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Nicaragua no hizo nada para detener el coronavirus; ahora un activista lucha para revelar el presunto encubrimiento del gobierno

Erlinton Flores Ortiz cree que el gobierno no contó a propósito las infecciones y muertes por COVID-19.
Erlinton Flores Ortiz, escondido en Nicaragua, cree que el gobierno no contó a propósito las infecciones y muertes por COVID-19.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)
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Mientras las naciones de todo el mundo entraron en cuarentena esta primavera boreal, para ayudar a contener el coronavirus, el presidente de Nicaragua aseguró a su país que no había nada de qué preocuparse.

Las escuelas y los negocios seguían abiertos mientras Daniel Ortega alentaba a los residentes a asistir a conciertos, desfiles y eventos deportivos. “Si el país deja de funcionar, muere”, afirmó en un discurso televisado, en abril pasado.

Pero Erlinton Flores Ortiz llegó a una conclusión diferente: el gobierno estaba contando deliberadamente menos infecciones y decesos, un encubrimiento que amenazaba con matar a un número indeterminado de conciudadanos.

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Él y otros activistas opuestos a Ortega se propusieron sacar el tema a la luz. Hacía más de una década que los activistas luchaban contra el gobierno, ya que Ortega recurrió a medidas cada vez más represivas para sofocar a sus oponentes y se convirtió en el líder latinoamericano con más años en el poder.

Erlinton Flores Ortiz con una bandera nicaragüense. "Los nicaragüenses merecen saber la verdad", dice.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Flores se vio obligado a huir cuando ayudó a liderar las protestas en favor de la democracia en 2018, y aunque sólo cuenta con 27 años, ya ha tenido muchas dificultades.

Ahora, desde un escondite en la costa pacífica del país, repleta de volcanes -un lugar al cual Los Angeles Times acordó no nombrar-, se pregunta si la respuesta indiferente de Ortega a la pandemia podría brindar la oportunidad para fomentar un nuevo levantamiento masivo. “No sé qué va a pasar”, expresó Flores. “Pero sé que los nicaragüenses merecen saber la verdad”.

Una división familiar

Esta nación de 6.4 millones de habitantes está marcada por líneas de batalla ideológicas, que también atraviesan a la familia de Flores.

Algunos de sus parientes maternos apoyaron a los sandinistas, revolucionarios de izquierda que llegaron al poder en 1979, después de derrocar a un dictador de derecha respaldado por Estados Unidos.

La familia paterna estaba preocupada de que los revolucionarios pudieran apoderarse de sus tierras de cultivo, y se pusieron del lado de los Contras, los rebeldes armados de Estados Unidos opuestos a los sandinistas.

A Flores, cuyos progenitores se divorciaron cuando era niño, le encantaba escuchar historias sobre la vida de su papá en la década de 1980, cuando esquivó el reclutamiento militar forzado de los sandinistas huyendo a las montañas.

Al igual que su padre, Erlinton terminó odiando a Ortega, un ex comandante guerrillero que fue presidente en los años 80, regresó al poder en 2006 y llegó a gobernar con un pequeño grupo de leales y familiares, incluida su esposa, Rosario Murillo, a quien nombró vicepresidenta.

Después de la preparatoria, Flores se inscribió en un curso de periodismo universitario y organizó un programa de radio en el que se definió como un paria del estado. Argumentó que Ortega se había convertido en un dictador, tal como el que había ayudado a derrocar décadas antes. “Sabemos dónde vives”, le advirtieron a Flores, a través de una de las muchas amenazas hechas en su contra por las redes sociales. “Prepárate para morir”, le alertó otra.

Sacudido, Flores abandonó la escuela y el programa de radio y pasó a la clandestinidad, organizando en silencio un pequeño grupo de activistas.

En abril de 2018, cuando las protestas por el aumento de los precios de la energía se transformaron en manifestaciones a favor de la democracia en todo el país, Flores se vistió con la bandera nicaragüense azul y blanca, y lideró a los manifestantes por las calles.

Un manifestante camina entre barricadas en llamas en Managua, Nicaragua, en 2018.
(Alfredo Zuniga / Associated Press)

La policía y las milicias progubernamentales utilizaron gases lacrimógenos, proyectiles de goma y balas para someterlos. Más de 300 personas fueron asesinadas, incluidas tres a quienes Flores vio morir en una manifestación, en la ciudad de Matagalpa.

El gobierno comenzó a rastrear a los organizadores de protestas en sus hogares y los puso bajo arresto.

Cuando la policía llegó a la casa de su padre, a buscarlo, el joven ya había huido a Costa Rica. Allí encontró trabajo como jardinero, pero después de seis meses sentía que su vida aún estaba en peligro. Ortega envió agentes del gobierno para vigilar a los miles de activistas antigubernamentales que se habían refugiado en ese sitio.

Flores se mudó a México, donde solicitó asilo político. Todavía estaba esperando una respuesta cuando un grupo armado lo secuestró junto con varios otros migrantes, mientras viajaban en un autobús.

Fue liberado unos días después y se dirigió al norte, a Estados Unidos. El 7 de septiembre, se entregó a las autoridades fronterizas estadounidenses en Eagle Pass, Texas, y solicitó asilo político.

Los siguientes tres meses estuvo detenido; en ese tiempo compiló un escrito de 19 páginas, que consideró demostraría el peligro que implicaba para él regresar a Nicaragua. El documento incluía fotos de él en las protestas e imágenes de las heridas que había sufrido después de que grupos paramilitares progubernamentales disolvieran esas manifestaciones. También adjuntaba un recorte de periódico que detallaba sus actividades de protesta.

