Producto de Mexico IV: Los niños levantan las cosechas y sacrifican sus sueños en los campos de México
TEACAPAN, MEXICO.- Alejandrina Castillo retira su largo cabello negro y se sumerge en las plantas de chile. Primera recoge los serranos más grandes y gruesos y los mete en su canasta. Algunos, los más pequeños, caen al suelo.
La canasta se llena rápidamente. Alejandrina se detiene antes de que los chiles empiecen a caerse.
Ella tiene 12 años y le costó un poco de trabajo levantar el contenedor con sus 15 libras de peso.
En el otro surco estaba su hermano Fidel, de 13 años, quien no podía seguirle el paso. Como todos los días, Fidel estaba soñando despierto. Su primo de 10 anos, Jesús, también trataba de seguir el ritmo de Alejandrina, pero tampoco pudo.
Alejandrina empezó a buscar, a la distancia, el camioncito de comida. Era casi mediodía, habían pasado ya cinco horas desde que se había comida una tortilla como desayuno. El cielo estaba absolutamente claro, sin ninguna nube. Iba a ser otro día con 90 grados de temperatura en esta granja repleta de palmas en la zona costera del sur de Sinaloa.
“Me gustaría estar en casa con mi hermano menor”, dijo.
El trabajo infantil ha sido erradicado desde hace mucho tiempo en las grandes plantas agrícolas que han logrado el boom de exportación agrícola de México. Pero el trabajo infantil en cientos de granjas medianas y pequeñas por todo el país es un hecho, y algunas de estas granjas logran llevar sus productos hasta las cocinas de las familias y mercados norteamericanos.
Los Angeles Times logro armar un panorama del trabajo infantil en las granjas mexicanas entrevistando a los agricultores, a los mayordomos, a los intermediarios y observando a los niños trabajando en los campos en los estados de Sinaloa, Michoacán, Jalisco y Guanajuato.
Los productos de las granjas que emplean mano de obra infantil llegan a Estados Unidos a través de largas cadenas de intermediarios. Un chile pizcado por un niño puede pasar por cinco o seis manos antes de que llegue a una tienda en Estados Unidos o a una fábrica de salsa.
En Teacapan, en Sinaloa, Los Angeles Times observo a Alejandrina y a docenas de niños, llenar canastas y sacos con chiles. La granja en la que estaban trabajando abastece a un distribuidor en Arizona, y este distribuidor a su vez envía la mercancía al mercado al mayoreo y a otros mercados a lo largo de Estados Unidos.
En Guanajuato, los niños fueron vistos cosechando chiles en una granja cuyos productos eventualmente llegan a un importante centro de distribución en Texas.
Los datos del trabajo infantil son muy escasos; muchos agricultores y distribuidores no hablan de eso. Cerca de 100,000 niños mexicanos menores de 14 años trabajan a cambio de un salario, esto de acuerdo a cálculos realizado en el 2012 por el Banco Mundial y otras agencias internacionales. Es ilegal emplear a trabajadores menores de 15 anos.
Yo trabajo porque necesito el dinero para comer y comprar cosas.— Alejandrina Castillo
La gran mayoría de las exportaciones agrícolas mexicanas a Estados Unidos proceden de grandes complejos agroindustriales. Presionados por los distribuidores norteamericanos y por el gobierno mexicano, el trabajo infantil ha sido erradicado de los grandes centros exportadores.
Sin embargo, el trabajo infantil persiste en otras muchas granjas a lo largo de las principales regiones de exportación agrícola de México. Los niños pizcan tomatillos en Baja California y Michoacán; tomate en Zacatecas y San Luis Potosí. También procesan fresas en Baja California Sur. Llenan sacos de café y cortan caña de azúcar en Veracruz y Chiapas.
La cosecha de chiles es especialmente dependiente del trabajo infantil. Los chiles se han popularizado en Estados Unidos, donde se utilizan para los nachos, y en las botanas de los “happy hour” de los bares y es también el ingrediente principal de salsas de todo tipo
Las plantas de chile alcanzan tres pies de altura y producen chiles de hasta tres pulgadas, dimensiones perfectas para los pizcadores infantiles.
Muchos de los chiles destinados a Estados Unidos en verano, vienen de Guanajuato, de algunas de estas granjas están ubicadas cerca del rancho del ex presidente Vicente Fox.
