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Las elecciones en Argentina plantean dudas sobre la apuesta de Trump por los líderes de derecha en la región

El mandatario de Argentina, Mauricio Macri, con el presidente Trump, en 2018.
(Ricardo Ceppi / Getty Images)

El cambio de política complicará la prioridad principal de la administración en la región: derrocar al presidente venezolano Nicolás Maduro

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La Casa Blanca se prepara para la probable derrota electoral del gobierno conservador argentino, pro-estadounidense, un nuevo ejemplo de cómo los cambios en la política latinoamericana están complicando la agenda del presidente Trump en la región, incluida la expulsión del mandatario izquierdista de Venezuela, Nicolás Maduro, y poner un alto en la oleada de refugiados que llegan a Estados Unidos.

Esa baja de socios para Trump deriva de su preferencia y dependencia de los líderes de derecha en América Latina, mientras estos caen cada vez más en desgracia con los votantes, en medio de investigaciones de corrupción y el resurgimiento de la violencia guerrillera.

La crisis inminente más inmediata está aquí, en Argentina. El presidente Mauricio Macri, que ha tenido vínculos comerciales con los Trump durante décadas, enfrenta una batalla cuesta arriba por su reelección en las votaciones del próximo mes. Ya terminó 14 puntos detrás de su principal retador, Alberto Fernández, un populista de izquierda, en las primarias del pasado 11 de agosto.

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Macri lideró un gobierno conservador y favorable al mercado, que marcó un claro alejamiento de su predecesora, Cristina Fernández de Kirchner, quien tuvo una relación antagónica con Washington. Ahora Fernández de Kirchner es candidata a la vicepresidencia en la boleta de Alberto Fernández (aunque ambos candidatos comparten el apellido, no tienen relación familiar).

Durante su mandato, Macri se convirtió en un favorito de la administración Trump y de los inversores globales. Argentina recibió el mayor préstamo del Fondo Monetario Internacional de la historia; organizó la cumbre del Grupo de los 20 del año pasado y otras conferencias internacionales de alto nivel, y fue un socio de primera línea en la alianza regional de la administración Trump para reemplazar al gobierno de Maduro con las fuerzas de oposición venezolanas.

Públicamente, los funcionarios de la administración afirman que la probabilidad de una derrota de Macri sigue siendo motivo de especulación. En privado, varios comentan que hay pocas posibilidades de lograr una victoria, y confían en que Fernández elija el pragmatismo por sobre la ideología.

Ante la expectativa de la derrota de Macri, el peso argentino se derrumbó, los capitales están huyendo, la inflación sube y la economía está en caída libre, con un crecimiento anual inferior al 1%.

En este marco de tensiones por venir, en el mismo momento en que la asesora presidencial Ivanka Trump y el subsecretario de Estado John Sullivan llegaron aquí, al norte de Argentina, la semana pasada, y ofrecieron millones de dólares en nuevos préstamos, Fernández estaba en otro sitio, quejándose de la mano dura de Estados Unidos en América Latina y el control que Washington ejerce sobre Argentina. “No es que quiera tener una mala relación con Estados Unidos, sino una relación más madura”, afirmó. Las demandas y condiciones de Estados Unidos, continuó, estaban obstaculizando el crecimiento y la recuperación de su país.

Los funcionarios de la administración están particularmente preocupados de que un gobierno de Fernández reduzca su papel en el Grupo de Lima, una coalición de 14 naciones del hemisferio occidental que trabajan para poner fin pacíficamente a la crisis en Venezuela.

Ya la influencia del grupo se debilitó sustancialmente cuando México -después de la toma de mando, en diciembre pasado, del presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador- renunció a su papel de liderazgo y tomó una posición más pasiva. López Obrador, contrario a su predecesor, se opone a la intervención mexicana en los asuntos internos de otros países.

“Aunque [Fernández] podría llegar a ser relativamente moderado en cuestiones económicas, sin duda dejaría de intervenir en la política de Venezuela”, consideró Benjamín Gedan, quien dirige el proyecto de Argentina en el Wilson Center, un grupo de expertos no partidista con sede en Washington. “Si la oposición argentina ganara, la Casa Blanca perdería un aliado crítico, ya que las autoridades de Buenos Aires darían prioridad al diálogo con Maduro sobre el aislamiento diplomático y las sanciones”.

