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La Universidad de Arizona, ¿debería respaldar a sus estudiantes o a la Patrulla Fronteriza?

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Este lunes, tres mujeres jóvenes, estudiantes de la Universidad de Arizona, comparecieron en un tribunal de Tucson para enfrentar cargos por delitos menores de “interferir con la conducta pacífica de una institución educativa”. Se enfrentaron con hasta seis meses de cárcel; su caso irrumpió en el campus y se hizo eco en todo el país. Su ofensa principal tuvo lugar fuera de un aula, donde se había invitado a hablar a agentes uniformados de la Patrulla Fronteriza y donde ellas comenzaron a expresar su oposición.

“Se supone que este es un espacio seguro para los estudiantes”, remarcó una de las estudiantes, de pie en la puerta y hablando lo suficientemente alto como para que la escucharan quienes estaban dentro, “pero han permitido una extensión del KKK en el campus”. Cuando los agentes interrumpieron su presentación, dos de las mujeres los siguieron, gritando: “Patrulla asesina”.

El presidente de la universidad, Robert C. Robbins, rápidamente respaldó la decisión de la policía del campus de presentar cargos contra las estudiantes, una acción que generó manifestaciones, peticiones y campañas de envío de cartas. Robbins sostiene que “la protesta estudiantil está protegida por nuestro apoyo a la libertad de expresión, pero la interrupción de las actividades no”.

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La apelación del funcionario universitario a la Primera Enmienda plantea la pregunta: ¿Qué protesta significativa no es también una interrupción? además, en una época en que los controles inmigratorios están cada vez más armados para infundir temor entre los menos privilegiados y más vulnerables de Estados Unidos, ¿qué presencia resulta ser más perturbadora en un campus a 60 millas de la frontera, la de estudiantes enojados o la de agentes de inmigración en servicio?.

Como ex agente de la Patrulla Fronteriza, también me he topado con protestas. En febrero pasado, publiqué unas memorias sobre mis tres años y medio en ese trabajo. A pesar de que soy muy crítico con la agencia y la abandoné hace más de cinco años, varios de los eventos de presentación de mi libro fueron interrumpidos por personas que venían a hablar en contra de la Patrulla Fronteriza. Algunos eran medidos y respetuosos, otros fueron confrontativos y, sí, también perturbadores.

La furia de esos manifestantes, al igual que la consternación expresada por las estudiantes de Arizona, está profundamente arraigada en la historia y la experiencia cotidiana de generaciones de residentes de la zona fronteriza. En su nueva historia de la frontera estadounidense, “The End of the Myth” (el fin del mito), Greg Grandin pinta una imagen espeluznante de la Patrulla Fronteriza en los años posteriores a su formación, en 1924.

“Los supremacistas blancos”, escribe, “tomaron el control de la [agencia] recién creada y la convirtieron en una vanguardia de la vigilancia racial”. En esos primeros años, los agentes “golpeaban, disparaban y ahorcaban a los migrantes con regularidad”, algo que atraía a muchos miembros de un resurgido Ku Klux Klan para unirse a sus filas.

Tales abusos no sólo son cosa del pasado; en 2012, un agente le disparó 16 veces a José Antonio Elena Rodríguez, de 16 años de edad, por supuestamente arrojar piedras desde el lado mexicano de la frontera internacional en Nogales, Arizona. El año pasado, Claudia Raguel González, una mujer guatemalteca desarmada de 20 años de edad, fue baleada en la cabeza por agentes en Río Bravo, Texas. Según lo informado en The Guardian, al menos 97 personas han muerto a manos de agentes de Aduanas y Protección Fronteriza desde 2003.

Es posible que las estudiantes de la Universidad de Arizona no hayan temido por sus vidas, pero la amenaza de la Patrulla Fronteriza es visceralmente real en un campus repleto de inmigrantes y “Dreamers” (quienes buscan el sueño americano). Fenton Johnson, profesor de escritura creativa, quien estaba dictando una clase en un salón cerca del incidente, escribió una carta pública a Robbins. Al no haber recibido notificación de la planeada visita de los agentes uniformados, dijo, “de inmediato y por obvias razones asumí que estaban en el campus para detener a los estudiantes”. El docente incluso temió que intentaran ingresar a su aula. “Fue esa perspectiva”, escribió, “y no la protesta, lo que me distrajo durante mi clase”.

Manifestarse contra la Patrulla Fronteriza de EE.UU desde la seguridad de un campus universitario, o en una biblioteca, es una de las pocas formas directas en que los estadounidenses podrían objetar la violencia actual en las zonas fronterizas. A excepción de los voceros seleccionados cuidadosamente, los agentes rara vez aparecen ante el público más allá de sus actividades de control. Nuestras instituciones tampoco los hacen rendir cuentas -el agente que mató a Rodríguez, por ejemplo, fue absuelto en un caso que tardó seis años en llegar a juicio, y el que le disparó a Gómez aún no ha sido identificado públicamente, y mucho menos acusado-.

Cabe mencionar que nunca me sentí inseguro ante los gritos o insultos de quienes protestaban en los eventos de mi libro. Seguramente, tampoco se sintieron inseguros los agentes armados que visitaron el campus de la Universidad de Arizona. En un video de la confrontación, que se hizo viral, se puede ver a los agentes poniendo los ojos en blanco ante la cámara y sonriendo. Sin embargo, las estudiantes acusadas han enfrentado hostigamiento, amenazas de muerte y una advertencia de un posible tiroteo que derivó en la evacuación de un edificio del campus.

Las universidades públicas son más que simples y pacíficas instituciones de investigación, también son laboratorios para expresar desacuerdos. Al considerar el problema de las interrupciones en el campus, también es esencial examinar las dinámicas de poder en una situación dada. Los agentes, vistiendo el uniforme del país más formidable de la Tierra, estaban armados y entrenados para enfrentar cualquier amenaza a su seguridad. Los estudiantes estaban equipados sólo con el poder de sus voces.

Robbins calificó las protestas de “una drástica desviación de nuestras expectativas”. Pero es la Universidad de Arizona, bajo su liderazgo, la que ha abandonado su propósito al proteger a los agentes del gobierno de las críticas, en lugar de defender la seguridad y el bienestar de sus estudiantes.

Francisco Cantú, graduado del programa de bellas artes de la Universidad de Arizona, es autor de “The Line Becomes a River: Dispatches from the Border” (la frontera se convierte en río: mensajes desde la frontera).

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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