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Para las víctimas del Golden State Killer, el horror no tuvo fin

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Cuatro décadas fueron necesarias para atrapar al presunto ‘Asesino del Estado Dorado’ o Golden State Killer.

En aquel momento, quienes sobrevivieron a sus ataques -y los dolientes seres queridos de quienes no lo lograron- intentaron seguir adelante.

Algunos se expusieron como detectives; buscaron pistas que pudieran ayudar a capturar al sospechoso de violar a 46 mujeres y asesinar a 12 personas, en un caos sembrado por toda California.

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Otros buscaron consuelo en Dios y fueron a terapia. Instalaban alarmas y cámaras en sus casas, y no se atrevían a dejar una puerta abierta.

A Jennifer Carole, de Santa Cruz, y sus hermanos, les gustaba pensar que el asesino de su padre y su madrastra estaba muerto. Era la única forma de justificar su evasión.

“Lo he compartimentado”, afirmó.

En abril, cuando se conoció el arresto del presunto asesino serial, los sobrevivientes y sus familias experimentaron una avalancha de emociones. Especialmente, después de tantos años, sintieron alivio.

Margaret Wardlow tenía 13 años cuando un hombre se metió en su cama, una noche de invierno, y la ató.

Primero, la chica pensó que se trataba de un vecino y que todo era una broma. Momentos después, Wardlow se dio cuenta de que no era un conocido; era más bien alguien de quien había leído en las noticias: el Violador del Área Este (East Area Rapist).

Llevaba un pasamontañas, jeans oscuros y botas. Cuando hablaba, ocultaba su voz con un susurro áspero:

“¿Quieres morir? ¿Quieres que mate a tu madre?”.

“No me importa”, le respondió Wardlow.

La adolescente sabía que el Violador del Área Este no había matado a ninguna de sus víctimas. Eso la ayudó a mantener la calma.

“Te van a violar, pero vas a salir de esto”, pensó. “Vas a estar bien”.

Esa noche, de principio a fin, se desarrolló como una obra oscura, algo que el Golden State Killer había ensayado muchas veces.

El delincuente se dirigió a la casa de la familia, en Sacramento, una noche de 1977. Abrió la cerradura de la puerta corrediza de vidrio y ató a la madre de Wardlow, Dolores McKeown.

Luego fue por Wardlow; la ató con sus propios cordones de los zapatos y la violó.

Pasó una hora y media en la casa, entrando y saliendo de su habitación. Cuando la niña se estremecía de frío, él la cubría con una manta.

En algún momento, la chica lo escuchó dirigirse a la cocina para tomar un montón de platos. Luego fue hacia la habitación de su madre y los apiló sobre su espalda. Si los platos sonaban, le dijo a McKeown, las mataría a las dos.

Después encendió el extractor de la estufa y el grifo de la cocina. De esta manera, sus víctimas no sabrían cuándo se había ido.

Décadas más tarde, Wardlow, de 54 años, vio la repetición de esa noche en una recreación televisiva sobre el violador y sus víctimas. El programa mostraba a quien encarnaba al atacante, caminando de un cuarto a otro en una casa configurada para parecerse exactamente a la suya.

Ella miró la emisión una y otra vez, con creciente malestar. Todo lo que quería era seguir adelante.

Pero las violaciones continuaron durante las décadas de 1970 y 1980. Todos en la escuela sabían que ella había sido una víctima. Algunos niños la acosaban, llamándola “Eastside”.

Ahora, Wardlow tiene una hija y vive en San Diego, junto con su esposo.

Su madre tiene 97 años, y su mente está nublada por la demencia. Ella la visitó recientemente y le contó sobre el arresto. Lo repitió muchas veces, dijo, con la esperanza de que su madre comprendiera.

Durante tanto tiempo, McKeown agonizó al saber que no había podido salvar a su hija… Pero Wardlow siempre le aseguró que estaba bien. “Lo que él me hizo, no definió quién yo soy”, asegura.

Durante más de dos décadas, Michelle Cruz White durmió con las luces encendidas. Cerraba la puerta de su habitación y colocaba su tocador contra las ventanas.

De esa forma, el asesino en serie que había violado y asesinado a su hermana de 18 años, Janelle Cruz, en Irvine, no podría ir tras ella.

Las hermanas eran mejores amigas; habían nacido con un año y cinco días de diferencia. Celebraban sus cumpleaños juntas y abrían los regalos de Navidad una al lado de la otra.

“Cuando ella murió, perdí mi identidad”, aseguró Cruz White, quien ahora vive en Georgia. “Tuve que comprender quién era cuando ella partió”.

En 2009, encontró un sitio en línea que la ayudó a seguir adelante. Era un tablero de mensajes dedicado al Golden State Killer. El foro estaba plagado de docenas de detectives aficionados, todos en busca de pistas que pudieran conducir a su captura.

Pronto, Cruz White, de 49 años, se convirtió en uno de ellos.

