Anuncio

¿Dónde comenzará la próxima pandemia? La selva amazónica ofrece pistas inquietantes

A silhouette of a worker tending to caged primates
Un trabajador atiende a los primates enjaulados, en un centro de investigación de vida silvestre en Manaos, Brasil. Los veterinarios e investigadores rastrean y catalogan constantemente los patógenos que se encuentran en la selva amazónica. A medida que las personas invaden aún más la selva, se borran las barreras entre los seres humanos y la vida silvestre, lo cual aumenta la posibilidad de transmisión de patógenos entre especies.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

La deforestación está borrando la línea que separa a los seres humanos de los animales salvajes, y aumenta las posibilidades de la próxima pandemia mundial.

Share

La niña de 10 años salió corriendo por un camino de tierra en el corazón de la selva amazónica, haciendo volteretas, jugando a la mancha y recogiendo puñados de buganvilias silvestres.

Pequeños incendios se desataron alrededor de Darah Lady Assunção Oliveira da Costa y sus jóvenes primos mientras los hombres quemaban árboles para dejar espacio a más tierras de cultivo. En el horizonte se vislumbraba lo que quedaba de una jungla aún virgen, densa e increíblemente verde. Una motosierra rugía desde dentro.

En las tres décadas desde que la abuela viuda de Darah Lady llegó por primera vez a este tramo remoto del norte de Brasil, limpiando la jungla a mano para construir una casa para sus 14 hijos, la familia se ha adentrado cada vez más en el Amazonas, impulsada por la máxima fronteriza que dice que la prosperidad llega cuando la naturaleza sucumbe al dominio humano.

A settler slashes and burns a patch of land near the edge of the rainforest
Un colono corta y quema un sector de tierra cerca del borde de la selva tropical en Maruaga, Brasil. Las usurpaciones (grandes y pequeñas) ocurren en todo el Amazonas a diario. Desde 1970, más de un cuarto de millón de millas cuadradas de selva tropical brasileña han sido destruidas.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)
Anuncio

“Para sobrevivir, necesitamos usar lo que tenemos”, destacó el padre de Darah Lady, Aladino Oliveira da Costa, de 60 años, quien derribó un bosque antiguo para construir casas para cada uno de sus cuatro hijos mayores.

Él y el resto de la comunidad han estado preparando a Darah Lady y sus 42 primos para la vida en el límite literal de la civilización, enseñándoles qué insectos evitar, qué plantas curan los resfriados y qué animales salvajes se pueden cazar y comer.

A girl picks flowers near her home in a jungle settlement.
Darah Lady Assunção Oliveira da Costa, de 10 años, recoge flores cerca de su casa en un asentamiento selvático llamado Maruaga. La abuela de la niña se instaló en la zona hace unos 30 años, limpiando el terreno y construyendo una casa para sus 14 hijos. La familia se adentró más en el Amazonas con cada generación que pasa.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Sin embargo, su creciente puesto de avanzada en el estado nororiental de Amazonas, uno de los miles de asentamientos informales en la selva tropical más grande del mundo, podría poner en peligro no solo el futuro de sus hijos sino también el de todo el planeta.

No se trata solo de árboles. Se trata de los virus.

Más pandemias globales como la del COVID-19 están en camino, afirman los científicos, y es probable que la próxima surja de una comunidad como la de Darah Lady, donde la gente invade el mundo natural y borra la barrera entre ellos y los hábitats que existían mucho antes de que una pala trabajara esta tierra.

Desde el cultivo de aceite de palma en Malasia hasta la minería en África o la cría de ganado en Brasil, a medida que las personas derriban los bosques, no solo aceleran el calentamiento global sino también aumentan drásticamente el riesgo de exposición a enfermedades. Sobre mamíferos y aves acechan casi 1.6 millones de virus, algunos de los cuales serán mortales si saltan a los humanos. Lo que está en juego se vuelve catastrófico si un virus resulta transmisible entre personas.

Anuncio

Eso es lo que sucedió con el COVID-19, que se originó por el contacto cercano entre humanos y animales salvajes, así la transmisión se haya dado en un entorno natural o en un laboratorio.

