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¿Por qué nunca se ha dividido en dos -o en seis- la enorme California?

A U.S. flag and the flag of the "State of Jefferson"
Algunas zonas del norte de California llevan años luchando por convertirse en el “Estado de Jefferson”, cuya bandera contiene dos X que indican una doble cruz.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

¿Debería California dividirse en dos estados? ¿En tres? ¿En seis? Como mínimo, nos espera otra ronda de intriga sobre una eterna pregunta en relación al Estado Dorado.

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Pensó que ahora todo se tranquilizaría por un rato, ¿cierto?

Con el fin de la elección de destitución, y sin ninguna otra medida electoral inútilmente costosa inmediatamente a la vista, ¿pensó que podría desconectarse de la cuestión electoral? Olvídelo; así es la política de California.

Como si estuviéramos esperando un terremoto, ahora estamos a la expectativa de que otra persona agraviada intente una vez más que los votantes, los legisladores o el Congreso, sino es que los tres, acuerden dividir California en dos, tres o media docena de estados.

¿Por qué pensar eso? He aquí la aritmética: unas 220 veces en más de 170 años, algún interés, poder o político levantó un cuchillo y gritó: “¡Dividamos California!”.

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La última vez que esto sucedió fue hace tres años, lo cual es bastante tiempo en materia política.

Explaining L.A. With Patt Morrison

Los Angeles is a complex place. In this weekly feature, Patt Morrison is explaining how it works, its history and its culture.

En julio de 2018, un día antes de que se enviara a las imprentas la boleta electoral estatal de noviembre, la Corte Suprema de California eliminó por unanimidad la Iniciativa de los Tres Estados de ésta debido a “dudas importantes” sobre su validez y el “daño potencial” de dejarla en la consulta.

La división de tres estados llegó tan lejos porque, en el transcurso de cuatro años, el capitalista de riesgo Tim Draper había vaciado su propia billetera con algo más de $5 millones para persuadir a los californianos de votar para subdividir California -inicialmente en seis estados; luego, para 2018, en tres-.

“¡¿Qué diablos?!”, fue la respuesta de Draper en Facebook a la advertencia del tribunal. “Aparentemente, los conocedores están confabulados”.

Ninguno de estos votos y proyectos tiene fuerza de ley; California no puede divorciarse unilateralmente. La Constitución de Estados Unidos estipula que “no se formará o erigirá ningún nuevo estado dentro de la jurisdicción de otro; ni ningún estado podrá ser formado por la unión de dos o más estados, o partes de estados, sin el consentimiento de las Legislaturas de los estados interesados, así como del Congreso”.

Pero todos estos intentos pueden al menos perturbar la gobernanza estatal e incluso poner en marcha requisitos como un plebiscito de la gente de California y una solicitud oficial al Congreso para aprobar la gran ruptura.

En su mayoría, estas molestias que aquejan al estado han sido un sustento valioso para que las publicaciones nacionales destruyan los famosos clichés de que el sueño de California ha muerto.

Sin embargo, ¿por qué querrían los californianos divorciarse entre ellos? ¿Cortar un estado-nación que es “la gloria, la burla y el enigma del mundo” para robarle una frase al poeta Pope?

This article by Charles Hillinger ran in the Los Angeles Times Aug. 25, 1986. Headline: “Two Californias? A Split Decision.” Subheadline: “More Than 100 Attempts Have Been Made to Divide State.”

Sep. 20, 2021

California tiene dos tercios del tamaño de Francia, con una economía más grande, pero la respuesta suele ser “ingobernable”.

Incluso antes de la formación del estado, en 1850, primero España y luego México intentaron gobernar su tierra indómita desde miles de kilómetros de distancia. Y los hombres se habían agitado para cortar esa California en pedazos digeribles. Hoy en día, cuando las carretas de bueyes y los veleros ya no rigen el gobierno, Sacramento todavía está al menos simbólicamente alejado de los californianos, a pesar de que envían a sus propios legisladores allí. Así que las razones han cambiado, junto con los rostros y la suerte de esta tierra.

Tres años después de que California se convirtiera en estado, un asambleísta llamado Jefferson Hunt dividió el condado de Los Ángeles, que una vez llegaba hasta el río Colorado, y creó el de San Bernardino. Luego trató de hacer lo mismo con el estado. Hunt consiguió que sus compañeros de la asamblea votaran por ello; incluso les gustó la idea de formar tres estados, llamados Shasta, Colorado y California.

Pero el Senado estatal se resistió, probablemente ante los rumores de que las fuerzas a favor de la esclavitud en el sur de California querían que los nuevos estados fueran esclavistas.

Para ser un estado oficialmente libre, California albergaba muchos sentimientos sureños, y en los 11 tensos años entre la estadidad y la Guerra Civil, fue una especie de campo de batalla sustituto de la secesión.

