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Un heroico exsacerdote que reveló años de abusos y encubrimientos católicos fue vindicado, poco después de morir

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Durante los escándalos por abusos de la Iglesia católica que sacudieron los condados de Los Ángeles y Orange, conversé regularmente con un exsacerdote llamado Richard Sipe.

Desde su casa en La Jolla, Sipe me ofrecía desgloses académicos sobre lo que estaba ocurriendo en California y el resto del mundo, sobre cómo una institución cuya cruz es una brújula moral podía dañar a los niños, marcarlos de por vida y descartar su sufrimiento en pos de la autopreservación.

Sipe arrojaba luz sobre esa oscura cultura de la hipocresía, el abuso y el encubrimiento, y afirmaba que se extendía hasta Roma. La Arquidiócesis de Los Ángeles dirigida por el cardenal Roger Mahony era uno de los peores ejemplos de las fallas de la Iglesia, en su opinión.

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“Mahony no tiene conciencia”, me dijo Sipe en 2013, justo después de la publicación de los registros de la Iglesia que documentaban los esfuerzos de Mahony y un importante asesor para ocultar a los sacerdotes abusadores de la policía. Sipe condenó el giro egoísta de Mahony sobre años de fechorías que resultaron en un acuerdo por $660 millones de dólares, que involucró más de 500 casos de abuso.

Incluso cuando los escándalos salpicaron las páginas de los periódicos de Los Ángeles, Boston y otros lugares -y los líderes eclesiásticos fueron responsabilizados por adoptar reformas sobre la denuncia de presuntos agresores-, Sipe no descansó. Él advirtió que los pecados de la iglesia estaban profundamente arraigados y que la cultura de la corrupción no había cambiado.

“Los obispos no rinden cuentas”, afirmó en 2008. “Ellos pueden hacer lo que quieran, y lo hacen”.

Sipe no pretendía destruir a la Iglesia por su hipocresía malévola, sino más bien salvarla de sus peores instintos, preservar lo honorable de la institución y el servicio de los buenos sacerdotes, y prevenir el abuso de más niños.

Ignorado o defendido, Sipe siguió encendiendo velas, luchando por la transparencia y por la verdadera reforma hasta su muerte, a los 85 años, ocurrida a principios de este agosto en su casa en La Jolla. Antes y después de su fallecimiento, las noticias dieron más pruebas de los defectos morales que había descrito.

El cardenal Theodore McCarrick, exarzobispo de Washington, D.C., fue retirado del ministerio público por el papa Francisco, en medio de acusaciones que incluyen haber tenido contacto sexual con seminaristas y toquetear a un monaguillo.

Sipe había advertido a la Iglesia sobre McCarrick durante años, detallando las denuncias en su página web, pero sin resultados.

En Pensilvania, un gran jurado dio a conocer los hallazgos de una investigación sobre abusos de más de 1,000 niños, a manos de 301 sacerdotes atacantes. El informe describe el “manual de la Iglesia para ocultar la verdad”.

Uno de los implicados fue el cardenal Donald Wuerl, quien transfirió a un abusador acusado a parroquias en California. Wuerl, más tarde, reemplazó a McCarrick como arzobispo en Washington.

Sipe había advertido a la Iglesia sobre Wuerl en 2016; fue en vano.

Ahora, en medio de los escándalos por abusos en Estados Unidos, Chile y Australia, un funcionario del Vaticano alegó que el papa Francisco y su predecesor, Benedicto XVI, conocían las acusaciones contra McCarrick pero no actuaron sobre estas.

Es como si, ante la muerte de Sipe, la penitencia de la Iglesia hubiese llegado como la validación del trabajo de toda su vida. “Él estaría en el medio de esto”, me dijo esta semana su esposa, la Dra. Marianne Benkert Sipe. “Todo está allí, en sus primeros escritos”.

Sipe fue ordenado en 1959 y pronto se dio cuenta de que algunos sacerdotes tenían relaciones con adultos y niños. Más tarde, trabajó en un instituto psiquiátrico de Baltimore donde se enviaba a sacerdotes abusadores para su tratamiento y evaluación, y allí comenzó a documentar sus historias. Con la ayuda de su futura esposa, una psiquiatra de la entidad, publicó un libro en 1990 titulado “A Secret World: Sexuality and the Search for Celibacy” (Un mundo secreto: la sexualidad y la búsqueda del celibato).

Sipe, un testigo experto en cientos de casos de abusos del clero, argumentó que el celibato y el abuso estaban conectados. Somos criaturas sexuales, afirmaba, por lo cual el celibato es una expectativa antinatural, y el sexo y los abusos sexuales son desenfrenados entre los sacerdotes.