Mientras estuvo en el poder, Fox critico fuertemente la presencia de trabajadores infantiles en los campos agrícolas de la región. Cuando un reportero y un fotógrafo de Los Angeles Times visitaron el área en un caluroso día de julio del 2013, vieron a 45 trabajadores laborando en un campo de chile a escasas dos millas del rancho de Fox.
La mitad eran niños.
Alejandrina era uno de ellos.
Cada mañana, ella toma una botella de agua y una bolsa de tortillas y se trepa en la caja de la camioneta pick up y llega hasta el trabajo a través de polvorientos caminos.
Apretujada junto a otros 30 trabajadores, Alejandrina se para de puntitas para tratar de ver hacia afuera. Le gusta sentir el viento en la cara y ver a otras niñas de su edad caminando con sus faldas limpiecitas.
Alejandrina y su familia fueron parte de una cuadrilla de trabajadores migrantes que pasaron parte del verano del 2p013 en Guanajuato, al sureste de la ciudad de León.
Los Angeles Times siguió a Alejandrina a lo largo de todos los viajes que ella y su familia hicieron para cosechar en los campos de México.
Esta es la única vida que ella ha conocido.
Alejandrina es alta para su edad, cumplió 12 años hace un mes. Es delgada. Sus brazos son largos y sus unas siempre están llenas de polvo y tierra. No ha estado en un salón de clases desde hace mas de tres anos.
Su familia es de la Montaña de Guerrero, una de las regiones más pobres de América del Norte. Su papa emigro a Nueva York y dejo de mandar dinero cuando se involucro con otra mujer.
Su mama, Ermelinda, “lloraba y se preguntaba porque mi papa se había ido con otra”, dijo Alejandrina. “Mi mama nos repetía esta historia una y otra vez”.
Ermelinda, una mujer robusta con ojos cansados, saco a sus hijos de la escuela y se dirigió al norte, uniéndose a miles de otros trabajadores mixtecos en la ruta del chile.
Ellos siguen las cosechas de un pueblo a otro y de una granja a otra, viajando a lo largo del centro y norte de México, en una ruta que tiene más de mil millas de extensión. En verano, llegan hasta la zona costera del sur de Sinaloa. En primavera, llegan al sureste de Guanajuato, trabajan por algunos meses (en ocasiones años) y después se dirigen al norte, hasta el desierto de Chihuahua.
Alejandrina y su familia viajaron por el centro y norte de México recogiendo cosechas, en una ruta de más de mil millas de extensión.
Para septiembre, estarían laborando en los campos de tomatillo de Jalisco.
Luego iban a comenzar el ciclo otra vez.
Al frente de ellos va el contratista o mayordomo, un hombre de su pueblo que logro trabajo para un grupo de 50 trabajadores que viajan juntos.
Alejandrina dormía en el suelo de las chozas de las granjas. De repente empezó a sufrir de dolores de cabeza que duraban varios días. Ella le echaba la culpa al calor.
En los campos de Chihuahua, siempre tenía mucho cuidado por los alacranes. En Jalisco, vio a su tía Amalia trabajando embarazada en los campos de tomatillo. El bebe nació muerto.
Pero su preocupación constante eran las víboras.
“Mi madre tiene miedo de que mi hermano pueda ser mordido por una víbora y que se muera”, dijo, refiriéndose a su hermano menor, Sergio.
La tragedia parece estar siempre presente en la ruta de la cosecha. De acuerdo con informes de los medios mexicanos y datos recogidos por un grupo de caridad, al menos 100 hijos de trabajadores agrícolas han muerto o han resultado heridos desde 2010: Algunos aplastados por tractores, otros afectados enfermedades, unos más ahogados en los canales de riego o, más frecuentemente, por accidentes al caer de autobuses o de las camionetas en las que viajan a lo largo de más de 500 millas a lo largo del territorio mexicano.
En esos viajes, Alejandrina ponía durar de pie hasta 14 horas, apretujada entre otros trabajadores en una camioneta de redilas. Los neumáticos a cada rato de pinchan. Algunos trabajadores deciden atarse a las redilas para evitar caerse.
Los pies de Alejandrina le dolían y en la noche tiritaba a causa del frío. A pesar de su circunstancia Alejandrina nunca se quejó. Ella entiende que cuando el cultivo ha terminado, hay que marcharse a otro lugar. “Si nos quedamos, nos moriremos de hambre”, dijo.
Aunque cada día es un campo diferente, la historia es siempre la misma.
