Anuncio

Conflicto en el Cáucaso: La guerra los desarraigó. Ahora les da a estos azerbaiyanos la esperanza de regresar

Wafadar Aliyev and Aydin Shahverdiyev collect shrapnel from a barrage on their settlement in Azerbaijan
Wafadar Aliyev y Aydin Shahverdiyev, desplazados por la guerra de la década de 1990 en Nagorno-Karabaj, recogen metralla de un reciente bombardeo en su asentamiento cerca de la ciudad de Terter, Azerbaiyán.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)
Share

De pie en el aula donde vive ahora, Riza Hassanov habla con amargura del conflicto que lo ha desplazado dos veces.

“Esta guerra... me ha hecho envejecer. Sólo tenemos una exigencia: deshacernos de los armenios que han hecho que nuestras vidas sean así”, dice, con su cuerpo encorvado y su rostro endurecido, que contradice sus 57 años.

Hassanov era un joven en los años noventa cuando Azerbaiyán y Armenia se enfrentaron por primera vez en la región montañosa conocida como Nagorno-Karabaj, un enclave étnico armenio reconocido internacionalmente como parte de Azerbaiyán. Una derrota contundente hizo que Azerbaiyán perdiera el control de Nagorno-Karabaj - junto con siete distritos que lo rodeaban, incluido Kalbajar, donde vivía Hassanov - y la expulsión de 800.000 azerbaiyanos.

Anuncio

Tras 13 años en un campamento de tiendas de campaña, Hassanov se trasladó a una casa suministrada por el gobierno de Azerbaiyán en Dordyol 1, un asentamiento cerca de la aldea de Tezekend. Ahora, esa casa también está destruida por las nuevas hostilidades que estallaron a finales de septiembre, las más mortíferas en un cuarto de siglo en este rincón del Cáucaso meridional.

Yegana Ismailova, who fled Nagorno-Karabakh, sits in the classroom that is now her temporary home.
Yegana Ismailova, que huyó de Nagorno-Karabaj, se sienta en el aula de la escuela secundaria que es ahora su hogar temporal en la ciudad de Barda, Azerbaiyán.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)

Pero al mencionar la guerra, el rostro de Hassanov se ilumina.

“Estamos más felices que nunca. Creemos que ya casi hemos llegado al final. Confiamos en el ejército y creemos en él”, dijo sobre el nuevo intento de Azerbaiyán de recuperar Nagorno-Karabaj.

“Nunca perdimos la esperanza de regresar, no importa cómo, y estamos más esperanzados que nunca de que regresaremos”.

Los enfrentamientos han desafiado repetidos intentos de alto al fuego, han matado a más de 1.000 personas y han puesto tanto a Armenia como a Azerbaiyán en el camino de una guerra total. Los combates también han involucrado a otros países, como Turquía, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y principal aliado de Azerbaiyán, y Rusia, que durante décadas había logrado congelar -pero nunca resolver- el conflicto, incluso vendiendo armas a ambas partes.

En Azerbaiyán, la guerra nunca parece estar lejos. Su lema: “Karabakh es nuestro, Karabakh es Azerbaiyán”, - es omnipresente. Al llegar a la capital, Bakú, lo ves en el momento en que bajas del avión, pegado en las pantallas y los carteles que se encuentran en el vestíbulo; en los edificios y los autos mientras conduces por los bulevares de la ciudad; en la bandera tricolor del país; en las pancartas que se encuentran encima de los estantes de las tiendas de comestibles; en las pantallas de los cajeros automáticos de las ciudades que están a kilómetros de distancia de las líneas de combate.

Children gather at the site of a missile barrage in the city of Ganja, Azerbaijan.
Niños reunidos en el lugar donde cayó una lluvia de misiles en la ciudad de Ganja, Azerbaiyán, donde unas 15 personas murieron el 17 de octubre.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)

Para los desplazados de Nagorno-Karabaj y sus zonas circundantes, que actualmente ascienden a más de 1 millón de personas repartidas en escuelas, dormitorios y otras viviendas temporales en todo el territorio de Azerbaiyán, es una tarea que debería haberse realizado hace mucho tiempo.

“No queremos otro alto al fuego. Sólo pensamos en seguir adelante. Aquí en esta escuela nos sentimos como si estuviéramos en una jaula”, dijo la esposa de Hassanov, Rana, de 54 años.

Una mujer con ojos claros y más de unas pocas rayas grises en su cabello oscuro, habló de su hijo, un capitán del Ejército de Azerbaiyán, que ahora estaba luchando cerca de su ciudad natal. Como la mayoría de la gente de aquí, ha estado obsesionada con las noticias del avance del ejército para ver si su pueblo había sido retomado.

“Mi hijo tenía 4 años cuando dejó Kalbajar. Estoy orgullosa de que haya crecido para luchar contra el enemigo y liberar a nuestra madre patria”, dijo, añadiendo que su hijo había prometido enviarles fotos de Kalbajar en el momento en que entraran las tropas. “Está incluso más feliz que nosotros de ver el lugar donde nació”.

La suya no es una opinión minoritaria. Mucho más allá de la población desplazada, en un país donde la disidencia es un delito perseguible y los activistas se enfrentan rutinariamente al acoso y al encarcelamiento, hay un apoyo generalizado a la guerra, dijo Altay Goyusov, un destacado historiador y comentarista político.

“Por supuesto que es importante que el gobierno recupere las tierras; le da un impulso para proteger su poder. Pero al mismo tiempo hay una presión sobre el gobierno por parte de la población”, manifestó.

“Podemos decir que, en este caso, por primera vez desde que [el presidente Ilham] Aliyev llegó al poder, hay una especie de unidad, y la gente se moviliza de alguna manera detrás de él. Incluso los partidos de la oposición - todos ellos son pro-guerra, sin excepción”.

