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Sobrevivió al COVID-19 y está en la ruina, pero piensa que EE.UU está exagerando

Joey Camp was the first person in Georgia to be quarantined at a special site after being diagnosed with COVID-19.

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Durante tres días, estuvo conectado a un tubo de oxígeno. Después de eso, por seis días permaneció encerrado en un vehículo recreativo de 26 pies, en un campamento especial de cuarentena del estado de Georgia.

Entonces, cuando Joey Camp, un cocinero de Waffle House de 30 años de edad, se enteró de que ya no tenía COVID-19 y podía irse a casa, pensó que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Inmediatamente, el ex Guardia Nacional comenzó a hacer planes para el almuerzo y la cena: ¿alitas en Hooters? ¿Un súper burrito del restaurante mexicano Los Arcos?

“Estaré ganando cero dólares en el futuro previsible", señaló Joey Camp. "Una persona que gana $50.000 o $60.000 al año simplemente no comprende lo que esto significa".
(Carmen Mandato / For The Times)
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Pronto surgieron preocupaciones más pesadas. Este hombre divorciado y padre de dos hijos ganaba $10.65 por hora en Waffle House y vive con amigos desde que fue desalojado de su departamento, el año pasado. Después de dejar la cuarentena, trabajó sólo un turno antes de que su jefe cortara sus horas porque había muy pocos clientes. Su otro trabajo de medio tiempo, como conductor de un autobús de fiesta, terminó. “Ganaré cero dólares en el futuro previsible”, comentó Camp. “Una persona que gana $50.000 o $60.000 al año simplemente no comprende lo que esto significa”.

Casi todos los días desde que salió de la cuarentena, Camp se mete en su polvoriento Chevy Camaro ’98 negro con el parabrisas roto y conduce, con el cinturón de seguridad desabrochado, a una serie de restaurantes: Hooters y Applebee’s, Waffle House y Buffalo’s, Los Arcos y Huddle House.

En el interior, intenta reanudar pequeños actos: saludar a un camarero, sentarse a la mesa, examinar un menú.

Un Waffle House en Cartersville, Georgia, sólo sirve comida para llevar después de que el alcalde firmó una resolución conjunta de emergencia en todo el Condado que cerró todos los bares, restaurantes y teatros.
(Jenny Jarvie / Los Angeles Times)

Hasta ahora, el COVID-19 se experimentó principalmente a través del lente de las áreas metropolitanas: Seattle, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York. Pero a medida que el virus se propaga a las áreas rurales y las ciudades pequeñas del país, un número significativo de estadounidenses continúa rechazando los llamamientos del distanciamiento social más agresivo y los cierres de las tiendas. El sensacionalismo mediático y el alarmismo liberal, dicen, destruirán la economía.

“Con toda la locura que ocurre en el mundo, Estados Unidos debería mostrarle a la gente que esto no debe cerrar los países”, remarcó Camp después de limpiarse las manos en una estación de desinfección ubicada en la entrada del restaurante 7 Tequilas. “Necesitamos ser los adultos de la situación”.

Los funcionarios de salud pública señalan que esos escépticos representan un obstáculo importante para los esfuerzos por reducir la propagación del virus y prevenir las bajas masivas. El coronavirus es al menos 10 veces más mortal que la gripe y puede ser transmitido por personas infectadas pero asintomáticas. Aunque muchos casos son leves, especialmente en los jóvenes, la infección generalizada podría provocar cientos de miles o incluso millones de muertes.

Camp, un libertario que votó por el presidente Trump en 2016 y planea volver a hacerlo este año, compara el COVID-19 con la gripe.”No va a matar a la gran mayoría de la población”, sostuvo. “La gente escucha una mortalidad del 3.4%. Pero no presta atención a la tasa de supervivencia del 96.6%”.

Las encuestas muestran que los demócratas y los que viven en grandes ciudades y suburbios tienen mucha más ansiedad sobre el COVID-19 que los republicanos y los residentes de pequeñas ciudades y áreas rurales.

Mientras que las fortalezas demócratas como California y Nueva York han prohibido las reuniones públicas y cierran restaurantes, la reacción a la pandemia ha sido más lenta y desigual en los estados republicanos, como Texas y Florida, donde la desconfianza en las regulaciones del gobierno coincide con la sospecha de que los medios de comunicación están exagerando los peores escenarios.

Una buena parte de los conservadores también han seguido el ejemplo de Fox News, cuyos expertos llegaron tarde para tomar el virus en serio y ahora respaldan el pedido de Trump para reabrir la economía (Camp no tiene cable, pero sigue con su teléfono inteligente los comentarios de Daily Wire, Fox News y CNN).

Cartersville es un centro de producción y agricultura de rápido crecimiento, con aproximadamente 20.000 habitantes, ubicado al noroeste de Atlanta. Aquí, las pasturas y las cercas para caballos dan cada vez más paso a subdivisiones y centros comerciales.

También es uno de los epicentros del coronavirus en Georgia. Más de 80 personas en el condado de Bartow dieron positivo, y un hombre de 69 años murió. El centro médico local erigió tiendas de triaje al aire libre y un gran letrero que dice: “Estamos todos juntos en esto”.

Joey Camp
Joey Camp comienza su búsqueda de trabajo. “Es como si todos contuvieran la respiración, esperando que la sociedad colapse o vuelva a la normalidad”, señaló.
(Carmen Mandato / For The Times)

En Georgia, donde más de 1.200 residentes dieron positivo, con 394 hospitalizados y 40 muertos, el gobernador republicano Brian Kemp se mostró reacio a instituir cierres comerciales generalizados. El lunes ordenó el cierre de bares y prohibió las reuniones públicas de más de 10 personas, pero aún no cerró los restaurantes.