Aquellos que abusan de menores, explicaba, tienen una trampa conveniente: sus pares pueden permanecer callados porque también son predadores, e incluso si el abuso se informa a los superiores, estos tienen razones para mantener el código de silencio. Tal vez no quieran dañar la imagen de la Iglesia, o quizás tienen sus propios pecados por esconder.

Así, los pedófilos permanecen en el ministerio, o se los traslada a otra parroquia o a México. A menudo, no se intenta explicar a los feligreses lo que está sucediendo, ni llamar a la policía o hacer lo más básico, humanitario y cuidadoso: ofrecer disculpas, consuelo y apoyo a las víctimas.

“Cada vez que Richard escribía, y cada vez que hablaba con un investigador o un periodista, decía que esto se extendía a los más altos mandos del Vaticano”, aseguró Patrick Wall, un amigo y colega de Sipe, quien también es exsacerdote y abogado canónico.

Sipe es uno de los héroes en la película ganadora del Oscar “Spotlight”, cuando su personaje, interpretado por Richard Jenkins, entrega una bomba a los reporteros del Boston Globe. Con base en sus años de investigación, les dice que el celibato es una mentira, que hasta el 50% de los sacerdotes son sexualmente activos y que el 6% son abusadores sexuales.

El equipo hace cuentas rápidamente. Con 1,500 sacerdotes en Boston, si Sipe tenía razón, eso significaba 90 potenciales abusadores sexuales. En todo caso, la estimación de Sipe era baja. “Richard Sipe fue nuestro guía, nuestro maestro, nuestro animador principal”, escribió el corresponsal del Globe Michael Rezendes en una apreciación de las ideas del exsacerdote.

Phil Saviano, una de las víctimas en Boston y otro personaje de “Spotlight”, dijo que entendió por primera vez que el abuso era generalizado al leer “Secret World”, de Sipe, quien luego se convirtió en una figura heroica para él, y más tarde en un amigo.

“El sacerdocio era un gran lugar para los pedófilos”, aseveró Saviano. “Te asignan a una parroquia y desde el primer día tienes respetabilidad inmediata, porque llevas puesto el alzacuellos y te envió allí el obispo. Supuestamente, como eres célibe, eres sexualmente seguro. Luego tienes acceso a muchos niños, los monaguillos, las tropas de Girl Scouts que se reúnen en el sótano de la iglesia”.

Según la esposa de Sipe, tres maneras de avanzar para la Iglesia serían permitir que los sacerdotes se casen, que las mujeres sean ordenadas como curas y que los obispos rompan el código de silencio y denuncien los abusos.

No obstante, Saviano piensa que la Iglesia no cambiará hasta que los feligreses dejen de donar los domingos y que más fiscales hagan lo que la procuraduría acaba de hacer en Pensilvania. A pesar de que existen solo dos acusaciones hasta el momento, la indignación por las revelaciones generó pedidos para extender el plazo de prescripción, de modo que los abusadores y quienes los cubren puedan enfrentar cargos civiles o penales.

En California, las investigaciones locales y federales no dieron lugar a cargos contra Mahony y sus principales secuaces, para consternación de muchos. Los fiscales argumentaron que la prescripción dificultaba el enjuiciamiento.

El abogado Anthony DeMarco, que representó a unos 400 demandantes en el acuerdo por $660 millones de dólares con la arquidiócesis de Los Ángeles, señaló que las víctimas estaban “sedientas” de un severo castigo del jurado que nunca sucedió, a pesar de la fuerte evidencia de abusos y encubrimientos.

Wall, el exsacerdote y colega de Sipe, es uno de los varios activistas de la reforma eclesial que esperan que el procurador general de California, Xavier Becerra, siga el modelo de Pensilvania.

“Si una presentación del gran jurado ocurriera en California”, indicó, “mostraría la hoja de ruta y mostraría el máximo encubrimiento, que llega hasta la Santa Sede”.

En una carta que le escribió al obispo de San Diego, Robert McElroy, hace dos años, Sipe enumeró las fechorías que tenía en conocimiento, que involucraban a numerosos arzobispos, obispos y monseñores de alto rango. En la nota, expuso la “dinámica sistémica... que fomenta las violaciones sexuales”.

En el caso de Mahony, Sipe detalló las tácticas de defensa extrema: la contratación de “varias firmas de abogados” y una empresa de gestión de crisis utilizada por Enron y la industria del tabaco.

“Tarde o temprano será obvio que existe una conexión sistémica entre la actividad sexual de y entre los clérigos […] y el abuso de niños”, escribió Sipe a McElroy, cuya diócesis resolvió 144 casos por casi $200 millones de dólares en 2007.

Sipe apeló a McElroy por “atención pastoral a las víctimas de abuso”, incluidos aquellos que intentaron quitarse la vida. “Solo un obispo puede cuidar de esas heridas”, escribió Sipe. “Adjunta encontrará una lista de todos los obispos hallados faltos en sus deberes para con el pueblo de Dios”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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