En la frontera entre Texas y México: ¿Crisis? ¿Qué crisis?
Mientras la nación esperaba escuchar las últimas advertencias del presidente Trump sobre una crisis en la frontera el 19 de enero, una madre en este pueblo fronterizo tenía una preocupación más inmediata: las fotos de la fiesta de quinceañera.
Liliana Sáenz supervisó a su hija de 14 años, Clarissa, posando para un fotógrafo frente a un mural con la bandera estadounidense en el centro de la ciudad. A Sáenz no le importaba si Trump declaraba la emergencia nacional. Ni siquiera planeaba ver hablar al presidente. Tampoco el fotógrafo que había contratado.
“Una emergencia es: ¿Vamos a cruzar la frontera para comprar tacos?” comentó Fernando Arteaga y los demás se rieron.
Trump volvió a alertar el sábado 19 en su último discurso televisado sobre “una crisis humanitaria y de seguridad en nuestra frontera sur que requiere una acción urgente. Es una crisis horrible. Es una crisis humanitaria como rara vez vemos en nuestro país”, dijo.
Pero la mayoría de los entrevistados en este bastión demócrata que Trump visitó hace 10 días, dijo que McAllen no se siente como una zona de crisis. Los migrantes han cruzado la frontera durante generaciones, y la mayoría de los que llegan ahora son familias que buscan asilo en un refugio local. El centro de McAllen, el centro comercial La Plaza y los mercados agrícolas locales estaban llenos de gente, pero no de inmigrantes.
Para Sáenz y su equipo de fotos para la fiesta de quinceañera, una crisis habría sido la lluvia —estaba soleado y claro—. O no tener un vestido a tiempo (Clarissa tenía uno de azul intenso, como el traje de la Mujer Maravilla).
Los puestos de tacos y los mercados de descuento del centro de la ciudad estaban llenos de compradores, muchos de ellos con niños a cuestas. A unas pocas calles de ahí, alguien encendió fuegos artificiales. ¿Podrían ser disparos? De ninguna manera, dijo el grupo, imperturbable. Aquí no. Cruzando el río en Reynosa, México, tal vez.
“Si oyes eso en Reynosa”, advirtió Arteaga, “será mejor que te tires al suelo”.
Cada vez que Arteaga y otros cruzan a México, dicen, hacen una oración de protección: contra el robo, el secuestro o el asesinato. Pero no lo hacen aquí, agregaron. La criminalidad de los cárteles ha ido en aumento a lo largo de la frontera durante años: tiroteos, secuestros, desapariciones, decapitaciones, cadáveres colgados de los puentes.
Al otro lado de la ciudad, en el mercado agrícola, Pat Ozuna dijo que es fácil sentirse aislado si se vive en McAllen, lejos de los ranchos por donde los migrantes cruzan de noche. Ozuna, de 49 años, dijo que los migrantes han destrozado la granja de su familia en los últimos años, derribando vallas y matando ganado. Sus padres son voluntarios en el refugio local para migrantes, pero todos apoyan a Trump y el muro fronterizo.
Ella deseaba que Trump hubiera declarado una emergencia nacional este fin de semana.
“Vengan a pasar el fin de semana y vean si se sienten seguros” en el rancho, dijo. “Votaría por él de nuevo”.
El fundador del refugio para migrantes de Catholic Charities había planeado contarle al presidente sobre el trabajo del grupo con las familias, en su mayoría solicitantes de asilo de América Central, cuando visitó el 10 de enero.
La Hermana Norma Pimentel había sido invitada a la mesa redonda de Trump, pero nunca le pidió que hablara. En cambio, pasó gran parte de la discusión hablando de criminales migrantes y traficantes de drogas.
“Quería demostrar que había una emergencia en el valle y que necesita actuar al respecto”, dijo Pimentel mientras recorría la nueva ubicación del refugio en una antigua residencia de ancianos. “Si realmente estuviera interesado en la trata de personas, me habría pedido que me sentara a la mesa y hablara de ello y trajera a una de estas familias”.
Cada día, de 200 a 300 familias llegan al refugio, reciben comida, ropa y transporte a la estación de autobuses de Greyhound. Desde allí, viajan para reunirse con amigos y familiares en todo el país. Han recorrido un largo camino desde la primera afluencia de jóvenes migrantes en 2012 —una verdadera crisis, dijo—, añadiendo espacio, donaciones y voluntarios. El sábado, había casi tantos voluntarios en el refugio como migrantes —no hay crisis—.
“Lo tienen bajo control”, dijo Pimentel.
