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OPINIÓN: Todos somos Afganistán

Combatientes talibanes y afganos se reúnen alrededor del cuerpo
Combatientes talibanes y afganos se reúnen alrededor del cuerpo de un miembro de las fuerzas de seguridad que fue asesinado, el miércoles 11 de agosto de 2021, en la ciudad de Farah, capital de la provincia de Farah, en el suroeste de Afganistán. (AP Foto/Mohammad Asif Khan)
(ASSOCIATED PRESS)
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Hemos visto en la televisión en estos días miles de personas amontonadas ante las puertas y los muros del aeropuerto militar en Kabul, desesperadas por escapar de los Talibanes. Y también hemos observado, horrorizados, los cuerpos de jóvenes afganos cayendo de aviones militares estadounidenses, a los que aquellos se habían trepado en un último intento de fuga.

Pero la sociedad estadounidense tiende a enfocarse en temas solo a corto plazo, y quizás luego de unos meses, cuando el problema Afganistán ya no esté más tan presente en los noticieros, muchos en este país se olviden de la dispersión de los refugiados afganos.

Digo esto porque sé qué muchos latinoamericanos han sufrido violencia y amenazas parecidas a las que propinan los Talibanes a los afganos, y sin embargo el público estadounidense ha mayormente ignorado la tragedia humana que se desarrolla desde hace décadas apenas al sur de su frontera.

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Pero no dejemos que esta triste posibilidad, la del olvido colectivo, la de la conveniente amnesia del público estadounidense hacia los derechos de los inmigrantes, nos haga bajar los brazos en la lucha por nuestras familias, el trabajo, la educación y por la salud.

Quizás la visibilidad que el drama de Afganistán les ha dado a las políticas migratorias de Estados Unidos ayude a comenzar una conversación sincera e inteligente acerca de que debemos hacer para asegurarnos una futura sociedad más justa y equitativa.

Hasta mediados del siglo XIX en este país era legal la esclavitud. Los esclavos afroamericanos tenían prohibido salir de la plantación o casa donde trabajaban sin el permiso de su dueño, no podían ser parte o testigos en un juicio, casarse legalmente, aprender a leer o escribir, o que los tratara un médico blanco.

Comparemos estas restricciones a las libertades individuales que han sufrido los esclavos de color en este país en el pasado, con las limitaciones a los derechos humanos de los millones de inmigrantes latinos sin documentos que viven hoy en Estados Unidos.

En el presente, los inmigrantes indocumentados no pueden alquilar o manejar un carro (y, por lo tanto, no pueden moverse libremente por este país), o acceder a los beneficios de salud, educación, jubilación, y tantas otras prerrogativas que le corresponden por, en la mayoría de los casos, haber trabajado honestamente en Estados Unidos por muchos años.

En otras palabras, para muchos inmigrantes aquí el mensaje es claro: “Haz tu trabajo, agacha la cabeza, y cierra la boca”. Sé un esclavo o sufre las consecuencias de tu insolente rebeldía.

Los afroamericanos, a través de la lucha por sus derechos, que comenzó con el fin de la Guerra Civil en 1865 con la derrota de los estados del Sur, y siguió hasta el presente con los movimientos por los derechos civiles, liderados por figuras de la sociedad afroamericana como el Dr. Martin Luther King (1929–1968), y el representante John Lewis (1940-2020), consiguieron importantes avances en sus justos reclamos por sus derechos civiles.

Ese es el camino que debe seguir la comunidad latina en su justa lucha por los derechos que les corresponden. Ese es el desafío al que nos enfrentamos en este presente tan conflictivo, con muchos de los sectores de la sociedad estadounidense en abierta hostilidad hacia aquellos que hemos buscado en este país, una nueva oportunidad de vida.

En ese sentido, las horribles imágenes de jóvenes mujeres y niñas agolpadas contra las rejas de la base estadounidense en el aeropuerto de Kabul, gritándole a los soldados que las dejen pasar, deben despertar tristes recuerdos en aquellos inmigrantes que debieron dejar sus países en América Latina por el trauma de la violencia de las dictaduras militares, de las bandas de narcotraficantes, o de la opresión de gobiernos desalmados y corruptos.

Afganistán o México, Myanmar o Honduras, es siempre lo mismo. Debemos luchar por los derechos de los más débiles, y ayudar a aquellos que huyen de la violencia.

Hoy todos somos Afganistán.

Ricardo Preve es un cineasta y fotógrafo argentino residente en Virginia, Estados Unidos. @rickpreve

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