Algunas veces los pensamientos de Alejandrina la llevan hasta esos días de escuela que vivió hace ya mucho tiempo. Todavía recordaba los nombres de los maestros que le enseñaron las tablas de multiplicar y cómo escribir su nombre, y ella aún llevaba un brazalete que le dio su mejor amiga de la escuela, Claudia.
Alejandrina no tiene más amigas. “Es triste hacer un amigo en un lugar y luego tener que dejarlo”, dijo Alejandrina en mayo, cuando la familia se preparaba para salir de Sinaloa rumbo a Guanajuato. “Cuando regrese, ella estará enojada conmigo porque me fui. Así que es mejor para mí no tener amigos”.
Ella una vez soñó en ser maestra. “Creo que es demasiado tarde porque… no he ido a la escuela por mucho tiempo”, dijo. “Y la escuela es muy importante, para poder ser alguien en la vida”.
Ahora, su vida se define por lo duro de su trabajo en el campo. Ella dijo que le gustaría tener usar unos zapatos mejores: “Pero no se puede, aquí lo único que hay es lodo y mas lodo”.
Un día de julio de 2013, un camión que transportaba a Alejandrina y a otros trabajadores llego hasta el pueblo de San Cristóbal, donde Vicente Fox tiene su rancho y hasta un centro cultural.
El mes antes, los activistas de derechos humanos visitaron numerosas granjas y documentaron la presencia de cientos de trabajadores infantiles. Funcionarios estatales avergonzados, prometieron imponer multas a los productores que emplearan niños. Pero después de que los funcionarios y los activistas se retiraron, los niños estaban de vuelta en los campos.
El destino de Alejandrina ese día de julio fue un tramo de campos abiertos donde un agricultor local planto chiles.
Con sus dedos delgados y la intensidad frenética de su trabajo, Alejandrina marcó el ritmo de la cuadrilla. Cuando su cubeta se encontraba llena a tres cuartas partes de su capacidad, la vaciaba en uno de los sacos que llevaba amarrado a su cintura. Una vez que el saco estaba lleno, era un tan alto como ella. Un niño mayor lo llevaría a un camión cerca de ella.
Por cada saco de 60 libras, Alejandrina recibe aproximadamente unos $2.
Mientras ella trabajaba, niños muy pequeños como para trabajar, jugaban desnudos en los charcos. Los bebés lloraban a la sombra de los camiones.
Alejandrina superó constantemente a su hermano mayor, Fidel, quien gana un promedio de alrededor de $ 20 por día.
“Fidel no se supera…. Yo no sé por qué”, dijo Ermelinda.
Cuando Alejandrina trabaja a todo ritmo, la familia come mejor.
“Ella tiene que trabajar”, dijo su madre, “o no hay suficiente dinero para sobrevivir”.
Al final del día, la cuadrilla había llenado 600 sacos con pimientos, unas 18 toneladas. Los sacos se colocaron en lo alto de un camión con destino al mercado de productos al mayoreo que se encuentra a unos 15 kilómetros de León.
Allí, un corredor llamado Jesús “Chuy” Velázquez contó el trabajo del día y lo envió en un camión hasta Monterrey, a más de 300 kilómetros de distancia.
Corredores en proceso de Monterrey y el paquete de pimientos Guanajuato antes de enviar algunos de ellos a McAllen, Texas, un centro para distribuidores estadounidenses.
Velázquez, entrevistado en su muelle de carga en el mercado de productos de León, dijo que durante la temporada alta en mayo, embarca hasta 135 toneladas de pimientos al día a Monterrey. Dijo que también envía a un distribuidor en Tijuana, de quien dijo que bastece a los mercados de la costa oeste de Estados Unidos.
Interrogado sobre el papel del trabajo infantil en los campos de pimientos, Velázquez dijo: “Honestamente, yo no me meto, eso es asunto de los productores.
“El productor está a cargo de los campos. Yo estoy a cargo de las ventas”.
De las manos de los niños
El trabajo infantil es común en los campos del sur de Sinaloa, donde Alejandrina trabajó los últimos tres inviernos.
Los Angeles Times observo a docenas de niños cosechar chiles en una granja de tamaño medio en Teacapan, al sur de Mazatlán, en diciembre de 2013.
El productor, Sergio Constantinos, dijo en una entrevista que él suministra chiles a La Costeña, uno de los mayores fabricantes de salsa de México y un importante exportador a los EE.UU. Constantinos dijo que también suministra su producto a varios proveedores estadounidenses, incluyendo EH Maldonado & Co. en Nogales, Arizona.