The high rises of Manaus jut out of the Amazon rainforest
Los rascacielos de Manaos sobresalen de la selva amazónica a lo largo del Río Negro, en el noroeste de Brasil. Fundada en el siglo XIX como un centro para el comercio de caucho, Manaos es ahora una zona comercial de libre importación y exportación. El comercio y la industria aquí están muy activos.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Los científicos consideran que los focos de enfermedades se están multiplicando desde África hasta América del Sur, y que la deforestación ya ha provocado un aumento de las condiciones infecciosas. Los zoólogos rastrearon alrededor de un tercio de todos los brotes conocidos en el mundo en relación con el rápido cambio del uso de la tierra, incluido el virus Nipah, la malaria y la enfermedad de Lyme. El problema se agrava por las temperaturas más cálidas que genera el cambio climático, que permiten la proliferación de los insectos portadores de enfermedades.

Brasil perdió 270.000 millas cuadradas de selva tropical, del tamaño de dos Alemanias, desde 1970. La aldea de Darah Lady, Maruaga, está plagada de riesgos de propagación viral, de mosquitos omnipresentes, perros y pollos errantes, y la caza salvaje que su familia come habitualmente. El consumo de carne de animales silvestres infectados probablemente provocó el brote de Ébola de 2013 en Guinea, país de África occidental.

Red birds in a tree in the central square of Manaus
Los pájaros se posan en un árbol en la plaza central de Manaos, Brasil. Construida a orillas del Río Negro, la ciudad de dos millones de habitantes se encuentra en medio de la selva amazónica. Es un bullicioso centro de comercio, industria y economía.
(Luis Sinco / Los Angles Times)

“¡Oh, es delicioso!”, afirmó Darah Lady acerca de un paca, un roedor encorvado y rayado que vive en el bosque, mientras ella y sus primos se detuvieron para saludar a su padre, quien estaba alisando mortero entre bloques de concreto, agregando una nueva habitación a su casa de dos pisos.

Anuncio

“Pero no hay que exagerar con la pimienta”, continuó Darah Lady. “¡Hubo una vez en que él preparó uno y estaba tan picante!”, afirmó, sacando la lengua y jadeando.

Su padre, de miembros largos y tan astuto como su hija, sonrió y pasó el brazo por los estrechos hombros de la niña. “Y el tapir”, agregó, refiriéndose a un mamífero de la selva que se asemeja a un cerdo grande con trompa. “También son muy ricos”.

Los pájaros se posan en un árbol en la plaza central de Manaos, Brasil. Construida a orillas del Río Negro, la ciudad de dos millones de habitantes se encuentra en medio de la selva amazónica. Es un bullicioso centro de comercio, industria y economía.

Su familia ya ha luchado contra enfermedades zoonóticas, el término utilizado para describir las infecciones transmitidas entre animales y humanos. El padre de Darah Lady es un sobreviviente de la malaria y la leishmaniasis, una enfermedad transmitida por las moscas de la arena, que causa llagas en la piel que corroen la carne.

Cuando el 40% de una superficie terrestre ha sido destruida, según Tom Gillespie, un investigador de Emory especialista en el cambio ambiental y las enfermedades, la región llega a una especie de punto de inflexión: los animales salvajes se acercan a los humanos para alimentarse y los virus comienzan a propagarse.

Anuncio

Incluso pequeñas disminuciones en la cubierta forestal pueden aumentar la exposición a patógenos. En Brasil, el Zika, el virus transmitido por mosquitos que causa devastadores defectos de nacimiento, es un buen ejemplo. Los científicos afirman que la deforestación contribuyó con un calor récord y sequías que hacen que más personas almacenen agua en recipientes abiertos, un excelente caldo de cultivo para los mosquitos. Con el calentamiento global, estos vectores probablemente se desplazarán hacia el norte, reproduciéndose en partes de América del Norte, Europa y Asia Oriental, donde anteriormente hacía demasiado frío.

A primate looks out from its cage at a wildlife research facility in Manaus.
Un primate mira desde su jaula a una instalación de investigación de vida silvestre en Manaus, Brasil. Los veterinarios e investigadores rastrean y catalogan constantemente los patógenos que se encuentran en la selva amazónica. A medida que las personas continúan invadiendo la selva tropical, se borran las barreras entre los humanos y la vida silvestre, lo cual aumenta la posibilidad de transmisión de patógenos entre especies.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Es probable que Darah Lady se enfrente a otra pandemia en su vida. Pero su familia no está preocupada. Cuando el COVID-19 arrasó el Amazonas, sus familiares aseguran haber sobrevivido bebiendo té hecho con la corteza de una enredadera del bosque. La abuela de Darah Lady, Iracema, de 81 años, fue a la jungla a recolectar los ingredientes.

“Es algo que Dios puso sobre la faz de esta Tierra”, expresó la tía de Darah Lady, Ivaneide Assunção da Silva, acerca del virus. “Y Dios nos dio las herramientas para curarnos a nosotros mismos”.

