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Una tribu estadounidense quiere reanudar la caza de ballenas; ¿debería revivir esa tradición en la actualidad?

Makah Tribal Council member Patrick DePoe
Patrick DePoe, miembro del Consejo Tribal de Makah, frente al esqueleto de la última ballena gris cazada por su tribu - el 17 de mayo de 1999 - en el Museo Makah en Neah Bay, Wash.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Cada año, en este momento, las ballenas grises comienzan el viaje de aproximadamente 6.000 millas al sur desde sus zonas de alimentación de verano, en Alaska, hasta sus lagunas de cría y parto en la península de Baja México.

Este año, un juicio administrativo en el estado de Washington podría determinar si la tribu Makah puede reanudar la caza de ballenas durante futuras migraciones.

Los Makah, que viven en el rincón noroeste de la Península Olímpica, Neah Bay, pidieron a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) una exención a la Ley de Protección de Mamíferos Marinos para que puedan reiniciar su caza tradicional de ballenas, que les permitiría obtener hasta 20 ejemplares en los próximos 10 años.

Cuentan con el apoyo del gobierno federal y las comunidades tribales de todo el mundo, que señalan un tratado de 1855 que específicamente otorga a los Makah el derecho de cazar ballenas. A cambio de $30.000, y la cesión de 300.000 acres, el entonces gobernador de Washington, Isaac Stevens, otorgó a los Makah “el derecho de pescar y cazar ballenas o focas”.

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Cape Flattery
Una vista de Cape Flattery, en la esquina superior noroeste de la Península Olímpica, hogar de la tribu Makah. (Carolyn Cole / Los Angeles Times)
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Los Makah son la única tribu de Estados Unidos que menciona específicamente la caza de ballenas en su tratado.

Para Patrick DePoe, un aspirante a cazador de ballenas y tesorero de la tribu Makah, la ley es muy clara: “A nadie tiene que gustarle. Pero hay que respetarla. Es la ley”.

El juicio habla de una brecha contenciosa y emocional entre aquellos que apoyan los derechos de los indígenas a continuar con las formas de vida tradicionales -derechos que fueron y están respaldados por la ley-, y aquellos que creen que, en algunos casos, como la caza de ballenas, esas prácticas tradicionales deben ser reevaluadas bajo una mirada moderna.

“No se trata de subsistir. No necesitan las ballenas para sobrevivir”, señaló Margaret Owens, activista y fundadora de Peninsula Citizens for the Protection of Whales, con sede en la Península Olímpica. “Las ballenas viven por décadas, se conocen entre sí. Son seres sensibles”.

Owens y sus socios, Sea Shepherd Legal y el Animal Welfare Institute, se preocupan principalmente por el bienestar de las ballenas. Pero sus argumentos legales apuntan a más problemas científicos, incluida la obligación del gobierno federal de proteger las poblaciones vulnerables de esta especie, como un grupo de ballenas grises en peligro de extinción en el Pacífico Norte y una población genéticamente distinta de ballenas residentes que se desvían hacia el este de la migración hacia el norte, y se alimentan en Puget Sound por varios meses. Se teme que estas ballenas puedan morir accidentalmente en una cacería.

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También cuestionan la decisión gubernamental de seguir adelante con la caza mientras las ballenas mueren inexplicablemente en grandes cantidades en la costa del Pacífico. El 31 de mayo pasado, NOAA anunció que estaba investigando un “evento de mortalidad inusual” entre las ballenas grises. Más de 214 aparecieron en la costa oeste de América del Norte desde enero de este año.

“Realmente no sabemos cuán mala es la situación”, señaló D.J. Schubert, biólogo de Animal Welfare Institute, en referencia al hecho de que la mayoría de las ballenas se hunden después de morir, lo cual sugiere que cientos, si no miles, podrían estar muertas. En 1999 y 2000, después de una pérdida similar, la población se redujo en un 25%, y nunca se determinó la causa. “El Ártico está cambiando rápidamente. La red alimenticia se ha visto significativamente alterada. Esto no va a mejorar”, dijo. “Y así, desde nuestra perspectiva, queremos poner esto en pausa. Al menos hasta que NOAA determine cuáles son las causas”.

