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Salir en busca de pacientes: mientras crece la población sin hogar, también aumenta la medicina ‘callejera’

Michael Stefanowicz, Gabrielle Johnson, Dianna Hill
La paciente desamparada Dianna Hill, de 61 años, celebra después de que el Dr. Michael Stefanowicz (izq.) y la enfermera Gabrielle Johnson le indicaran una mejoría en su presión arterial.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)
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La camioneta blanca se abría camino por las calles bordeadas de carpas, en el centro de Los Ángeles. Desde el asiento trasero, Brett Feldman miraba a los residentes del campamento, dispersos sobre la acera.

Feldman es un asistente médico que está aquí para atender a los enfermos. Pero antes de poder realizar pruebas o administrar medicamentos, debe concretar una tarea mucho más inusual entre los proveedores de salud: encontrar al paciente.

El equipo sanitario de cuatro integrantes, que Feldman lidera, ofrece atención a algunas de las personas más enfermas de Los Ángeles al reunirse con ellas donde viven: la calle. Los pacientes no tienen que agendar citas, encontrar transporte hasta la clínica, recoger recetas o pagar su tratamiento, barreras que hacen que la gente sin hogar esté mucho más enferma y tengan más probabilidades de morir jóvenes que otras.

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Brett Feldman and Leon Gillis
El director de medicina callejera de USC, Brett Feldman, a la derecha, comprueba la salud de Leon Gillis, quien dijo que se sentía enfermo. Gillis vive en un campamento para indigentes junto a la autopista 10 en Los Ángeles.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Feldman vio a su paciente, Tracy, acurrucada en una silla de ruedas en la acera. El equipo salió de la camioneta con mochilas repletas de medicamentos y ungüentos, para ayudarla.

Una enfermera desenvolvió con cautela un vendaje en el dedo anular de Tracy. La gasa blanca estaba oscurecida por la suciedad. Tracy hizo una mueca de dolor. Durante años usó un anillo de metal que finalmente hirió su piel. Debajo de la tela, la epidermis se había erosionado tanto que ya no quedaba nada donde alguna vez descansaba el anillo; una tira de hueso blanco cruzaba el dedo.

Sólo tratar de sobrevivir en la calle puede hacer que las personas descuiden enfermedades graves, como el VIH y problemas cardíacos y pulmonares. Otras cuestiones que comienzan siendo pequeñas, como el dedo de Tracy, pueden volverse peligrosas o incluso mortales debido a las difíciles condiciones de vida.

Feldman le dijo a Tracy que la herida no se sanaba sólo con medicamentos porque era demasiado profunda. Ella necesitaba ir al hospital, donde posiblemente le harían un injerto de piel, le indicó. “Estoy tan cansada”, dijo ella, con resistencia. “Cuando llegues al hospital, podrás dormir de manera segura”, respondió Feldman. “Sé por lo que estás pasando aquí”.

El Dr. Michael Stefanowicz revisa las heridas y el posible dedo roto de la mano de Clyde Hardy, de 23 años, que ha estado sin hogar durante dos años.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Tracy accedió. El médico llamó a un Uber para que la llevara al sanatorio. Financiado por USC, el equipo de Feldman es uno de los varios grupos que brindan atención sanitaria en la calle para la creciente población de indigentes del condado de Los Ángeles. Hay aproximadamente 59.000 personas en el Condado que viven en calles, refugios o vehículos.

Estos llamados equipos de medicina callejera también se están multiplicando en todo el país; se estima que hay más de 90 en EE.UU, y algunos médicos sopesan si la práctica debería enseñarse en las escuelas de medicina. El cambio es un reconocimiento no sólo a la humanidad de los desamparados, sino también al fracaso a nivel nacional para alojarlos y brindar atención médica a quienes la necesitan.

Todas las mañanas, de lunes a viernes a las 8 a.m., el equipo de USC sale en su camioneta con el maletero lleno de mantas, carpas, colchones y calcetines.

Feldman primero identifica a los pacientes hablando con las personas sin hogar que ya ingresaron en el hospital del condado de USC. Después de que estas son dadas de alta, el equipo las sigue donde sea que vivan, un giro creativo sobre las tradicionales ‘visitas al médico’.