Pero en una audiencia en video, a fines de diciembre, el juez no le preguntó sobre su experiencia en la lucha contra el gobierno de Ortega, que los altos funcionarios de Estados Unidos definen como un régimen autoritario.

En cambio, 10 minutos después de que comenzara la audiencia, el magistrado ordenó su deportación.

“¡Si regreso, me encarcelarán, me matarán o me harán desaparecer!”, gritó Flores mientras un guardia lo llevaba de regreso a su celda.

Estados Unidos envió a 2.240 personas de regreso a Nicaragua el pasado año fiscal; muchos de ellos jóvenes activistas como Flores que habían participado en protestas.

Mientras su vuelo de repatriación descendía hacia un dosel de árboles verdes y las chispeantes aguas del lago Managua, en enero, Flores y los otros nicaragüenses a bordo comenzaron a cantar “Que vivan los estudiantes”, una canción que se había convertido en un grito de guerra para los manifestantes.

Flores recuerda haber pensado: “Nos están enviando de vuelta a la boca del lobo”.

Desde el aeropuerto, fueron trasladados inmediatamente a la custodia policial. Los oficiales interrogaron a Flores sobre sus creencias políticas y filmaron un video en el que fue forzado a jurar lealtad al gobierno nicaragüense.

“¿Es el imperialismo una amenaza para la humanidad?”, le preguntaron.

“Sí”, respondió él.

Lo liberaron. Su padre, que fue a recogerlo, sollozó mientras se abrazaban.

Flores había perdido 20 libras de su cuerpo de 5 pies y 5 pulgadas desde que había huido del país, y ahora pesaba sólo 100. Sus ojos, rojos de tantas noches de insomnio durante su detención, parecían salirse de su cara.

En lugar de ir a ver a su madre o su novia y a la pequeña hija de ambos, fue directamente a esconderse y se mudaba cada dos semanas entre casas de familiares. No le quedaban muchos amigos para visitar; la mayoría había abandonado el país o se había escondido.

No tenía apetito y no podía dormir. Cada vez que una motocicleta pasaba por la noche, pensaba que las fuerzas paramilitares iban a buscarlo.

Erlinton Flores Ortiz is in hiding in Nicaragua.
Erlinton Flores Ortiz se encuentra esquivando dos amenazas: el coronavirus y el gobierno.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Su plan era huir del país nuevamente, tan pronto como reuniera documentos de la comisión de derechos humanos de la nación, que mostraran que enfrentaba encarcelamiento por liderar protestas antigubernamentales.

Pero mientras esperaba el papeleo, el coronavirus comenzó a azotar. Los países de América Central ordenaron férreos bloqueos, y Flores ya no pudo viajar a Honduras, en el norte, o a Costa Rica, hacia el sur.

En Nicaragua, las cosas eran diferentes. Ortega afirmó que la pandemia había perdonado al país y celebró el paso destructivo del virus por Estados Unidos -que impuso sanciones económicas contra su gobierno desde 2018- como una “señal de Dios” contra la guerra estadounidense. “Estas fuerzas transnacionales que sólo quieren tomar el control del planeta; eso es un pecado”, remarcó en el discurso de abril.

Durante meses, los funcionarios informaron sólo unas pocas docenas de infecciones y un puñado de decesos, aunque en los últimos días actualizaron esos números a 2.359 casos confirmados de COVID-19 y 46 muertes.

El Observatorio Ciudadano de COVID-19, un grupo formado por trabajadores de salud y activistas, cuenta al menos 4.217 casos y 980 decesos.

Flores y otros activistas antigubernamentales decidieron que no tenían más opción que verificar los reclamos del presidente y lanzar su propia campaña de salud pública. “El virus nos obligó a cambiar las estrategias”, afirmó.

Así, distribuyeron videos en los que ciudadanos desconsolados explican que los médicos les negaban las pruebas a los parientes que mostraban síntomas de COVID-19 y luego eran llevados a los cementerios para “entierros urgentes”, celebrados a altas horas de la noche.

Además, imploran a los nicaragüenses que usen máscaras faciales, se laven las manos con frecuencia y dejen de confiar en un gobierno que, según Flores, “se preocupa más por la economía que por la gente”. “No seas irresponsable como el gobierno”, dice una imagen que Flores diseñó y difundió en línea.

La campaña fue reforzada por testimonios de médicos y enfermeras que hablan de hospitales atestados, y por una declaración del gobierno costarricense, el mes pasado, que informó que docenas de camioneros nicaragüenses habían dado positivo por el virus.

Todo ello parece estar teniendo un efecto. Algunas empresas han cerrado sus puertas por su cuenta. Y muchos nicaragüenses, incluso partidarios del gobierno, comenzaron a usar cubrebocas.

Grupos internacionales de derechos humanos, incluido Amnistía Internacional, criticaron abiertamente a Nicaragua por poner las vidas en riesgo. La Organización Panamericana de la Salud se ha quejado repetidamente de que no puede realizar una “evaluación externa” del impacto del COVID-19 en Nicaragua porque el país se niega a compartir datos con la organización.

El gobierno nicaragüense publicó lo que llamó un “libro blanco” la semana pasada, en el que defendió sus decisiones, comparó su enfoque con el de Suecia y resaltó que a cada país se le debería permitir dictar su propia respuesta contra la pandemia.

Flores ahora esquiva dos amenazas: el coronavirus y el gobierno de su nación. Sale de la casa sólo dos veces al mes para comprar comestibles, y encuentra consuelo en un pequeño jardín donde plantó lirios; le recuerdan a la granja de su padre, donde crecen las naranjas y la menta.

Espera volver allí algún día, pero no está seguro de poder hacerlo. Lo único que sabe con certeza en este momento es que el futuro es totalmente incierto.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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