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Para una funeraria fronteriza que sobrevivió a los cárteles, la crisis del coronavirus es una pesadilla devastadora

Perches Funeral Homes ships bodies both ways across the U.S.-Mexico border.
Perches Funeral Homes envía cadáveres en ambas direcciones a través de la frontera entre Estados Unidos y México. Al menos uno al día se dirige a Ciudad Juárez, donde los costos funerarios son más baratos.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Perches Funeral Homes lleva más de medio siglo enterrando cadáveres, debido a las guerras, violencia de cárteles, epidemias y tiroteos masivos, pero nada ha llenado más sus crematorios, capillas y cementerios como el coronavirus.

“Lo más pronto que podría hacerlo es en dos semanas”, dijo el director de la funeraria Richard Villa a Brissa Leony, quien vino a hacer los arreglos funerarios para su abuelo la semana pasada.

Villa la miró. Lo sabía. Casi había perdido a su madre de 87 años a causa del virus este año.

“¿Fue COVID?”, preguntó.

Leony asintió.

Villa tomó nota. El último aumento de muertes ha abrumado incluso a un director de funeraria que ha pasado cuatro décadas llevando a cientos de personas a su última morada.

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La funeraria Perches ha tenido que cancelar velorios nocturnos, o velatorios, y retrasar entierros y cremaciones. El condado de El Paso tuvo esta semana más casos de COVID-19 per cápita (91.150) que cualquier otra gran área metropolitana de Texas, con 1.282 muertes. Pero más han fallecido de COVID-19 al otro lado de la frontera en Ciudad Juárez: 2.262.

Dr. David González Velazco, left, beside his brother-in-law's casket outside Perches Funeral Home in Juarez, Mexico.
El Dr. David González Velazco, a la izquierda, junto al ataúd de su cuñado frente a la funeraria Perches en Juárez, México. Víctor Luévano Hidalgo, de 46 años, murió de COVID-19.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Corpulento y con un traje oscuro, Villa, de 59 años, tiene el aire de un hombre que está más allá del agotamiento. No ve un final a la vista en este tiempo de tarjetas de oración y sepultureros. Los hospitales de El Paso informaron que solo 13 de las 400 camas de cuidados intensivos estaban desocupadas la semana pasada. Se espera que las hospitalizaciones aumenten nuevamente después de las vacaciones, especialmente desde que las autoridades locales y estatales han suavizado las restricciones a negocios, viajes y grandes reuniones.

Villa se pasa los días saludando a los visitantes sin cita previa y contestando teléfonos.

“Se están demorando mucho debido al COVID”, le dijo a una persona que llamó preocupada por el retraso en el servicio.

Otra persona que llamó no quería que se enviara el cuerpo de un familiar a la morgue del Condado.

“No tenemos espacio”, explicó Villa. “Tenemos servicios todos los días”.

Desde que Salvador Perches Sr. abrió su primera funeraria en Juárez en 1958, la familia ha agregado siete sucursales en Juárez, seis en El Paso y una en Odessa, Texas, y en Las Cruces, NM. También construyeron un museo con exposiciones sobre la muerte del cantante mexicano Juan Gabriel en 2016 (Perches manejó el funeral de El Paso y el entierro de Juárez), la visita del Papa Francisco a Juárez en 2016 (Perches construyó el altar de granito) y el tiroteo masivo por motivos raciales el año pasado en un Walmart de El Paso (Perches ofreció funerales gratuitos para las familias de las víctimas).

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Se está preparando una nueva exhibición sobre la pandemia.

“Nos ha golpeado muy, muy duro”, dijo Salvador Perches Jr., de 51 años, comparando el aumento en las muertes con los asesinatos de cárteles que estallaron en Juárez de 2007 a 2012, cuando se conoció la ciudad como la “Ciudad de la Muerte”.

En aquel entonces, las funerarias Perches fueron muy golpeadas. La familia se vio obligada a pagar extorsiones y los empleados temían por sus vidas. Las muertes por COVID-19 son menos sangrientas, pero igual de constantes, dijo, como lo es el miedo de los empleados a contraer el virus.

“Esta pandemia está llegando a otro nivel”, maniestó. “No para”.

