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Salarios adeudados, abusos laborales y un asesinato: el lado oscuro de un exitoso restaurantero mexicano

Graphic novel illustrations of the murderer, the victims in the car and police at the scene
(Felipe Flores / For The Times )

Gregorio León condujo hasta las afueras de Lexington, S.C., la noche del 14 de febrero de 2016, con un arma a su lado y con rabia en su corazón.

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Gregorio León condujo hacia las afueras de Lexington, Carolina del Sur, la noche del 14 de febrero de 2016, con una pistola a su lado y furia en el corazón.

Horas antes, el hombre de 49 años había disfrutado de una cena de parejas con amigos, sus hijos y Rachel, su esposa hace más de un cuarto de siglo. Los dos se habían tomado un tiempo libre de sus tareas de administración de los ocho restaurantes mexicanos de Gregorio, donde los platos combinados eran un éxito y la decoración evocaba a algún El Torito alrededor de 1992.

Nada importaba: su cadena mexicana de San José era un éxito local. Alto y fornido, con intensos ojos marrones, Gregorio era, como lo describía un periódico en español de Carolina del Sur, “un orgullo hispano”.

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En las vallas de los campos de béisbol y fútbol en Lexington, un suburbio bien cuidado, colgaba publicidad con el logotipo de San José: una ilustración de un campesino mexicano con bigote, sombrero y sarape, empujando a un burro obstinado. Gregorio era ese tipo de persona que pagaba las facturas médicas de un trabajador afectado con cáncer cerebral, que organizaba inolvidables barbacoas en los juegos de fútbol americano de la Universidad de Carolina del Sur, y que donaba miles de dólares a su pueblo natal en México.

Pero a su alrededor siempre parecía haber problemas legales. Recientemente acababa de terminar el período de libertad condicional por estar involucrado en una trama de soborno que puso tras las rejas a un sheriff del condado de Lexington, y ahora estaba bajo libertad condicional por contratar trabajadores indocumentados.

Ese día, Gregorio estaba a punto de violar esa libertad condicional, de una forma dramática y sangrienta.

Forrest Fenn había publicado pistas sobre la ubicación del tesoro en línea y en un poema publicado en su autobiografía de 2010, “La emoción de la persecución”.

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Rachel se había escapado sigilosamente de su familia después de la comida. Tres días antes, le había comprado a un hombre una camioneta de $40.000 y le dijo al concesionario “que se estaba preparando para mudarse” con su amante, según la declaración del concesionario a la policía de Lexington.

Gregorio condujo durante unos 10 minutos hasta un estacionamiento aislado. Allí, el Mercedes de Rachel -al cual él le había colocado un dispositivo de rastreo que los detectives encontraron después, según un informe policial- estaba vacío. El hombre tocó el capó, se acercó a una Toyota Tundra plateada que estaba allí cerca y abrió la puerta del pasajero. Adentro, Arturo Bravo, de 28 años, vestido sólo con calcetines, estaba con Rachel.

Gregorio disparó cuatro tiros a la cabina del Tundra. Dos fallaron; dos no, según las notas de investigación de la policía.

Después, el empresario gastronómico llamó al 911 y se identificó como “Greg”. “Le disparé al amante de mi esposa”, le dijo al operador telefónico, según una declaración jurada de la policía. Bravo yacía moribundo sobre el asfalto; Rachel seguía en la Tundra. Gregorio la dejó en la escena. Arrojó el arma al bosque cerca de San José antes de entregarse a la policía de Lexington, tres horas más tarde.

El procurador regional (tal como se conoce a los fiscales de distrito en Carolina del Sur) acusó a Gregorio de cuatro delitos graves: asesinato, intento de asesinato, descarga de un arma contra un vehículo y posesión de un arma de fuego durante un delito violento.

Graphic novel illustrations of a handgun
(Felipe Flores / For The Times )

El hombre se declaró inocente de todos los cargos. Un memorándum de diciembre presentado en la corte por su abogado, Dick Harpootlian, afirma que la “supuesta víctima”, Bravo, tenía vínculos con el cártel de drogas de los Zetas y que había obligado a Rachel, repetidamente y en secreto, a tener sexo con él durante casi dos años.

