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Columna: Los restaurantes abatidos de Los Ángeles sirven sus últimas comidas, temen por el futuro

Chef Eric Samaniego, right, and others work in a kitchen.
El chef Eric Samaniego, a la derecha, trabaja el miércoles en la cocina de Michael’s, en el área de Naples, en Long Beach.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)
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La banda sonora de la cena en Michael’s en Naples fue triste y lenta —con Motown, Gamble & Huff y Al Green. Reflejaban el estado de ánimo del bistro de Long Beach y de miles de restaurantes en todo el condado de Los Ángeles.

Fueron las preciadas últimas horas, antes de que los funcionarios de salud ordenaran que todas las comidas al aire libre se detuvieran durante al menos tres semanas, para tratar de frenar un aumento explosivo en los casos de coronavirus.

Los clientes habituales se amontonaban en los dos patios de la azotea de Michael’s, tanto como lo permitían los protocolos de distanciamiento social. El personal estuvo tan atento y alegre como siempre, aunque todos perderían su trabajo al final de su turno por segunda vez este año.

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Comí una fina mafaldine —una pasta de moños ondulada, acompañada con prosciutto— y bebí un fuerte boulevardier. Y lo disfruté.

Los comensales disfrutan del patio al aire libre en Michael's, en la zona de Naples de Long Beach, el miércoles.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

Fue el desenlace de un largo, delicioso y frustrante día. Para tomar el pulso de una ciudadanía furiosa y hambrienta, viajé por Los Ángeles para hablar con los propietarios de restaurantes y sus clientes sobre este segundo Armagedón alimentario.

Conduje por tres calles icónicas de la ciudad —la que gira desde la Avenida César Chávez hasta Sunset Boulevard, Olympic Boulevard y Normandie Avenue— para ver cómo se desarrollaría esta Última Cena más reciente. Excepto que también busqué un Último Desayuno, Brunch y Almuerzo.

Pero comencemos por el principio: En marzo, los funcionarios de salud en California obligaron a los restaurantes a solo ofrecer comida para llevar, para tratar de defenderse del COVID-19. Los Ángeles lentamente les permitió reanudar algunas operaciones: primero cenas al aire libre, luego algunas mesas limitadas en el interior. Pero ese golpe inicial aplastó la industria de la comida, con demasiados establecimientos que cerraron para siempre.

 A sign of encouragement shines on the Santa Monica Blvd. median.
Una señal de aliento brilla en Santa Monica Boulevard en West Hollywood, el miércoles.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

¿Y ahora otro golpe en el estómago?

Los comensales de todo el sur de California se enfurecieron.

“Es una situación triste para todos”, comentó Heather Waider, residente de Long Beach de 41 años, quien cenó en Michael’s con su esposo, Marvin, y sus dos hijos.

“Es una broma”, agregó él. “No sé qué van a hacer estos tipos. Me siento mal por esta gente”.

“Estos políticos simplemente no lo entienden”, dijo Artemia Murcia. La mujer de 46 años disfrutó de huevos divorciados, en Tamales Liliana, en el este de Los Ángeles, bajo una carpa gigante, amarilla y roja en el estacionamiento. “Impedir que la gente coma afuera no mata el coronavirus, pero matará a los restaurantes”.

Kaylee Anchulis enjoys breakfast at All Day Baby in Silver Lake
Kaylee Anchulis disfruta del desayuno en All Day Baby, el último día que se permitió cenar al aire libre en el restaurante de Silver Lake.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

“Apesta”, expresó Kaylee Anchulis, una desarrolladora de software de 25 años. Disfrutó de un sándwich de galletas en All Day Baby, ubicado en Silver Lake, mientras hablaba con su madre por teléfono. “Espero que la gente haga pedidos a domicilio, pero el negocio definitivamente caerá. Al menos al salir, puedes fingir que las cosas son normales”.

Estuve de acuerdo con sus palabras. Mi esposa tiene un restaurante, sin embargo, los cierres menos severos en el condado de Orange han perjudicado sus ingresos, hasta el punto de que soy cajero y columnista (como era de esperar, mi servicio al cliente para ambos es terrible).

Pero como tengo un asiento de primera fila hacia los restaurantes y el coronavirus, también entiendo por qué los funcionarios de salud emitieron su edicto —y por qué los propietarios de los locales que entrevisté lo aceptan, aunque lo detesten.