Family and friends mourn Javier Valdez Martinez in Juarez, Mexico.
Familiares y amigos lloran a Javier Valdez Martínez, de 55 años, en un cementerio en Juárez, México.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
Flowers lie in the dirt after numerous funeral are held every day.
Los servicios se realizan todos los días en el Panteón Recinto de La Oración, uno de los dos cementerios de la Funeraria Perches en Juárez. Se han contratado más sepultureros, ya que los entierros diarios han aumentado de dos a una docena.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Cada sucursal de El Paso realiza más de 80 funerales a la semana, en comparación con los 30 antes de la pandemia, expuso el gerente general Jorge Ortiz. Las sucursales de Juárez están aún más ocupadas. Dos cementerios que Perches posee en Juárez y sus crematorios a ambos lados de la frontera están atrasados. E incluso cuando Perches ha intentado proteger a su personal con cuarentenas y otras medidas, ha perdido a un trabajador del cementerio y tres directores de funerarias por COVID-19, incluido Harrison Johnson, de 65 años, quien elogió a una de las víctimas del tiroteo de Walmart ante una multitud de miles, y cuyo hijo trabaja a tiempo parcial en la morgue.

El aumento de las muertes ha obligado a una reconfiguración sombría del negocio: Perches ha contratado a 10 nuevos miembros del personal y todavía está contratando, expuso Ortiz. Agregó crematorios, convirtió una sucursal de El Paso en un “centro de operaciones de COVID”, compró nuevos congeladores y transformó una capilla de El Paso y una funeraria en Juárez en refrigeradores. Ahora puede almacenar alrededor de 400 cadáveres en Estados Unidos, 500 en Juárez. Pero más familias en estos días están optando por una cremación más barata, dijo Ortiz. Perches ha subido los precios un 20%, pero sospecha que la pandemia conducirá a un cambio permanente.

“La gente dice: ‘¡Oh, las funerarias deben estar haciendo un gran negocio!’ Pero no es así”, enfatizó Perches. “Un funeral de $6.000 se convirtió en una cremación de $1.000. Hay más volumen, pero no más ganancias”.

Leony había planeado que su abuelo Gabriel Guzmán, un conserje de Head Start de 85 años que murió de COVID-19 el 28 de noviembre, fuera enterrado después de una misa fúnebre en El Paso. Pero la Diócesis Católica cerró sus iglesias hace semanas para detener la propagación del virus. Los sacerdotes católicos generalmente no celebran misas fúnebres fuera de la iglesia. Leony y su madre visitaron Perches la semana pasada para comparar precios y considerar opciones.

“Tenemos un diácono, pero un sacerdote, no”, dijo Villa.

“En su ceremonia, ¿cuántas personas están permitidas?”, preguntó Leony, una enfermera registrada que trabaja en una sala de emergencias local tratando a pacientes con COVID-19.

La capilla más grande de la funeraria tiene capacidad para 110 personas, pero Villa explicó que solo permiten 50 a la vez.

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“No se pueden tener 50 en la capilla y más afuera”, advirtió.

Leony y su madre estuvieron de acuerdo. El trío se dirigió a una habitación cercana para poner precio a los ataúdes y se decidió por un modelo de metal gris. Costo total estimado del funeral: $4.671, sin incluir flores ni servicios de cementerio.

Villa había querido ser ingeniero; pero cuando su padre murió cuando él tenía 16 años, quedó impresionado por la forma en que la funeraria (no Perches) manejó el servicio. Desde entonces se ha acostumbrado a la letra pequeña de la muerte.

Pero es más complicado en estos días, con restricciones adicionales y ceremonias de duelo socialmente distanciadas. Pasa horas al teléfono, alternando entre inglés y español, desglosando los costos, explicando los retrasos de la pandemia y los requisitos de la lista. Él ofrece a las familias una cubierta de plástico transparente para ver ataúdes abiertos, pero muchos no lo quieren.

La gente no lo entiende. Piensan que las cosas seguirán como siempre.

— Richard Villa, director de la funeraria

Funeral director Richard Villa meets with a family at Perches Funeral Home in El Paso.
El director de la funeraria Richard Villa se reúne con una familia en la funeraria Perches en El Paso. Villa, que tiene diabetes, está preocupado de contraer el coronavirus.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Nuevos problemas llenan sus turnos en una ciudad donde se han traído presos y elementos de la Guardia Nacional para trasladar cuerpos. La oficina del secretario del condado de El Paso, que normalmente emite certificados de defunción, cerró debido a la pandemia, por lo que Villa tiene que enviar certificados de defunción a 580 millas a Austin para su aprobación. La documentación debe estar firmada por un médico, dijo, pero durante la pandemia, “a veces, los médicos están tan ocupados que simplemente no hacen caso de los certificados”.