Seattle hearing
Miembros del Consejo Tribal Makah, que buscan una exención federal para reanudar la caza de ballenas, asisten a una audiencia en Seattle. (Carolyn Cole / Los Angeles Times)
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Las partes se enfrentaron públicamente en un juicio el mes pasado, en un edificio federal en Seattle, donde el juez de derecho administrativo George Jordan escuchó siete días de testimonio de casi dos docenas de científicos y activistas.

Sentados en forma de U alrededor del juez, los abogados y expertos del gobierno federal y el Makah se enfrentaron con abogados y científicos de los grupos de bienestar animal. Owens, a quien algunos describen como la “voz” de las ballenas, se sentó en la parte inferior de la U, frente al juez, con dos cronometradores oficiales.

Las partes escucharon a testigos expertos, los interrogaron y, a menudo, les pidieron reorientación. Se involucraron en intercambios, a veces acalorados, sobre el impacto de la muerte inexplicable de las ballenas, las implicaciones genéticas de los subgrupos de estas y el impacto del cambio climático en el Ártico.

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Se espera que Jordan presente un informe no vinculante con su opinión al gobierno federal, en enero próximo. Después de un período de comentarios públicos, NOAA decidirá si otorga la exención y permite que los Makah soliciten un permiso de caza.

Makah in 1910
Miembros de la tribu Makah en Neah Bay, Wash., circa 1910.
(Asahel Curtis / Washington State Historical Society)

La actividad podría comenzar a fines del próximo año, o retrasarse indefinidamente si los grupos de asistencia social impugnan la exención y los permisos, y llevan la cuestión de la cacería nuevamente a la corte.

Makah whalers
Los cazadores Makah capturan una ballena, alrededor de 1910. (Asahel Curtis / Sociedad Histórica del Estado de Washington)
(Asahel Curtis / Washington State Historical Society)

Para los Makah, la espera ha sido demasiado larga.

Gordon Steeves Jr., a Makah fisherman, works on a boat in Neah Bay
Gordon Steeves Jr., un pescador de Makah, trabaja en un barco en Neah Bay.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
Fishing hooks dangle from Gordon Steeves Jr.'s fishing vessel
Los anzuelos de pesca cuelgan del barco de pesca de Gordon Steeves Jr.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Durante miles de años, los Makah y sus parientes, la nación Nuu-chah-nulth, cuyo territorio costero se extendía desde la bahía de Neah hasta la costa del Pacífico de la isla de Vancouver, cazaron ballenas para su subsistencia. La práctica atraviesa su idioma y cultura, y el símbolo de la tribu, un pájaro del trueno con una ballena en sus garras, habla de su centralidad para la identidad tribal.

“El pájaro del trueno nos trajo la ballena y nos alimentó” cuando los Makah estaban muriendo de hambre, afirmó DePoe, al explicar la leyenda del símbolo.

La tribu dejó de cazar voluntariamente en la década de 1920, agregó, cuando notaron que las ballenas estaban siendo cazadas casi hasta la extinción por parte de los balleneros comerciales.

“Siempre hemos vivido de manera sostenible y en equilibrio con nuestro medio ambiente”, consideró DePoe, paseando a un visitante por el centro cultural Makah en Neah Bay. Mientras señalaba varias exhibiciones que muestran las artesanías de la tribu, las habilidades de construcción de botes y el dominio de los textiles, señaló el enfoque de los Makah para la pesca y la madera, que incorpora límites y cuotas estrictos, pensados para mantener el ecosistema bajo control.

Makah tribal member Monique Villa
Monique Villa, una madre Makah, dijo que la caza de ballenas de la tribu en 1999 ayudó a construir el orgullo de la comunidad.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Aproximadamente 1.500 Makah viven en la reserva de la tribu, que se encuentra en el punto final de la Península Olímpica, un paisaje montañoso y accidentado, flanqueado por el Océano Pacífico al oeste y el Estrecho de Juan de Fuca, o Mar Salish, al norte. El pueblo de casas y edificios desgastados se encuentra junto a un puerto protegido y al puerto deportivo de la tribu.

