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Para la dueña de este restaurante, el mandato de vacunación de L.A. significa prepararse para decirles ‘no’ a sus clientes

Milbet Del Cid wears a face mask in a restaurant kitchen
Milbet Del Cid, propietaria de Amalia’s, el 21 de noviembre en Los Ángeles. El restaurante guatemalteco en las afueras de Koreatown luchó por salir adelante el año pasado. La pandemia limitó al sector a tomar pedidos y sentar comensales solo al aire libre. Las nuevas medidas para continuar protegiendo a los residentes crean otra oleada de dificultades para Amalia’s.
(Francine Orr / Los Angeles Times)
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A principios de este mes, Milbet Del Cid usó las redes sociales para poner en alerta a los clientes de su restaurante guatemalteco. Pronto, advirtió, debería revisar que estuvieran vacunados para dejarlos entrar.

Casi de inmediato, las críticas llegaron a raudales. “Si estás obligada a preguntar”, escribió un cliente en respuesta, “entonces ya no comeremos allí”.

El lunes, el mandato de vacunación de Los Ángeles obligará a Del Cid a pedir a las personas un comprobante de inoculación. Ella puede hacer cumplir la ley y negar la entrada a su restaurante a quien no tenga tal prueba, o puede violarla, algo que ya anticipó no hará.

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De ninguna de las dos maneras será algo bueno. “Si no dejo que los clientes coman aquí”, dijo, “¿quién se va a perder de hacer negocios? Yo”.

Pero lo que está en juego es demasiado alto para que Del Cid retroceda: los latinos se infectaron y murieron por coronavirus en cifras superiores a la mayoría de cualquier otro grupo. Y casi todos sus clientes pertenecen a esa comunidad.

En su restaurante Amalia’s, en las afueras de Koreatown, Del Cid ha tratado repetidamente de desacreditar afirmaciones falsas sobre la vacuna. Una mujer le dijo que contenían un microchip, ciertos hombres le comentaron que causaba problemas de fertilidad y algunos clientes religiosos incluso intentaron vincular el tema a la “marca de la bestia”. “La gente está mal informada”, indicó. “Me temo que muchos latinos no están vacunados”.

La comunidad latina, que representa casi la mitad de Los Ángeles, enfrentó grandes pérdidas de empleo y salarios a raíz de la pandemia. Y ahora, la desinformación médica se está extendiendo en las redes sociales y contribuye a tasas de vacunación relativamente bajas entre los latinos.

“Quiero decir que el 95% de mis clientes son latinos y el 80% de ellos son guatemaltecos”, comentó. “Yo diría que tal vez el 50% de ellos no están vacunados, según lo que hablamos”.

Todos los días, dice, escucha falsedades sobre las vacunas de boca de sus clientes. Al menos dos miembros de su familia se negaron a vacunarse porque sucumbieron a las conspiraciones. Hace dos semanas, uno de ellos contrajo COVID-19 y fue intubado luego de que su salud se deteriorara. Ese incidente hizo que otro pariente decidiera vacunarse.

Del Cid comparte la historia de su familia con los clientes como una advertencia sobre las consecuencias de las conspiraciones y permanecer sin vacunar. “Pero a ellos no les importa”, señaló.

Además, comentó que los clientes han amenazado con irse a otra parte y se han jactado de otros restaurantes que, según dicen, no pedirán pruebas de vacunación. Ella les responde que la ley se aplicará a todos los sitios de comida de Los Ángeles.

Los funcionarios de la ciudad y de la salud esperan que la nueva ordenanza ayude a reducir el riesgo de propagación del coronavirus en áreas de mayor riesgo. El nuevo mandato de verificación de vacunas, uno de los más estrictos del país, se aplica a instalaciones interiores como cafeterías, museos, teatros y otros espacios.

La aplicación del programa de la ciudad, denominado SafePassLA, comenzará a regir el lunes. Los negocios o lugares en infracción enfrentarán sanciones: al principio una advertencia, luego una serie creciente de multas que comienzan en $1.000 y llegan hasta $5.000 por una cuarta infracción u otras posteriores.

Del Cid apoya el mandato, pero le preocupa que con la difusión de información errónea y tantos latinos sin vacunar, ella y otros dueños de negocios típicos de la comunidad sientan el efecto de la ley más que otros. “Tengo que ser un guardaespaldas de la ciudad”, comentó. “Finalmente, estamos haciendo su trabajo. Si no dejo entrar a la gente, no tengo clientes y si no tengo clientes, eso significa que no tengo un negocio. Pero debo seguir pagando la renta y los permisos”.

