Anuncio

L.A. Affairs: Por qué cancelé mi gran boda

Illustration of an isolated island with a palm tree.
Pensamos que era mejor esperar a que “todo esto” terminara.
(Marisol Ortega / For The Times)
Share

Hari y yo no éramos una pareja a la que nadie podría acusar de precipitada. A lo largo de casi una década, nuestra relación ha progresado tan lenta y elegantemente como una enredadera trepadora. Después de comprometernos en diciembre de 2018 durante un viaje a Marruecos, nos dimos todo el espacio que necesitábamos para planificar nuestra boda. Teníamos todo el tiempo del mundo, pensábamos.

El coronavirus cambió todo eso, igual que cambió muchas cosas del mundo.

En los tiempos anteriores, Hari, profesor de historia en una escuela preparatoria de Los Ángeles, se levantaba temprano para ir al trabajo y luego a sus propias clases. Yo me pasaba el día escribiendo, enseñando y cuidando niños en nuestro vecindario de Echo Park. Los fines de semana íbamos a bailar o al Bosque Nacional Los Ángeles para hacer excursiones con amigos.

El tiempo que pasamos de esta manera se sintió tanto significativo como conocible, orientado en torno a una especie de futuro específico. Yo estaba trabajando en mi segunda novela. Él trabajaba para obtener un segundo título de posgrado que le permitiera lograr el aumento de sueldo que necesitábamos para comprar una casa. Cuando podíamos, trabajábamos en la planificación de la boda. Probamos un patio para ofrecer tacos y visitamos un rancho de caballos en Joshua Tree como posible lugar de celebración. Mi madre y yo fuimos al Distrito de la Moda en el centro de Los Ángeles a comprar tela para el vestido de novia que íbamos a coser juntas. Elegimos una fecha tentativa, el 20 de junio de 2020.

Anuncio

Nuestras vidas a lo largo de 2019 estuvieron orientadas hacia un algo externo, esa sensación de que a medida que pasaba el tiempo nos acercábamos a la realización de nuestro yo futuro.

El coronavirus borró esa fácil sensación de progreso.

En el caos del mundo exterior, todo aquello por lo que habíamos estado trabajando parecía desaparecer, al igual que para tantos otros. La escuela de Hari anunció recortes presupuestarios que significaron que su aumento de sueldo previsto se redujo drásticamente, y el arduo trabajo que había realizado se borró de un plumazo. No era seguro para mí pasar tiempo en las casas de otras personas, enseñando y cuidando a niños. Me las arreglé desapareciendo en mi novela, escribiendo durante gran parte del día, pasando cada vez más tiempo en un mundo imaginario.

No nos preocupamos por la boda. Una boda es un compromiso con el futuro, una promesa que nos hacemos a nosotros mismos. Y con un futuro tan incierto, nos resultaba difícil imaginar una celebración que nos pareciera apropiada y segura. Pensamos que era mejor esperar a que “todo esto” terminara.

Sin embargo, a medida que la cuarentena continuaba, se hacía cada vez más difícil imaginar lo que podía significar “que todo esto terminara”. Pero incluso en mis días más oscuros, podía ver una especie de esperanza reflejada en los ojos de mi prometido. Lo sentía cada vez que lo miraba, por muy estresada que estuviera por el dinero, la enfermedad o por las constantes malas noticias que nos arrastraban a la nueva vida de interminable tiempo en pantalla.

Para mí, él era el futuro. La única cosa que no cambia en un paisaje que se transforma constantemente. Y así, una noche, le propuse matrimonio.

Había preparado una cena especial “¡Es sábado por la noche!” que comenzó con la receta secreta de martini de mi abuelo. Había jamón y melón, pasta hecha a mano y dos tartas individuales de mousse de chocolate con rosas de fresa encima. Nos sentamos juntos en nuestro maltrecho sofá de cuero. Se sintió especial. El primer día distinto que habíamos tenido en meses. Al salir de la cocina con un plato lleno de tartas y ver a mi prometido, luciendo increíblemente bello bajo la luz tenue de la lámpara de pie, hizo que me invadiera un impulso repentino.

“¡Deberíamos casarnos!”, dije.

Amaba a este hombre con todo mi corazón. En el tiempo que habíamos pasado juntos en esta extraña isla de apartamento, había llegado a amarlo aún más. Y eso me hizo darme cuenta: No deberíamos esperar. Porque ¿qué es el matrimonio sino un acto de esperanza? Lo único que quería era comprometerme con este hombre el día que habíamos elegido, el solsticio de verano de 2020, el día más largo del año más largo.

Solo había un problema: faltaba una semana para el 20 de junio.

El paso del tiempo adquirió un nuevo significado, el sol poniente señalaba que faltaban cinco días para la boda, luego cuatro, tres, dos. Nuestras familias se dedicaron a la planificación con notable dedicación y entusiasmo.

Elaboramos una lista de invitados de 26 familiares y amigos cercanos, todos los cuales habían estado en estricta cuarentena. Cuando llamamos a nuestros invitados para contarles la sorpresa, les explicamos detalladamente nuestros protocolos de COVID-19. Los invitados acordaron someterse a una prueba, usaron mascarillas elegantes con sus atuendos de fiesta y se sentaron esparcidos por un amplio césped.

Tenemos dos productores de la industria del entretenimiento en la familia que se pusieron las pilas: mi tía Kate, que nos permitió celebrar la boda en su patio trasero en Altadena, y mi hermana Lauren. Mi hermana no solo hizo de ministro, sino que cobró innumerables favores profesionales para conseguirnos sillas, un servicio de catering y ventiladores de tamaño industrial para combatir el calor, también trajo a su socio, R.J., para fotografiar todos los detalles del día. Mi querida amiga Juliet se encargó del ramo: una maraña de plantas autóctonas de California que incluía amapolas en flor, pequeñas estrellas blancas de zanahoria silvestre y ramitas de eucalipto que llenaban el aire con su aroma a hierbas. Juliet se encargó, además, de comprar un vestido de novia de encaje con mangas largas y falda de sirena que me sentaba como un guante.

Mi tía conmemoró la ocasión con desinfectantes de manos temáticos, máscaras impresas con una foto nuestra como recuerdo, y botellas individuales de champán para que pudiéramos brindar con seguridad mientras nos manteníamos socialmente distanciados. ¿El único riesgo que corrimos? Abrazar a nuestros padres. Incluso con las mascarillas puestas, nos sentimos bien al abrazar a nuestros seres queridos después de meses de contacto solo a través de Zoom.

El día de la boda fue, como suelen ser los días de boda, mágico. Más que nada, recordaré ese día por la brillante chispa de esperanza que ofreció. Que incluso en tiempos tan extraños, podíamos mirar al futuro con ilusión. Que tal vez, de alguna manera pequeña y personal, esos días perdidos podrían ser el comienzo de una vida mejor por venir.

Beyda es novelista y autora de “The Body Double”. Está en Instagram @emilybeyda

L.A. Affairs narra la búsqueda del amor romántico en todas sus gloriosas expresiones en el área de Los Ángeles, y queremos escuchar su verdadera historia. Pagamos $300 por un ensayo publicado. Envíe un correo electrónico a LAAffairs@latimes.com. Puede encontrar las pautas de envío aquí.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

Anuncio