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Columna: Comenzó con un carrito de tacos y se convirtió en un éxito; ahora pide que dejen prosperar a los vendedores ambulantes

El Ruso Los Angeles
Julia Silva, izquierda, y Walter Soto, derecha, posan para un retrato con Suri Silva en un local de ‘El Ruso’, en Boyle Heights. Ambos sirven tortillas de harina artesanales de Sonora y sobaqueras hechas a mano.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

El propietario del carrito de tacos El Ruso, Walter Soto, tiene un mensaje para los funcionarios que tratan de frustrar a los vendedores ambulantes: “Tengan un poco de corazón”.

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Cuando conocí a Walter Soto, en 2019, el inmigrante mexicano estacionaba su carrito de tacos ‘El Ruso’ en una sección industrial de Boyle Heights, donde era más probable que los clientes fueran personas sin hogar que foodies, o amantes de la gastronomía.

Su casi restaurante era pequeño, prácticamente como una hielera de un local de comidas, y había días en los que Soto, un joven muy alto y pelirrojo que se parece más a un entrenador de futbol americano que a un chef, se preguntaba por qué había dejado su trabajo como supervisor de la industria de la construcción.

Pero con tesón y corazón, se convirtió en la realeza de la comida en Los Ángeles. Rápidamente se ubicó en un tráiler más grande en una parte más agradable de Boyle Heights. Sus tacos al estilo sonorense -piense en carne asada grasosa, chicharrones deliciosos, salsas picosas, todo metido en tortillas de harina tan pequeñas como la palma de la mano o más grandes que un aro de baloncesto- fueron elogiados por publicaciones y programas de televisión locales, nacionales e internacionales.

El año pasado, incluso consiguió un lugar en la edición más reciente de la L.A. Times 101 List, nuestro compendio anual de los mejores restaurantes del sur de California.

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Ahora, ‘El Ruso’ consta de tres vehículos de tacos en Los Ángeles. La nave nodriza es del tamaño de una Minnie Winnie, asentada en un estacionamiento frente a Sunset Boulevard en Silver Lake, con asientos, plantas en macetas y una pequeña oficina con cocina. El diseño es modesto: carteles enmarcados sin colgar, un baño y un escritorio enorme sobre el cual reposa una planta. Pero para Soto, es el sueño americano.

“Aquí puedo escribir cheques”, dijo el hombre de 43 años, mientras veía a los trabajadores palmear las tortillas de harina con las manos. Luego hizo un gesto a su hija de seis años, Suri, quien se sentó en la silla de su oficina a mirar videos de Barbie en YouTube. “Cuando llueve, mi niña puede estar dentro de una habitación cálida en lugar de debajo de una carpa. Estar aquí en Sunset, bueno, es un honor. Me siento súper chingón”.

No puedo pensar en un mejor ejemplo reciente de alguien que surgió de las calles y trabajó hasta encontrar el éxito. Por eso quise hablar con él a principios de este nuevo año, a la luz de un diciembre en el que los burócratas de California lanzaron la última campaña contra uno de sus enemigos más antiguos: la comida callejera.

En el este de Los Ángeles, los trabajadores del condado pintaron de rojo la banqueta en un tramo de Whittier Boulevard durante un par de semanas para mantener alejados a los camiones de tacos que se habían estacionado allí durante años. En Anaheim, los funcionarios de la ciudad se asociaron con la Agencia de Salud del condado de Orange para tomar medidas enérgicas contra los taqueros, tamaleros, fruteros y hotdogueros que han animado la escena gastronómica de mi ciudad natal en los últimos años.

En San Francisco, ese modelo de locura, los agentes de policía multaron a los vendedores de comida sin licencia en Union Square. Las estaciones de televisión captaron escenas de los trabajadores públicos transportando refrigeradores de tamales en camiones de la ciudad como si manejaran desechos peligrosos.

Durante más de 140 años, los funcionarios del Estado Dorado han reprimido repetidamente a los vendedores ambulantes con leyes, redadas y campañas que los demonizan como una molestia pública, solo para que estos comerciantes regresen más fuertes que nunca. Es como el clásico dibujo animado de la revista Mad, ‘Spy vs. Spy’, en el que las únicas víctimas son los empresarios que tienen la mala suerte de ser atrapados.