Todos tenemos que colaborar para combatir al COVID-19. Pero parte de eso es recompensar a las empresas que lo hacen bien y castigar a los ignorantes. De lo que más se quejaron todos los propietarios que entrevisté es que señalaron que nadie del gobierno local —ni la Junta de Supervisores del Condado de Los Ángeles, ni los funcionarios de salud— se ha acercado para preguntarles a los restaurantes cómo trabajar juntos. Pero están dispuestos a seguir adelante, por el bien común.

A restaurant owner in a mask and gloves leans out of the takeout window of her restaurant
Lien Ta, a la izquierda, copropietaria del restaurante All Day Baby en Silver Lake, saluda a la cliente Camille Yi.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

“Es necesario, porque es nuestra salud”, explicó Walter Soto. Es el dueño de mi tráiler de tacos favorito, El Ruso, en Boyle Heights. Hace solo un par de semanas, Soto y su hermano crearon un patio improvisado en el estacionamiento vacío que usan para sentarse, instalando un toldo y una cerca de madera.

“Estaré bien”, continuó. “Soy dueño de mi remolque. ¿Pero las personas que tienen que pagar el alquiler de un espacio? Que Dios los proteja de lo que les espera”.

“Comienza con tres semanas, luego agregan otras tres”, expuso Eric Samaniego, chef ejecutivo de Michael’s. Se sentó conmigo antes de la hora pico de la cena, tenía el aspecto de un boxeador en desventaja que no se iba a rendir —pero vaya que necesitaba un respiro. “Ninguno de los datos será tan bajo como se necesita, porque siempre habrá gente que no crea que el coronavirus es real. Y así, aquellos de nosotros que lo hemos estado haciendo bien desde el principio, quedamos aplastados”.

Comencé en East L.A. y Boyle Heights, donde las carpas florecían por todas partes para el desayuno: íconos como El 7 Mares, cadenas convencionales como Denny’s, taquerías, panaderías y más.

Los toldos desaparecieron cuando César Chávez se convirtió en Sunset Boulevard alrededor de Echo Park. No había ninguna necesidad real de ellos: la mayoría de los restaurantes más antiguos ya eran lugares de comida para llevar, y los restaurantes más nuevos se conformaban con un par de mesas y sombrillas en la banqueta. De manera reveladora, la fila más concurrida estaba afuera del icónico restaurante francés Taix, pero era para pruebas gratuitas de coronavirus, en la biblioteca de la sucursal de Edendale, a un costado.

Yes, Taix in Echo Park had long a line Wednesday, but it was for a free COVID-19 test.
Sí, Taix en Echo Park tenía una larga fila el miércoles, pero era para una prueba gratuita de COVID-19. El icónico restaurante francés estaba cerrado.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Me detuve en All Day Baby porque los cierres por coronavirus siguen golpeando a los propietarios Lien Ta y Jonathan Whitener. Su restaurante hermano, Here’s Looking at You, cerró en julio, sin poder recuperarse de la suspensión original del condado de Los Ángeles. En octubre, Ta y Whitener habilitaron un programa de cenas de fin de semana, llamada Helluva Time, en un estacionamiento vacío, al otro lado de la calle de All Day Baby.

“La gente estaba emocionada”, comentó Ta, quien se tomó un descanso de trabajar en la caja registradora para sellar bolsas de papel marrón con el logo de su restaurante. “Muchos de ellos dijeron que era su primera experiencia gastronómica durante la pandemia, y estaban felices de tenerla con nosotros”.

Pero también hubo personas que se burlaron de la solicitud de Ta de mantener sus cubrebocas puestos cuando no estaban comiendo. Helluva Time cerró a principios de este mes.

“Podía sentir la vibra con la que la gente se quedaba”, dijo Ta, quien agregó que esta suspensión más reciente de la cena nocturna “Tiene sentido. No tenemos [el coronavirus] bajo control. Pero hay muchos de nosotros que somos serios y hacemos lo correcto. Pero no contamos con ayuda. Ahora, siempre sales perdiendo”.

La clienta que porta cubrebocas, Sarah De Sa Rego, mira por la v
La clienta que porta cubrebocas, Sarah De Sa Rego, mira por la ventana del restaurante All Day Baby vacío, mientras espera su pedido para llevar.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

De All Day Baby pasé por El Ruso, solo para encontrarlo cerrado por el Día de Acción de Gracias. Así que tomé Olympic hasta Guelaguetza, el emblemático restaurante oaxaqueño en Koreatown.

