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12 millones de píldoras y 700 muertes: Varias clínicas ayudaron a avivar el infierno de los opiáceos en EE.UU

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Poco después de asumir el cargo de director médico del Centro de Atención de Urgencia y Cirugía en el este de Tennessee en 2012, el Dr. Marc Valley se dio cuenta de que en realidad estaba supervisando a traficantes de drogas ilegales en batas de laboratorio.

Pelotones de pacientes socializaban en el estacionamiento, ninguno aparentemente afectado por lesiones. La abarrotada sala de espera resonaba con chismes sobre cómo y dónde conseguir analgésicos conocidos como opioides.

Valley descubrió que el personal de la clínica apenas investigaba a los pacientes. En algunos casos ni siquiera había un diagnóstico o nivel de dolor, sin embargo, todos los pacientes parecían recibir la misma dosis de potentes opiáceos.

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Le preocupaba que docenas pudieran morir por sobredosis. Se quejó a la gerencia y trató de controlar la negligencia que veía a su alrededor. Pero los operadores lo ignoraron. Su única preocupación, dijo, era el dinero que entraba a raudales.

Renunció después de tres meses, convencido de que dirigía una fábrica de pastillas ilícita, no una clínica legítima.

“Fue muy triste”, recordó Valley, quien ahora tiene 60 años. “Sabía que estaba mal, y me fui. Pero puedo sentir empatía por los que no lo hicieron. Fue tentador, había mucho dinero de por medio”.

Después de su renuncia, la ‘máquina de pastillas’ -ubicado en una oficina al lado de una carretera estatal en Lenoir City, Tennessee, fue allanada por agentes federales en una investigación de tres años de duración sobre clínicas locales.

Las redadas, las escuchas telefónicas y los cargos criminales contra 140 personas proporcionan una radiografía sin precedentes de cómo un puñado de fábricas de pastillas exacerbó la epidemia de opioides de la nación durante un período crítico de su historia.

Para cuando se cerraron en 2015, cuatro clínicas ambulantes habían producido recetas para más de 12 millones de píldoras de opiáceos y habían generado al menos 21 millones de dólares, según los registros de la corte.

Las autoridades federales revisaron los archivos médicos y los registros de defunción, buscando el número de vidas perdidas - de tres de las clínicas en el área de Knoxville y de una predecesora en el sur de Florida.

Se quedaron atónitos al descubrir que más de 700 pacientes habían muerto, sin incluir a los que compraron las píldoras en el mercado negro secundario.

“Un porcentaje significativo de esas muertes, directa o indirectamente”, escribieron los fiscales, “fueron el resultado de sobredosis de narcóticos recetados” por las clínicas.

“La crisis de los opioides no sería tan grave si no fuera por las fábricas de pastillas como éstas”, dijo David Rausch, director de la Oficina de Investigación de Tennessee y ex jefe de policía de Knoxville, cuyos oficiales ayudaron a investigar las clínicas.

“Algunos médicos empezaron a ver que se podía ganar dinero recetando estas pastillas, y olvidaron o ignoraron su responsabilidad de no hacer daño”, agregó. “Literalmente devastaron comunidades. Para entender la crisis, hay que entender el papel que jugaron estas clínicas”.

Al igual que muchas tragedias relacionadas con los analgésicos recetados, ésta comenzó en Florida, durante lo que las autoridades describen como la era del ‘salvaje oeste’ de opiáceos recetados.

A mediados de la década de 1990, Purdue Pharma introdujo un analgésico llamado OxyContin, que facturó como una versión más segura y menos adictiva de la oxicodona, entonces de uso generalizado. Al mismo tiempo, los grupos profesionales alentaron a los médicos a tratar agresivamente el dolor, y se relajaron las restricciones sobre la prescripción de opiáceos.

