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Después de vivir en EE.UU por más de medio siglo, este activista cubano podría ser deportado

Ramón Saúl Sánchez
Ramón Saúl Sánchez en la sede del Movimiento Democrático en el barrio de la Pequeña Habana de Miami.
(Saul Martinez / For The Times)
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Ramón Saúl Sánchez tenía 12 años cuando se despidió de su familia en Cuba y se subió a un avión con destino a Miami. “Te amo mucho”, le dijo su madre, asegurándole que pronto volverían a reunirse. Sánchez estaba demasiado molesto para hablar.

Era 1967, ocho años desde que Fidel Castro había tomado el poder. La familia había decidido enviar a Sánchez y a su hermano menor, Luis, a Estados Unidos como parte de Freedom Flights, un programa de reasentamiento masivo dirigido a refugiados cubanos, para evitarles el servicio militar obligatorio.

En Miami, los familiares llevaron a los niños a un apartamento de tres habitaciones, ya repleto de otros exiliados cubanos. Sánchez se matriculó en la escuela media, pero no hablaba inglés y lloraba todos los días, de nostalgia.

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Con el paso de los años, se dedicó a luchar contra el gobierno cubano desde Miami; se convirtió en uno de los activistas anticastristas más entusiastas de la ciudad y en un defensor de los cubanos que buscan refugio.

Cada vez más, se preguntaba si moriría antes de poder regresar a la isla y ver a su familia otra vez, en el campo, cerca de Colón.

Sin embargo, ahora Sánchez enfrenta un nuevo problema mientras los cubanos -que durante mucho tiempo tuvieron un estatus privilegiado entre los inmigrantes, como resultado de la oposición estadounidense al comunismo- son cada vez más vulnerables a la deportación.

Después de que se le negara repetidamente una tarjeta verde, Sánchez solicitó asilo político, su última oportunidad de permanecer en Estados Unidos.

Este es el lugar donde ha pasado la gran parte de sus 65 años, donde se gana la vida como gerente de proyectos de una empresa de viviendas sin fines de lucro, donde dirige un grupo prodemocracia, donde conduce un programa de radio, donde se ha casado y divorciado cinco veces.

The headquarters of Movimiento Democracia in Miami's Little Havana.
La sede del Movimiento Democracia, en la Pequeña Habana de Miami.
(Saul Martinez / For The Times)

Todavía siente el dolor del exilio, pero ahora también se pregunta si, por segunda vez en su vida, se verá obligado a abandonar su hogar. “Es como si hubieras estado enamorado de alguien toda tu existencia”, expuso, “y de repente esa persona te dice: ‘Sal de mi vida’”.

Pocos años después de que Sánchez llegara a Miami, trabajaba como empleado en una tienda de comestibles cubana, cuando un joven llegó al lugar y comenzó a hablar de derrocar a Castro.

En busca de regresar a casa, Sánchez pidió ser parte del movimiento. Así, a los 15 años de edad, se unió al grupo paramilitar anticastrista conocido como Alpha 66, que entrenaba en los Everglades para aprender las habilidades de las guerrillas. Aún no había terminado el décimo grado.

Como muchos exiliados cubanos en ese entonces, Sánchez había llegado a pensar que la lucha armada era la única forma de destituir a Castro.

En ese sentido, su perspectiva no era tan diferente de la del gobierno de Estados Unidos, que entrenó a 1.400 cubanos de Miami para la desafortunada invasión de Bahía de Cochinos, en 1961.

Pero después de que los grupos paramilitares cubanos anticastristas comenzaron a detonar bombas en Estados Unidos, en la década de 1970, y asesinaron a un agregado de la misión cubana ante las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, en 1980, los fiscales federales tomaron nota.

A principios de los años 80, un gran jurado federal citó a Sánchez como parte de una investigación sobre Omega 7, una fuerza paramilitar violenta. Él negó ser un miembro del grupo y se opuso a testificar. Condenado por desacato criminal a la corte, pasó los siguientes cuatro años y medio en prisión.

La violencia agotadora de la vida en la cárcel transformó su pensamiento sobre cuál era la mejor forma de liberar a Cuba. Tras su liberación, en 1986, renunció a la revolución armada y se dirigió a su antiguo campo de entrenamiento de guerrilla, para predicar la filosofía de la no violencia.