En el camino, vi una escena de sufrimiento gastronómico.

En Mariscos Jalisco, un macetero en el que me he sentado muchas veces para disfrutar de sus famosos tacos de camarón ahora estaba acordonado con una advertencia de que estaba prohibido comer frente a la lonchera.

En el Mercado Olympic, los vendedores ambulantes freían deliciosas comidas como de costumbre, pero no tenían multitudes. En las afueras de Koreatown, lo más activo que vi fue una fila frente a una clínica de salud, cerca de un mercado Northgate.

Hubo al menos una buena multitud para almorzar en Guelaguetza. Los hermanos López, quienes dirigen el lugar, convirtieron lo que alguna vez fue un camino de entrada en un patio con sombrillas de colores, bancos de madera, plantas de bambú en macetas y un sistema de sonido que tocaba rock en español y sonidero, mientras yo disfrutaba de chilaquiles.

“Esto realmente refleja cómo es Oaxaca”, dijo la copropietaria Bricia López. Trató de mantener una actitud alegre, a pesar de que su personal era la mitad de lo que fue antes del coronavirus, y todos los trabajadores iban a ver reducidas sus horas hasta en dos tercios a partir del viernes.

Gilberto Márquez, con su hija Cynthya de 11 meses, camina hacia su mesa en Guelaguetza en Koreatown.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

A pesar de que estaba prohibido comer al aire libre, López se negó a cerrar el patio.

“Es como barrer el piso si alguien va a llegar de visita”, explicó. “Ayuda al estado de ánimo. Te da esperanza”.

Pero sabe que los pronósticos son desalentadores para su industria. López pertenece a un grupo de mujeres restauranteras de Los Ángeles que se preocupan por el futuro —y están frustradas.

“Todo aquello de lo que esta ciudad se enorgullece, lo que los líderes le venden al mundo que somos, lo construyeron los restaurantes”, comentó. “Va a haber una avalancha de cierres debido a esto”.

Ella culpa simultáneamente a los funcionarios de salud del Condado que castigan a los buenos restaurantes por los malos —y a los malos por arruinarlo para todos.

Los clientes disfrutan de una comida en Guelaguetza, un restaurante oaxaqueño en Koreatown.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

“Tengo una A”, explicó López, señalando la calificación con letras del Departamento de Salud Pública de Los Ángeles, en la puerta principal de Guelaguetza. “¿Por qué no puedo tener uno para los protocolos COVID? Los restaurantes que no tomaron medidas son la razón por la que estamos en esta situación”.

“Ven la tempestad, y no se hincan”, agregó, usando un proverbio mexicano.

El recorrido por Normandie ofreció el aleccionador descubrimiento de casi tantas pancartas para donativos de comida, como vi comedores al aire libre.

El largo viaje me convenció de que el cierre de los restaurantes fue una tontería. ¿Por qué establecimientos responsables como All Day Baby y Guelaguetza deben sufrir cierres a costa de su sustento?

Luego conduje por 2nd Street en Long Beach.

Era como unas vacaciones de primavera en Florida. La gente se reúne en estacionamientos y tiendas de campaña, sin cubrebocas y sin prestar atención a las reglas de los dos metros.

Chefs trabajando en la cocina de Michael's en Nápoles.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

“Paso en mi auto y pienso: ‘Vamos, amigo, ni siquiera lo estás intentando’”, señaló Eric Samaniego de Michael’s en Nápoles. “Es casi diciembre y la gente todavía se olvida de los cubrebocas. ¿En serio? ¿Cómo nos estamos olvidando de eso en este momento?”

Michael’s tiene el protocolo COVID-19 al nivel de un hospital. La alegre anfitriona Elizabeth Reyes me ordenó que me higienizara las manos cuando entré, luego me sentó a unos 12 pies de distancia de cualquier otra persona. La joven de 22 años se sintió triste porque ella y sus compañeros de empleo no trabajarían en el futuro previsible, pero señaló que el cierre era necesario.

Cuando me iba, escuché a una clienta quejarse de que no necesitaba desinfectarse las manos.

Reyes no cedió. Porque, como me dijo en esta triste víspera:

“Es nuestra única forma de poner las cosas en orden”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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