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¿Ansioso por la vida post COVID? Podría tener el ‘síndrome de la cueva’

Patrons eat at a restaurant counter.
Algunas personas se preocupan por reanudar la vida normal después de un año de aislamiento.
(Silvia Razgova)
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Hace unas semanas escribí una columna en la que me refería brevemente al concepto de “síndrome de la cueva”. El término fue acuñado por un psiquiatra en Florida para describir a las personas que temen o no están dispuestas a reingresar a la sociedad tras una pandemia, incluso después de haber sido vacunadas, porque se acostumbraron demasiado al aislamiento.

Lo mencioné solo de pasada, después de haber escuchado algo al respecto en un programa local de noticias. Pero cuando apareció la columna, me sorprendió la cantidad de lectores que me escribieron o hablaron al respecto, remarcando que era algo que ellos mismos estaban experimentando. “Gracias por darle un nombre a cómo me siento”, escribió una mujer. “Me encanta cuando algo tiene un nombre”.

Otra lectora se sintió agradecida por no ser la única. “El simple hecho de saber que otros también tienen esta reacción la hace menos abrumadora emocionalmente”.

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Al principio me pareció extraño que el “síndrome de la cueva” tocara tal fibra, hasta que me di cuenta de que yo mismo estaba teniendo algunos de estos sentimientos. No suelo sufrir de ansiedad social; no soy particularmente tímido ni introvertido. Pero yo igualmente siento cierta incomodidad ante la idea de estar de vuelta en el mismo espacio físico con otros: en un restaurante, en la oficina, en una tienda o en un vagón de metro. En parte es el resultado de no saber con certeza qué es seguro y qué no, pero también se trata del regreso al status quo social anterior después de más de un año de interacción extremadamente limitada.

Empecé a preguntar por ahí. Michael Dulchin, psiquiatra de Union Square Practice en Nueva York, comentó que tiene muchos pacientes reacios a regresar al mundo, o al menos sienten ambivalencia al respecto. Algunos de ellos, señaló, se habían sentido realmente aliviados por la pandemia, por el respiro de un cargo competitivo, por ejemplo, o la pausa forzada de la sociedad, o la posibilidad de posponer decisiones sobre el futuro. Varios pacientes temen ahora reanudar su eterno viaje al trabajo o ponerse un cierto atuendo y ser juzgados por ello, o simplemente volver a entrar en la carrera de locos.

Para Jenny Taitz, psicóloga clínica y profesora asistente en UCLA, algunas personas se sienten avergonzadas de cómo pasaron el año. Quizá en lugar de aprender francés, simplemente se deprimieron y bebieron demasiado, y les da pena reconocerlo ante sus compañeros. Tal vez aumentaron de peso y ahora no quieren enfrentarse a sus colegas.

Aquellos que sufrían de ansiedad social antes de la pandemia están particularmente temerosos del reingreso y la posibilidad siempre presente del rechazo o la humillación. Pero no son solo las personas con fobias preexistentes las que se sienten en conflicto. “Tiene mucho sentido estar ansioso en este momento”, comentó Taitz. “Estas son circunstancias muy extraordinarias”.

Arthur Bregman, el psiquiatra de Florida a quien se le ocurrió el término “síndrome de la cueva”, coincide en que afecta tanto a los introvertidos como a los extrovertidos. “¿Significa esto que alguien a quien le gusta la comodidad de trabajar desde casa y tener menos obligaciones sociales tiene una enfermedad mental? No necesariamente”, escribió en un ensayo. “Pero el peligro está en apegarse demasiado al punto en el que interfiere con la vida, incluso frente a un regreso a la normalidad”.

No creo que nadie se haya sorprendido especialmente al enterarse durante el último año de que la pandemia estaba afectando no solo la economía y las tasas de mortalidad, sino también a nuestra salud mental. Por supuesto que así sería; es anormal mantener una distancia de seis pies con todos los demás seres humanos. No es natural evitar tocarse; es inaudito que los escolares, los estudiantes universitarios o los adultos jóvenes no tengan una interacción diaria y en persona con sus compañeros. Es realmente extraño tener citas en Zoom.

Por lo tanto, no fue una sorpresa cuando la Oficina del Censo de EE.UU anunció a fines de 2020 que más de un tercio de los estadounidenses encuestados habían reportado síntomas de ansiedad o depresión, un aumento sustancial con respecto al año anterior. Los números fueron bastante más altos para las personas jóvenes que viven solas.

Es un poco menos obvio por qué el final de la pandemia (asumiendo que a eso hemos llegamos) también sería traumático. Pero salir del aislamiento es difícil, a su manera. Las transiciones pueden ser complejas, incluso cuando son lo que queremos. Algunos reclusos que salen de la cárcel, por ejemplo, sienten altos niveles de estrés y ansiedad.

En una encuesta realizada en febrero por la Asociación Estadounidense de Psicología, el 49% de los adultos dijeron que se sentían incómodos al adaptarse a las interacciones en persona cuando terminara la pandemia. Alrededor del 46% declaró que no se siente cómodo al volver a vivir como solía hacerlo antes. Los adultos vacunados tenían la misma probabilidad de responder igual que quienes no se habían inmunizado.

Un grado de ambivalencia o incluso de miedo parece perfectamente natural. Sin embargo, los terapeutas con los que hablé advirtieron que la gente no debe ceder a ello. Por supuesto, se tienen que seguir las pautas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y también de los funcionarios de salud locales. Pero no hay que posponer el reingreso a la sociedad por temor. La ansiedad, enfatizó Taitz, se alimenta de eludir las cosas.

“Para las personas que tienen estas sensibilidades, es hora de volver a ponerse la armadura”, indicó Dulchin.

¿Recuerda a los prisioneros de la alegoría de Platón que son encarcelados en una cueva, y ven solo sombras en la pared? Ellos empiezan a creer que esas sombras son la realidad. Incluso cuando un prisionero es liberado y puede ver la luna y el sol, no logra convencer a los demás de que solo están viendo una parte del mundo, no el mundo en sí. Fueron los que padecieron originalmente el síndrome de la cueva; no sigamos su ejemplo.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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