Las clínicas del dolor surgieron para satisfacer la creciente demanda, y en 2009 el primer Centro de Atención de Urgencia y Cirugía abrió sus puertas en Hollywood, Florida, a unas 20 millas al norte de Miami. Los registros de la corte muestran que era propiedad y estaba operada por tres residentes del sur de Florida, Benjamín Rodríguez, de 44 años, y dos hombres con ciudadanía estadounidense e italiana: Luca P. Sartini, de 59 años, y Luigi Palma, de 53.

La clínica, ubicada en un edificio flanqueado por palmeras, se llenaba de cientos de pacientes cada mes. Cobraba alrededor de $300 por cita y no tomaba seguro médico, de acuerdo a los registros de la corte. Su dispensario cobraba $700 para surtir una receta típica.

La clínica se enriqueció con dinero en efectivo a medida que se corrió la voz de que estaban distribuyendo analgésicos.

Los pacientes llegaron en autos y camionetas desde la costa este. Muchos fueron dirigidos por un “patrocinador”, un traficante de drogas que pagó por el viaje, la visita a la clínica y las recetas a cambio de la mitad de las píldoras del paciente.

Fue un intercambio lucrativo. Los patrocinadores típicamente obtenían una ganancia mensual de $4.000 por paciente, según los registros de la corte.

Pocos de los pacientes necesitaban analgésicos para lesiones o enfermedades, y muchos se relajaban antes con las pastillas, incluso en el estacionamiento, creando lo que los agentes federales describieron como un “ambiente de fiesta”.

Pero la fiesta llegó a su fin después de que las empresas locales y los miembros de la comunidad se quejaran ante las autoridades.

La Administración Federal de Control de Drogas envió investigadores encubiertos en 2010, quienes aseguraron que se podían obtener pastillas con toda facilidad. Uno incluso consiguió una receta después de fanfarronear que tenía la intención de vender las píldoras en la calle.

La DEA allanó la oficina en diciembre. Para entonces, los fiscales afirman que Sartini, Palma y Rodríguez ya estaban planeando su próximo movimiento. Las autoridades se estaban acercando y Florida estaba promulgando reglamentos que harían más difícil sacar provecho del ‘falso’ dolor.

Tuvieron pocos problemas para encontrar un nuevo lugar. Los registros de los pacientes y las placas de matrícula en su estacionamiento los ubicaron 860 millas al norte de Tennessee.

En lugar de obligar a los pacientes a conducir durante horas a sus clínicas, llevaban las pastillas hasta los adictos.

En enero de 2011 abrieron una tienda en Knoxville, una zona caliente de adicción a los opiáceos y una encrucijada de las principales autopistas, incluyendo la Interestatal 75. Los adictos llamaban a la I-75 el “Oxy Express” porque era la ruta que tomaban para ir a las clínicas de dolor en Florida.

Los propietarios instalaron a Sylvia Hofstetter, que había ayudado a supervisar la clínica de Hollywood, para que dirigiera Comprehensive Healthcare Systems en el segundo piso de un edificio de oficinas suburbano y monótono.

Hofstetter, a pesar de ser una abuela cariñosa, era una jefe dura y exigente. Su foto policial muestra a una mujer con el pelo negro encrespado, cejas arqueadas y una nariz y pómulos afilados.

Hofstetter empujó a su personal a aumentar el número de pacientes y a emitir un sin número de recetas, alegan los fiscales.

El asistente de un médico, escribió que estaba “tan inundado de pacientes que rara vez abandonaba las salas de examen” y temía ser despedido “si no escribía libremente recetas de opiáceos para tantos como fuera posible”.

La clínica atrajo a pacientes de otros estados, como Florida, tratando de 200 a 250 pacientes por semana. Rápidamente se volvió “inimaginablemente rentable”, unos 240.000 dólares al mes, escribió un agente del FBI.

Una vez más, la avalancha de pacientes preocupó a los negocios vecinos y se quejaron al propietario. La oficina se vio obligada a cerrar en agosto de 2013.

Para entonces, los floridanos tenían un plan de respaldo. Trasladaron a sus pacientes a una clínica que habían abierto dos años antes en Lenoir City, Tennessee, una tranquila ciudad frente al río a unas 28 millas al suroeste de Knoxville.

