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Historia de dos familias: Cómo el COVID está ampliando la brecha racial y de ingresos en Estados Unidos

Mitchell and Crystal Hughes smile as they take a selfie.
Mitchell y Crystal Hughes en el verano de 2019, en el campus de la Universidad de Saint Louis.
(Mitchell Hughes)
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El primer síntoma fue la diarrea. Después Mitchell Hughes tuvo problemas para respirar y comenzó a sudar febrilmente.

Para cuando se recuperó de COVID-19 este verano, el conserje negro de 52 años de St. Louis había perdido más de un mes de trabajo, y agotó sus ahorros de $4.000 para mantenerse al día con la hipoteca y otras facturas, después de que se quedó corto con su paga por enfermedad.

Él y su esposa, Crystal Simmons Hughes, de 53 años, una asistente de enfermería que se ocupa de los ancianos, sobrevivieron a la enfermedad, pero quedaron agotados y ansiosos por el resurgimiento de los contagios.

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A diferencia de los Hughes, Scott y Kristin Ladewig, una pareja blanca que vive a unas 15 millas de distancia, han mantenido sus trabajos bien remunerados y relacionados con la tecnología de la información (TI), desde la relativa seguridad y comodidad de su hogar a partir marzo.

Scott and Kristin Ladewig are photographed aboard a cruise ship.
Scott y Kristin Ladewig en un crucero por el Caribe en 2018.
(Scott Ladewig)

Ellos también están preocupados por el futuro, especialmente por la mamá de Kristin, quien está en un hogar de vida asistida. Pero, financieramente, Scott, de 51 años, y Kristin, de 49, están, posiblemente, un poco mejor. Hasta ahora, la pandemia los ha dejado con más dinero en el bolsillo, ya que ahorran en gastos de automóvil, gasolina, almuerzos y demás. Sus acciones se han recuperado y crecido, y han podido invertir parte de sus ahorros para hacer reparaciones en el hogar, que se retrasaron mucho tiempo. Casi el único apuro económico que han sentido es una suspensión temporal de las contribuciones del empleador al plan de jubilación de Scott.

“Para ser honesto, no realmente”, dijo cuando se le preguntó si había visto algún impacto financiero negativo de la pandemia.

Lo que es cierto para estas dos familias trabajadoras y propietarias de una casa es real en gran parte del país.

Aunque sus antecedentes educativos y perspectivas financieras comenzaron en lugares marcadamente diferentes, la pandemia solo ha profundizado la división económica y racial entre los dos hogares, y muchos otros como ellos en todo Estados Unidos.

“La pandemia afecta a todos. Hace retroceder a todos”, comentó Trina Clark, de 48 años, quien es negra y gerente regional de Microsoft en St. Louis. “Pero no estamos comenzando en la misma línea de salida. Nos retrasan aún más”.

La crisis económica y de salud ha sido profundamente personal para Clark. Dos de sus amigas murieron por COVID-19 en septiembre, una de ellas de unos 50 años. Una docena de otros amigos y personas en su red social contrajeron el virus, comentó, y varios de sus parientes y miembros de familia, incluido su hijo adulto, perdieron sus trabajos o vieron recortes salariales significativos.

No hay duda de que el coronavirus ha afectado de manera desproporcionada a las personas de bajos ingresos, en particular los afroamericanos, que no solo tienen tasas más altas de infección y muerte, sino que también enfrentan pérdidas de empleo e ingresos más marcadas. La merma de puestos de trabajo ha caído más en restaurantes, hoteles y otros servicios donde la gente de color está sobrerrepresentada, y relativamente pocos pueden hacer su trabajo desde su domicilio.

Casi de la noche a la mañana, la crisis de salud ha borrado las mejoras en la igualdad de ingresos y riqueza que habían comenzado a afianzarse en los últimos años, cuando el desempleo de negros, latinos y asiáticos cayó a mínimos históricos y más hogares en los niveles de ingresos más bajos participaron en el crecimiento económico récord del país.