El juez presidente emitió una orden de mordaza sobre las partes en el caso, por lo cual Gregorio no pudo hacer comentarios, según Harpootlian, un senador estatal de Carolina del Sur. Pero el escándalo desató chismes en el estado, y no sólo por los detalles del caso.

Gregorio era casi de la realeza en la dinastía de los inmigrados desde San José de la Paz, Jalisco, un pueblo de aproximadamente 1.000 habitantes, ubicado en la región mexicana de cultivo de tequila, que domina la escena de los restaurantes mexicanos del sur de EE.UU. En los últimos 45 años, sus residentes crearon una red de restaurantes en toda la región que ahora ascienden a más de 700. Las familias dominan los feudos que abarcan grandes urbes y pueblos pequeños; en ellos rigen acuerdos para mantenerse alejados como competidores y se celebran matrimonios tanto para solidificar los negocios y ampliar las posesiones como por amor.

Es como “Games of Thrones”, pero con más salsa de queso.

Gregorio debió renunciar a su pasaporte, pero sus hermanos e hijos siguen regresando a su ciudad natal ancestral y disfrutando de la vida. Al igual que cientos de sus compañeros paisanos del sur, ellos vuelven a México a menudo para deleitarse en un pueblo transformado por sus logros empresariales.

Los políticos y la prensa han elogiado a los migrantes de San José de la Paz como un modelo de integración y éxito, en un sur renovado y diverso. Ahora Gregorio se convirtió en el ejemplo más destacado del lado oscuro de su propio sueño.

Cinco días después del asesinato de Bravo, Gregorio se sentó en una sala del tribunal del condado de Lexington. Rachel, sus seis hijos, el padre de Gregorio y nueve hermanos, así como otros parientes, se encontraban entre las 75 personas reunidas allí para apoyar al acusado. Sólo siete individuos se presentaron por el lado de la víctima.

Mediante un intérprete, Rachel le pidió al juez presidente Knox McMahon que estableciera una fianza para Gregorio, para que él pudiera manejar su negocio. El abogado Eric Bland argumentó que casi 120 personas en el área de Lexington dependían de su cliente para ganar su sustento, mientras que familias enteras en México contaban con su caridad. “Los brazos y los tentáculos que brotan de este restaurante de San José son extraordinarios”, destacó Bland.

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El juez McMahon deliberó durante unos minutos antes de otorgar la solicitud, y finalmente estableció la fianza en $500.000. Gregorio, con lágrimas en los ojos, saludó a los espectadores mientras los oficiales se lo llevaban esposado. Poco después, pasó seis meses en una prisión federal por violar la libertad condicional y sigue con bajo arresto domiciliario desde entonces.

El juicio de Gregorio estaba previsto para este mes, pero se retrasó debido al coronavirus. Sólo se le permite trabajar y asistir a terapia de pareja bajo la supervisión de un sacerdote y de la seguridad. Rachel, por su parte, expresó en una declaración jurada: “A pesar de los cargos, todavía lo amo”.

La relación entre San José de la Paz y ‘el sur’ comenzó en 1973 en el centro de Atlanta, donde los amigos Raúl León y José Macías, ambos parientes lejanos de Gregorio, abrieron un restaurante mexicano.

La asociación duró sólo un año, y cada uno de ellos luego fundó su propio lugar; El Toro para Macías, Monterrey Mexican Restaurant para León, en Doraville y Chamblee, suburbios de Atlanta. Los rivales trajeron a parientes y amigos para que atendieran los negocios. Pronto, esos empleados abrieron tantos lugares alrededor de Atlanta que los recién llegados de San José de la Paz buscaron zonas donde la comida mexicana todavía fuese una novedad.