Hofstetter y los dueños no lo sabían, pero la clínica en Knoxville ya estaba llamando la atención federal. El FBI había iniciado una investigación, y los agentes encubiertos y la policía se hicieron pasar por pacientes para conseguir píldoras.

No tuvieron que esforzarse mucho. Se les hicieron pocas preguntas y los exámenes fueron superficiales. Los miembros del personal apenas miraban los informes de imágenes tridimensionales e ignoraban las pruebas de detección que sugerían abuso de drogas.

Durante un examen, según una declaración jurada, un agente encubierto preguntó por qué una enfermera practicante estaba inspeccionando sus brazos. Estaba buscando marcas de agujas, contestó.

“Tenemos mucha gente que se inyecta sus medicamentos”, explicó, un reconocimiento aparente de que los pacientes estaban usando mal los opiáceos.

Hofstetter pronto se sintió frustrada por no compartir las ganancias, afirman los fiscales, y en secreto lanzó una clínica de dolor separada en Knoxville con un hombre de negocios local.

En su punto álgido a mediados de 2014, la fábrica de pastillas rival de Hofstetter trató a 1.000 pacientes y ganaba 362.000 dólares al mes, según muestran los documentos de la corte. Las ganancias fueron tan grandes que varios de sus empleados pronto renunciaron para comenzar sus propias clínicas.

Las autoridades federales allanaron y cerraron las tres clínicas en marzo de 2015. Ese año, más de 1.000 personas murieron por sobredosis de opiáceos recetados y otros opioides, incluida la heroína, en Tennessee.

Desde entonces, los funcionarios estatales y federales han promulgado pautas y reglamentos más estrictos que han ayudado a reducir el número de ‘máquinas de hacer pastillas’. También han empujado a los médicos a recetar opiáceos adictivos con más cuidado. A nivel nacional, las prescripciones de analgésicos han caído un 25% desde su punto máximo en 2012.

Pero no puso fin a los estragos de la crisis de los opiáceos. Incapaz de obtener fácilmente OxyContin, los adictos a las píldoras pasaron a la heroína y a potentes opiáceos sintéticos como el fentanilo.

En 2017, según los datos federales más recientes, más de 47.600 personas murieron por sobredosis de opiáceos, un aumento del 133% desde que se abrió el primer Centro de Atención de Urgencia y Cirugía en Florida hace una década.

Knoxville sigue encabezando el legado mortal de las fábricas de píldoras.

La mayoría de las 140 personas acusadas en la investigación se declararon culpables de delitos federales. Hofstetter será juzgada en octubre. Su abogado no respondió a las llamadas o correos electrónicos que buscaban comentarios. Se espera que Rodríguez, el copropietario, se declare culpable en un acuerdo con los fiscales, según su abogado.

Sartini y Palma huyeron a Italia para evitar ser arrestados, dicen los fiscales, y están luchando contra la extradición. Sus abogados no pudieron ser contactados para hacer comentarios o no respondieron a los correos electrónicos. Una portavoz de la oficina del fiscal federal del Distrito Este de Tennessee se negó a hacer comentarios.

El aluvión de enjuiciamientos sin embargo, ha traído poco consuelo a los familiares de las víctimas de sobredosis.

Justin Sliger, de 33 años y adicto a las drogas, murió el Día de San Valentín de 2014 en su habitación de motel, junto a sus dos hijos dormidos.

No fue la primera tragedia de este tipo en la familia - la madre de Sliger y su madrastra habían muerto por sobredosis de analgésicos.

Sliger había comenzado a visitar la clínica Breakaway de Hofstetter en Knoxville “para ganar algo de dinero para la familia”, dijo su padre.

El padre de Sliger no entiende por qué un médico le prescribía opiáceos a su hijo. No estaba enfermo ni herido y traficaba con pastillas, pero consiguió recetas de todos modos, con demasiada facilidad.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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