En el área de St. Louis, hogar de alrededor de 2.8 millones de personas, cuyos ingresos promedio son típicos, encontrar trabajo antes de la pandemia no fue un problema para Mitchell Hughes, quien asistió brevemente a la universidad. La tasa de desempleo en la zona rondaba el 2.5%.

En abril de 2019, se inscribió como trabajador de mantenimiento en la Universidad de Saint Louis, limpiando un hotel del campus para los huéspedes.

La paga no era muy buena, $12.62 dólares la hora, y un aumento reciente fue de solo 25 centavos más. Pero gracias a un contrato sindical, Hughes tenía seguro médico y dental, así como un plan de ahorros.

Trabajar desde casa nunca fue una opción para Mitchell o Crystal, quien es enviada por una agencia temporal para cuidar a los ancianos en centros de enfermería y otros lugares.

“Fuimos trabajadores esenciales desde el principio”, señaló Mitchell en una entrevista telefónica. “No recibimos un pago por riesgos. Tomamos la basura, limpiamos ventanas, las perillas de las puertas. Estamos en la primera línea de defensa”.

Cuando fue afectado por COVID en julio, su empleador cubrió su salario durante las dos primeras semanas y el 60% por el resto de su ausencia.

Aún así, Hughes dijo que usó sus ahorros para compensar la brecha —para los pagos de la casa, la comida y otros gastos diarios, y el pago mensual de $350 de su sedán Hyundai.

Nacionalmente, las estadísticas del mercado laboral confirman que los trabajadores con salarios bajos, como Mitchell Hughes, han sido los más afectados. La cantidad de empleados en trabajos que pagan menos de $27.000 al año —gana poco menos de eso— ha comenzado a disminuir nuevamente y ha descendido un 20% desde enero, según Opportunity Insights, un grupo de seguimiento de pandemias dirigido por Harvard. Por el contrario, el número de empleados con salarios altos se ha recuperado por completo de la pandemia.

Y aunque las acciones de la bolsa han subido a niveles récord, menos de un tercio de los hogares de menores ingresos poseen acciones. Las tasas de interés ultrabajas también han impulsado un auge en el mercado de la vivienda, pero no para familias como los Hughes.

Viven en una pequeña casa en una comunidad predominantemente negra llamada Castle Point, donde los domicilios valen alrededor de $40.000 en promedio, y han caído un 10% en valor durante el último año, según estimaciones de Zillow. Crystal compró el suyo a finales de 1999 por 62.500 dólares. Tiene un valor de alrededor de $40.000 hoy, y a la pareja todavía le faltan años para pagar la hipoteca.

Castle Point está al norte de Delmar Boulevard, una carretera que divide efectivamente la ciudad de St. Louis por raza y riqueza.

“No se reinvierte en nada al norte”, señaló Robert Lewis, consultor de desarrollo de larga data en St. Louis. Por el contrario, comentó, “todo el mundo quiere estar en los suburbios del sur. La ocupación de la vivienda es buena. Las propiedades son mejores. Los trabajos también”.

Dijo que no había duda de que los negros habían sido encajonados en áreas deterioradas de la ciudad, un legado de zonificación, prácticas bancarias y otras políticas discriminatorias que, según los académicos, se remonta al período de Reconstrucción después de la Guerra Civil. Las leyes Jim Crow y las políticas no oficiales, las escuelas deficientes, la falta de acceso a los beneficios de la ley para soldados y varias formas de marcación roja, formal y no declarada eran comunes.

“La desigualdad de ingresos está incorporada en nuestro ADN”, señaló Lewis, quien fue una figura clave para ayudar a la región a reconstruirse después del colapso de la industria aeroespacial y de defensa tras el final de la Guerra Fría. “Construimos ese muro y ha sido muy difícil lidiar con él”.