Ser propietario de su propio restaurante en EE.UU se convirtió en una parte tan importante de la identidad de San José, que los residentes se autodenominaron “restauranteros”. Casi todos se apegaron al modelo de El Toro-Monterrey: menús con los mismos errores ortográficos e idéntico número para los platos combinados. La misma foto o pintura de la plaza principal y la iglesia de San José colgaba en algún lugar, como un recordatorio del hogar. Los espacios eran grandes, mejores para albergar a familias blancas que buscaban sitios para una salida nocturna. Incluso tenían ofertas especiales iguales, con nombres complacientes para ‘los gringos’, como Speedy Gonzales (taco, enchilada, arroz o frijoles) y Yolandas (tres enchiladas cubiertas de crema agria).

Los críticos gastronómicos y los consumidores mexicanos deploraban el enfoque de designar por números la comida mexicana. Pero hizo millonarios a muchos inmigrantes de San José de la Paz, y sus cadenas son ahora elementos básicos del paisaje del sur y más allá. El Nopal tiene 27 sucursales en Kentucky e Indiana; Plaza Azteca, que comenzó en Virginia Beach, en 1994, ahora cuenta con 46 ubicaciones que se extienden desde Carolina del Norte hasta Connecticut. En Nashville hay nueve restaurantes Las Palmas.

“Ya no son para nada exóticos”, reconoció Hanna Raskin, crítica de alimentos para el Post and Courier, en Charleston. La redactora cubrió por primera vez el fenómeno de San José de la Paz en Asheville, Carolina del Norte, hace 10 años. “Muchos de estos restaurantes de platos combinados han estado en funcionamiento durante décadas, por lo cual los clientes conocen a los propietarios como a los padres del equipo de fútbol de sus hijos”.

En la región media de Carolina del Sur, Gregorio León fue ese restaurantero-padre del fútbol al que todos conocían.

Cuando era niño, Gregorio y su familia emigraron a Atlanta para reunirse con su padre, quien había abierto el primer restaurante mexicano de San José en 1981. El Atlanta Constitution informó al año siguiente: “Si sigue así, tal vez [Gregorio padre] cree una cadena”.

En lugar de Georgia, el clan León estableció su reino en 1989 en Columbia, Carolina del Sur. Los tiempos fueron difíciles al principio. “La gente estaba acostumbrada a la cocina de campo”, declaró Gregorio Jr. a una revista de estilo de vida de Carolina del Sur, en 2015. “Ni siquiera estaban dispuestos a experimentar y probar [nuestros platos]. Les preguntábamos: ‘¿Le gusta la comida mexicana?’, y decían: ‘No, no me gusta’. ‘¿Alguna vez la ha probado?’, ‘No , pero no me gusta’, era lo que respondían”.

Hoy la familia lleva adelante 14 sucursales de San José y es tan vital en el estado que regularmente cuenta con un stand en la Feria Estatal de Carolina del Sur. Gregorio también abrió dos bares con el nombre de su hijo, Pancho.

Su arduo trabajo le valió el ingreso a la buena vida de Palmetto State. Gregorio poseía múltiples propiedades, incluida una granja de 30 acres donde criaba caballos andaluces y frisones. Durante la temporada de fútbol americano, “Greg” era una presencia habitual en los juegos de la Universidad de Carolina del Sur. A veces se colaba; y en otras ocasiones llegaba con seguridad secundaria. Algunos años, Gregorio colocó a uno de sus gallos (todos bautizados en honor a la mascota del equipo, Cocky) en una barandilla en la zona final para honrar a sus amados Gamecocks.

Gregorio estaba tan asimilado dentro de la sociedad de Carolina del Sur que donaba regularmente a los candidatos políticos republicanos, y se mantuvo alejado de la política progresista. El 1º de mayo de 2006, mientras millones de latinos organizaron un boicot a nivel nacional para protestar por la amnistía para los inmigrantes indocumentados, Gregorio le dijo a Associated Press: “No creo que cerrando todos por un día resolveremos algo”.

Sin embargo, a medida que pasaron los años, su notoriedad en la ciudad se asoció cada vez más con la violación de la ley. En 2002, se vio envuelto en un escándalo de peleas de gallos que depuso al entonces comisionado agrícola de Carolina del Sur.