Y no importa si tienen todos los permisos necesarios, como siempre ha hecho Soto. “A pesar de que los tengo, [las autoridades] pueden llegar a meterse contigo”, comentó. “A veces, su trabajo no está hecho para mejorar la sociedad, sino solo para arruinar los medios de vida de las personas”.

A pesar de que los residentes de toda la vida se están quedando sin dinero, un pequeño número de familias negras que pueden permitírselo se están mudando. La cuestión es si habrá más.

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Recordó la vez que la policía confiscó el puesto de una latina, con dos hijas pequeñas, que vendía fruta en la calle desde su ubicación original de ‘El Ruso’. “Tiraron mangos en perfecto estado a la basura frente a la gente”, relató Soto con disgusto. “¿Por qué meterse con ella? Es inconcebible hacer eso. Hay que tener un poco de corazón”.

Entonces, para 2022, insto a los gobiernos de las ciudades y los condados de California a que permitan que los vendedores ambulantes operen sin problemas de una vez por todas. Olvídense de legalizarlos, simplemente déjenlos hacer lo suyo y dejen que los clientes decidan si sobreviven o cierran naturalmente.

Nunca me he tragado ninguno de los argumentos que los oponentes lanzan contra la comida callejera. ¿Higiene? Como excrítico gastronómico que comió fácilmente en más de 1.000 restaurantes durante su carrera, debo decir que solo me intoxiqué con alimentos en lugares de alto nivel. ¿Competencia desleal con los espacios físicos? Como alguien cuya esposa es dueña de un restaurante, sé que el éxito es más para aquellos que se enfrentan a la competencia que para los que se quejan. ¿Los proveedores sin licencia no pagan impuestos? Tampoco muchas empresas multimillonarias, pero no vi a las autoridades irrumpir en los almacenes de Amazon y arrojar el inventario en contenedores de basura cuando la empresa no pagó gravámenes federales en 2017 y 2018.

Además, los trabajadores de la comida callejera como Soto son el máximo ejemplo de la transición de la pobreza a la riqueza en el estado. Algunas de las personalidades gastronómicas más emblemáticas en la historia del sur de California (Carl Karcherm, de Carl’s Jr.; Roy Choi, de Kogi Korean BBQ, los imperios King Taco y Guelaguetza) comenzaron con carritos o camiones que la sociedad educada desaprobaba. Ninguna otra narrativa combina mejor nuestro amor por la comida, el capitalismo, el urbanismo, la conveniencia y la innovación.

Los políticos afirmarán que es más fácil que nunca para la gente vender comida callejera.

En 2018, el entonces gobernador Jerry Brown firmó la Ley de venta segura en las banquetas, que se suponía que despenalizaría la comida callejera, disuadiría a los municipios de apuntar a los vendedores y les facilitaría salir de las sombras proverbiales. Soto dio la bienvenida a ese desarrollo y cree que sus compañeros proveedores deberían operar dentro de la ley.

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“Estoy en un país que no es el mío”, dijo. “Así que tenemos que entender que, a veces, podemos ofender si no dejamos un lugar limpio o si instalamos algo sin el permiso de las empresas que nos rodean”. Luego repitió un dicho atribuido al ex presidente mexicano Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Pero Soto señaló también que es casi imposible que inmigrantes como él se pongan del lado correcto de la ley, debido a los costos. El primer tráiler pequeño en el que lo recuerdo costaba 35.000 dólares, y él había comprado una camioneta por 15.000 dólares para remolcarlo. En este momento, la tarifa actual para un nuevo camión de tacos es de 130.000 dólares. El único carrito de tamales legal permitido por el condado de Los Ángeles en este momento cuesta 7.500 dólares, una cantidad ridícula que pocos pagarán cuando pueden hacerlos en casa, ponerlos en una olla y venderlos en la cajuela de su automóvil. Y luego vienen los muchos, bastantes permisos y tarifas que requieren los municipios.

“Si la gente vende sin permiso, no es para infringir la ley a propósito”, remarcó. “Todos tienen sus razones”.

Salí de la oficina de Soto para hacer mi pedido de unos tacos de chorizo y una docena de tortillas de harina para llevar. Antes de que se cerrara la puerta, él ofreció un pensamiento final. “Don Arellano, yo necesité mucha fuerza para hacer esto”, dijo. “Cualquiera que lo intente necesita fuerza. Solo queremos ganarnos la vida. A aquellos que critican a los vendedores ambulantes, les pido que tengan algo de corazón”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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