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Villa tiene diabetes y le preocupa contraer el virus. Señales de advertencia cubren la puerta de la funeraria y sus dos capillas, alertando a los visitantes que deben usar mascarillas y contra el apretón de manos o abrazos. Pero algunos todavía lo hacen. Y aunque la funeraria redujo su capacidad, muchos más dolientes suelen acudir a los entierros, a veces decenas.

“No se supone que lleguen tantos, pero no se puede controlar”, dijo Villa.

La semana pasada, unos 45 dolientes acudieron a los servicios en Perches y luego se reunieron para enterrar a Aurora Durán, de 65 años, que dirigía hogares grupales para enfermos mentales. Murió de COVID-19 el 13 de noviembre.

Funeral director Richard Villa, far right, oversees the closing of a casket of Aurora Duran, 65, who died of COVID-19.
Aurora Durán, de 65 años, que dirigía hogares grupales para enfermos mentales, murió de COVID-19 el 13 de noviembre.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

No somos muchos pero... gracias, mamá, por cuidarnos.

— Raúl Arroyo

Rodeados de montañas y algunos pinos delgados, parientes enmascarados se apiñaron alrededor de la tumba fresca de Durán, acompañados de mariachis sin mascarillas que cantaron “Amor Eterno”. El hijo de Durán, Dionicio “Danny” Durán, tocaba la guitarra, cantaba y hablaba en homenaje a su madre. Después del funeral, recibió a familiares en su patio trasero para tomar cerveza y pizza socialmente distanciados.

“Cuando nos ofrecieron la fecha, nos apresuramos”, dijo Durán sobre Perches. “La gente espera hasta tres meses”.

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Durán, de 43 años, dijo que Perches se había encargado del funeral de su tío abuelo de 82 años la semana anterior, quien también murió de COVID-19. Su tía anciana fue hospitalizada en cuidados intensivos con el virus.

“Hoy lo quitaron del ventilador”, dijo su hermana, Krystal Alvarado, de 38 años.

Al día siguiente, la ama de casa de El Paso, Marcela Arroyo, de 44 años, recibió a una docena de familiares en Perches para ver el ataúd abierto de su madre, Victoria Arroyo, de 78 años, quien murió de COVID-19 en un hogar de ancianos el 3 de noviembre. Las restricciones fronterizas impidieron que muchos familiares cruzaran para asistir a la ceremonia. Pero su hermano Raúl Arroyo, de 49 años, un trabajador lechero que vive en Juárez, pudo volar legalmente.

Se puso de pie y acarició el ataúd de su madre.

“Esta es la familia que tenemos”, dijo, abrumado por la emoción. “No somos muchos pero... gracias, mamá, por cuidarnos”.

Al día siguiente, al otro lado de la frontera en Juárez, el pediatra Víctor Luévano Hidalgo, de 46 años, fue llevado a Perches para los servicios funerarios y la cremación después de su muerte por COVID-19.

Para limitar los dolientes, los trabajadores de la funeraria retiraron los asientos de la capilla e hicieron que los visitantes pasaran por el ataúd abierto. Todos estaban enmascarados. Algunos se quedaron cerca de la viuda del médico en el vestíbulo, incluidos médicos y enfermeras que vestían batas.

El Dr. David González Velazco, cuñado de Luévano, dijo que había estado hospitalizado durante semanas.

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“Sabíamos que era un riesgo venir, pero mi hermana no pudo verlo durante un mes”, manifestó González. “Ella necesitaba verlo”.

Luévano había estado expuesto mientras trataba a una paciente embarazada que llegó en trabajo de parto y luego desarrolló fiebre y otros síntomas de COVID-19, dijo el Dr. Rubén Meza, colega en el hospital de mujeres. Meza culpó la muerte de Luévano a la falta de equipo de protección en el hospital, donde a los médicos solo se les proporcionó una mascarilla por semana. Luévano tuvo que comprar la suya.

“Tenía mucho miedo de esto, de enfermarse”, dijo González. “Todos tenemos miedo”.

En Juárez, los trabajadores funerarios toman precauciones adicionales de seguridad con los muertos. Los cuerpos y los ataúdes suelen estar sellados con plástico. Algunos trabajadores usan mascarillas, guantes y trajes de protección blancos durante los entierros. El Panteón Recinto de La Oración, uno de los dos cementerios de Perches, ha tenido que contratar sepultureros adicionales para mantenerse al día, ya que los entierros diarios aumentaron de dos a una docena.