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En una visita reciente, un águila calva se posó en un árbol sin hojas a lo largo de la arteria principal de la ciudad, la Ruta 112, mientras los automóviles y camionetas pasaban lentamente bajo la lluvia fría y oscura.

En 1994, después de un paréntesis de casi siete décadas de caza, las ballenas grises fueron excluidas de la Ley de Especies en Peligro de Extinción. Como sus números superaban los niveles sostenibles, los Makah presionaron para que la especie se excluyera de la lista y el gobierno de Estados Unidos les otorgó permiso para cazar nuevamente. El 17 de mayo de 1999, la tribu arponó y mató a una hembra joven, de 30 pies.

La tribu utilizó una combinación de técnicas modernas y tradicionales. El ataque inicial se realizó desde una canoa. Después de clavar el arpón inicial lanzaron otros, todos unidos a flotadores para evitar que el animal se hundiera.

Un fusilero en un bote motorizado cercano le disparó en la cabeza, con un rifle de asalto perforante de calibre .50. La explosión fue lo suficientemente grande como para atravesar el cráneo y perforar el cerebro de la ballena. Luego hubo un segundo disparo.

El uso de un arma permite una muerte rápida y humana, según Allen Ingling, profesor retirado de medicina veterinaria en la Universidad de Maryland, quien fue contratado por los Makah para estudiar métodos de asesinato rápidos, eficientes y compasivos.

Margaret Owens
Margaret Owens, fundadora de Peninsula Citizens for the Protection of Whales (Ciudadanos de la Península para la Protección de las Ballenas), ha estado estudiando a las ballenas grises residentes durante años. El artista los considera como familia.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Según un informe de evaluación ambiental de NOAA, Ingling y los Makah evaluaron una variedad de armas en pos de la “eficiencia, seguridad y humanidad”. Las probaron en tanques de agua e incluso tuvieron una oportunidad en el campo: en 2010, Ingling y otros hicieron tres disparos de una .577, en combinación con inyecciones de drogas, para sacrificar a una ballena jorobada de 30 pies, que había quedado varada en una playa en East Hampton, Nueva York

En 1999, las estimaciones sugieren que pasaron aproximadamente ocho minutos entre el momento en que el primer arpón hirió a la joven ballena, hasta que esta murió.

Para DePoe y su co-concejal, Nate Tyler, las cacerías tradicionales, sin el uso de un rifle, a menudo tomaban horas o días, lo cual hacía que la ballena sufriera un dolor y un miedo insoportables, mientras se ponía en peligro la vida de los cazadores.

“Exigía una fuerza y valentía increíbles”, consideró Tyler, quien explicó cómo los cazadores a veces se sumergían bajo el agua después de arponar a una ballena para coserle la boca y mantener así el agua fuera de su cuerpo, para que permaneciera a flote. La tradicional costura no se realizó en 1999, y la ballena se hundió.

DePoe, que tenía 17 años en el momento de la cacería de 1999, recuerda la emoción que sintió cuando los hombres mayores de su tribu mataron a la ballena, la sacaron de las profundidades y la remolcaron a tierra. “Reunió a nuestra comunidad”, expresó, al describir la carnicería en la playa, y las comidas y celebraciones que siguieron a ese día.

Monique Villa, de 36 años, camarera del restaurante Warm House, en Neah Bay, hizo eco de su sentimiento. Con vistas al puerto deportivo de los Makah, mientras los vientos fríos soplaban sobre las aguas grises y picadas del Pacífico, Villa, quien es madre de cinco niños, afirmó que la cacería de 1999 hizo resurgir el orgullo en su comunidad; las escuelas ahora enseñan el lenguaje Makah y los pequeños están emocionados de aprender sobre sus antepasados.

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“Me da escalofríos cuando recuerdo ese día”, confesó.

Neah Bay harbor
Un grupo de focas duerme en los muelles del puerto de Neal Bay. La Meca solía usar pieles de foca como flotadores para criar y arrastrar a una ballena después de arponearla.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

A los Makah se les impidió cazar nuevamente después de que grupos activistas acusaran al gobierno federal de no realizar una evaluación exhaustiva en virtud de la Ley de Política Ambiental Nacional. El juicio de derecho administrativo, que terminó hace dos semanas en Seattle, marca el final de un proceso de casi dos décadas por parte del gobierno para evaluar legalmente la cacería.