“Tenemos que resolver el caso”, recuerda haber pensado.

Cuando la gente en el foro se enteró de que Cruz White era pariente de una de las víctimas del asesino en serie, comenzaron a enviarle pistas.

Extraños le enviaron docenas de datos sobre hombres sospechosos de sus propias vidas: compañeros de habitación y antiguos amigos.

Un hombre le confesó que solía irrumpir en casas junto con un ladrón que admitía haber estado en el hogar de dos de las víctimas.

Cruz White tomaba cada pista; también perseguía las propias, como el joven que había intentado venderle a su hermana un gatito cerca de la piscina del vecindario, el día anterior a su muerte.

Durante seis años, Cruz White buscó a ese “hombre del gatito”. Lo rastreó investigando a una mujer con la que él salía. Su nombre era Amber, y trabajaba en Coco’s Bakery en la década de 1980. “Eso fue agotador”, reconoció. “Envié un correo electrónico a muchos Amber”.

Con el tiempo, aprendió a hacer verificaciones de antecedentes, crear cronogramas y rastrear en internet para obtener los detalles más nimios. Así, Cruz White investigó a casi 100 hombres en nueve años. “No quería morir sin saber quién asesinó a Janelle”, aseguró.

Se obsesionó tanto por encontrar al homicida de su hermana, que su trabajo de detective no cesaba ni en Navidad ni durante la Pascua.

Finalmente, obtuvo un título en justicia penal (hoy trabaja en el área de seguridad para una gran empresa, donde observa cámaras de vigilancia en busca de posibles ladrones).

La caza se cobró un precio. Su familia se preocupaba por su seguridad. Sus cuatro hijos, ahora de 12 a 22 años, apenas pasaban tiempo con ella.

“No tuvieron una madre, básicamente”, reconoció. “Renuncié a muchas cosas... Tenía que hacerlo, debí hacerlo”.

Cuando comenzaron a circular los rumores de que el asesino había sido arrestado, Cruz White envió un mensaje a un investigador de inmediato.

“¿Es cierto que hay buenas noticias?”, le preguntó.

“Sí”, respondió el investigador por correo electrónico.

Cruz White inclinó la cabeza y enterró su cara en sus manos. Así, lloró durante horas.

Las noches siguientes, prácticamente no pudo dormir; estaba demasiado emocionada, demasiado ocupada atendiendo llamadas de viejos amigos y familiares.

Ahora, ya no siente la necesidad de cerrar con llave la puerta de su habitación. “Ya no debo preocuparme por este tipo”, manifestó. “Cuando salgo, sé que él no está allí”.

Incluso después de que el padre y la madrastra de Jennifer Carole fueran brutalmente asesinados, en 1980, ella y sus hermanos menores hicieron exactamente lo que su padre les había enseñado: fueron a la escuela, luego a la universidad y siguieron adelante.

“En nuestra familia, haces lo que se supone que debes hacer”, aseguró Carole, ahora de 56 años.

Durante dos décadas, todos asumieron que el hombre que había golpeado con un tronco a Lyman y Charlene Smith hasta causarles la muerte había sido un socio comercial, o un acosador obsesionado con Charlene.

Más tarde, se enteraron de que sus padres habían sido asesinados por un delincuente serial que aún andaba suelto.

Smith era un destacado abogado, conocido en Ventura por su ocupada agenda y sus aspiraciones políticas. Charlene había sido su secretaria.

El aspirante a juez les enseñó a sus hijos a tener una mentalidad cívica, a dar el ejemplo, relató Carole. Ella todavía puede imaginarlo en el sofá, con un trago Harvey Wallbanger en la mano, leyendo la edición vespertina del Ventura County Star.

Su hermano Gary fue a cortar el césped a la casa de su padre, un domingo por la mañana, y encontró los cuerpos. Tenía por entonces 12 años.

Después de los asesinatos, la madre de Carole se ocupó diligentemente de los asuntos de su exmarido. Eso incluyó sus propiedades y las de su esposa, la mujer por la cual él la había dejado.

“La fuerza de mi madre fue realmente clave”, aseguró Carole. “Ella no se atemorizó, no se derrumbó”.

Cuando se enteraron acerca del Golden State Killer, vivieron con miedo por un tiempo. Luego, como de costumbre, siguieron adelante.

Carole consultaba regularmente a la policía por actualizaciones sobre el caso. Cada vez que el tema salía en las noticias, tenía sueños vívidos sobre su padre y Charlene. En ellos, ambos están vivos, solo que no puede precisar dónde están. “Es como si hubieran estado bien todo este tiempo, y yo simplemente no sé dónde están viviendo”, relató.

Carole intenta asegurarse de que lo ocurrido no defina su vida, o la de sus hermanos. “Todavía tenemos problemas con la idea de ser víctimas”, aseveró.

Durante años, la familia imaginó que el asesino había muerto. En abril, descubrieron que vive y los investigadores afirman que su nombre es Joseph James DeAngelo Jr.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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