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Después de escribir sobre el tráfico de órganos, gente de todo el mundo me contacta para vender sus riñones

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El primer correo electrónico llegó en enero de 2017, de parte de un hombre de Bangladesh, de 27 años de edad. Incómodo en inglés, había logrado escribir cinco líneas en su teléfono Samsung Galaxy. Su renglón de apertura captó mi atención: “Señor, le vendo un riñón”.

Detallaba su tipo de sangre, A negativo, junto con su número de teléfono. La última línea era una triste mezcla de palabras: “de los pobres de Bangladesh la vida con problemas de dinero”.

Esto no llegó de la nada. Algunos meses antes yo había escrito un artículo sobre un hospital en Mumbai, India, que fue clausurado por organizar trasplantes de riñón ilícitos. La historia era, en parte, una fábula sobre un joven aldeano indio desprevenido que fue engañado para donar su órgano, y luego delató a los médicos.

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El emisor del correo electrónico no comprendía -o no le importó- que el fraude de los riñones hubiera sido delatado y los sospechosos arrestados. Ciertamente no entendió que yo era un periodista que había informado los hechos del caso, no un potencial traficante de órganos.

No respondí, y archivé el mensaje mentalmente como solo otro curioso correo electrónico de un lector. Cinco meses después, sin embargo, un indio llamado Manjunath me escribió. En el asunto decía: ”Cómo vender mi riñón”.

(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Esta vez, le respondí con mi número de teléfono y me envió un mensaje por WhatsApp: “Hola hermano”. Le pregunté por qué necesitaba dinero. “El matrimonio de mi hermana, y un problema familiar”, contestó.

Le expliqué lo que sabía, que las ventas de riñones eran ilegales en India, donde en la mayoría de los casos solo los familiares cercanos de pacientes que necesitan órganos son aprobados como donantes. Al darse cuenta de que no podía ayudarle, dejó de enviarme mensajes.

Luego, en octubre de 2017, escribí un artículo sobre Irán, el único país donde funciona un mercado legal administrado por el gobierno para la venta de riñones. La agitación económica allí generó un fenómeno espeluznante: innumerables personas publicaban avisos en las calles de Teherán, ofreciéndose a comercializar sus riñones fuera de las vías oficiales.

Mi colega Ramin Mostaghim y yo no conocimos a nadie que haya logrado con éxito un trato de riñón en el mercado negro. Los anuncios hablaban de una profunda ansiedad en Irán. Pero después de que se publicó la historia, me enfrenté a una desesperación que era mucho más amplia.

Mi bandeja de entrada comenzó a llenarse de posibles vendedores de riñones. Llegaban mensajes de todas partes: India, principalmente; también Alemania, Rusia, Croacia, Perú, Kenia, Nigeria, incluso Estados Unidos, de un hombre con un número de Ohio que afirmaba ser un marino retirado.

(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Recibí casi 50 de esos correos electrónicos, tantos que creé un filtro para agrupar todos los mensajes que contenían la palabra “kidney” en una carpeta separada. En septiembre recibí una solicitud de mensaje de Facebook desde Colombia, y así fue como aprendí que la palabra en español es ‘riñón’.

¿Era esto una especie de operación enloquecedora? ¿Un plan para involucrarme en un fraude de órganos?

Era más simple que eso. Busqué en Google “vender mi riñón” y aparecieron los dos artículos que había escrito, en la primera página de resultados.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la mayoría de los expertos médicos se oponen a la venta de órganos, argumentando que ello explota a individuos oprimidos, principalmente de países pobres, y contribuye a la trata de personas y al crimen organizado.

Otros, incluidos los partidarios del sistema iraní, señalan que la donación renal remunerada apenas difiere de un embarazo con una madre sustituta (surrogacy), y que la creación de un mercado comercial permitiría disponer de más órganos para los pacientes que los necesitan.

¿Quienes enviaban los correos a mi bandeja de entrada estaban desesperados? Algunos ciertamente parecían estarlo; sus mensajes -aunque escritos en un pobre inglés- eran contundentes: “Quiero donar mi riñón por dinero, necesito dinero, por favor, ayúdenme, mi grupo sanguíneo es cero positivo”.

