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Trump revive el sueño de las petroleras en el Ártico

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Desde finales de la década de 1970 las empresas petroleras llevan soñando con la exploración petrolera en las costas del Ártico en el noreste de Alaska, una puerta que la llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca ha abierto ante la indignación de activistas medioambientales e indígenas.

Empaquetada en la ambiciosa reforma fiscal de Trump, se encuentra la propuesta legislativa para permitir la perforación petrolera en el Refugio Nacional de Vida Salvaje de Alaska (ANWR), impulsada por Lisa Murkowski, la presidenta del Comité de Recursos Naturales y Energía del Senado.

El plan permitiría subastar en la próxima década dos licencias de perforación de 1.600 kilómetros cuadrados en la zona costera del ANWR, bañada por el océano Ártico y en el remoto noreste de Alaska, para recaudar así más de 1.000 millones de dólares.

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“Abrir una pequeña parte del ANWR por un desarrollo responsable de energía creará miles de buenos empleos, mantendrá la energía a precios asequibles para familias y negocios, asegurará un firme suministro a largo plazo de energía, reducirá el déficit federal y fortalecerá nuestra seguridad nacional”, afirmó Murkowski, senadora por Alaska.

Se estima, según los cálculos del Servicio Geológico de EE.UU., que existen en esa zona cerca de 12.000 millones de barriles de petróleo recuperables.

El Gobierno federal estadounidense ya había permitido, con notables restricciones, las actividades petroleras en la costa noroeste de Alaska, pero nunca había tocado el ANWR, considerado un tesoro medioambiental por su biodiversidad, con miles de aves, osos polares y renos.

Asimismo, en esa zona existen poblaciones indígenas de las tribus Inupiat y Gwich’in, cuya subsistencia depende básicamente de la caza de renos y ballenas.

La iniciativa, que se enmarca en la revisión lanzada por el gobierno de Trump de las regulaciones medioambientales para restringir la exploración petrolera en terrenos federales defendida por el expresidente Barack Obama, ha generado una ola de indignación entre los activistas y defensores del medioambiente.

Precisamente, en 1995, el presidente Clinton ya vetó una legislación similar a la de Murkowski; y en 2005, otro intento fue bloqueado por un estrecho margen en el Senado, con la oposición de los demócratas.

“Si ni siquiera el Refugio del Ártico está exento de las perforaciones petroleras, entonces ningún parque o bosque será capaz de mantener alejadas estas actividades”, apuntó Athan Manuel, director de protección de tierras del Sierra Club.

En el mismo sentido se expresaron, en una carta conjunta, altos cargos del Departamento de Interior de los gobiernos de Bill Clinton, George W. Bush, y Barack Obama, quienes subrayaron que “algunos lugares son demasiado especiales para que se permita la exploración petrolera”.

“No hay un lugar como el refugio de Alaska, ninguno que merezca más ser protegido para futuras generaciones. Debemos defender nuestra herencia natural y la cultura indígena de Alaska”, recalcaron.

Estas peticiones no parecen resonar en un presidente que ha reiterado su escepticismo sobre los efectos del cambio climático, como muestra de que el respaldo decidido de Trump a la industria petrolera y gasística en EE.UU. se extiende a otras zonas Alaska y del país.

A la par que la apertura del ANWR al sector petrolero, la Oficina de Seguridad y Protección Medioambiental de su Gobierno otorgó esta semana luz verde a la empresa italia Eni SpA para realizar un pozo exploratorio en el Mar de Beaufort, también en el Ártico y al lado del refugio de vida salvaje.

Se trataría de las primera incursión de una petrolera en las costas del norte de Alaska en tres años, después de la realizada con los mismos propósitos por Royal Dutch Shell.

Y, con gran ostentación, el Departamento de Interior anunció en octubre una licitación para la exploración de petróleo y gas en alta mar en el golfo de México de 310.000 kilómetros cuadrados, que rápidamente Trump calificó como “la mayor de la historia de EE.UU.”.

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