Los funcionarios del condado de Bartow tomaron el asunto en sus propias manos y clausuraron la actividad de todos los bares, restaurantes y cines.

Aunque Camp se diferencia de su padre, un conservador sureño convencional que afirma que marcharía con Trump hasta las puertas del infierno, él insiste en que todavía hay muy pocas víctimas del coronavirus para necesitar de una intervención gubernamental extrema.”Probablemente hay más dueños de pollos en este Condado que víctimas de coronavirus, y eso que por aquí no hay muchas granjas”, remarcó Camp desde el exterior de la casa de sus amigos en un prado verde salpicado de patos, gansos de Canadá, pavos y pollos.

Como si fuera una señal, un gallo cantó en el fondo.

Cuando Camp comenzó, a fines de febrero, a padecer tos, pensó que tenía gripe o neumonía y que podría resistirlo. Después de crecer en la pobreza de un parque de casas rodantes -hijo de un padre trabajador de la construcción y de una madre traficante de drogas- Big Bad Joey podía cuidarse solo.

Así que continuó con sus compromisos, oficiando en la boda de uno de sus mejores amigos y friendo tocino sobre una parrilla caliente en Waffle House, hasta que finalmente los escalofríos y los dolores corporales se volvieron tan severos que tuvo que refugiarse en su casa.

Finalmente, cuando acurrucarse debajo de las sábanas no detenía sus escalofríos y el castañear de sus dientes, fue a una sala de emergencias. A Camp, quien también tiene diabetes, le diagnosticaron neumonía. Pero después de unos días, dio positivo por el virus.

Camp no tiene idea de cómo se contagió y supone que provino de alguien asintomático. No había estado en el extranjero; no había tomado un crucero ni se había aventurado a la costa oeste.

Después de cuatro días en el hospital, sus síntomas disminuyeron. Decidió no pasar la cuarentena en su hogar -residía con una familia con un hijo pequeño- y entonces se convirtió en el primer georgiano en vivir en un sitio especial para tal fin en el Parque Estatal Hard Labor Creek, a unas 50 millas al este de Atlanta.

Mientras se recuperaba en su tráiler, viendo películas de la saga Star Wars y “Ferris Bueller’s Day Off”, se horrorizó cuando los funcionarios cerraron las escuelas, instaron a las personas a trabajar desde casa y cerraron importantes eventos deportivos.

Así, comenzó a hablar de la situación en Facebook, compartiendo una serie de memes (“Quiero ponerme en cuarentena contigo - coqueteando en 2020”) y un video de Tik-Tok de una bailarina vestida con un traje blanco para materiales peligrosos, tacones de aguja negros y guantes de hule de color naranja, que rocía un súper desinfectante en un poste (“Cuando hay un brote de coronavirus pero tienes cuentas que pagar”, dice el clip).

Al dejar la cuarentena, se sorprendió por lo que parecía un comportamiento extremo.

En una estación de servicio Circle K, observó a un hombre ponerse guantes quirúrgicos para ir al baño, quitarse los guantes al salir, limpiarse las manos con toallitas húmedas, bombear gasolina y luego limpiarse las manos con toallitas húmedas una vez más.

“Es como ‘Mad Max’”, reflexionó, mientras conducía por una carretera de cuatro carriles en la cual había muy pocos autos. “Es un poco raro, como si todos estuvieran conteniendo la respiración, esperando que la sociedad colapse o vuelva a la normalidad”.

Cuando Camp regresó a Waffle House, que había cerrado temporalmente después de su diagnóstico, para su primer turno después de la cuarentena, instó a la gente en las redes sociales a que se acercaran y conocieran al “Rey del Coronavirus”.

Al volver al restaurante, se sintió como Michael Jordan cuando regresó a los Chicago Bulls en 1997, después de su incursión en el béisbol. Andrea, una mesera, lo abrazó.

Otros dos camareros le dieron golpes en el codo.

Era como si nunca se hubiera ido.

Tristan Thurman
Tristan Thurman, de 22 años, camarera de Waffle House, lucha por ganar dinero.
(Jenny Jarvie / Los Angeles Times)

Pero había sólo unos pocos clientes en el restaurante. A medida que el negocio se desaceleraba, sus siguientes turnos fueron cancelados.

Con menos $3.33 en su cuenta corriente y sin ahorros, no estaba mejor que sus compañeros de trabajo. “Si me veo en la necesidad, haré un arco y una flecha e iré a cazar al bosque”, pensó después de pasar junto a la casi abandonada Waffle House.

Si las cosas se pusieran realmente terribles y la sociedad colapsara, al menos su compañero de cuarto, Trey, tiene un par de pistolas, una AR-15 y una escopeta de calibre 12.

Unas horas más tarde, estaba en el porche con Trey cuando llamó su jefe: el restaurante iba a cerrar sus puertas, al menos por ahora. “No tiene ningún sentido”, afirmó. “Cuando Waffle House cierra, estamos en modo de crisis”. Luego hizo una pausa y sacudió la cabeza.

No parecía una crisis. A su alrededor, todo lucía tranquilo: las campanillas de viento tintineaban suavemente con la brisa de primavera; los pájaros cantaban mientras revoloteaban alrededor de un par de florecientes perales.

“No sé cómo lidiar con esto”, confesó. “No cuadra en absoluto”.

Pero cuando levantó su celular para verificar la cantidad de nuevos casos de coronavirus, la duda apareció. ¿Estaba equivocado? ¿Podría volver a infectarse?

“En todo el mundo, está comenzando a matar a más personas”, señaló. “Quizá esta cosa está mutando y se está volviendo más mortal. Y eso me preocupa muchísimo, porque me hace vulnerable otra vez”.

Para el miércoles, había encontrado un trabajo temporal: fabricar desinfectante para manos.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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