Perder tanto México como Argentina sería un duro golpe para la Casa Blanca, se explayó Gedan. En su apogeo, el Grupo de Lima representó una rara unidad en la región contra Maduro, aunque eso ya ha disminuido.

La política de Estados Unidos hacia América Latina a través de varias administraciones se ha visto con frecuencia como de indolencia o apoyo selectivo, especialmente a medida que las democracias de la región, que surgieron después de años de dictaduras militares, se desplazaron hacia la izquierda, luego hacia la derecha y nuevamente hacia el otro polo.

El enfoque de Trump agregó ademanes ostentosos: una relación transaccional cuando hay algo por ganar para su administración, y la intimidación directa para impulsar sus pedidos, como la amenaza de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas a EE.UU, o cortar la ayuda extranjera a los países centroamericanos.

El problema para Trump es que muchos de esos gobiernos que, por cualquier razón, han sido de gran apoyo, ahora se encuentran en peligro político. “Una gran parte de estos líderes [de derecha] no han enfocado sus energías lo suficiente en la construcción de coaliciones y el apoyo público para una agenda política conservadora”, explicó Andrés Martínez-Fernández, investigador asociado sénior en América Latina, en un análisis realizado para el American Enterprise Institute, un grupo de expertos conservador en Washington.

Otra complicación para estos mandatarios es el hecho de que Trump es totalmente impopular entre los ciudadanos de esos países.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, un ex legislador de extrema derecha pro-militar, ha sido un gran defensor de Trump, quien a su vez abrazó al líder al cual algunos se refieren como ‘el Trump de los Trópicos’. Bolsonaro prometió ayudar con Venezuela y construir una relación cercana con Washington después de años de liderazgo izquierdista.

Pero con apenas nueve meses de mandato, Bolsonaro indignó a gran parte del mundo por su manejo de los feroces incendios forestales que están devastando las extensas selvas tropicales del Amazonas. En ese marco, rechazó la asistencia extranjera alegando una “soberanía” nacional y puso fin a las protecciones ambientales de la tierra, lo que provocó una devastación desenfrenada, señalaron expertos brasileños.

Iván Duque, presidente de Colombia, es otro líder cuya relación con la administración Trump se ha animado desde que asumió el cargo. Duque es un hombre clave en la lucha contra Maduro. Sullivan e Ivanka Trump, en su viaje por tres naciones de América del Sur, también se detuvieron en Bogotá, donde el líder colombiano los recibió con una lujosa cena en el palacio presidencial. Ambos estadounidenses elogiaron con admiración a Duque.

Pero a la vez, este recibió fuertes críticas de las Naciones Unidas (ONU) y otros por lo que consideraron su ‘sabotaje’ del histórico acuerdo de paz de 2016, que puso fin a décadas de enfrentamientos con la guerrilla de izquierda. Duque, que se opone a partes del acuerdo, ha subfinanciado muchas de las disposiciones para incorporar a los exrebeldes a la sociedad, señalan los críticos, presionando así a algunos para anunciar un regreso al conflicto armado. La semana pasada, Duque anticipó que enfrentaría tal rebelión con “toda su fuerza”.

Para la ONU, la respuesta “feroz” del mandatario colombiano al resurgimiento rebelde tendría “consecuencias muy negativas” en la nación, aún traumatizada por ese conflicto.

Las políticas de Trump hacia América Central han sido especialmente espinosas, formadas en gran medida por su deseo de poner fin a la migración desde la problemática región hacia Estados Unidos.

Sus presidentes más leales son Jimmy Morales, de Guatemala, y Juan Orlando Hernández, de Honduras. Ambos estuvieron entre un puñado de líderes mundiales que votaron alineados con Estados Unidos en la ONU a favor de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. También han dicho que seguirán el ejemplo de Trump y trasladarán sus embajadas de Tel Aviv a la disputada ciudad sagrada.

A cambio, la administración permaneció en silencio mientras Morales desmantelaba efectivamente una agencia anticorrupción de gran prestigio -elogiada en todo el mundo, incluso por los gobiernos estadounidenses anteriores- antes de que pudieran investigarlo.

Hernández fue bien recibido en la Casa Blanca, entre los republicanos en el Congreso y en otros círculos conservadores. Sin embargo, fue mencionado a principios de este año como conspirador en un caso federal, por una vasta y violenta operación de narcotráfico presuntamente dirigida por su hermano, y acusado de usar $1.5 millones de ganancias por la cocaína para financiar su campaña presidencial. Hernández negó los cargos.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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