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Los estrechos lazos familiares entre los latinos aumentan los peligros del coronavirus en las reuniones tradicionales

Reymond Padilla, a father of three and director of the South Whittier Spartans.
Reymond Padilla, padre de tres hijos y director de las South Whittier Spartans, ha hecho todo lo posible para mantener a su equipo a salvo del COVID-19. Pero las cosas se complican cuando se trata de la familia.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
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Reymond Padilla, director de la liga de Softbol Whittier Spartans, tiene planes establecidos para protegerse a sí mismo, a su equipo y a sus hijos del COVID-19 que sigue con fervorosa devoción.

Las niñas, incluida su hija de 12 años, deben usar mascarillas mientras practican y juegan. Toman descansos cada 30 minutos para desinfectarse las manos, a pesar de que están a metros de distancia. Antes de aceptar jugar con otros equipos, pide una lista de los protocolos COVID-19 que siguen. Si sus reglas no cumplen con sus estándares, cancela el juego.

Pero esa línea de resistencia se desvanece cuando se trata de la familia.

Su hija vive en la casa de su madre, donde los tíos, sobrinos y otros familiares son invitados a reuniones de fin de semana en las que no usan mascarillas. El propio Padilla hizo una excepción para celebrar el 4 de julio en la casa de su hermana en Simi Valley. El gerente del almacén de 42 años y su hermana, una detective del Departamento de Policía de Los Ángeles, usaban mascarillas. Pero sus hijos no lo hicieron.

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Hay una “falsa sensación de seguridad” alrededor de los seres queridos, reconoció Padilla.

“[La gente siente] que solo porque deben quedarse en casa, están aislados y protegidos. Pero eso no es cierto”, dijo. “No sabes dónde ha estado tu primo o tío”.

En Estados Unidos, los latinos han sido víctimas desproporcionadas del virus que ha paralizado partes del mundo. Son aproximadamente el 39% de la población de California, pero los latinos representan el 60% de los casos positivos y el 48% de las muertes, según el Departamento de Salud Pública de California.

Reymond Padilla con su hija Clarisa, de 12 años.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Una encuesta reciente reveló que, de hecho, los latinos están más preocupados por contraer el virus y verse afectados económicamente en comparación con otros grupos demográficos. Como resultado, la mayoría de los latinos usan mascarillas mientras hacen recados, se desinfectan con frecuencia y se mantienen alejados de las grandes reuniones con extraños, conscientes del mayor riesgo al que se enfrentan.

Pero los expertos dicen que la cercanía familiar, a menudo una fortaleza para muchas familias latinas de clase trabajadora que se apoyan unas a otras para salir adelante, puede presentar una grieta en la armadura que los protege contra el COVID-19.

“La cultura latina es la que tiene las unidades familiares más cercanas, y que todas las personas usen una mascarilla [en un hogar] tiene una connotación diferente a la que tendría para una cultura en la que las familias no son tan unidas”, dijo April Denise Thames, profesora asociada de psicología en la USC. “Implica un elemento de desconfianza”.

Si bien se ha prestado mucha atención a las grandes fiestas repletas de jóvenes “superpropagadores” potenciales en lugares como Hollywood Hills, los expertos dicen que las pequeñas reuniones entre amigos y familiares pueden ser igualmente peligrosas.

En USC, los funcionarios determinaron que un brote reciente de casi 150 estudiantes infectados se propagó por pequeños grupos reunidos para juegos o sesiones de estudio sin mascarillas, no a través de grandes fiestas.

Según un estudio de mayo de investigadores de EE.UU, China y Australia publicado en BMJ Global Journal, “La transmisión de COVID-19 dentro de las familias y contactos cercanos representa la mayor parte de la expansion de la epidemia. Se cree que el uso de mascarillas dentro de la comunidad, el lavado de manos y el distanciamiento social son efectivos, pero hay poca evidencia para informar o apoyar que los miembros de la comunidad reduzcan el riesgo de COVID-19 dentro de las familias”.

El estudio encontró que usar mascarillas en casa era 79% efectivo para reducir la propagación del virus si las familias las usaran antes de comenzar a experimentar síntomas.

COVID-19 testing at the Mexican Consulate office in Los Angeles.
Una mujer, al centro, ayuda a Rosa Castillo, a la derecha, y a Óscar Armando Martínez mientras forman una fila y los participantes se preparan para las pruebas de COVID-19 en la oficina del Consulado de México en Los Ángeles.
(Al Seib / Los Angeles Times)

Pero para muchas personas, existe una percepción obstinada de que contraer el virus es menos riesgoso entre la familia, dijo Thames.

Los latinos no son diferentes. Pero su exposición al virus ya es mayor debido al hecho de que están sobrerrepresentados en industrias esenciales, desde trabajos de servicios hasta la agricultura, que involucran un contacto cercano con otras personas. Como resultado, las reuniones familiares, especialmente las que involucran a gente que trabaja en esos puestos, pueden ser especialmente peligrosas si no se toman precauciones.

María Luisa Moreno, de 59 años, dijo que evita a los vecinos que habitualmente ve organizando grandes fiestas o reuniones. Para protegerse contra el COVID-19, rara vez sale de su casa, y si lo hace, usa una mascarilla protectora y toma otras precauciones.

“Es la única forma en que podemos mantenernos saludables”, dijo la residente del Este de Los Ángeles mientras compraba en Target en Whittier Boulevard.

Pero todos los domingos, esas precauciones se olvidan.

Es entonces cuando los cinco hijos de Moreno y sus cónyuges se turnan para visitar su casa. Ella prepara una gran comida y se sientan alrededor de la mesa. No usan mascarillas.

