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La crisis del sida preparó a Anthony Fauci, el médico experto en la trinchera contra la pandemia de coronavirus

El Dr. Anthony Fauci escucha durante una sesión informativa sobre el coronavirus, el 27 de marzo.
(Associated Press)

Algunos temen que el presidente Trump deje de lado al Dr. Fauci, un epidemiólogo y funcionario que ha advertido que entre 100.000 y 200.000 estadounidenses podrían morir por la pandemia de Covid-19.

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Durante décadas, el Dr. Anthony S. Fauci fue conocido como el trabajador más activo en el Edificio 31: el primer científico en llegar al extenso campus de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda, Maryland, por la mañana y el último en partir por la noche.

“Incluso hallaba notas en su parabrisas dejadas por compañeros de trabajo, con frases como: ‘Vete a casa. Me estás haciendo sentir culpable’, contó el presidente George W. Bush en 2008, cuando le otorgó a Fauci, el antiguo director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID, por sus siglas en inglés), la Medalla Presidencial de la Libertad.

En el último mes, el cronograma del experto en enfermedades infecciosas, de 79 años de edad, se volvió aún más agotador mientras trabaja en la respuesta del gobierno a la pandemia de COVID-19: duerme de tres a cinco horas entre supervisar el trabajo de una posible vacuna, las visitas al hospital, asistir a reuniones del grupo de trabajo contra el coronavirus y hablar en conferencias de prensa de la Casa Blanca. El domingo, predijo que Estados Unidos eventualmente podría sufrir de 100.000 a 200.000 muertes por la pandemia.

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“Lo que me preocupa es que luce cansado”, expresó Victoria A. Harden, historiadora médica y ex directora de la Oficina de Historia de los NIH. “Va a quedar exhausto”.

Si bien el franco y directo neoyorquino se ganó la simpatía generalizada por explicar tranquilamente información médica compleja al público, sin exagerar ni subestimar, algunos temen que su voluntad de contradecir los mensajes más inocentes del presidente Trump pueda llevarlo a ser despedido o dejado de lado.

Cada vez que Trump se acerca al atril de la Casa Blanca para informar al público sobre la pandemia de COVID-19 sin Fauci, los espectadores en línea y el cuerpo de prensa de Washington especulan que la administración lo está apartando del tema.

“No me sorprendería si, al final de este proceso, resulta descartado”, reflexionó Peter Staley, un activista contra el SIDA que conoce a Fauci desde hace décadas. “En ese momento, todos estamos jodidos”, agregó. “Él tiene un conjunto de habilidades especiales que se adapta perfectamente a esta crisis. Cuenta con más experiencia en epidemias que probablemente nadie en el planeta”.

Joey Camp, un cocinero de línea de Waffle House, fue la primera persona en Georgia en ser aislada en un sitio de cuarentena especial después de recibir un diagnóstico de coronavirus. Ahora que está fuera, no puede entender el gran problema.

Mar. 27, 2020

Nombrado director del NIAID en 1984, bajo la presidencia de Reagan, el veterano científico e investigador del VIH/sida ha encabezado el enfoque del país para prevenir, diagnosticar y tratar epidemias durante casi cuatro décadas, y ha asesorado a seis presidentes estadounidenses.

Como clínico, Fauci logró avances significativos en la comprensión de cómo el VIH destruye el sistema inmunitario del cuerpo y ayudó a desarrollar estrategias para reforzar las defensas. Más tarde, fue un arquitecto clave del Plan de Emergencia para el Alivio del Sida, del ex presidente George W. Bush, un programa que ahora funciona en más de 50 países y salvó millones de vidas en todo el mundo en desarrollo.

Su último desafío consiste en enfrentar su peor pesadilla: una enfermedad respiratoria que se propaga fácilmente de persona a persona y tiene un alto grado de morbilidad y mortalidad. También significa tratar con un presidente temperamental que, a veces, minimiza la gravedad del virus y se ha burlado de los consejos de expertos en salud pública. Esta semana, Trump expresó su deseo de poner fin a los cierres de negocios antes de Pascua, para impulsar la economía.

En la Casa Blanca, Fauci optó por desviarse del mensaje de Trump cuando es necesario. El momento en que el presidente instó al público a relajarse y dijo que el nuevo coronavirus era “algo sobre lo cual tenemos un control total”, el médico se mostró más sombrío. “En pocas palabras”, dijo, “esto va a empeorar”. Cuando Trump habló de las posibilidades de emplear una droga antipalúdica para combatir el virus, Fauci intervino. “La respuesta es no”, remarcó cuando se le preguntó si había alguna evidencia de que ese medicamento pudiera funcionar.

Consultado la semana pasada sobre cómo había evitado ser apartado, Fauci le dijo a la revista Science que Trump escuchaba, incluso si a veces no estaba de acuerdo.

“Él sigue su propio camino”, afirmó. “Tiene su propio estilo. Pero en asuntos sustanciales, escucha lo que digo”.

El medio le preguntó entonces por qué no había hablado cuando el mandatario afirmaba cuestiones incorrectas. El médico respondió: “No puedo saltar frente al micrófono y empujarlo”.

Aún así, como funcionario que informa al director de los NIH, Fauci tiene más margen de maniobra que los nombrados por la presidencia.

“No es tan fácil deshacerse de él”, consideró Harold E. Varmus, un científico ganador del Premio Nobel, que fue director del NIH y jefe de Fauci en la década de 1990.

Aunque el especialista podría quedar excluido de las sesiones informativas sobre el coronavirus o de las reuniones del grupo de trabajo sólo por capricho del presidente, según los expertos, no es probable que lo despidan o le pidan su renuncia. “En cualquier caso, no creo que estemos ante ese peligro”, reconoció Varmus. “Ha sido abierto en corregir amablemente al mandatario, sin invitar represalias políticas. Él deja en claro que hay una diferencia de opinión, y eso es bueno porque el público necesita escucharlo”.