A menudo, estos individuos les hablan de otras personas cercanas, que están aún más enfermas. “Recibimos referencias de un puente a otro”, reconoció Feldman.

En total, el equipo tiene más de 70 pacientes a quienes visitan regularmente, a veces varias veces a la semana.

Brett Feldman trata las heridas abiertas en la pierna del paciente Alfred Mills, 62, en su campamento junto a la autopista 10.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Feldman se puso en cuclillas junto a la silla de ruedas de Tracy y le limpió los cortes en los pies. Esta “posición de sirviente”, que exige mirar al paciente hacia arriba, convierte a los médicos en menos intimidantes, dijo.

Al principio, las personas enfermas a menudo sospechan del equipo. Vivir en la calle los ha acostumbrado a todo, incluso a que la gente evite mirarlos al pasar, y a las frecuentes amenazas de robo o hechos de violencia.

Feldman se acerca a los pacientes con cautela, como si pudieran asustarse, y les sonríe suavemente.

Cuando el móvil de Uber finalmente llegó para llevar a Tracy al hospital, ella no quería subir. Feldman le advirtió que, si no recibía tratamiento en su dedo, podría perderlo. Aún así, la mujer se negó.

El médico le pidió al conductor que se marchara sin ella. El equipo volvió a subir a la furgoneta.

Aunque decepcionado, Feldman aceptó la reticencia de Tracy como algo normal. Muchos desamparados desconfían del sistema médico, y curar esa relación lleva tiempo, reconoció. Cuando le preguntas a la gente por qué están sin hogar, “uno no escucha sobre la falta de vivienda asequible, la gentrificación, el salario mínimo”, afirmó el doctor. “La causa es la pobreza emocional, la pobreza espiritual”, expuso. “Se sienten descartados por la sociedad”.

Feldman, de 38 años, tiene una larga historia de atención médica a personas sin hogar. Antes de lanzar este programa el año pasado, trató a pacientes en refugios y en las calles de Allentown, Pensilvania, donde vivió, durante más de una década.

Ahora, como vicepresidente del Street Medicine Institute, ayudó a lanzar otros 40 programas similares en todo el mundo. El médico se sintió atraído por Los Ángeles debido a la necesidad, reconoció. La región tiene una proporción inusualmente alta de individuos que viven en la calle cada noche.

En la ciudad de Nueva York, debido a la disponibilidad de refugios, sólo el 4% de la población desamparada vive en la calle, en comparación con el 75% en el condado de L.A. Dado que estas personas tienden a acceder a los servicios de salud a través de los refugios, es probable que en Los Ángeles obtengan mucha menos atención médica, explicó.

“Nuestra visión es que todas las personas sin protección tengan acceso a la atención médica básica”, afirmó Feldman. Las escenas que él y otros proveedores presencian en la calle son desgarradoras: algunos beben el agua que gotea de las bocas de incendio, niños que regresan de la escuela a las tiendas, donde duermen, pacientes que se congelan.

Joseph Becerra, de 47 años, estuvo sin hogar durante 15 años en Los Ángeles. Ahora es un trabajador de salud comunitaria del equipo de USC, y guía a los demás por ese mundo que alguna vez habitó.

Para Becerra, incluso si alguien queda sin hogar porque perdió su trabajo o no pudo pagar el alquiler, vivir en la calle luego los lleva a robar para sobrevivir, a drogarse para no pensar y a permanecer despierto toda la noche para proteger sus pertenencias. El insomnio, combinado con la escasez de agua y alimentos, puede desconectar a las personas de la realidad y hacer que sea más difícil escapar de la pobreza, afirmó.

Becerra conduce la camioneta del equipo y realiza un seguimiento del paradero de los pacientes comprendiendo qué tiendas frecuentan, quiénes son sus amigos y a dónde van cuando los trabajadores de la ciudad limpian sus calles. También juzga si un campamento es seguro para ingresar, y monitorea cómo otros residentes responden al equipo cuando están allí. Los grupos de medicina callejera en otras ciudades circulan por la noche, pero Becerra insiste en que trabajen por las mañanas. “Nos han apuntado con armas”, relató. “Es la naturaleza de la bestia”.