Los migrantes atrapados al otro lado de la frontera en ciudades como Reynosa son los que sufren, afirmó Pimentel, a quienes los funcionarios de la Aduana de Estados Unidos les niegan el asilo y les dicen que se unan a listas de espera que pueden durar meses.
“Hay cientos de ellos al otro lado de la frontera, abandonados. Estamos causando eso”, dijo sobre las políticas de inmigración de Estados Unidos.
Si Trump estuviera realmente preocupado por las víctimas de la trata de seres humanos, dijo, “él les ayudaría”, no las dejaría ahí abandonadas a su suerte.
Juan Pablo Lazo, de 25 años, padre soltero, le pagó a un contrabandista $7,000 para que viajara con su hija de 2 años Marjorie desde El Salvador cruzando el río ilegalmente a Texas esta semana. El trabajador agrícola pagó por adelantado y le robaron el poco dinero que le quedaba cuando aún estaba en el norte de México.
Después de cruzar el río, Lazo solicitó asilo, fue retenido por la Patrulla Fronteriza y liberado con un aviso para comparecer en la corte de inmigración. El sábado, él y su hija comieron pollo asado a la parrilla en el refugio antes de tomar un autobús para reunirse con su hermano mayor en el norte de Nueva Jersey. La verdadera emergencia, dijo, no está en el lado estadounidense de la frontera, sino en México y El Salvador, donde huyó de la violencia de las pandillas y de una economía deprimida donde su única opción era el trabajo de campo estacional.
“Si fuera una emergencia”, comentó Lindsey Ledezma, residente de McAllen, “la gente evacuaría. Ni siquiera evacuamos por huracanes. Es un poco ridículo, de verdad”.
Ledezma, de 19 años, dijo que la verdadera crisis aquí es el cierre parcial del gobierno federal. Estudiante de cosmetología, vive con su madre, una despachadora de la Patrulla Fronteriza que ha seguido trabajando sin cobrar durante casi un mes, apenas han podido pagar sus cuentas.
“Hemos vuelto a comer sándwiches y fideos, por lo menos todavía tenemos luz, gracias a Dios”, dijo Ledezma durante un descanso de la clase.
Su madre ha tomado prestado de los ahorros de jubilación de sus propios padres para llegar a fin de mes. Ese dinero no será suficiente para evitar que se les corte la electricidad a finales de enero. Esperan que el cierre termine y que su madre, que ha trabajado para la agencia durante 11 años, reciba su paga atrasada.
“Pensamos que eso es lo que pasaría, porque eso fue lo que pasó la última vez”, dijo, “hubo un cierre, pero no hay garantías. Se siente como si estuvieras caminando por la cuerda floja con los ojos vendados”.
Dos veces, dijo Ledezma, escuchó a su madre llorar hasta quedarse dormida. Y en una de las zonas más pobres del país, sabe que no están solos en su desesperación.
“Otras agencias gubernamentales: cupones de alimentos, vivienda, WIC. Eso me preocupa. No recibimos beneficios, pero conozco a otras personas que no pueden vivir sin ellos”, dijo Ledezma.
En el centro comercial La Plaza, el gerente de la tienda de ropa de Hollister Co., Kenny Huerta, de 25 años, se tomó un descanso para cenar en el patio de comidas con su novia y otro amigo. Frecuentan los clubes del centro y nunca han tenido problemas. Estaban más preocupados por las advertencias de Trump que por la seguridad fronteriza.
McAllen es una ciudad de 140,000 habitantes donde la delincuencia ha disminuido en los últimos años; sin embargo, debido a todas las advertencias, “la gente piensa que somos esta horrible ciudad, llena de delincuencia”, dijo.
“Como Detroit”, añadió el amigo Christian Briones, de 22 años.
La novia de Huerta, Larissa Barrera, de 21 años, dijo que sus familiares llamaron el viernes desde Saltillo, México, preocupados por los informes sobre la inseguridad fronteriza, para preguntar si era seguro para ella salir.
Barera dijo que el valle es tan somnoliento y pequeño, que en realidad se vuelve aburrido. Como muchos jóvenes aquí, ella y sus amigos han viajado a Austin y San Antonio y han considerado mudarse. Pero los lazos familiares, y las comodidades de la vida fronteriza, los mantuvieron aquí.
“Esto es todo lo que necesitas”, dijo Huerta.
Planeaban celebrar el cumpleaños de un amigo más tarde con una barbacoa, carne asada. Perder eso, dijeron, sería una crisis.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.