Angel Esparza, 30, started digging graves for Perches at the start of the pandemic.
Ángel Esparza, de 30 años, comenzó a cavar tumbas para Perches al comienzo de la pandemia. Esparza vive con su madre diabética de 59 años, por lo que usa una mascarilla en el trabajo, se mantiene alejado de los dolientes y se rocía con Lysol cuando llega a casa.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Ángel Esparza, de 30 años, comenzó a cavar tumbas para Perches al comienzo de la pandemia cuando el trabajo en la fábrica fronteriza, o maquiladora, disminuyó. Desconfía del virus; su hermano mayor lo contrajo el mes pasado y sigue enfermo. Esparza vive con su madre diabética de 59 años, por lo que usa una mascarilla en el trabajo, se mantiene alejado de los dolientes, se rocía con Lysol cuando regresa a casa y luego se ducha.

Una docena de personas llegaron al cementerio la semana pasada para enterrar a José Manuel Lucio, de 68 años, dueño de un taller de pintura de Juárez que murió de COVID-19 el 26 de noviembre. Los Perches limitaron el servicio funerario a 10 personas y el servicio de la tumba a 30.

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La viuda y los hijos de Lucio rodearon la tumba para levantar una lápida de hormigón en su bóveda. Su hijo Manuel Lucio, de 36 años, que contrajo el virus al mismo tiempo pero sobrevivió, colocó un girasol en la tumba. El yerno de Lucio, Carlos Morales, recordó cómo la familia solía reunirse en El Paso los domingos.

“Desde la pandemia, todos dejamos de visitarnos”, dijo, excepto en los funerales.

Manuel Lucio, 36, gets a hug after the burial of his father, Jose Manuel Lucio.
Manuel Lucio, derecha, recibe un abrazo después del entierro de su padre, José Manuel Lucio, en el Panteón Recinto de La Oración. Lucio, de 68 años, murió de COVID-19 el 26 de noviembre.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Perches envía cadáveres en ambos sentidos a través de la frontera, al menos uno al día hacia Juárez, donde los costos del funeral son más baratos. Los muertos de COVID-19 están enterrados en cementerios públicos y privados. El Panteón Municipal público San Rafael en las afueras del sur de la ciudad ya tiene 820 tumbas COVID-19, tres hileras ordenadas de cruces de madera blanca que datan de octubre, cada una con el nombre de la funeraria en la parte posterior.

Las mismas cruces se pueden encontrar en el Panteón Sueños Eternos en un recinto amurallado dedicado a las tumbas del COVID-19 en el corazón de la ciudad. Cinco trabajadores cavaron una tumba a mano y luego buscaron mascarillas, guantes y cobertores antes de que llegaran los dolientes. Hasta ahora, ninguno de los enterradores ha contraído el virus.

“Es porque están protegidos”, dijo el gerente Yuma García, de 30 años. “No de los cuerpos, sino de las familias. Y mantienen la distancia”.

El ataúd de Javier Valdez Martínez llegó envuelto en plástico. Docenas de autos lo siguieron por la puerta del cementerio. Mientras los 50 dolientes llevaban mascarillas, se las levantaron para beber cerveza Tecate, llorar y cantar junto a los mariachis “Amor Eterno”.

Family and friends gather around the plastic-wrapped casket of Javier Valdez Martinez.
Los mariachis interpretan “Amor Eterno” durante los servicios para Javier Valdez Martínez. Los dolientes bebían a sorbos cerveza Tecate y cantaban junto a su ataúd envuelto en plástico.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

“¡Por favor, mantenga su familia a distancia!”, gritó su hija Karla Valdez, de 27 años.

Su padre, de 55 años, tenía un negocio que enviaba suministros para las fábricas fronterizas y murió de COVID-19 dos semanas antes. Diabético, había estado enfermo durante un mes. Uno de sus hijos también contrajo el virus, pero sobrevivió.

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Valdez dijo que hubiera preferido ver a su padre enterrado más rápido y en el cementerio principal, en lugar de relegarlo al área COVID-19. Agregó que era frustrante no poder abrir el féretro después de que estuvo en cuarentena durante un mes.

“Para nuestra protección, no podemos verlo”, manifestó.

Valdez se unió a los familiares que rodeaban y abrazaban el ataúd sellado con plástico. Luego dio un paso atrás cuando los trabajadores vestidos de blanco lo bajaron a la tumba.

Workers cover the grave of Javier Valdez Martinez.
“Para nuestra protección, no podemos verlo”, manifestó Karla Valdez, de 27 años, sobre su padre, Javier Valdez Martínez. Después de que estuvo en cuarentena durante un mes, dijo, era frustrante no poder abrir el ataúd.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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