Unos días después de visitar a Tracy, Becerra estacionó la camioneta al lado de una tienda de campaña, debajo de un paso elevado de la autopista, a una milla de Skid Row.

La paciente, Dianna Hill, empujaba su silla de ruedas para alcanzar un rayo de sol en la acera, mientras el equipo la rodeaba. “Mi cerebro no funciona en este momento”, les dijo Hill, de 61 años. “Hacía tanto frío… No pude dormir”.

Cuando Hill se convirtió en paciente del equipo, dos meses atrás, tenía presión arterial alta, explicó Feldman. Como la hipertensión no tiene síntomas, lograr que los pacientes presten atención a ello puede indicar un cambio de mentalidad. “La única razón por la que eso te importaría, es si te importa tu futuro”, indicó el médico.

Feldman colocó el tensiómetro alrededor del brazo de Hill. Ella bromeó y dijo que su novio la había mantenido tibia la noche anterior, durante los fríos vientos de Santa Ana. También le agradeció a Becerra por un nuevo par de calcetines largos hasta la rodilla, mientras guiñó un ojo y agitó las piernas para mostrarlos.

El doctor le dijo que su la presión arterial era normal. Hill batió los puños, triunfante.

Michael Stefanowicz and David Garcia
El Dr. Michael Stefanowicz, a la derecha, saluda al ex paciente sin hogar David García, que tiene una insuficiencia cardíaca congestiva inducida por la metanfetamina en un centro de atención. El equipo de USC consiguió que García fuera admitido en el centro después de haber pasado una década en las calles, sobreviviendo a puñaladas y siendo golpeado en la cara con un bate de béisbol mientras dormía.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Media hora después, el equipo llegó a un lote vacío, al lado de una rampa de acceso a la autopista, en el centro de Los Ángeles, lleno de carritos de supermercado y de montones de ropa desechada.

El paciente, Alfred Mills, de 62 años, mostró una sonrisa tímida mientras el equipo se acercaba a él; un gorro púrpura cubría su cabello, blanco y rizado.

Mills había vivido ahí durante años, en un espacio estrecho entre dos vallas de alambre. El hombre nació en Compton y se separó de su familia durante la última década. En su juventud, por siete años, trabajó como guardaespaldas para el cantante Little Richard, comentó.

A fines del año pasado, la enfermera del equipo, Gabrielle Johnson, lo ayudó a reconectarse con sus parientes. Primero los contactó a través de Facebook, y organizó para ellos una charla por videochat.

Esta mañana, Johnson mostró las fotos de ese primer encuentro virtual en su teléfono. Hacía más de una década que Mills no hablaba con su madre. De hecho, pensaba que estaba muerta; la mujer también creía que su hijo había fallecido. “Esa es mi madre”, dijo él, señalando al celular de Johnson.

Gabrielle Johnson and Alfred Mills
La enfermera de USC Gabrielle Johnson, derecha, abraza y sostiene al paciente sin hogar Alfred Mills, de 62 años , que solía ser el guardaespaldas de Little Richard y ha estado sin hogar durante 12 años.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Otro gran cambio estaba en marcha para Mills. Había comenzado a empacar sus pertenencias ese mismo día porque, al siguiente, se mudaría a un departamento.

El equipo de USC puede ayudar a las personas a mudarse a una vivienda y acelerar el proceso mediante la firma de documentos que indiquen que existe una necesidad médica urgente de que ingresen a un sistema de vida asistida.

Feldman le dijo a Mills que irían a visitarlo cuando esté instalado; él reconoció sentirse un poco nervioso. “No he tenido un lugar propio en tanto tiempo”, expresó.

La enfermera de USC Gabrielle Johnson, izquierda, y el Dr. Michael Stefanowicz, derecha, reconfortan a Clyde Hardy, 23, después de que se echara a llorar cuando le dieron a él y a Leon Gillis una tienda de campaña para cuatro personas y una bolsa de lona llena de artículos de ayuda.
(Allen J. Schaben/Los Angeles Times)

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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