La tarea fue difícil, y muchos de sus camaradas pensaron que efectivamente se había rendido a Castro. Pero Sánchez se convirtió en una voz clave de la moderación, y emergió a fines de la década de 1990 como el exuberante y bigotudo líder del Movimiento Democracia, un grupo sin fines de lucro que reempaquetó las críticas de la vieja guardia a Castro con el lenguaje de los derechos civiles.

Algunos exiliados lo consideraron un sabueso publicitario ventajista, mientras él seguía apareciendo en las esquinas con un megáfono. Salpicando sus discursos con referencias a Mahatma Gandhi, Rosa Parks y el reverendo Martin Luther King Jr., dirigía sentadas y huelgas de hambre contra la deportación de cubanos y “flotillas de libertad” en aguas territoriales cubanas para conmemorar a los migrantes cubanos que morían en el intento de salir de Cuba.

En 2000, se metió en la sonada batalla de custodia internacional sobre Elián González, el joven rescatado del estrecho de Florida después de que su madre se ahogara mientras intentaban huir de Cuba. Elián había sido puesto al cuidado de parientes en Miami, y Sánchez dirigió vigilias de 24 horas y cadenas humanas en el exterior de la casa de la familia en Miami, para evitar que enviaran al pequeño de regreso a la isla, donde estaba su padre.

Después de cinco meses de protestas, agentes federales armados entraron a la casa, capturaron a Elián y lo enviaron de regreso.

Incluso mientras rehuía la violencia, Sánchez continuó rivalizando con los funcionarios estadounidenses.

En 2001, cuando ingresó a aguas cubanas para otro servicio conmemorativo, fue acusado de cargos federales de conspiración por violar una proclama de 1996 del presidente Clinton, que tenía por finalidad regular tales protestas para evitar que Estados Unidos se viera envuelto en una crisis internacional. Sánchez, quien insistió en que tenía derecho según el derecho internacional a realizar el viaje, fue absuelto por un jurado federal. “Soy un activista a favor de la libertad de Cuba”, afirmó recientemente. “Desafortunadamente, si luchas contra las dictaduras -y las políticas en Washington que intentan mantener el statu quo-, te meterás en problemas”.

Sánchez siempre se consideró a sí mismo, ante todo, cubano.

 Ramón Saúl Sánchez
Ramón Saúl Sánchez en el restaurante cubano Versailles en la Pequeña Habana de Miami.
(Saul Martinez /For The Times)

En Estados Unidos y bajo un estatus especial de refugiado, durante mucho tiempo creyó que convertirse en residente permanente de EE.UU socavaría sus críticas a Castro y traicionaría su causa.

Su hermano Luis, que siempre se mantuvo alejado del activismo, recibió su tarjeta verde de residencia hace mucho tiempo. Pero Sánchez sólo solicitó una después de los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001, cuando el gobierno comenzó a exigir la renovación anual de los permisos de trabajo.

Pasaron años sin una decisión, aunque Sánchez no estaba preocupado. La Ley de Ajuste Cubano, de 1966, prácticamente le garantizaba un camino a la ciudadanía a cualquier cubano que hubiera huido de la isla.

La política de 1995 “pies secos, pies mojados” marcó un paso atrás al rechazar a los cubanos interceptados en el mar, antes de que tocaran el suelo estadounidense.

Movimiento Democracia headquarters in Miami
La sede del Movimiento Democrático en la Pequeña Habana de Miami.
(Saul Martinez / For The Times)

Pero en 2016, los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos denegaron la solicitud de Sánchez y le ordenaron abandonar el país “lo antes posible”.

“Probablemente me enfrentaría al pelotón de fusilamiento”, afirmó Sánchez, considerando su destino si regresara a la fuerza a Cuba. “En el mejor de los casos, me encarcelarán por mucho tiempo”.

El hombre pudo seguir renovando su permiso de trabajo y su licencia de conducir mientras apelaba la decisión. Pero estaba inquieto, y temía ser sacrificado como parte de las iniciativas de la administración Obama por mejorar las relaciones diplomáticas con el gobierno cubano.

