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Cómo el Tri mexicano me ha acercado a mi padre

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De todas las cosas que mi padre trajo consigo cuando vino a los Estados Unidos desde México, su amor por el fútbol ha demostrado ser lo más útil.

Lo ayudó a hacer sus primeros amigos en Estados Unidos cuando tenía 16 años y vivía en el lado norte de Chicago, a fines de la década de 1970. No podía hablar el idioma, pero sin duda podía jugar.

Con el tiempo, la pasión de mi padre por el hermoso juego se convirtió en un respiro, muy necesario por cierto, que lo llevó a las diferentes canchas luego de una ardua semana de trabajo.

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Cuando era niño, me gustaba ir a sus juegos de liga en Reynosa, México. Nada importaba cuando entraba al terreno de juego. La hipoteca, los recibos, el sustento de una familia de cinco personas, era como si cada preocupación, cada pizca de ansiedad económica, se desvanecía durante esos 90 minutos. El árbitro hacía sonar el silbato inicial y hasta el día de hoy, no puedo dejar de pensar en esa imagen.

Él ahora tiene 56 años. Con muchas décadas de trabajo, mi viejo se ha visto obligado a cambiar sus zapatos de juego por un sillón reclinable, aunque no es menos apasionado como espectador. Eso es especialmente cierto cuando se trata de la selección mexicana. Pudo haber renunciado a su ciudadanía mexicana cuando se naturalizó, pero su amor de toda la vida por El Tri permanece intacto. Puede que no se dé cuenta, pero esa devoción por el equipo mexicano ha demostrado ser útil una vez más, al menos para sus hijos.

Cualquiera que conozca a Fidel Martinez podrá decirte que él es la encarnación del estoicismo de los inmigrantes. Al igual que muchos otros que han inmigrado a Estados Unidos, vino a este país para trabajar duro. Nunca se quejó. Ese es un lujo reservado para los que nacen aquí, solía decir.

Eso no significa que mi padre no tenga emociones; todo lo contrario. Lo he visto a través de la gama de sentimientos humanos. Lo he visto derramando lágrimas de alegría. Lo he visto suplicar desesperadamente a cualquier dios para que lo escuche. Simplemente resulta que la mayor parte de esta exhibición de emociones salen a relucir cuando juega la selección de México.

Existe un cierto nivel de desconexión entre los padres inmigrantes y sus hijos nacidos en Estados Unidos. Vivir en este país es una experiencia totalmente diferente para ambas generaciones. Nunca dudé de mi identidad. Esa desconexión puede ser alienante si la dejas crecer. La forma en que contrarrestes esa confusión, es aferrándote a los lazos que unen a la familia.

Ser un fan mexicano siempre lo he sentido como algo ancestral. México usó una camiseta con el calendario azteca para la Copa Mundial de 1998, como para sugerir que el amor de los mexicanos por el fútbol precede a la llegada de los españoles.

Nunca me ha pasado por la cabeza apoyar a otro equipo. El amor por el Tri siempre lo he sentido como un puente irrompible con la madre patria. Se ha convertido en una de las mejores formas de aprender y compartir mi experiencia con la comunidad mexicana.

Cualquier fanático serio del fútbol que diga que México tiene una posibilidad legítima de ganar la Copa del Mundo, miente. Los corredores de apuestas nos dieron probabilidades de 100-1 antes de que comenzara el torneo. Pero, desde luego, mi padre aún cree secretamente que pueden ganar. Yo también, y estoy seguro de que millones de otros padres nacidos en México y sus hijos nacidos en Estados Unidos sienten lo mismo. Esa convicción tiene sus raíces en esta buena sensación de que siempre puede llegar ese golpe de suerte. En el fútbol, la esperanza es lo último que se puede perder. Ahora que lo pienso, ese es el caso en el mundo real.

Incluso si la racha de México se acaba en la primera etapa eliminatoria, todavía habrá valido la pena. Mi padre y yo tendremos algo más para emocionarnos juntos, aunque suframos como aquella vez en que fuimos eliminados en la última Copa del Mundo, por los holandeses.

Robben hizo una jugada polémica y el árbitro le otorgó un penal inmerecido (#NoEraPenal). Dicen que la miseria ama a la compañía, y si eso es cierto, ¿qué mejor compañero que mi propio padre?

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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