Scott y Kristin Ladewig viven fuera de la ciudad, en un suburbio del oeste llamado Maryland Heights que creció a medida que la base económica de St. Louis se diversificó y se vinculó más a la atención médica, la educación y los servicios financieros y de otro tipo.

Los Ladewig se conocieron como estudiantes de maestría en la Universidad de Washington, en St. Louis, a principios de la década de 1990. Scott ha trabajado, durante 21 años, en la investigación y planificación de servicios de TI para la universidad. Kristin es directora de proyectos de una empresa de servicios financieros. Su ingreso bruto combinado supera los $200.000, lo que los coloca en el 10% superior de los hogares.

Para ellos, el cambio al trabajo en casa fue sencillo. La pareja tenía dos escritorios en una habitación donde a veces realizaban sus tareas; Kristin guardó eso para su oficina en casa, mientras que Scott movió el otro escritorio y una computadora vieja a un dormitorio sin usar, uno de los cuatro en su casa de 3.000 pies cuadrados.

“Para mí, trabajar desde casa ha sido fantástico”, comentó en una entrevista por Zoom.

Entre otras cosas, Scott no tiene un viaje diario de media hora ni debe pagar $80 al mes por el estacionamiento. Incluso cuando el aire acondicionado funcionaba todo el día en el verano, la pareja ahorró en sus facturas de electricidad porque no tenía que cargar su automóvil eléctrico con tanta frecuencia. Kristin dice que ha gastado solo $30 al mes en gasolina desde marzo, la mitad que antes.

Para el almuerzo, los Ladewig bajan las escaleras y se encuentran en la cocina. Scott cree que trabajará en casa de forma permanente; Kristin dice que lo hará al menos hasta mediados del próximo año.

Al igual que muchos otros propietarios de viviendas durante la pandemia, el tiempo que pasaron en el interior volvió sus ojos hacia cosas para el hogar. Los Ladewig utilizaron algunos de sus ahorros para reparar grietas en el sótano y la terraza.

La pareja compró su casa nueva en el año 2000, por unos 251.000 dólares. Las estimaciones lo valoran hoy en unos 330.000 dólares.

A los Ladewig, que no tienen hijos, les gusta mucho viajar y Disney, aunque este año cancelaron un crucero de Londres a Roma y varios otros viajes planeados, incluido un concierto en Nueva York y Disney World, alrededor del Día de Acción de Gracias.

Los Ladewig saben muy bien que hay un lado completamente diferente de la economía. Se preocupan por los restaurantes locales y otras pequeñas empresas de su comunidad, a las que tratan de ayudar frecuentando y dejando propinas de mayores proporciones.

Hicieron donaciones a bancos de alimentos para miembros del elenco de Disney World despedidos. Y han contribuido a las cuentas de GoFundMe para apoyar al personal en algunos de sus bares Tiki favoritos, entre otros esfuerzos de recaudación de fondos.

“Hemos tenido mucha suerte. Siempre hemos sido ahorradores. Siempre hemos sido planificadores”, explicó Scott. “Para nosotros, creo que hemos dado el giro hacia esta nueva realidad sin muchos problemas”.

Los Ladewig no están fuera de peligro. En última instancia, saben que una recuperación vacilante podría hacer estallar la burbuja protectora que los rodea a ellos y a otras familias relativamente acomodadas.

Para los Hughes, una recesión de doble caída podría significar un verdadero problema porque no tienen el colchón financiero que tenían antes.

Crystal dice que ha puesto su fe en Dios. Y la pareja se ve reforzada por el reciente éxito profesional de su hija, quien terminó su doctorado este año y es profesora asistente de investigación en la escuela de Trabajo Social de la Universidad de Missouri-Columbia.

Pero incluso cuando intentan mantenerse optimistas, lo que ven que sucede a su alrededor no es alentador. Crystal señaló: “No creo que el coronavirus vaya a desaparecer pronto”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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