Días antes de dejar la presidencia, a principios de 2017, Barack Obama rescindió “pies secos, pies mojados”. A su vez, Cuba acordó aceptar a los migrantes cubanos retornados, lo cual rara vez había hecho antes.

Las cosas no mejoraron para Sánchez cuando el presidente Trump asumió el cargo. El mandatario advirtió que restablecería un enfoque de línea dura al tratar con el gobierno cubano, pero su promesa de campaña fue una ofensiva contra la inmigración, que comenzaría por aquellos con antecedentes penales. Los cubanos no estarían exentos.

En el año fiscal que terminó en septiembre pasado, 1.179 cubanos fueron deportados, frente a los 64 del último año de la administración Obama. Miles más de solicitantes de asilo ahora se encuentran atrapados en México o en centros de detención estadounidenses, con pocas posibilidades de que se les permita vivir libremente en EE.UU.

“¿Por qué nos está haciendo esto?”, preguntó Sánchez, acerca de Trump. “Si cree que esta es una dictadura que oprime a las personas, pero por otro lado niega cada vez más el asilo político a la gente que escapa de la isla, hay una contradicción”.

El verano pasado, los funcionarios de inmigración rechazaron la apelación de Sánchez; en respuesta le enviaron un documento de 17 páginas donde se citaba su papel en las flotillas de libertad y las protestas por Elián González, así como su negativa a testificar contra Omega 7.

También enumeraba algunas condenas penales, incluido un delito grave a los 18 años de edad, por llevar un arma con licencia debajo del asiento de un Mustang convertible, en lugar de en la guantera.

Sánchez y su equipo legal sostienen que las conclusiones del gobierno se basan en gran parte en mentiras de delincuentes, y que sus condenas no son por delitos de “depravación moral” que deberían descalificarlo para obtener su tarjeta de residente.

Una vez más, Sánchez apeló. Y una vez más, su apelación fue denegada.

Ahora, como un veterano estadista canoso de la comunidad de exiliados cubanos de Miami, Sánchez se pregunta cada vez más dónde elegiría vivir si el gobierno de Cuba cayera. “No solía hacerme esa pregunta”, dijo en una tarde reciente, rodeado de viejos letreros de protesta y retratos de los líderes prerrevolucionarios de Cuba, dentro de la pequeña y ruinosa sede del Movimiento Democracia. “A medida que pasa el tiempo, sí me lo pregunto”.

Su madre y su abuela murieron hace mucho tiempo, pero dos de sus hermanos y un tío aún viven en la isla.

Su principal compañera ahora es su novia, quien dejó Cuba para mudarse a Miami hace nueve años y, con 33 años, tiene casi la mitad de su edad. El hombre comparte con alegría su foto -la mujer luce como una modelo, con cabello largo y brillante- pero no su nombre, por temor a que su relación le cause problemas a ella con el gobierno cubano, si regresa a visitar a su familia.

Aunque su pecho se hincha y sus manos se agitan mientras critica al gobierno cubano y la política exterior de Estados Unidos, se vuelve más vacilante al considerar el costo de su compromiso con el activismo anticastrista en su vida personal. Menos de un año después de su primer matrimonio, fue puesto en prisión. Incluso después de rechazar la revolución armada, se vio consumido por reuniones, protestas y flotillas. “Cuando salimos en una flotilla, no sabemos si vamos a volver”, reconoció. “Para la otra mitad de uno, que se queda aquí, es muy difícil”.

Uno de sus mayores remordimientos es que nunca fue padre. Siguió posponiendo esos planes para cuando la lucha por derrocar a Castro terminara. Ahora, es su lucha por su estatus inmigratorio lo que complica las esperanzas de tener un hijo con su novia. “Podría ser deportado mañana”, expuso. “Si tengo un niño, crecería sin mí”.

A principios de este año, después de que la tecnología 3G llegó a la isla, Sánchez envió un teléfono celular a uno de sus dos hermanos menores en Cuba.

Desde la cámara de su teléfono, Sánchez le mostró las calles de Miami, desde Versailles, el emblemático restaurante cubano en la Calle Ocho en la Pequeña Habana, hacia el este, con los relucientes rascacielos del centro.

