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Para los residentes y el personal vacunado, el Día de Acción de Gracias en los asilos de ancianos fue la prueba de que hemos vuelto a la vida

Ruzanna Grigoryan, left, visits her grandmother Anahit Papiryan at the Ararat Nursing Facility.
Ruzanna Grigoryan, izquierda, visita a su abuela Anahit Papiryan, de 82 años, originaria de Yevan, Armenia, durante las festividades del Día de Acción de Gracias en el Centro de Enfermería de Ararat el jueves.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Más de 100 personas llenaron el comedor del Asilo de Ancianos Ararat para celebrar el Día de Acción de Gracias.

Los hijos y nietos abrazaron a sus seres queridos. Amigos en sillas de ruedas se sentaron uno al lado del otro charlando en armenio. Los residentes se levantaron de sus asientos para bailar “Hey Jan Ghapama”, una canción armenia que trata sobre un plato de calabaza relleno.

En una de las mesas del asilo de ancianos de Mission Hills, Anahit Papiryan, de 82 años, bailaba lo mejor que podía desde su silla de ruedas, levantando las manos en el aire y girándolas de un lado a otro. A veces, besaba la mano de su nieta Ruzanna Grigoryan.

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“Eres la luz de mi vida”, le comentó Papiryan a la mujer de 34 años en armenio. Papiryan, originaria de Ereván, emigró a Estados Unidos hace más de 30 años.

“Tú eres mi corazón”, respondió Grigoryan, quien llevaba un cubrebocas quirúrgico azul para mantener a salvo a su abuela.

La escena del Día de Acción de Gracias estuvo muy lejos del año pasado, que consistió en visitas limitadas al aire libre y llamadas desde detrás de las ventanas para proteger a los residentes vulnerables de hogares de ancianos en medio de un aumento de casos de COVID-19.

Atrás quedó la unidad para COVID que una vez tuvo a decenas de personas y con ella la oscuridad que siguió a la muerte de 36 residentes y dos miembros del personal. Un residente no ha dado positivo en Ararat desde el 20 de diciembre, según Margarita Kechichian, directora ejecutiva de la instalación.

Manaser Yadegaryan dances to traditional Armenia music.
El residente del Asilo de Ancianos Ararat, Manaser Yadegaryan, de 88 años, baila con música tradicional de Armenia durante una celebración del Día de Acción de Gracias el jueves.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

“Durante la pandemia, no hubo vida. Estos muros estaban muertos y aquí no había vida. Solo aislamiento, miedo y tristeza, no había felicidad alguna”, enfatizó Susan Yeranyan, directora de servicios clínicos. “Hoy, en comparación con el año pasado, es una prueba de que hemos vuelto a la vida. El año pasado, no tuvimos la oportunidad de celebrar, agradecer y divertirnos”.

En Ararat, el 96% de los residentes y el 100% del personal están vacunados. Los administradores estiman que alrededor del 70% de los residentes han recibido dosis de refuerzo.

En todo el estado, el 88% de los residentes de hogares de ancianos y el 94% del personal de esas instalaciones están inoculados, según datos del gobierno.

A pesar de las altas tasas de vacunación, a algunos expertos les preocupa que las festividades puedan traer nuevos brotes a medida que disminuye la inmunidad.

“No estamos fuera de peligro, debemos permanecer vigilantes”, comentó el Dr. Michael Wasserman, expresidente de la Asociación de California de Cuidado Prolongado, que representa a médicos, enfermeras y otras personas que trabajan en hogares de ancianos. “Si está visitando a un ser querido en un asilo de ancianos, tenga en cuenta cómo va con su vida cuando se trata de la pandemia”.

Los asilos de ancianos han sido el punto cero de la pandemia en Estados Unidos, y han sufrido una proporción asombrosa de las muertes por COVID-19. Hasta el lunes, ha habido 9,343 muertes de residentes relacionadas con coronavirus en centros de enfermería especializada en California.

Para combatir la enfermedad, las residencias de ancianos cerraron, cortando el acceso de los residentes a familiares y amigos para su protección. Las visitas comenzaron a volver a la normalidad solo este año, ya que aumentó el número de vacunas.

Noyem Ghadyan, top, shares a laugh with resident Sirvart Abadjian.
Noyem Ghadyan, arriba, una especialista en enriquecimiento de la vida, ríe con la residente Sirvart Abadjian durante las festividades de Acción de Gracias en el Asilo de Ancianos Ararat.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Si bien Wasserman comentó que apoya la apertura de las visitas para los residentes de hogares de ancianos “que se han llevado la peor parte del virus”, le preocupaba lo que podrían traer las festividades cuando la familia y los amigos se reunieran en interiores.

Indicó un aumento repentino del invierno el año pasado que mató a miles de residentes de asilos de ancianos.

“Si el virus ingresa en un hogar de ancianos o en un centro de vida asistida con residentes vacunados, la tasa de muerte no debería ser tan alta como cuando no estaban inoculados”, detalló Wasserman. “Sin embargo, la tasa de mortalidad no es cero y es significativa. Este sigue siendo un virus que los adultos mayores no quieren contraer”.