La comunidad aquí gira en torno a la pequeña iglesia neopentecostal que Iracema ayudó a construir. Los líderes nacionales de la iglesia han afirmado que el coronavirus es causado por Satanás y que no dañará a quienes no le temen. Toda la familia se negó a vacunarse.

Iracema cree que todos ellos pueden enfrentar cualquier desafío, incluso una pandemia futura, con la ayuda de Dios y los frutos del bosque. “Es importante saber sobre el bosque”, afirmó. “Porque, como vivimos aquí, no hay nadie que nos ayude. Siempre nos hemos defendido solos”.

Anuncio
A large graveyard of crosses over gravesites with three people among them
Miles de personas murieron en Manaos en dos oleadas de la pandemia de COVID-19. Casi todo el mundo en esta ciudad de dos millones de habitantes conoce a alguien que tuvo una muerte lenta e insoportable después de que los hospitales locales se quedaran sin oxígeno. Los funcionarios arrasaron partes de la jungla en busca de espacio para enterrar a los muertos.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Cien millas al sur de Maruaga, en la extensa ciudad de Manaus, un cementerio bordea la selva tropical, un mar de cruces de madera fresca que da paso a un matorral aparentemente interminable de árboles.

Durante lo peor de la pandemia, cuando los hospitales en Manaos se quedaron sin oxígeno y los médicos no podían hacer más que recetar morfina a los pacientes mientras estos se asfixiaban lentamente, los trabajadores arrasaron acres de selva para que las retroexcavadoras pudieran cavar fosas comunes para miles de muertos.

Si hay algún lugar en el mundo que comprenda lo devastadora que puede ser una pandemia, ese es Manaos, una ciudad de dos millones de habitantes que surge de la selva a lo largo de un afluente del río Amazonas. A los científicos les preocupa que el sitio también pueda ser el caldo de cultivo para la próxima epidemia global, y dicen que su pobre desempeño en respuesta al COVID-19 sugiere que no se encuentra ni cerca de estar lista para lo que vendrá.

Ludernilce Peixoto Costa and her daughter Adrielly sit in a chair at their home
Ludernilce Peixoto Costa, de 43 años, y su hija Adrielly, de seis, en su casa en las afueras de Manaos, Brasil. Peixoto trabaja en uno de los principales hospitales de la ciudad que trata a pacientes con COVID-19 y perdió a sus dos padres a causa de la enfermedad.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

“No estábamos preparados”, reconoció la asistente de enfermería Ludernilce Peixoto Costa, de 43 años, que trabaja en uno de los principales hospitales de la ciudad que trata a pacientes con COVID-19. Peixoto perdió a sus dos padres por la enfermedad. En la UCI donde trabaja, su padre murió tomándola de la mano.

Anuncio

Ahora a ella le preocupa su hermano menor, de 16 años, que se ha vuelto cada vez más retraído: otro huérfano del COVID-19 en una ciudad repleta de ellos. También le preocupa su hija de seis años, Adrielly, que no recuerda cómo era la vida antes de las mascarillas y que dice que algún día quiere dedicarse a la medicina, porque ha conocido a muchas personas enfermas.

Peixoto se pregunta: ¿Qué pasa si el virus nunca desaparece realmente, o si aparece otro, y los jóvenes tienen que vivir con las pandemias para siempre? “Me asusta mucho”, agregó una mañana reciente, después de otro turno nocturno agotador. “Es un futuro incierto”.

Otros comparten esa preocupación, como Nelcicleide Vasconcelos Barbosa Reis, de 39 años, que trabaja para una organización benéfica católica en un asentamiento informal ubicado unas tres horas al norte de Manaos.

El pueblo, Rumo Certo -que se traduce como ‘el camino apropiado’- surgió de la selva hace menos de tres décadas y ahora se encuentra entre una serie de ranchos ganaderos y un lago formado por una represa hidroeléctrica.

Vasconcelos estaba ocupada asegurándose de que los niños no quedaran muy rezagados en la educación mientras las escuelas cerraron cuando el año pasado ella, su esposo y su hija de nueve años se enfermaron.

Su marido murió en un hospital de Manaos en diciembre. Su hija, Emanuelle, está destrozada; tiembla de ansiedad cuando alguien menciona la palabra “COVID”. “Es injusto”, le dice Emanuelle a su madre. “¿Dios no comprende que una niña necesita a su papá?”

Anuncio

Las escuelas han estado cerradas durante más de un año y no hay señales de que se retomen las clases presenciales.