A man sits at a restaurant table with food on it
Isaías Valle, de 79 años, disfruta de una comida en el restaurante Amalia’s, el 21 de noviembre en Los Ángeles. El hombre está completamente vacunado contra el COVID-19. El lunes, muchos establecimientos deberán exigir comprobante de vacunación durante varios meses.
(Francine Orr / Los Angeles Times)

Casi todas las mesas dentro del restaurante Amalia’s estaban ocupadas por parejas y familias, en un reciente domingo por la mañana. Sentado cerca del bar, junto a una pared amarilla con palabras en la jerga guatemalteca, Isaías Valle, un cliente de toda la vida, comía una tostada en solitario. Un plato con dos chuchitos (tamales pequeños) lo aguardaba, cerca de un recipiente para llevar.

El hombre, de 79 años, dijo que estaba a favor de la nueva ordenanza de la ciudad que requiere que las personas muestren un comprobante de vacunación antes de comer en un espacio interior. “Creo que nosotros, los latinos, debemos tratar de protegernos unos a otros”, señaló. “Si hay una vacuna, ¿por qué no aplicársela?”.

Valle está completamente vacunado. También su familia y amigos, y él planea recibir la dosis de refuerzo pronto. Le entristece pensar en quienes no se vacunaron y perecieron. “Es muy doloroso para mí, que mi propia gente esté muriendo”, dijo. “Trae dolor y tristeza a las familias”.

A couple sit smiling at a table at a restaurant.
Mardy Mellado, de 47 años, junto con su esposo, Boris Mellado, de 50, en el restaurante Amalia’s, el 21 de noviembre en Los Ángeles. La pareja bromeó que esta era su luna de miel en el restaurante. Se casaron el 13 de noviembre pasado; la boda fue un sábado, ellos instaron a todos los asistentes a vacunarse, y todos menos uno lo estaban.
(Francine Orr / Los Angeles Times)

En una mesa cercana, Boris Mellado, de 50 años, su esposa, Mardy, de 47, y su suegra, Berta Méndez, de 71, veían una banda de marimba que se preparaba para una presentación en vivo. Tomaban un café y esperaban su desayuno, confiando en su estado de vacunación. “Es genial”, enfatizó Méndez sobre el mandato de la vacuna. “Es bueno saber que la persona que está sentada frente a ti está protegida”.

“Exactamente”, intervino su hija. “Entras sintiendo una sensación de seguridad y confianza al saber que el riesgo de infección es menor. También es bueno para tu propia salud mental”.

“Pero de igual manera hay que considerar que algunas empresas perderán dinero por eso”, agregó Boris Mellado.

“Bueno, algunas personas simplemente no quieren vacunarse”, respondió Méndez.

“Dejemos eso de lado por ahora. Lo que quiero decir es que, si entro aquí con ganas de gastar $30 pero por alguna razón no tengo mi prueba, el negocio pierde esos $30”, aclaró Boris Mellado. “Es un arma de doble filo”.

De fondo, un baterista, un contrabajista y tres marimbistas empezaron a tocar. Todos sacaron teléfonos para grabar; las camareras se abrían paso en un laberinto de mesas, entregando bebidas y comida.

A woman in a face masks checks two patrons for proof of vaccination at a restaurant.
Paola Morataya, de 39 años, a la derecha, verifica un comprobante de vacunación en el restaurante Amalia’s, el 21 de noviembre en Los Ángeles. Los hombres tenían prueba de vacunación.
(Francine Orr / Los Angeles Times)

En el frente, Paola Morataya, de 39 años, solicitaba comprobante de vacunación a los clientes antes de tomar sus pedidos. Después de que pagaron, les asignó una mesa donde podrían sentarse y ver tocar la orquesta.

Eran casi la 1 p.m. cuando Manuel Bonillas, de 55 años, y su esposa, Mirna Bonillas, de 52, entraron. Cuando Morataya pidió su comprobante de vacunación, Mirna Bonillas sacó su copia impresa. Pero su esposo, Manuel, un trabajador de la construcción, se desplazó con frustración a través de docenas de fotos en su teléfono. Le dijo al anfitrión que estaba vacunado pero que no podía encontrar la foto de su comprobante.

Morataya le advirtió que esta vez le permitiría sentarse y cenar. Pero pronto debería darle una respuesta diferente si él se presentaba sin la prueba: un “no” rotundo.

En la mesa, tomando café, Manuel Bonillas reconoció que siempre tiene miedo de llevar su copia impresa porque teme perderla o romperla. “La tengo aquí en alguna parte”, comentó, desbloqueando su teléfono y hojeando las fotos de nuevo. “Esto va a ser un dolor de cabeza. Pero estoy a favor”, agregó rápidamente.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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