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Debía comenzar séptimo grado, pero por la pandemia, este niño ahora trabaja en los campos en México

Bryan Metzhua, de 12 años de edad, ayuda a limpiar la maleza en una granja en el sur de México.
Bryan Metzhua, de 12 años de edad, ayuda a limpiar la maleza en una granja en el sur de México.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)
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Se suponía que Bryan Metzhua debía comenzar el séptimo grado. En lugar de eso, se despierta todos los días al amanecer, se pone un par de jeans rotos y botas de trabajo y comienza la empinada caminata hacia el campo de su padre.

El chico, de 12 años y voz suave, pasa sus días inclinado hacia la tierra, golpeando la maleza con un machete y deteniéndose solo para secarse el sudor de la frente.

La pandemia de COVID-19 ha afectado la vida de los niños en todo el mundo, pero especialmente de los que viven en comunidades pobres.

Con tantas familias con dificultades económicas, los chicos se han convertido en una fuente crucial de trabajo, lo cual genera el fantasma de que incluso cuando las escuelas reabran sus puertas, podría ser posible que muchos estudiantes no regresen.

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Los legisladores están cada vez más preocupados por una generación perdida y una potencial reversión de algunos de los logros a largo plazo en el nivel educativo que han reducido las tasas de natalidad, aumentado la producción económica y mejorado la salud pública en todo el mundo.

Aquí, en las elevadas montañas del sur de México, la falta de tecnología hace que el aprendizaje remoto sea casi imposible, y una recesión económica obliga a muchos jóvenes a incorporarse a la fuerza laboral.

Cuando las autoridades federales anunciaron, este mes, que cancelarían indefinidamente la educación presencial en todo el país, dieron a conocer un programa que transmite instrucción académica por televisión y radio, alegando que las clases en línea no eran una opción porque aproximadamente el 40% de los hogares carecen de conexión a internet.

Sin embargo, el 8% de los hogares, casi tres millones de viviendas, no tienen TV, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, y muchos tampoco tienen radio.

Guadalupe Altamirano González, 34, right, with twin daughters Fátima, far left, and Alondra, 12, at home in Mexico.
Guadalupe Altamirano González, de 34 años, con sus hijas gemelas Fátima, extrema izquierda, y Alondra, 12, en su casa en El Porvenir, México.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Eso incluye la residencia Metzhua, una estructura de concreto al costado de una sinuosa carretera de dos carriles en Zomajapa, una ciudad mayoritariamente indígena con 600 habitantes en el estado de Veracruz.

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No hay señal de celular en el área y solo hay cobertura parcial de los proveedores de internet.

Cuando el nuevo ciclo escolar comenzó el lunes, Bryan y la mayoría de sus compañeros de escuela no tenían forma de sintonizar las clases. Entonces, muchos comenzaron a acompañar a sus padres al trabajo.

Antes de la pandemia, México había logrado importantes avances en la reducción del trabajo infantil y el aumento de la escolaridad.

En 2017, el 8% de los mexicanos de cinco a 17 años se dedicaban a alguna actividad económica, frente al 13% de la década anterior, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

Al mismo tiempo, el número de personas de entre 25 y 34 años que habían completado la secundaria aumentó del 35% en 2008 al 50% diez años después.

Ahora, maestros y defensores de menores se quejan de que las autoridades están pasando por alto el destino de los jóvenes más vulnerables del país mientras intentan contener el virus y reconstruir la economía, que se contrajo un 19% en el segundo trimestre de este año en comparación con el mismo período de 2019. “Es preocupante que no estén dando prioridad a esto”, consideró Malcom Aquiles, defensor de políticas de World Vision, una organización de ayuda cristiana que trabaja con chicos en Veracruz. “En el corto plazo vamos a tener una generación de niños más vulnerables y más pobres. Más adelante, eso tendrá serias consecuencias para la nación”.