Durante una fiesta reciente en la iglesia, donde Emanuelle merodeaba con un grupo de niños, incluido un pequeño con una camiseta estampada con una fotografía de su padre, quien también murió a causa del COVID-19, Vasconcelos se secó las lágrimas. Se pregunta si la vida de los pequeños volverá a ser “normal” alguna vez. “Madurarán rápidamente o quedarán perdidos”, reflexionó.

Veterinarian Alessandra Nava draws blood samples from a primate at a lab.
La veterinaria Alessandra Nava extrae muestras de sangre de un primate en un laboratorio en Manaos. Nava es investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz, la institución científica más destacada de Brasil, y rastrea virus en la selva amazónica.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

El mono capuchino estaba inconsciente, tendido sobre una camilla de metal, mientras la veterinaria Alessandra Nava buscaba suavemente en sus patas una vena que le sirviera.

El mono, una mascota ilegal entregada a la agencia federal de protección ambiental de Brasil, estaba desnutrido y con bajo peso, pero Nava finalmente encontró cómo hacer una extracción en su muslo. La sangre llenó un frasco, y mientras el mono regresaba a su jaula para dormir gracias a los sedantes, Nava dejó caer el frasco en un tanque de nitrógeno líquido, otra muestra para su base de datos.

Anuncio

Nava es una cazadora de virus. Como investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz, un laboratorio administrado por el gobierno, pasa sus días en Manaos y sus alrededores tomando muestras de primates, roedores y murciélagos. Esos especímenes están ayudando a construir el biobanco de la institución, una biblioteca de los virus que circulan entre los animales de la jungla.

A diferencia de los biobancos tradicionales, que almacenan muestras humanas para genómica y medicina personalizada, estos repositorios tienen un propósito más universal: vigilar la circulación viral. Los científicos saben que, si bien los huéspedes reservorios como el mono pueden albergar muchos virus sin enfermarse nunca, cuando esos virus llegan a los humanos pueden desencadenar un brote desastroso.

Nava y sus colegas estudian los patógenos con la esperanza de burlarlos. Si apareciera un caso misterioso de enfermedad en un ser humano, los trabajadores del laboratorio podrían secuenciar su genoma e intentar compararlo con un virus del biobanco, acelerando los esfuerzos para contenerlo.

Hay proyectos similares en Tailandia, Singapur y Malasia, donde los científicos se preocupan por la propagación del virus Nipah, y la cuenca del Congo, donde el Ébola y Marburgo siguen siendo amenazas constantes.

A nivel internacional, el Global Virome Project es el ejemplo más sólido: un proyecto de investigación masivo que tiene como objetivo catalogar todos los virus que podrían amenazar a los humanos. Dennis Carroll, quien lo dirige, cree que si ese conjunto de datos hubiera estado disponible en el pasado, el coronavirus que se propagó a los humanos desde fines de 2019 se habría identificado mucho más rápido.

A sloth takes refuge in the hair of a woman
Un perezoso se refugia en el cabello de una investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz, la institución científica más destacada de Brasil. A medida que las personas continúan invadiendo la selva tropical, se borran las barreras entre los humanos y la vida silvestre, y ello aumenta la posibilidad de transmisión de patógenos entre especies. Los investigadores científicos rastrean y catalogan los patógenos encontrados en animales de la selva brasileña.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)
Anuncio

Pero muchos zoólogos lo consideran demasiado ambicioso. Las estimaciones sugieren que el proyecto costaría alrededor de $1.600 millones durante una década para poder identificar el 75% de todos los patógenos del mundo. E incluso una biblioteca de todos ellos no revelaría cuál podría transmitirse entre humanos. Algunos científicos piensan que un enfoque más sabio es convencer a grupos específicos de individuos para que adopten comportamientos menos riesgosos: trabajadores de los llamados mercados húmedos (que comercializan carnes), granjeros de visones, cazadores de chimpancés y quizá familias que viven en la periferia de bosques, como la de Darah Lady.

Gran parte de la investigación sobre el contagio zoonótico se ha centrado hasta ahora en Asia y África, pero cada vez se presta más atención a la Amazonía. Brasil perdió aproximadamente cinco millones de acres de su sección de bosque en 2020, y los científicos advierten que podría reducirse en más del 40% para 2050. Los brotes de enfermedades zoonóticas escalaron a nivel mundial en los últimos 30 años, y el virus que mutará para causar la siguiente pandemia, aunque tal vez no se detecte, ya está allí.

“Cortaron un trozo de bosque virgen y construyeron un centro comercial, y la gente piensa que eso es progreso”, relató Nava. “Pero cuando haces eso, estás dejando a todo un grupo de animales sin hogar”.