Ramón Saúl Sánchez
Ramón Saúl Sánchez, centro, en el restaurante Versailles de la Pequeña Habana.
(Saul Martinez / For The Times)

En el camino, se detuvo para mostrarle Freedom Tower, el gran edificio de la década de 1920 donde el gobierno federal procesó a Sánchez y a cientos de miles de refugiados cubanos que huían de la isla. “Aquí es donde comenzamos nuestra vida en Estados Unidos”, le dijo.

Después, observó a su hermano caminar por las calles de Colón, señalar la sencilla casa blanca de un piso donde había vivido Sánchez, las estatuas de leones en la plaza principal, el mismo puesto de venta de hamburguesas de cuando eran niños. La pintura se había desvanecido en muchos de los viejos edificios coloniales, y las calles estaban agrietadas y plagadas de baches. Pero sólo por unos minutos, Sánchez se transportó a esas calles donde, por décadas, había soñado con volver a caminar. Cuando cortó la comunicación, las lágrimas corrían por sus mejillas, mientras salía de su sedán e ingresaba a su apartamento en Miami.

Sánchez aún transmite su opinión sobre la política cubana en su programa semanal en radio AM desde Miami, “Desafío”. Y prácticamente a cada hora tuitea críticas contra el gobierno cubano y sus aliados.

Pero cuando se trata de la veloz escalada de las deportaciones cubanas, tanto él como la comunidad cubana de Miami están siendo inusualmente reservados.

En 1982, los exiliados en Miami se enfrentaron a la policía antidisturbios después de la primera deportación de un solicitante de asilo cubano en la era de Castro. En los últimos años ha habido pocas protestas, incluso después de que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas llenara un vuelo chárter a La Habana, en agosto pasado, con 120 cubanos, la mayor cantidad de deportados a la vez. “El pueblo cubano está cansado”, reconoció Sánchez. “El tiempo ha pasado. Muchos ya no tienen fe en que nosotros, por nuestra cuenta, podamos cambiar el régimen”.

En cuanto a su propia lucha legal para permanecer en Estados Unidos, la consideró una “distracción total” de su lucha contra el gobierno de Cuba.

Ramón Saúl Sánchez
Ramón Saúl Sánchez en la sede del Movimiento por la Democracia en la Pequeña Habana en Miami.
(Saul Martinez /For The Times)

Aunque su abogado confía en que le permitirán quedarse, Sánchez no está tan seguro. Evitar una campaña pública de alto perfil podría ser un esfuerzo calculado para evitar rivalizar con las autoridades que decidirán su destino, o una muestra de fe de que Trump finalmente acudirá a su rescate.

Pero Sánchez también cree que defender a los solicitantes de asilo cubanos se ha vuelto más complicado en un momento en que la inmigración se convirtió en un gran problema político nacional. Le preocupa que criticar al gobierno de Trump con demasiada rudeza por la inmigración pueda alienar a los estadounidenses que favorecen la mano dura con los inmigrantes, así como restarle importancia a sus críticas hacia los líderes cubanos. “No quiero que la deportación sea un capítulo final y hostil de mi presencia aquí”, expresó. “Me iré agradecido de haber podido pasar la mayor parte de mi vida en esta sociedad, libremente. Y digo eso para que el pueblo cubano escuche”.

Aún así, Sánchez parece reconocer que su movimiento está a punto de convertirse en historia a medida que las generaciones más antiguas de exiliados cubanos mueren, y el gobierno comunista permanece en el poder en La Habana.

Una noche, en la sede del Movimiento Democracia, justo antes de apagar las luces fluorescentes que parpadeaban, Sánchez explicó que él y su grupo tienen planes para su desgastado centro.

Después de despejar el desorden de los artículos de campaña -viejos letreros de protesta y santuarios conmemorativos para los cubanos que murieron al intentar huir de la isla cubren el suelo- planean instalar un nuevo piso y volver a pintar el exterior de estuco desvaído, con la esperanza de atraer a los turistas. “Vamos a convertirlo en un pequeño museo de la situación cubana”, anticipó.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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