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El padre de Bryan, José Metzhua, de 53 años, prefiere que su hijo pase los próximos meses aprendiendo sobre historia (su materia favorita) o matemáticas (la cual aborrece).

Pero la ayuda del joven en los cultivos de plátanos, naranjos y café de la familia le permitió ahorrar los $7 al día que normalmente gastaría en mano de obra externa, una gran ventaja dado que las restricciones de viaje relacionadas con el virus imposibilitaron que la familia venda sus productos en pueblos cercanos.

Bryan Metzhua, 12, has gone to work with his father since school was canceled.
México canceló las clases presenciales en primavera y está transmitiendo lecciones por televisión. Bryan Metzhua, de 12 años, no tiene acceso a un televisor, por lo cual comenzó a trabajar con su padre.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

“Es preocupante”, destacó José Metzhua, un ex líder comunitario electo, con un sombrero de paja de ala ancha. “No podrá estudiar como debería. ¿Pero qué podemos hacer?”.

Él y su esposa hacen todo lo posible para educar a Bryan en casa después de que termina la labor en el campo, pidiéndole que se siente a leer o que practique escritura (“Tienes que respetar las comas y los puntos”, le aconseja su padre). Pero Bryan extraña a sus compañeros y a su maestra favorita, Doris. “Ella siempre nos hacía reír”, comenta.

Sus padres se ven obstaculizados por su propia falta de educación: ambos dejaron la escuela cuando eran pequeños para ayudar a sus familias, y tienen dificultades para leer y escribir.

Los niños en hogares con padres que hablan una de las docenas de lenguas indígenas de México a menudo se encuentran en una mayor desventaja.

Guadalupe Altamirano González, de 34 años, y su esposo, Eustaquio Jiménez, de 44, se encuentran entre los aproximadamente 1.7 millones de mexicanos que hablan una variación del náhuatl, el idioma de los aztecas.

La pareja no tiene radio ni televisión, ni tampoco agua corriente, en su casa de madera de dos habitaciones en El Porvenir, un pueblo ubicado a media hora de Zomajapa.

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Sus hijas gemelas, Alondra y Fátima, fueron invitadas a ver las clases televisadas en casa de un amigo. Pero a González le preocupa no poder responder las preguntas que las niñas, de 12 años, traen a casa, porque no fue a la escuela y no habla mucho español.

“No es lo mismo que con una maestra”, comentó una tarde reciente mientras un grupo de pollitos recién nacidos rodeaba sus pies.

Cuando se canceló la escuela presencial, en la primavera, las tímidas y altas gemelas comenzaron a acompañar a sus padres a trabajar en las plantaciones de café cercanas. Ellos dicen que continuarán haciéndolo los días en que no vean las clases por televisión con su amigo.

Los dos hijos mayores de la pareja dejaron la escuela hace años para empezar a ganar dinero. Los niños, que ahora tienen 16 y 17 años, tuvieron problemas con la instrucción en español y decidieron que ganar dinero era más importante que estudiar, relató su padre. “Querían tener buenos zapatos”, explicó.

La familia de Bryan espera que, una vez que pase la pandemia, él podrá regresar a las clases presenciales e incluso algún día ir a la universidad. “Esa es la esperanza”, afirmó su padre. “Pero la verdad es que es difícil”.

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Por ahora, su padre tiene la intención de darle una educación diferente en la granja, que Bryan y sus hermanos heredarán algún día. Cada día les enseña algo nuevo: el ciclo de vida de un cafeto arábica, o cómo plantar las caléndulas que eventualmente adornarán el altar del Día de Muertos de la familia.

En una reciente mañana calurosa, su padre se detuvo para explicarles cómo limpiar la maleza sin que el machete se atascara en la tierra. Bryan se quedó allí mirando, con el pecho agitado. “¿Estás cansado, Bryan?”, lo desafió uno de sus hermanos. “No”, respondió el niño, mientras se agachaba para reanudar el trabajo.

Cecilia Sánchez, del buró de The Times en Ciudad de México, contribuyó con este informe.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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