Alejandro Orozco Pérez, alias Pollo, es de un ranchito llamado Teocaltiche, en el estado mexicano de Zacatecas. Tenía 20 años cuando llegó a Los Ángeles hace más de 11 años, y ha trabajado como jardinero la mayor parte de ese tiempo. Este trabajo ha sido un medio para mantener a su familia. “Para salir adelante”, explica Orozco Pérez. “En toda familia, una persona se tiene que sacrificar. Y pues me tocó a mí”. Pero con los años, la práctica del paisajismo ha adquirido un significado que va más allá de lo pragmático. La conexión con la tierra, la capacidad de crear algo bello cada día a partir de la naturaleza: Es la esencia de la vocación.
“Cuando haces las cosas con cariño y con pasión, desde lo más básico, lo más simple, a los más grande - por ejemplo, cuando usted mira las rosas bien brillantes y bonitas, y el zacate bien verde, bien cortadito, o los árboles bien podados, la palma bien limpia - es un arte”. Es decir, cuando haces las cosas con esmero y pasión, cuando tu trabajo realmente transforma el material -desde rosas a hierba verde o palmeras- en algo original, lo elevas a la categoría de arte.
Los paisajistas son los arquitectos de la belleza de Los Ángeles, los administradores de la tierra, los susurradores de las plantas. Sus obras están por todas partes: estamos dentro de una exposición colectiva creada y cuidada por trabajadores que caminan entre nosotros. Pase por delante de esa casa de la costa con el césped impecablemente cuidado y los altísimos árboles iluminados por focos LED, o respire hondo junto a la casa Craftsman de Jefferson Park, cuyo jardín delantero está repleto de fragantes lavandas que crecen de un modo que parece salvaje y caótico, pero que en realidad están metódicamente diseñadas para tener ese aspecto, y lo verá: Para los paisajistas de Los Ángeles, todo está en los detalles.
El trabajo requiere un conocimiento intuitivo del estilo y de la tierra. No se trata sólo de poner una planta en la tierra y echarle agua, sino de encontrar una forma de dar vida a las ideas, que cambian de un jardín a otro.
Orozco Pérez explica que hay cierta complejidad en la jardinería que exige una atención cariñosa e intensa a los detalles que en este contexto son grandes: conocer los distintos tipos de tierra y abono, saber si una planta crecerá en un entorno determinado, cómo se entrelazan las raíces bajo la tierra, qué aspecto tendrá un arbusto cuando crezca. Los propietarios a veces piden la opinión de Orozco Pérez sobre lo que quedará bien, y él vive para los momentos en que puede poner en práctica sus conocimientos. Su especialidad es imaginar un paisaje que utilice piedras y rocas, árboles naturales, con luces que los iluminen por la noche, y gardenias que perfumen la entrada de una casa.
Otro requisito previo del paisajismo es la dureza física y emocional. Muchos paisajistas cargan con la responsabilidad de enviar dinero a sus familias. Las mañanas empiezan muy temprano, hay quejas por ruido y ordenanzas municipales que a menudo dificultan su trabajo. Pero la idea de que el trabajo es indeseable o malo es errónea, dice Orozco Pérez. Para él, lo más bonito del oficio ha sido el compañerismo y las risas, poder tocar la tierra con sus manos en casas preciosas de toda la ciudad.
Paisaboys, la marca de ropa de calle fundada y diseñada por Joey Barba y Javier Bandera, rinde homenaje a la gente de Los Ángeles que ellos consideran ha sido poco valorada, como los jardineros.
Tanto Barba como Bandera tienen una conexión de toda la vida con la profesión: Barba lleva años trabajando como jardinero en el negocio de su familia, y Bandera, que creció lavando coches con su padre, siempre ha compartido una relación simbiótica con ellos. “Siempre hay una energía entre los jardineros, los que limpian las piscinas, los lavacoches... somos nosotros y ellos [los dueños de la casa]”.
Con campañas protagonizadas por jardineros con los que Barba trabaja a diario (Orozco Pérez incluido), Paisaboys ha cambiado el enfoque. “Le damos luz a personas que se sienten invisibles. Este grupo de gente que siempre nos hemos sentido parte de esto y que nunca hemos recibido ningún tipo de reconocimiento o luz que nos ilumine”.
Una prenda Paisaboys, como los pantalones vaqueros Charro/Psycho o la camisa de trabajo Chalan, está pensada para que la lleven quienes comparten una comprensión inmediata de sus motivos, mensaje y función. En este contexto, el usuario se convierte en la pieza central porque tiene la experiencia, el conocimiento de cómo y cuándo vestir la prenda.
En una sesión reciente hábilmente captada por el fotógrafo Carlos Jaramillo, Orozco Pérez y Armando, alias El Muñeco, dan vida a uno de los lemas icónicos de las camisetas Paisaboys: “Cada paisa es una estrella”. Vemos a estos hombres a la moda en su elemento de trabajo: cortando hierba a la hora de más calor, escalando una palmera como un ser mítico que desafía la gravedad. Aquí es donde una pieza de Paisaboys tiene más impacto.
Frente a la Iglesia Presbiteriana de San John hay una enorme higuera de Moreton Bay que tiene casi 150 años. Desde hace años, Barba y su familia se encargan de cuidarla una vez a la semana. Recogen las hojas y los frutos que se le caen y los vuelven a colocar en su base en apretados montones, ayudando a su autosuficiente proceso de descomposición y renacimiento.
Una vez al año le ponen vitaminas, pero la mayor parte del tiempo se limitan a presenciar el enorme árbol. No lo cortan, no lo riegan: sus raíces son más profundas de lo que cualquier manguera podría alcanzar. Cuidar de este árbol es uno de los trabajos de su ruta que ha ayudado a Barba a comprender la responsabilidad única que tienen los jardineros en la estética de la ciudad, porque a pesar de ser arduo y agotador, es un trabajo que tiene momentos brillantes y de tranquila alegría que se podrían comparar a una tarde dedicada a pintar una acuarela. Para Orozco Pérez, esa revelación proviene de su conexión con la tierra, que se ha convertido en parte de él. “Pienso que somos como uno mismo”, afirma.
Barba entiende que detrás de cada jardín rebosante de plantas autóctonas de Echo Park hay una persona, con sus propios deseos, necesidades y anhelos. “A veces oigo al jardinero del vecino. Son como las 8 de la mañana y me levanto y cierro la ventana porque hace mucho ruido”, dice Barba. “Mucha gente se despierta, lo oye y dice: ‘Oh, Dios’, para ellos es sólo un ruido. Pero yo sé que cada una de esas personas tiene un conjunto de experiencias, toda una vida, toda una historia, problemas, sentido del humor. Si pudiéramos hacer una camiseta con cada una de esas historias, tendríamos una cantidad infinita de material”.
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