El Asilo de Ancianos Ararat no se arriesga.

Más de una docena de letreros advierten a los visitantes, incluso antes de que entren, recordándoles que deben usar un cubrebocas, practicar el distanciamiento social y no ingresar si se han sentido enfermos en las últimas 48 horas. No hay entrada sin prueba de vacunación o una prueba negativa tomada dentro de las 72 horas inmediatamente anteriores. Los miembros del personal son evaluados cada semana.

A principios de esta semana, los residentes tuvieron su primera celebración de Acción de Gracias con música, baile y una prueba de COVID-19 para el cantante antes de que ingresara.

“Era casi normal”, comentó Kechichian, director ejecutivo de la instalación. “Estuvo muy bien”.

A las 10 a.m. del jueves, más de 100 residentes se habían reunido en el comedor más grande de la instalación, donde hojas otoñales decoraban las paredes, para la segunda celebración. Sobre la mesa, los vasos de cristal estaban llenos de servilletas de color naranja y cada persona tenía una rebanada empaquetada de tarta de manzana frente a ellos.

Algunas de las mujeres tenían mantas en el regazo y chales en los hombros para mantenerse calientes. Todos, excepto los residentes, llevaban cubrebocas.

Como parte de una clase de cocina para conmemorar las festividades, Marina Terteryan sacó una calabaza para hacer ghapama, un platillo tradicional armenio. La mujer de 37 años planeaba rellenarla con arroz, chabacanos secos, ciruelas y pasas, junto con nueces, almendras y pecanas.

Aunque algunas familias preparan el platillo en sus casas, Terteryan mencionó que no es tan popular entre las generaciones más jóvenes de armenios. Incluso hay una canción pop escrita sobre el platillo, “Hey Jan Ghapama”.

“Mi misión es iluminar las historias de las personas mayores armenias y ser portadora de la cultura de este tipo de tradiciones”, señaló Terteryan. “Es realmente importante para mí desenterrar esta tradición nuevamente y hacer que la gente se entusiasme con ella”.

Kechichian estima que alrededor del 90% de los residentes de la casa son armenios. El otro 10%, comentó riendo, son “armenios honorarios”. En el vestíbulo, hay una bandera de Armenia y una de Estados Unidos.

Lily Savadian tenía lágrimas en los ojos cuando tomó un video de los residentes y el personal bailando de la mano. Savadian estaba visitando a su madre de 96 años, que ha vivido en Ararat durante más de 10 años.

El personal, explicó, ha acogido a los residentes “como a sus abuelos, como a los suyos”.

“Han hecho de este un hogar para ellos”, admitió Savadian con voz temblorosa. “Hay mucho por lo que estar agradecido”.

Siranouche Haladjian, la presidenta del consejo de residentes recuerda vívidamente el último Día de Acción de Gracias, cuando comió pavo en su habitación sola. Este año, su hijo planeaba recogerla para que pudiera celebrar la festividad con la familia.

“Durante tantos meses estuvimos atrapados en nuestras habitaciones y no nos fuimos por razones de seguridad”, comentó la mujer de 88 años. “Es estupendo ahora porque puedo recibir visitas. Pueden venir mis hijos y nietos”.

Después de que la calabaza se untó en mantequilla y estuvo lista para hornearse, Yeranyan agradeció a Terteryan por la clase y les deseó a los residentes “Feliz Día de Acción de Gracias”.

Pronto, los miembros del personal traerían platos de pavo, puré de papas, arándanos y ensalada para los residentes.

“El Día de Acción de Gracias es un día para agradecer a Dios y estar agradecidos por todo lo que tenemos. Todavía estamos vivos”, enfatizó Yeranyan a los residentes. “Tenemos que estar agradecidos por ello”.

En una mesa de la esquina, Victor Gorgy desempacó una hielera llena de los alimentos favoritos de su madre: queso blanco de Groenlandia Istanbuli, pan de pita y un pastel de mousse de chocolate.

El hombre de 59 años se sintió especialmente agradecido después de que su madre sobreviviera a un ataque de COVID-19 el año pasado. Sus niveles de oxígeno bajaron tanto que estuvo hospitalizada durante cuatro semanas.

“Pero ella se encuentra genial ahora”, subrayó, mirando a Josephine Berzy, de 89 años, con una sonrisa.

Cuando Papiryan terminó de bailar, Grigoryan llamó a su madre, tías y primas en FaceTime para que pudieran saludarla. Papiryan, quien a veces aceptaba el teléfono, le comentó a su familia que no se preocupara por ella y que estaba segura y feliz.

A veces, Papiryan, quien tiene demencia, pensó que su familia estaba de regreso en Armenia. Periódicamente le recordarían el nombre de todos y quiénes eran.

“Es agridulce porque ella no está en casa con nosotros”, señaló Grigoryan. “Pero me siento segura y feliz porque sé lo bien que la cuidan las enfermeras”.

Antes de que la familia colgara, Papiryan mostró un vaso lleno de jugo de manzana a la cámara, enviando vítores por la festividad.

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