Moreno dijo que se siente segura con la familia. El hecho de que una de las hijas de Moreno sea asistente médica en una empresa de atención de salud no le quita el sentimiento de seguridad bajo su propio techo.

“Tenemos que seguir adelante con la vida”, dijo Moreno.

Para Padilla, existe un acto de equilibrio diario entre mantenerse sano y salvaguardar la salud mental de sus hijos.

“Todo el mundo piensa en la salud y el aislamiento”, dijo. “Pero estamos pasando por alto lo que estas chicas se están llevando. Les han quitado sus escuelas, les han quitado sus graduaciones. La vida les ha cambiado por completo. Ahora también se les ha quitado el escape del estrés”.

Es posible que la familia no cure estos males, pero ayuda a que sea más fácil afrontarlos, manifestó Padilla.

En Boyle Heights, un vecindario con una alta tasa de infecciones por COVID-19, Silvia Sánchez, de 46 años, dice que es tan cuidadosa que a veces se olvida de quitarse la mascarilla en casa. Algunas veces ella está haciendo las tareas del hogar en su patio delantero y un vecino desconcertado le grita: “¡Tienes tu mascarilla puesta! ¡Quítate la mascarilla!”.

Aunque Sánchez se niega a visitar a otros familiares, siente que no puede negarse a abrirle las puertas a su hermana, que vive al lado. Cuando la visita, Sánchez a veces se pone la mascarilla y mantiene la distancia. Ponerse la máscara bajo su propio techo, con su hermana, no se siente como algo normal, dijo.

Pero su hermana, que sufre de diabetes, una condición de salud subyacente que la hace más vulnerable al COVID-19, se negó a usar una mascarilla.

“Ella se ríe de mí, pero bueno”, dijo Sánchez. “Prefiero estar a salvo. Nunca se sabe si las personas con las que estás tienen el virus o no”.

Hundreds of people gather at Ruben Salazar Park in Los Angeles
Cientos de personas se reúnen en el Parque Rubén Salazar en Los Ángeles a fines de agosto para conmemorar el 50 aniversario de la Moratoria Chicana y la muerte del periodista mexicano-estadounidense Rubén Salazar.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Thames dijo que es poco probable que las personas usen mascarillas en su propia casa. Incluso en el propio jardín, usar una cubierta facial puede crear una sensación de distanciamiento emocional en la familia inmediata, dijo.

“Llevar eso al nivel del hogar donde se supone que debes sentirte más protegido ...no es normal”, manifestó.

Don García, director médico de la Clínica Monseñor Óscar A. Romero, que atiende principalmente a pacientes latinos en Boyle Heights, Pico-Union y Westlake, dijo que una de sus pacientes, una mujer joven, llegó recientemente a su oficina enferma con el virus. Cuando le preguntó dónde había estado, ella respondió que había visitado al padre de su hijo, que también estaba infectado.

“Ahora es positiva y vive en un apartamento de una habitación con sus padres, su hermana, el bebé y otro niño”, dijo. “Así que esto ha creado una situación muy difícil”.

García agregó que por temor a ser estigmatizadas, algunas personas visitan a su familia sin decirles que han dado positivo o han estado cerca de individuos que dieron positivo por el virus.

Entre los latinos de clase trabajadora, que dependen en gran medida de un sentido de comunidad, el temor de ser excluidos por el COVID-19 puede ser pronunciado, dijo Hernán Hernández, director de la Fundación de Trabajadores Agrícolas de California.

“Si trabajas en el campo, es como si tuvieras una familia gigante”, comentó. “Estás acostumbrado a comer con tus amigos y tu familia, compartir comidas y refrescos”.

En los primeros días de la pandemia, los latinos de clase trabajadora en las comunidades del condado de Kern estaban recibiendo dos mensajes contradictorios: uno de los medios estadounidenses instándolos a refugiarse en casa; otro de los medios en español, donde vieron al presidente de México y otros abrazándose, besándose y estrechando la mano sin reservas, expuso Hernández.

La fundación lanzó campañas educativas y los funcionarios mexicanos comenzaron a tomarse la pandemia más en serio a medida que México acumulaba varios de los números de víctimas más altos del mundo. Algunas reuniones familiares se volvieron más discretas, dijo Hernández.

Pero dijo que a medida que la cantidad de infecciones en franjas de California comienza a disminuir lentamente, muchas personas están bajando la guardia. Hernández dijo que en los vecindarios ha visto estacionamientos y calles abarrotadas a medida que la gente comienza a reunirse nuevamente.

La gente va a descansar en sus patios al aire libre, compartiendo un café o haciendo una carne asada, dijo Hernández.

“Estamos empezando a ver la erosión de esas pautas”, comentó. “Es como un cóctel mortal”.

Ana Cumplido, una residente de Commerce de 34 años, dijo que cuando su madre visita su casa, no usa mascarilla. Cumplido señaló que no puede obligar a su madre a hacerlo; y confía en ella para el cuidado de los niños mientras hace los mandados.

Su madre tiene diabetes y también tiene contacto regular, sin mascarilla, con otros miembros de la familia. Cumplido aseguró que se preocupa no solo por su madre, sino también por sus propios hijos, que podrían infectarse con su abuela.

“Sé que, si contrae el virus, es más peligroso para ella”, dijo Cumplido. “Si contrae el virus, podría contagiarlo a los niños”.

Aún así, la familia trata de mantener la distancia y usar una mascarilla fuera de casa. Se saludan con abrazos al aire.

Pero cuando la abuela de Cumplido la visita, siempre le da un abrazo de verdad. Y no se puede negar.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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