En 2012, Gregorio, su padre y dos de sus hermanos pagaron colectivamente más de medio millón de dólares en salarios atrasados. Dos años después, un gran jurado estatal lo acusó por pagarle al sheriff del condado de Lexington, James Metts, para que liberara a algunos de los trabajadores indocumentados de San José, arrestados por sus agentes.

Gregorio colaboró con los fiscales para atrapar a Metts; a cambio de su servicio, recibió una pena de 200 horas de servicio comunitario y cinco años de libertad condicional.

Graphic novel illustrations of a combo plate
(Felipe Flores / For The Times )

Durante su sentencia, en octubre de 2015, lloró. “Si hubiera sabido que todo esto iba a suceder, nunca lo habría hecho”, le dijo al juez.

Ningún individuo en Lexington contactado para esta historia acordó hablar oficialmente, todos tenían miedo de enfadar a Gregorio por una razón u otra.

No obstante, la mística de la narrativa de San José de la Paz comienza a deshilacharse. Entre otros dueños de restaurantes mexicanos en el sur, los restauranteros tienen fama de “presumidos”, afirmó Charlie Ibarra, dueño del híbrido sur mexicano The Cortez, en Raleigh. Su familia, originaria de un pueblo a unos 45 minutos al sur de San José de la Paz, estableció su propio microimperio en el área de Raleigh-Durham con los años, eclipsando a sus rivales jaliscienses. “Tenían la ética de trabajo necesaria para hacer algo grande”, reflexionó Ibarra. “Pero usaban ese dinero para volver a México y organizar fiestas exageradas, alardear con sus autos y casas, y constantemente tratar de aventajarse entre sí”.

En los últimos años, ese espíritu de quién-es-más-macho incluyó la explotación de los trabajadores.

Los registros del Departamento de Trabajo de Estados Unidos muestran que los restaurantes mexicanos vinculados a San José de la Paz -incluidos algunos operados por Gregorio y su familia- han pagado más de $10 millones en salarios atrasados y multas en la última década. Entre los cargos hubo violaciones de horas extras y obligar a los empleados a trabajar sólo por propinas, o a veces por nada en absoluto.

En un fallo, un juez rechazó el argumento de un restaurantero de que una exempleada que lo denunciaba por sus salarios atrasados no tenía legitimación legal para entablar una demanda colectiva porque era inmigrante indocumentada. En otro, un juez de apelaciones de Georgia criticó el sistema de San José por depender de “una persona que da instrucciones y le dice a la gente qué hacer; un jefe a quien hay que seguir sin chistar”.

Gilda A. Hernández es abogada laboralista en Cary, Carolina del Norte; la legista ganó un acuerdo contra un grupo de restaurantes de San José de la Paz (no vinculados con la cadena de Gregorio) y está llevando a cabo demandas colectivas contra otros dos. Aunque no estaba familiarizada con el caso de León, esta mujer, hija de inmigrantes mexicanos, lo ve como una triste metáfora de eso en lo cual los restauranteros se han convertido.

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“Si bien una cosa es ver que las personas que van detrás del Sueño Americano salen de la nada y hacen algo asombroso, otra muy distinta es cuando ese éxito no se logra dentro de los parámetros de la ley”, remarcó Hernández. “No estoy segura de por qué piensan que está bien crecer exponencialmente a costa de los trabajadores. Simplemente abarata su historia de éxito”.

A pesar de su inminente juicio, Gregorio León parece tranquilo. No ha violado su fianza, y las publicaciones en redes sociales en los años transcurridos desde que mató a Bravo lo muestran sonriente, en fiestas de cumpleaños y graduaciones de preparatoria, con sus hijos. En un video publicado en Facebook hace sólo cuatro meses, Gregorio cocina camarones al mojo de ajo desde una estufa plana, en uno de sus restaurantes San José, y agrega la leyenda en español: “Con sentimiento, mis amigos... ¡Arre!”.

Es un contraste con el hombre descrito por la amiga de Bravo el día después de su muerte, quien le dijo a un investigador de la policía en Lexington que ella había tenido “miedo por Arturo porque el Sr. León es muy conocido en la comunidad hispana por las cosas que hace y en lo que está involucrado”.

La mujer no dio más detalles.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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