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Germán Kral celebra el tango y recrea la crisis argentina del 2001 en su esperanzadora ‘Adiós Buenos Aires’

Una escena de la película “Adiós Buenos Aires”, que se exhibe ya en salas de Los Ángeles.
(Outsider Pictures)
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Tras su lanzamiento en Nueva York, llega este fin de semana a Los Ángeles (más precisamente, al Laemmle Royal) “Adiós Buenos Aires”, un drama con fuertes pinceladas cómicas que tiene como protagonista a un músico de tango cuya decisión de dejar el país sudamericano en el que ha pasado toda su vida se complica por razones sentimentales.

Pero no hay que echarle toda la culpa al corazón, porque, en la misma cinta, el personaje principal ve también sus planes alterados debido a un suceso real que se originó a fines del 2001, es decir, la época en la que se desarrolla la historia: el estallido de una crisis financiera y social que provocó muertes, levantamientos y saqueos en las calles argentinas.

El director y coguionista del filme es Germán Kral, un porteño que vive desde 1991 en Múnich. Esta ciudad alemana lo atrajo desde su juventud por haber sido sede de la escuela de cine donde estudió su ídolo Win Wenders, con quien tuvo después la oportunidad de trabajar. Pese a que “Adiós Buenos Aires” es su primer largometraje de ficción, el experimentado Kral ha realizado numerosos documentales, ha hecho varios cortometrajes y ha recibido numerosos reconocimientos por su obra.

En la entrevista con Los Angeles Times que puedes ver también aquí en su versión de video, pero que transcribimos abajo en una versión editada y condensada, el cineasta habla de lo que lo llevó a crear este proyecto, de su nostalgia por la tierra abandonada, de los desafíos que enfrentó durante el rodaje y de la situación actual de su país de origen.

Germán, te está yendo muy bien en Europa, pero se nota que extrañas tu lugar de origen. Esta no es la primera película que haces sobre Argentina.

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Las historias que me conmueven, que tengo ganas de contar y que tengo la habilidad de hacer se relacionan fundamentalmente con la Argentina. Hay una cineasta argentina de origen judío-aleman, Jeanine Meerapfel, que vive hace muchos años en Berlín. Una vez, cuando yo llevaba ya 15 años en Alemania, le dije: “¿Sabés que, después de todo este tiempo, todas las películas que me salen tienen que ver con la Argentina?” Y ella me dijo: “Germán, yo hace 40 que vivo acá, y me pasa lo mismo”.

Siento que una parte mía nunca dejó Buenos Aires. Y de hecho, en el primer cortometraje que filmé, aparecía en un momento una foto de [Jorge Luis] Borges. Mi segundo mediometraje, que hice durante la escuela de cine, lo filmé en la Argentina. Mi película de tesis, que se llamaba “Imágenes de la ausencia”, era sobre mis padres.

Bueno, dicen que la distancia te permite ver mejor el panorama, ¿no?

Yo no sé si será de mejor o de peor modo, pero de otro modo, sí. “Adiós Buenos Aires” es sin duda una película que ningún argentino que vive ahí podría haber hecho, porque hubiese tenido otra mirada ante la situación, otro sentido del humor y otra manera de relacionarse con la historia.

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La Argentina de la película es la Argentina del 2001, afectada por una crisis monumental. El protagonista está pensando en irse a otro país, como muchos otros. Lo curioso es que la misma cinta muestra en todo su esplendor esa problemática social, pero también lo bonita que es la tradición y estar con la gente que uno quiere. Eso la separa inmediatamente de tu propia experiencia, porque tú partiste por otros motivos.

Digamos que la Argentina ha estado en crisis desde 1930, desde el primer golpe militar. Pero en los ‘90, cuando me fui, el presidente era [Carlos] Menem, a quien en realidad uno no debe nombrar, porque trae mala suerte.

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Y con él, hubo una especie de paraíso artificial para la economía.

Un paraíso para algunos, pero para otros no. Fue un gobierno muy corrupto. Los que vinieron después también lo fueron, claro. Pero ese gobierno mantuvo el dólar al mismo precio que el peso, de manera artificial, y eso duró como una década, hasta los dos primeros años del gobierno que siguió, el de [Fernando] de la Rúa, cuando ya no se pudo mantener la paridad. Hacia el final del mismo gobierno, anunciaron un día por televisión que nadie iba a poder sacar sus ahorros del banco.

Pero tú no te fuiste por razones económicas.

No; yo me fui a estudiar cine. Me gustaba mucho leer a Borges, y Borges leía alemán, inglés y francés. Tenía un gran interés por los idiomas extranjeros. Empecé a leer a algunos autores y a ver mucho cine de Win Wenders, de [Rainer] Fassbinder y de Fritz Lang. Estaba fascinado con esa cultura.

A diferencia de lo que pasó contigo, el protagonista del nuevo filme trata de irse por esta crisis y lo acusan prácticamente de traidor. ¿Por qué decidiste crear un personaje así?

Esta película, concretamente, nació de un documental que empecé a hacer en 1999, y que era sobre un bar de tango que estaba en las afueras de la capital, en un barrio llamado Nueva Pompeya. Estuve varios años con la gente del lugar, hasta que terminé el trabajo, en el 2009. Ahí encontré a unos personajes increíbles que se transformaron de algún modo en los de “Adiós Buenos Aires”.

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El director en el set.
El director en el set.
(Outsider Pictures.)

