoraba el deporte

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En 1994, a los 10 años de edad, Erin States era una ávida fanática de los Athletics de Oakland, con una gran afinidad por Rickey Henderson. Sus padres la llevaban a varios juegos a la semana.

Entonces, cuando se enteró, el 11 de agosto de ese año, que los jugadores planeaban iniciar una huelga al día siguiente, Erin y su madre tomaron una cartulina, hicieron dos letreros y se dirigieron al Coliseo de Oakland. Con una gorra rosa colmada de prendedores, la niña sostuvo los letreros en alto. “Los niños aman el béisbol”, decía el que tenía en la mano derecha; “Por favor, no hagan huelga”, rezaba el de su izquierda.

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La imagen capturó la desesperación que sentían los fanáticos, junto con la inocencia de una niña para quien las negociaciones sobre un tope salarial eran irrelevantes. La fotografía apareció en la portada de The Times, así como en muchas otras publicaciones.

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Para Erin States Hoy, ahora casada, madre de cuatro hijos y residente de Escondido, los recuerdos permanecen vivos, 25 años después. “No entendía por qué querían parar, sólo sabía que no habría béisbol”, comentó. “Entonces no acontecerían las series mundiales. Era desgarrador. Yo no era la niña con princesas en las paredes de mi habitación. Tenía pósters de Rickey, Mark McGwire y José Canseco”.

Erin States, de 10 años, de Tracy, California, muestra un letrero en el juego de los Athletics de Oakland, el 11 de agosto de 1994, instando a las grandes ligas a no hacer huelga.
(Eric Risberg / Associated Press)

Llevar un letrero había funcionado antes. A los cinco años, Erin quedó fascinada por la forma en que los fanáticos de Oakland recibieron a Henderson desde las gradas del jardín izquierdo, después de que los Athletics lo compraran nuevamente a los Yankees de Nueva York, en 1989. La niña hizo un cartel que decía “Hola Rickey”, junto a un gran corazón rojo. “En cada entrada me saludaba, y yo levantaba mi letrero”, comentó. “Luego vino y me dio una pelota. Eso fue todo para mí. Ya tenía un héroe”.

Erin comenzó a crear más letreros; unos decían “¡Qué home run!”, “Buena atajada”, “¡Base robada!”. Henderson sonreía y saludaba indefectiblemente. La huelga no fue la primera decepción de su infancia. No, eso ocurrió cuando los Athletics cambiaron a Henderson a los Toronto Blue Jays, en 1993.

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Ella escribió una carta a los periódicos del Área de la Bahía, que decía: “Si alguien por ahí conoce a Rickey, ¿podría decirle que la chica con los letreros en la esquina del jardín izquierdo del Coliseo de Oakland lo extraña mucho y quiere decirle adiós. Ni siquiera pude despedirme”.

Henderson lloró cuando leyó la nota. Los Blue Jays visitaron Oakland a fines de agosto, y Henderson llevó a Erin al campo, le dio un abrazo y un beso, y le prometió que siempre sería su fan número uno.

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Menos de un año después llegó la huelga, y Erin nunca sintió lo mismo por el béisbol. En la actualidad, sus hijos juegan fútbol. Su esposo, Ben, es fanático de los Padres de San Diego, pero rara vez van a los partidos.

Sin embargo, la familia visitó el Museo Nacional y Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown, Nueva York, el verano pasado. El hijo de Erin, Ryan, de 12 años, giró en una esquina y se encontró con una exhibición sobre la huelga. Allí estaba la foto de su madre, sosteniendo los letreros. El niño la conoció por la gorra rosa, que los padres de Erin aún conservan. “Me dijo: ‘Mamá, ¿no eres tú?’. Respondí: ‘Oh, Dios mío, sí, soy yo’”, contó States. “Fue genial compartir esas increíbles experiencias con mis hijos. Mi infancia fue el béisbol”.

¿Y en la adultez? Bueno, esa es otra historia. “Por desgracia, simplemente lo abandoné”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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