El sur de California tenía más ganado que votantes en ese entonces y era, lamentablemente, una cuna cómoda para el sentimiento confederado. Más de unos pocos líderes cívicos y militares estaban a favor de Dixie, como el alcalde de la era de la Guerra Civil de Los Ángeles, Damien Marchesseault, que quería que el sur de California siguiera a la Confederación hacia la secesión.

Y Milton Latham, que fue gobernador durante solo cinco días en enero de 1860, antes de conseguir su propio nombramiento como senador de EE.UU, utilizó esos cinco días para apoyarse en el presidente James Buchanan y empuñar el gran cuchillo partidor del estado, porque “la unión del sur y el norte de California es antinatural “.

Trabajadores de los sets de filmación están presionando a los productores para que les den más tiempo de descanso para responder a las persistentes quejas de que están trabajando peligrosamente muchas horas para cumplir con los programas de producción.

Ago. 31, 2021

Lo más cerca que estuvimos de una ruptura real vino, paradójicamente, por parte del hermano del último gobernador mexicano de California. Andrés Pico era un asambleísta en el nuevo estado de California. En 1859, su proyecto para dividir California horizontalmente, alrededor de San Luis Obispo, obtuvo el visto bueno de la legislatura, el gobernador y de tres de cada cuatro votantes, y fue enviado al Congreso, donde se topó con un pequeño impedimento llamado Guerra Civil.

En un lenguaje almidonado, la ley de Pico señalaba el mismo punto que los partidarios de la división hacen hasta el día de hoy: “Consideramos que los límites actuales del estado de California encierran un área de tal extensión y tan diversificada en características físicas y de otro tipo que excluyen, en un grado malsano, la posibilidad de una legislación uniforme, y vuelve engorroso y costoso el funcionamiento del gobierno”.

Todavía en 2019, un autor de una carta al Chico Enterprise-Record insistía con sentimiento en que la Ley Pico nunca había expirado y que el Congreso aún podía hacer que sucediera.

Después de la Guerra Civil, el movimiento de ruptura continuó a empujones, sobre a quién le iba peor. Los impuestos eran injustos, por geografía, población e industria. Algunos pagaban mucho en impuestos mientras que otros no lo hacían.

Los condados vacunos se sentían agraviados por los condados mineros y viceversa. Condados sedientos contra condados bendecidos por el agua. Condados agrícolas versus condados citados, condados densamente poblados en oposición frente a los escasamente poblados, condados pobres que se sentían arrollados por los intereses de los ricos: la gente de cada generación tenía una nueva razón para dividir California. Cuando los tiempos eran duros, la agitación se aceleraba; el control local, argumentaban los partidarios del estado dividido, mantendría nuestro dinero cerca de casa. ¿Qué dinero?, respondían los oponentes.

El argumento federal sonaba más persuasivo: dos o tres Californias, con dos o tres veces más senadores estadounidenses, darían a miles de millones de californianos la voz nacional que merecían (¿y qué garantía había de que un estado con intereses tan divididos internamente se uniera para votar con una sola voz a nivel nacional?).

Es paradójico que los movimientos de división a menudo los generen los republicanos, el partido que aborrece la idea de tener que adicionar políticos, agrandar el gobierno y aumentar los costos públicos. Como editorializó el conservador L.A. Times en 1965, cuando el asunto volvió a surgir, ¿cómo asumirían muchas nuevas Californias los compromisos de los bonos anteriores de todo el estado? Cada profesión necesitaría una nueva junta de licencias y prácticas, además cada profesión que desee hacer negocios en otra California tendría que repetir el proceso allí.

“El potencial del caos económico resultante de una creación tan caprichosa” podría ser fundamental para destruir “la unidad económica más grande de Estados Unidos”, publicó The Times.

El precio medio de la vivienda en el sur de California bajó un 0.1% en agosto respecto al mes anterior. Los agentes inmobiliarios ven un ligero enfriamiento del frenesí de la pandemia.

Sep. 20, 2021

Las primeras divisiones salomónicas del estado trazaron la línea de puntos en Big Sur, luego la movieron más al sur, junto con la población de Los Ángeles: San Luis Obispo; después las montañas Tehachapi.

Casi ninguna figura pública del Área de la Bahía podría dejar de lado la clásica disputa entre el norte y el sur, entre Los Ángeles y “no me llames Frisco”. San Francisco tomó una ventaja temprana en California con la fiebre del oro y todo, así como la métrica de ventas de postales entre el puente Golden Gate y el letrero de Hollywood es inquebrantable.

El terremoto de San Francisco de 1906 inclinó la fortuna y la población del estado hacia el sur, y el norte nunca lo ha superado (el poder político democrático permanece en manos del Área de la Bahía). El librito “The War Between the State” (La guerra entre el estado), de Jon Winokur, es un testimonio de esa disputa, una colección de aforismos sarcásticos enviados a través de las Tehachapis, de parte de personas como Mark Twain (y yo).