El propietario Emilio Maldonado dijo que vende chiles a Constantinos quien a su vez lo revende a empacadores que lo ponen en cajas de 10 libras y los venden a cadenas de supermercados y restaurantes de todo el país.
Constantinos negó inicialmente que los niños trabajaran en su granja.
Cuando se le dijo que un reportero del Times había visto a niños en sus campos, admitió que los inspectores del estado le habían multado $ 30.000 el año anterior por el uso de trabajo infantil.
Constantinos luego dijo que los productos recogidos por los niños es separado en su planta de procesamiento y se envía sólo a los clientes mexicanos.
Maldonado dijo que eso no excusa el uso de trabajo infantil. “No deberían usar ningún niño, punto”, dijo. “Dicen que lo controlan, pero no lo hacen”.
La Costeña dijo que sus granjas proveedoras establecen sus propias normas laborales. Se negó a hacer más comentarios.
Constantinos se quejó de que había sido multado injustamente por inspectores estatales. “Si despido a los niños, lo único que tienen que hacer es ir a otros campos”, dijo.
Culpó de la presencia de los niños a los contratistas de mano de obra que reclutan a los trabajadores agrícolas de regiones indígenas muy pobres de México. Los contratistas dicen que los niños tienen que trabajar porque los salarios agrícolas son tan bajos que los padres no pueden ganar lo suficiente para alimentar a sus familias.
Grandes minoristas estadounidenses dice que vigilan la aplicación de las normas contra el trabajo infantil en las fincas que les suministran directamente. Mantener a los niños trabajadores fuera de los campos es muy difícil en las granjas pequeñas y de tamaño medio.
En ese sector fragmentado, débilmente regulado, intermediarios y distribuidores no tienen la misma influencia sobre los agricultores, como Wal-Mart o Costco. Muchos distribuidores tienen pequeñas operaciones que carecen de los recursos para monitorear a los proveedores. La violencia del narcotráfico generalizado en Sinaloa, Chihuahua y Michoacán hace que las inspecciones sean muy peligrosas.
Maldonado es uno de los pocos corredores de tamaño medio que visita a sus proveedores mexicanos. Fue a Teacapán este mes para revisar el funcionamiento de Constantinos ‘tras enterarse de que el Times había visto recolectores infantiles. Dijo que no vio a ningún niño en esa visita.
“Está mejorando. Está tratando”, dijo de Constantinos.
Hay menos niños que trabajan en las granjas mexicanas que en el pasado, pero el problema no ha desaparecido, dijo Maldonado.
“Es triste ver a un niño trabajando en el campo”, dijo. “Yo les digo a los productores que estos niños deben estar en la escuela. Pero hay vedes que yo mismo me digo, ‘Hey, Emilio, pero sus padres quieren que trabajen, y los niños a veces quieren trabajar”. a veces quieren trabajar”.Watch
A Alejandrina le gustaba trabajar sola, lejos de los otros niños. No le gusta platicar cuando está trabajando.
En un caluroso día de septiembre de 2013, en un campo de tomatillo en Jalisco, su hermano Fidel estuvo cerca de donde ella trabajaba. Demasiado cerca.
Sumergido en los campos llenos de plantas, Fidel blandió su machete y sin darse cuenta hirió en el tobillo derecho a Alejandrina. “Le grité a mi madre y ella vino corriendo, y mi hermano quería huir, pero le pegué”, recordó Alejandrina. Ella llego cojeando hasta un árbol y su madre le coloco un trapo sucio en contra de la herida.
La madre de Alejandrina Castillo, Ermelinda, utiliza una esquina de un vestido para limpiar el pie herido de la joven, que fue cortada accidentalmente con un machete por su hermano Fidel, mientras que los hermanos limpiaban las plantas en el campo.
Esa noche, en la casa vacía donde se alojaban en Arandas, Ermelinda desenvolvió el trapo y limpió la herida
En la habitación de al lado, una madre e hija yacían en la cama con los huesos rotos, sus quejidos se podían escuchar a través de las paredes. Tres semanas antes, un camión que transportaba a ellos y a otros trabajadores, se volcó. Un trabajador murió.
Mientras la mama de Alejandrina le limpiaba la herida, la chica cerró los ojos y agitó sus manos por el dolor. Luego se acostó en el suelo de cemento y pronto se quedó dormida. En pocos meses, ella estaría en Sinaloa. Después de eso, volvería a Guanajuato para iniciar otro año en la ruta del chile.