“Estoy listo para vender riñones a cualquier persona en cualquier país. Tengo muchos problemas financieros y pagaré este dinero por la vida de mi hijo”.

“Necesito dinero para ayudar a mi familia; por ahora, las cosas no van bien en mi familia, señor, por favor ayude y diga algo”.

También había oportunistas, personas sobre las que podría imaginarme escribiendo un artículo alguna vez.

(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Un hombre de Camerún envió por correo electrónico una “propuesta comercial”; dijo que tenía tres posibles vendedores de riñones, listos para encontrarse conmigo si dividíamos lo obtenido por las transacciones. El supuesto exmarine con el número de teléfono de Ohio quería $500,000 dólares y una nueva casa.

Un email más reflexivo provenía de un residente de Florida, de 59 años de edad, quien afirmaba no ver un problema ético en la venta de órganos. “Si me ayuda financieramente y evita que alguien muera, es una situación donde todos ganan”, escribió. “Soy bastante saludable, no fumo, raramente bebo y consideraría viajar a Medio Oriente; si sabes de [alguien] dispuesto a compensarme y cubrir los costos”.

Como corresponsal en el extranjero, estaba acostumbrado a buscar personas en circunstancias difíciles. Ahora me estaban buscando a mí; aparecían en mi correo electrónico a toda horas -mientras escribía otro artículo, corría para abordar un vuelo, cenaba con mi esposa en mi casa en Mumbai o intentaba hacer dormir a uno de nuestros gemelos recién nacidos-; el tema era imposible de ignorar.

Comencé a responder por correo electrónico y mensajes de texto. “¿Por qué quieres vender?”, les preguntaba.

Algunas personas a quienes respondí negaron haber enviado un correo electrónico en primer lugar. Tal vez habían pensado mejor la idea. Mahar, de Irán, dijo que quería recaudar dinero para huir de su país. Souvik, de la ciudad india de Calcuta, tenía un préstamo de aproximadamente $80,000 que necesitaba saldar. No se sintió feliz al saber que, en el mercado legal de Irán, un vendedor de riñones ganaba menos de $4,000.

Retomé mi conversación por WhatsApp con Manjunath, uno de los primeros que enviaron un correo electrónico. Un año después, ¿había algún cambio en su situación familiar?

“Ninguno, hermano”, respondió. Y luego hubo silencio.

Empecé a sentirme culpable: no tenía información útil para ofrecer a estas personas, solo una puerta que se cerraba. ¿Estaba aumentando sus esperanzas incluso levemente al responderles? ¿No sería mejor ignorarlos?

Pero los correos electrónicos siguen llegando.

Vikash, del estado indio de Bihar, me escribió a mediados de septiembre. Su padre estaba enfermo y me pidió que lo llamara. Cuando atendió, apenas podía escuchar su voz; me dijo que la conexión celular era crónicamente mala en su empobrecido pueblo rural.

Tiene 22 años, relató, y se había licenciado en economía de una universidad local. Como hijo primogénito, tuvo que mantener a la familia, que había pedido un préstamo para pagar la boda de su hermana. Pero el único trabajo que podía conseguir era entregar paquetes de Amazon, por alrededor de $110 por mes.

¿Cuánto debe la familia?, le pregunté.

Traté de imaginar qué suma era tan abrumadora como para considerar quitarse un órgano.

Expliqué en mi hindi inexperto por qué vender el riñón no era una opción. Él insistió en que estaba en buen estado de salud y me envió un mensaje de texto con una foto, pero finalmente pareció entender que lo que quería hacer no era legal.

De repente, empezó a hablar en inglés. “No tengo nada que vender, excepto una parte del cuerpo”, dijo. “Por favor, encuentra algo para mí”.

En ese momento, busqué la forma más rápida de terminar una conversación que desearía nunca haber comenzado. Dije que lo intentaría; él me envió mensajes unas cuantas veces más. Pronto, cuando se dio cuenta de que no podía ayudarle, dejó de escribir.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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