En medio de la tensión, Trump elogió a Fauci y lo consideró una “gran estrella profesional”. Incluso después de que el médico dio una entrevista crítica a la revista Science, el presidente lo elogió en la sesión informativa de la Casa Blanca del martes por hacer un “gran trabajo”.

Algunos remarcan que los medios aprovechan las diferencias demasiado rápido.

“En cualquier situación evolutiva, si se analiza con mucha atención lo que dicen dos personas en cualquier momento, habrá alguna diferencia”, indicó el Dr. Robert W. Amler, ex médico jefe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). “Es parte de la niebla que se genera en una nueva situación”.

“Obviamente, hay un poco de tensión”, añadió Varmus. “Pero nadie quiere verlo partir del podio, porque en este momento, él es la voz más confiable allí”.

Nieto de inmigrantes sicilianos, Fauci nació en 1940 en Brooklyn y creció en un departamento ubicado sobre la farmacia de su padre, donde ayudaba al negocio familiar entregando recetas en bicicleta.

Desde pequeño, se propuso ser médico. Estudió en Regis High School, una exclusiva escuela jesuita donde los maestros remarcaban a los estudiantes las bases morales y la importancia de comunicar claramente los principios científicos sin salirse de tangentes.

Fauci se graduó primero en su clase en Cornell University Medical College. “Él tiene sus prioridades básicas directamente en la vida”, remarcó Harden. “Él entiende, como médico, que de eso se trata la vida humana”.

“No es un presumido profesor de Harvard”, consideró Staley. “A pesar de hablar de cuestiones científicas muy complejas, tiene la habilidad de dirigirse con la gente de igual a igual. Cuando uno habla con él, se da cuenta de que él sabe más, es más brillante que uno. Pero él tranquiliza, y comienza a llevar [a su interlocutor] por esa curva de aprendizaje”.

En 1981, Fauci era un investigador principal del NIAID cuando leía informes sobre un misterioso trastorno inmunitario que se daba entre hombres homosexuales. En ese momento, era uno de los pocos investigadores dedicados exclusivamente a las enfermedades infecciosas humanas. A la mayoría de los jóvenes científicos se les enseñaba que el campo era un callejón sin salida después de la conquista de la poliomielitis y la tuberculosis.

Al reconocer desde el principio que la nueva enfermedad podría ser un desastre global, Fauci reunió a un pequeño grupo de científicos para estudiar la condición emergente y dedicó todo su laboratorio a la investigación del SIDA.

En 1984, Fauci fue nombrado director del NIAID y continuó con su investigación clínica y de laboratorio, además de sus tareas administrativas. También lideró iniciativas para convencer al Congreso de aumentar drásticamente los fondos para la investigación del sida, un trabajo que, según él, lo hizo sentir como el Llanero Solitario.

Mientras el sida se cobraba la vida de miles de hombres homosexuales en la década de 1980, Fauci provocó la ira de los activistas frustrados por la lenta respuesta del gobierno.

Pero desde el principio, Fauci se diferenció de otros científicos al invitar a los activistas a su oficina. Cada nueve meses, más o menos, convocaba a los activistas a cenas con vino en su casa en el Capitolio.

“Adoramos al tipo desde el primer día”, confesó Staley. “No nos tenía miedo en absoluto. Éramos intensos, no andábamos con tonterías, estábamos dispuestos a confrontar. Todo el cuerpo científico tenía miedo a morir por tener contacto con nosotros. Con él, simplemente no había homofobia”.

Los activistas estaban tan encantados que decidieron reunirse sólo con Fauci, en grupos de tres o cuatro.

Cada vez que conducían juntos desde Nueva York a Washington, elaboraban estrategias sobre qué información tratarían de extraer y qué tácticas usarían. “Después de tres horas en la máquina de encantamiento con Tony Fauci y con alcohol, volvíamos al auto un poco desmayados y rápidamente analizábamos y comparábamos nuestras notas”, relató Staley. “Creo que seguíamos siendo duros con él, pero no estoy seguro de que podríamos haberlo hecho si hubiéramos actuado uno contra uno”.

La tensión llegó a un punto crítico en 1990, cuando los activistas no pudieron persuadir a los expertos para que les dieran un asiento en la mesa para las comunidades científicas en los grupos de ensayos clínicos sobre el sida.

Después de avanzar poco en una larga cena, los activistas organizaron una manifestación masiva frente a la oficina de Fauci, con máscaras de la muerte y levantando ataúdes. Más de 60 manifestantes fueron arrestados. Pero unos meses después, los activistas tenían asientos en la mesa.

A medida que se extendía la epidemia, Fauci perdió más pacientes que la mayoría de los doctores en el país, incluido su ex colaborador y amigo cercano James C. Hill, quien entró a su oficina un día a principios de los 90 y se derrumbó al confesarle que le habían diagnosticado VIH.

Hace cuatro años, los activistas se reunieron una vez más con Fauci durante una cena. “Bueno Tony, tienes 75 años, ¿deberíamos comenzar a buscar a tu sucesor?”, le preguntaron.

No, les respondió el médico. Seguía corriendo todos los días y su frecuencia cardíaca después de la carrera era mejor que cuando tenía 50 años. Pensó que tenía otros 10 años de actividad por delante. Realmente quería estar allí cuando encontraran una cura funcional contra el sida.

“Él está aquí para afrontar esta pandemia ahora, porque quiere terminar el trabajo que todos comenzamos en los años 80”, reflexionó Staley.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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