Pero no todos en la costa sur del Mar de Salish, las aguas entre la Península Olímpica y la Isla de Vancouver, están entusiasmados con la posible reanudación de la caza.

Owens, curadora del Depot Museum en Joyce, una comunidad a unas 50 millas al este de Neah Bay, cree que la caza es innecesaria y cruel.

Sentada en el antiguo depósito de trenes de la ciudad, un edificio de troncos de 1915 construido por empleados del ferrocarril Chicago-Milwaukee, señaló un mapa de los lugares de nacimiento de las ballenas en México. Allí, dice, las ballenas se acostumbran a confiar en los humanos desde una edad temprana; los turistas tocan y acarician a las crías, y se maravillan cuando las jóvenes ballenas se acercan con sus madres.

Cuando llegan a la Península Olímpica y se aventuran hacia el este, en el Mar de Salish, para alimentarse en los terrenos que sus madres y abuelas recorrieron antes que ellas, no tienen miedo de las canoas o los barcos que se acercan. “Es una traición”, remarcó Owens, quien asegura que no tiene nada contra los Makah. En cambio, los respeta profundamente, aseguró, sólo que no apoya la matanza de ballenas.

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Para DePoe y Tyler, sin embargo, Owens y quienes se oponen a la caza son representativos de aquellos que, durante siglos, les han dicho cómo deben comportarse, rezar y vivir. Y DePoe está frustrado de tener que convencer a todo el mundo de su derecho legal a cazar. “No debería tener que explicarlo. No es de su incumbencia. Es la ley”, remarcó.

Para los científicos del gobierno, la caza, que le otorgaría a la tribu aproximadamente 2.5 ballenas por año, tendrá un efecto insignificante en las poblaciones de Ballenas grises orientales, que según sugirió el último censo es históricamente alta: alrededor de 27.000 ejemplares.

Además, una cuota de la Comisión Ballenera Internacional permite a las tribus rusas y estadounidenses matar a un promedio de 141 cada año. La tribu rusa Chukotka ha cazado en gran medida la cuota máxima anual. Las dos o tres ballenas que los Makah podrían reclamar provendrían de esta cuota, por lo cual su parte vendría de animales ya atacados.

Los opositores temen que las ballenas de la parte occidental del Pacífico, que migran a lo largo de la costa este de Asia y suman alrededor de 140, puedan quedar atrapadas en la cacería. Los radiotransmisores indican que algunas de estas ballenas se unen ocasionalmente a la migración de su especie del Pacífico oriental, desde el Ártico hasta México.

Uno de los testigos de los Makah, un genetista que trabaja con ExxonMobil, afirma que las ballenas del Pacífico occidental no son, de hecho, un grupo distinto. La compañía petrolera tiene instalaciones en el Pacífico occidental, en la isla Sakhalin, frecuentada por las ballenas.

Además, algunas de las ballenas que migran a lo largo de la costa de América del Norte nunca llegan a Alaska; en cambio, se alimentan en el Mar de Salish y a lo largo de la costa desde el norte de California hasta la Columbia Británica. Estos animales son una población genéticamente distinta, y también podrían convertirse en objetivo.

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Son estas ballenas, conocidas como el Grupo de Alimentación en la costa del Pacífico, las que preocupan especialmente a Owens. Esas criaturas llegan a las costas de la península desde los terrenos de caza de los Makah, en Neah Bay hasta Seattle.

Desde una vista conocida como Tongue Point hacia Crescent Bay -un impresionante puerto de acantilados, arenas blancas e islotes escarpados y rocosos que sobresalen del agua- ella señaló dónde llevaba a sus hijos a lo largo de los años para observar como estas madres ballenas residentes y sus crías se alimentaban cuando regresaban cada primavera. “Venían aquí en busca de protección”, dijo. Luego, mientras un par pájaros ostreros cruzaban el cielo y dos patos arlequín surcaban las aguas, ella se volvió y subió las escaleras hacia el estacionamiento. Después se detuvo y suspiró: “Aprendieron que este era un sitio seguro”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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