He leído que no creciste escuchando tango, pero que al llegar a Alemania te obsesionaste con él, porque, más allá de lo que ya has dicho, tienes un cortometraje que se llama “Tango Berlín” y una película titulada “Un tango más”.

Cualquier persona que nació y creció en Buenos Aires escuchaba tango, porque el tango estaba presente en todos lados. Lo que pasa es que no era la música mía; era la música de mis padres, de mis tíos y de mis abuelos. Yo escuchaba rock nacional. Charly [García], Serú Girán, Soda Stereo.

Pero poco después de llegar a Alemania, me fui a buscar un amigo al aeropuerto, y ese amigo tenía un casete de [el legendario cantante de tango Roberto] Goyeneche. En ese casete, había un tango hermosísimo que se llama “Naranjo en flor”, cuyo estribillo dice: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamiento”.

Y ahí te diste cuenta del impresionante contenido lírico que tenía el tango.

Claro. Me dije: “Esto en realidad es una poesía zen”. Entré con Goyeneche, y me fui después a [Astor] Piazzolla. Luego me dije: “Si quiero hacer esa película, tengo que empezar a bailar tango”. Comencé a ir a las milongas, que también existen en Alemania. De hecho, Berlín es la ciudad donde más tango se baila en el mundo después de Buenos Aires.

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Diego Cremonesi y Marina Bellati en otro momento de la cinta.
(OUTSIDER PICTURES)

¿Aprendiste a bailarlo bien?

No. Hice “Un tango más”, una película con María Nieves y Juan Carlos Copes, que eran una de las parejas de bailarines de tango más reconocidas. En medio de eso, acompañé a María a una milonga, porque ella quería hacer una investigación; y en cierto momento, me quedé bailando en una esquinita. María se me acercó después y me dijo: “Germán, bailás como el culo” [risas].

Qué sincera.

Sí, divina.

En “Adiós Buenos Aires”, el protagonista, Julio Färber, que es interpretado por Diego Cremonesi, es un virtuoso del bandoneón. Sé que empleaste a un instrumentista profesional para grabar sus partes en un estudio, pero en la pantalla, parece que el mismo actor estuviera tocando.

Los actores son todos actores, incluyendo al nuevo cantante del grupo [Ricardo Tortorella, interpretado por Mario Alarcón]. Lo que hicimos fue pre producir la música, pero los actores, sobre todo Diego, se pasaron meses estudiando los instrumentos que les correspondían. Rafael Spregelburd, que interpreta a Tito, el contrabajista, sigue tocando hasta el día de hoy. Para mí, era muy importante que no se rompiera la credibilidad.

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Además, tuvieron muchísimo tiempo para ensayar, porque la pandemia nos paró durante 11 meses, cuando llevábamos solo dos semanas de rodaje. Fue terrible, porque no sabíamos si íbamos a poder seguir o si íbamos a perder todo el dinero que se había invertido.

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Es interesante la selección de canciones que hiciste. Como todo folklore tradicional, el tango tiene rasgos machistas y anticuados, pero las que empleaste son muy propositivas. En especial “Cambalache”, que se compuso hace 90 años y llega a ser profética en su descripción del estado del mundo.

Es increíble. Después de tanto tiempo, sigue siendo tan actual como entonces. Eso te demuestra la profundidad de la mirada de [su autor Enrique Santos] Discépolo y la tragedia de la realidad argentina, donde todos siguen revolcados en el mismo lodo.

Pese a la dureza de la situación que presenta, la película tiene un tono optimista, cargado incluso de sentimentalismo. No querías ofrecer una propuesta que fuera depresiva y dura.

Yo empecé a hacer cine debido al amor que sentía por las películas de Wenders y de [Andrei] Tarkovsky, por la profundidad que tenían y por la belleza que me inspiraban. Con los años, aprendí también a apreciar otro cine. En este momento, me encantan las películas de Alexander Payne, que mezclan lo trágico y lo cómico. O las de [Juan José] Campanella. Esas películas que por un lado te conmueven y por el otro hacen que te rías. Es algo muy difícil de lograr.

Argentina tiene un nuevo presidente y hay muchas opiniones contrastadas sobre lo que está haciendo. Desde aquí, hay la impresión de que está tomando medidas que afectan negativamente al mundo de la cultura y, específicamente, al del cine.

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[Javier] Milei no me gusta. No me gustan sus modos, no me gusta la manera que tiene de encarar las cosas. Pero la Argentina está en una línea constante de decadencia desde los ‘90, y no solo económica, sino también de valores. La pobreza en este momento es del 50%. El 50% de los chicos que empiezan estudios secundarios no los terminan. Había que hacer algo; no se podía seguir por ese camino. Y parece que la gente confió en este hombre para hacerlo.

El tango ocupa un lugar importante en este trabajo.
(Outsider Pictures)

Hay que cambiar cosas que claramente no están funcionando. A mí no me gusta que el INCAA [Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales] no esté funcionando, y no solo no me gusta, sino que me perjudica. Pero había que reformarlo, aunque hay que hacer una distinción, porque reformarlo no es cerrarlo, sino ajustarlo, mejorarlo.

Sea como sea, la democracia está funcionando, porque en ella no se puede hacer todo lo que [los gobernantes] quieren. No han podido destruir todo, como dicen por ahí que quieren hacer. Los controles funcionan hasta cierto punto, y a mí me parece que hay que dejarlo gobernar dentro de las reglas democráticas.

Quizás esto sea el comienzo para que venga después otra persona, de esas que me gustan más. Un poco más razonable, un poco más republicana, un poco menos populista, ya sea de izquierda o de derecha.

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