 Aladino Oliveira da Costa and his daughter Darah Lady
Aladino Oliveira da Costa, de 60 años, y su hija Darah Lady, de 10, conversan con un periodista frente a su casa, en el pueblo de Maruaga. Oliviera despejó los árboles añosos de la jungla para construir las casas de cada uno de sus cuatro hijos mayores, y espera algún día hacer lo mismo para Darah Lady.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Nava, que tiene una hija pequeña, colocó paneles y cisternas solares en su casa, para que su familia sea más autosuficiente frente a futuros desastres. Mientras viaja por Manaos y advierte cómo la expansión urbana invade el bosque que la circunda, piensa en su hija: “¿Qué planeta le dejaremos?”

Si las personas realmente se preocupan por evitar futuras pandemias, dijo, se darán cuenta de que el mejor enfoque no es el suyo (tratar de aprender sobre los virus antes de que arraiguen en los humanos) sino detener su propagación por completo. “No se trata de buscar el próximo patógeno”, señaló. “Tenemos que detener la deforestación ahora mismo”.

Anuncio

Oliveira se enfurece ante las sugerencias de que familias como la suya están haciendo algo mal al expandirse a la jungla. Él apoya al presidente brasileño Jair Bolsonaro, un activista de extrema derecha que permitió un aumento de la tala, la minería y la ganadería en la Amazonía, actividades que, según los científicos, están relacionadas con la aparición de enfermedades infecciosas.

Para Oliveira, si los científicos quieren que Brasil deje de talar la selva tropical, deberían compensar a quienes viven allí. “Páguenme para conservarlo y lo haré”, afirmó una mañana reciente, mientras tomaba café en una glorieta al aire libre junto con su esposa y su suegra, al tiempo que Darah Lady asistía a la escuela dominical en la pequeña iglesia de la comunidad. “Si vienes del exterior, quieres que el bosque siga en pie”, dijo. “Eso es maravilloso. Pero yo vivo aquí en el bosque. Y no sobrevivo de hojas y lagartijas”.

A su alrededor había señales de cómo el crecimiento del complejo de su familia ya había alterado una tierra que hace menos de un siglo estaba intacta y prístina. Un camino pavimentado construido recientemente ya está bordeado de pequeñas tiendas y ranchos ganaderos. Cerca de allí, los trabajadores de la construcción se están preparando para talar más bosques y construir un hospital. Incluso donde el verde exuberante está relativamente tranquilo, las líneas eléctricas gruesas se extienden sobre el dosel, zumbando día y noche.

Los niños salieron de la iglesia, Darah Lady sostenía una Biblia. Aceptó besos de todos los adultos, incluida su abuela Iracema, que hace décadas hizo retroceder el bosque para hacer un hogar, y luego se sentó con sus primos a desayunar un pastel de frutas. Más que sus mayores, la niña parece intuir los matices de la deforestación. Apenas unos días antes, había jugado mucho en esas zonas que están siendo taladas.

El área alguna vez fue un universo denso de vida: árboles altísimos, pájaros cantores, legiones de insectos y animales raros. Pero ahora parecía como aplastado por una bomba, despejado de cualquier madera valiosa y ennegrecido por un fuego aún humeante. “Me pongo un poco triste”, afirmó Darah Lady. “Porque el bosque es algo que he amado desde que era pequeña. Y están deforestando, ¿verdad? Están destruyendo la naturaleza”.

Un hombre quema la jungla en un asentamiento llamado Maruaga, en Brasil.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)
Anuncio

“Pero también va a ayudar”, expresó, con la comprensión de un niño sobre la agricultura de tala y quema. “Esta tierra que están quemando, estos árboles, los nutrientes de lo que queman irán al suelo. Y ayudará a plantar cosas nuevas, como naranjos, guayabas, y la gente podrá construir casas”.

Este domingo por la mañana, cuando ella y su familia terminaron y se retiraron al hogar, el humo de los granjeros que despejaban más tramos de tierra volvió a llenar el cielo, una señal tanto de progreso como de peligro. Darah Lady está tan acostumbrada que apenas se dio cuenta.

Linthicum, redactora de The Times, y la corresponsal especial Ionova informaron desde Maruaga. El redactor jefe Baumgaertner reportó desde Los Ángeles.

Esta es la sexta de una serie de artículos ocasionales sobre los desafíos que enfrentan los jóvenes en un mundo cada vez más peligroso. La cobertura fue apoyada por una subvención del Pulitzer Center.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio