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Ciudad de Laos Patrimonio de la Humanidad pierde su esencia

Un hombre cruza en un bote el río Mekong en Luang Prabang, Laos. Este sitio encantador fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO hace un par de años y desde entonces se debate entre la explotación comercial de sus atractivos y la preservación de su herencia cultural. (AP Photo/Jacquelyn Martin, File)

Un hombre cruza en un bote el río Mekong en Luang Prabang, Laos. Este sitio encantador fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO hace un par de años y desde entonces se debate entre la explotación comercial de sus atractivos y la preservación de su herencia cultural. (AP Photo/Jacquelyn Martin, File)

(Jacquelyn Martin / AP)
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La describen como la ciudad antigua mejor preservada del sudeste asiático, un refugio real del mundo moderno incrustado en un remoto valle de Laos. Luang Prabang cautiva al visitante con sus residencias estilo colonial francés y sus templos budistas rodeados por una atmósfera lánguida.

La mayoría de la gente de la zona, sin embargo, ya no vive allí. Comenzaron a irse de esta especie de Shangri-La luego de que la ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995 y vendió su alma al turismo.

Es un fenómeno bastante común entre los 1.031 lugares a los que la UNESCO les reconoce un “sobresaliente valor universal”. Cuando un sitio recibe ese reconocimiento, se genera un turismo masivo, los residentes tienen que mudarse a otros lugares porque los precios suben y para aprovechar sus propiedades comercialmente, y el lugar cae víctima de una comercialización desenfrenada y pierde su esencia. Mucha gente, de todos modos, prospera y comunidades vecinas a menudo se revigorizan.

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“Si abres la puerta, entrará aire fresco, pero también los mosquitos”, comenta el príncipe Nithakhong Tiaoksomansnith, quien promueve iniciativas para preservar la herencia artística de Luang Prabang.

Desde que la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad, los residentes de siempre fueron reemplazados por gente pudiente de Laos, un creciente flujo turístico y numerosos expatriados, sobre todo de Francia, Australia y Estados Unidos.

La rica herencia arquitectónica de Luang Prabang está protegida por las regulaciones de la UNESCO y no ha corrido la misma suerte que tantos otros sitios históricos de Asia que han sido destruidos. Pero prácticamente todas las viviendas y pequeños comercios del centro histórico han sido transformados en albergues, restaurantes, cafés o agencias de viaje. La antigua prisión es hoy un hotel de lujo y el Centro Cultural Francés dio paso a un salón de masajes.

Las escenas de la vida diaria han perdido el encanto de antes porque los residentes han vendido o alquilado sus propiedades y se han mudado a localidades vecinas. Un pequeño lote que hace tres años costaba 8.000 dólares hoy genera 120.000 dólares. “Salvamos muchos edificios de Luang Prabang, pero la ciudad perdió su alma”, se lamentó Francis Engelmann, quien reside aquí desde hace tiempo y es un exconsultor de la UNESCO.

El programa de la UNESCO recibe críticas similares en todos lados, aunque también se le reconoce haber rescatado irremplazables tesoros naturales y hechos por el hombre en 163 países desde que comenzó a funcionar en 1972.

Marco d’Eramo, un italiano que escribe sobre desarrollo urbano, sostiene que cada vez que una ciudad es designada patrimonio de la humanidad, “empieza a morir, se transforma en materia de taxidermia. Es un mausoleo con gente que vive en los alrededores”.

Dallen Timothy, experto en turismo con fines culturales de la Universidad de Arizona, afirma que gente de afuera se apropia de la herencia indígena, “que ya no queda en manos de los pueblos originarios”. “Es una puja entre los poderosos y los que no tienen poder”, expresó.

La directora del Programa del Patrimonio Universal de la UNESCO Mechtild Rossler admitió que hay una muy tenue línea divisoria “entre los beneficios que deben ser compartidos con la comunidad local y los derechos de los visitantes”.

Hay quienes dicen que sitios como las pirámides egipcias, el Gran Cañón del Colorado y Stonenhenge atraerán multitudes estén o no entre los lugares declarados patrimonio de la humanidad, que el turismo masivo es un fenómeno del siglo XXI. Pero no hay dudas de que, sobre todo en los países en desarrollo, abundan los lugares poco frecuentados que cambian radicalmente cuando reciben esa categoría.

Luang Prabang era una ciudad de 50.000 habitantes con muy poco turismo y de la noche a la mañana pasó a ser un centro turístico importante. En el 2014 recibió 530.000 visitantes y se pronostica que ese flujo turístico seguirá aumentando. Rossler dice que el turismo en las fábricas de seda de Tomioka, Japón, aumentó un 400% desde que pasó a integrar la lista de la UNESCO hace dos años.

Los gobiernos ven con buenos ojos los beneficios económicos que genera la designación como patrimonio de la humanidad.

“Los países emergentes nos bombardean con postulaciones, sobre todo de la China y la India, junto con países europeos, que siempre han mostrado interés”, expresó Rossler. “Su impacto económico es tremendo, incluso en Europa”.

Hay sitios que son incorporados a la lista cuando todavía no están preparados para acomodar un turismo masivo. Eso fue lo que sucedió en Luang Prabang, según el príncipe local, quien dijo que un extranjero quería que arreglase un cócktail en un templo en una colina para ver el atardecer y otros le colocan las cámaras en la cara a los monjes cuando salen a la calle para sus rondas diarias pidiendo limosna.

“Esta es una procesión religiosa, no Disneylandia”, declaró el príncipe.

En la actualidad hay 48 sitios en la lista de la UNESCO de lugares que peligran por los arrebatos del hombre y la naturaleza.

La agencia tiene pocas facultades para asegurar la preservación de los sitios que declara patrimonio de la humanidad.

Rossler sostiene que no tiene los fondos ni los recursos necesarios, y afirma que son los gobiernos los que deberían proteger estos lugares.

El tema de la herencia cultural es complejo. A menudo los sitios que son declarados patrimonio de la humanidad ven con buenos ojos los beneficios económicos pero resienten las restricciones que impone la UNESCO y no comparten la nostalgia de Occidente por el pasado, prefiriendo en cambio las casas nuevas en los suburbios.

Al mismo tiempo, no obstante, “dicen que han perdido el sentido de pertenencia a una comunidad, a un monasterio, con sus ceremonias; extrañan el orgullo que sentían por su viejo barrio”, aseguró el exconsultor Engleman. “No es fácil hacer que alguien se sienta parte de una comunidad real”.

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