Un año después del terremoto de 1906, el periódico San Francisco Call reprendió al sur de California por parecer “estar encaprichado con la idea de que su prosperidad sería promovida por la separación, aunque no tiene intereses que no sean idénticos a los de los condados del norte y centro, además es imposible concebir una medida en la que el estado pueda dividirse lógicamente en líneas seccionales... Todos somos como un solo hombre opuesto a cualquier disminución del área del Estado... para convertirnos, en la plenitud del tiempo, con el crecimiento natural que se puede esperar, en una de las grandes mancomunidades del mundo civilizado”.

Pero los intereses y las identidades cambian. La costa de California es política y culturalmente un lugar que ahora se inclina más homogéneamente hacia el interior más rojo.

Los proyectos de agua y los auges regionales han nivelado algunos de los desequilibrios anteriores entre el norte y el sur. Y ya en 1970, un senador de Yreka sugirió una división estatal a lo largo, una especie de hippies versus cosechas. Casi 40 años después, un asambleísta republicano de Visalia fundó una organización sin fines de lucro llamada Citizens for Saving California Farming Industries, para dividir el estado entre 13 condados costeros; los 45 condados restantes serían “la verdadera California”.

Un conjunto de documentos judiciales e informes de inspección publicados el mes pasado revelan el grado de deterioro del Queen Mary.

Jun. 2, 2021

Al igual que los ratones o las hormigas, la idea seguía siendo aplastada, pero siempre encontraba un camino de vuelta, principalmente por parte de políticos que podían hacer campaña para decirle a la gente que habían hecho todo lo posible. Un senador estatal de mediados de siglo intentó cuatro veces que sus colegas lo aprobaran.

La división de estados tuvo su impulso moderno más enfático en 1992. Un legislador republicano de Chico llamado Stan Statham, conocido en la historia política como “Stan de los tres estados”, quiso incluir la consulta en la boleta electoral de noviembre de 1994.

Invocando el nombre del presidente de la Confederación, un legislador demócrata llamó a Statham “el Jefferson Davis de California”. La Asamblea aprobó el proyecto de ley de Statham, pero el comité de reglas del Senado lo rechazó.

Esto sucedió cuando yo era coanfitrión fundador de un programa de asuntos públicos en KCET-TV: hicimos un concurso pidiendo a los espectadores que nombraran los tres posibles nuevos estados. Hubo un ganador, que recuerdo que fue, de norte a sur, “Logland, Fogland y Smogland” (o Maderalandia, Nieblalandia y Smoglandia). Mi favorito personal fue otro; de sur a norte: “Ello, Yo y Superyó”.

Nombrar un posible nuevo trozo de California es la parte fácil y divertida. Shasta, Columbia, Colorado fueron en su día, y Draper tocó un nervio profundo y disgustado cuando sugirió que una de sus seis nuevas Californias se llamara “Jefferson”.

El movimiento de la estadidad de Jefferson, al menos desde hace ocho décadas, surge en el extremo norte de California y el sur de Oregon con los intereses rurales y forestales compartidos y el resentimiento de la política impulsada por las grandes ciudades. En 1956, personas en seis condados del norte de California declararon su intención de separarse y crear el estado de Shasta, que permitiría el juego y terminaría con los impuestos sobre la renta y las ventas, una especie de Nevada boscosa. Nada de esto, por supuesto, sucedió.

También es un Pacific Brigadoon imaginario. Los votantes y los cuerpos electos locales han dicho una y otra vez que desean ser jeffersonianos en lugar de californianos u oregonianos (el nombre “Jefferson”, por el presidente que pensaba en las grandes ciudades como “pestilentes para la moral”, ganó un concurso de periódicos sobre otros como Bonanza, Insatisfacción y Orofino).

Cobró fuerza en el otoño de 1941, cuando, durante un tiempo, todos los jueves, la región se “separaba” y hombres con rifles hacían paradas de tráfico en la “línea estatal”. “Jefferson” eligió gobernador el 4 de diciembre y celebró con un desfile inaugural en Yreka, encabezado por un oso llamado Itchy. Tres días después, Pearl Harbor detuvo el movimiento en seco.

Aun así, el sueño de Jefferson sigue vivo, en forma de banderas -una bandeja de oro y dos X, un símbolo de mano dura de la doble cruz- que, durante la pandemia, han adornado las mascarillas faciales. Una estación de radio pública del sur de Oregon fue bautizada como Jefferson Public Radio, y los letreros que dicen “Autopista del Estado de Jefferson” aparecen en las carreteras.

En cualquier lugar que se trace la línea, una disposición para dividir el estado llegará tarde o temprano, a la boleta electoral.

Y usted que pensaba que la revocatoria, la iniciativa y el referéndum ya eran una travesura.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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