A lo largo de los años, a medida que las repetidas convulsiones de los combates se convertían en incómodos ceses del fuego, hubo voces azerbaiyanas que aconsejaban la paz, que culpaban al gobierno de utilizar la lucha por Nagorno-Karabaj para tapar los abusos de la élite gobernante.

Eso cambió en julio, cuando estallaron escaramuzas en la frontera entre Azerbaiyán y Armenia, a docenas de millas de distancia de Nagorno-Karabaj, que está gobernada por un gobierno separatista respaldado por Armenia. En los enfrentamientos murieron una docena de azerbaiyanos, incluidos soldados, oficiales y al menos un civil, y cinco soldados armenios.

Tras la violencia, decenas de miles de azerbaiyanos enfurecidos marcharon a través de Bakú e irrumpieron en el Parlamento.

“Nos sorprendió. Cambió completamente el estado de ánimo del público”, dijo Hikmat Hajiyev, que asesora al presidente de Azerbaiyán en materia de política exterior. “Los armenios cruzaron una línea roja... y la nueva generación quiso librarse de esta humillación”.

Zaur Shiriyev, el analista del Cáucaso Sur del International Crisis Group, expuso que la ira pública “era una señal de que la gente estaba descontenta, de que exigían al gobierno que entregara algo, no que siguiera negociando sin resultado”.

A medida que el conflicto se ha extendido más allá de los frentes de batalla, con ambos lados lanzando proyectiles, misiles e incluso, según los grupos de derechos, bombas de racimo en zonas civiles y los informes de crímenes de guerra aumentando, ese apoyo se ha endurecido.

Nizami Aghayev retiene las lágrimas de ira mientras relata un ataque reciente que golpeó a Seyidler, una aldea de granjas y caminos de tierra apenas accesibles a unas 14 millas al norte de Ganja, la segunda ciudad más grande de Azerbaiyán. A unas 60 millas de la línea del frente en Nagorno-Karabaj, Ganja fue un blanco reciente de lo que las autoridades dicen que fue un ataque con misiles armenios. Armenia niega su responsabilidad.

“Estábamos durmiendo, cuando sentimos la explosión en Ganja y nos despertó”, relató Aghayev, un agricultor de 56 años.

Nizami Aghayev, 56, who lost three members of his family in a missile strike on Ganja, Azerbaijan, sits at a table outdoors.
Nizami Aghayev, de 56 años, perdió a tres miembros de su familia en un ataque con misiles el 17 de octubre de 2020 en Ganja, Azerbaiyán.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)

El bombardeo mató a su hija, Zulaykha Shahnazarova, junto con su yerno y su nieta de 16 meses. Sólo Khadija, de 3 años, sobrevivió.

“Ella no entiende lo que pasó. Todos los días pregunta por su padre y su madre”, dijo Aghayev, con la voz temblorosa. “El principal campo de batalla está en Karabakh. ¿Cuál fue el propósito de lanzar un misil a Ganja?”

Tenía poco interés en un alto al fuego o en las negociaciones.

“No es posible después de lo que ha pasado. Hemos tenido 26 años de negociaciones inútiles”, manifestó. “Antes vivíamos con los armenios. Estaban en el pueblo vecino. Pero ahora es imposible. Para mí, no son gente civilizada”.

Three-year-old Khadija, who lost her parents and sister in a missile strike on Ganja, Azerbaijan, lies in her bed.
Khadija de tres años perdió a sus padres y a su hermana en un ataque con misiles el 17 de octubre de 2020 en Ganja, Azerbaiyán.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)

Para otros, sin embargo, la lucha significa algo más que pena y rabia, o incluso venganza. A sus ojos, la guerra significa esperanza - de un retorno largamente esperado a los hogares que abandonaron, a las tierras que perdieron, a las vidas que recuerdan.

“Ha habido otras ofensivas [del ejército azerbaiyano] para recuperar nuestras tierras, pero esta vez sentimos que es diferente”, dijo Wafadar Aliyev, de 48 años, un maestro originario del distrito de Martakert, controlado por los armenios, que los azerbaiyanos llaman Agdere. “Nuestro ejército ha avanzado. Creemos que el gobierno terminará con esto hasta el final”.

Ahora vive en Shikharkh, un asentamiento de 34 edificios de apartamentos con miles de desplazados cerca de Terter, una ciudad a menos de 10 millas de Agdere. Los bombardeos casi diarios de la artillería armenia han obligado a muchos de sus vecinos a mudarse a otro lugar, dejando a un grupo reducido de residentes -incluido Aliyev- en los sótanos para vigilar. Pero a él no le importa.

“Como creemos que vamos a volver pronto, estamos emocionados”, dijo.

“Nada puede desanimarnos, ni siquiera el hecho de estar aquí. Nos estamos preparando para volver a casa”.

A su lado estaba Aydin Shahverdiyev, un jornalero de 53 años de Umudlu, un pueblo cerca de Agdere.

“Tan pronto como pise mi tierra, me arrodillaré y la besaré”, dijo. “Mucho”.

Shahverdiyev se vio obligado a evacuar en helicóptero cuando su aldea fue rodeada por fuerzas armenias en 1992. “Ni siquiera tuve tiempo de cerrar la puerta”, relató.

Aunque espera encontrar todo destruido allí, no se amilana ante la idea de regresar.

“No pensamos en las dificultades físicas de regresar”, dijo Shahverdiyev. “Es nuestra madre patria. Es más dulce que eso”.

La campaña militar para recapturarla ha sido reforzada por un arsenal que Azerbaiyán ha pasado la última década mejorando, respaldado por el dinero del petróleo. Los aviones teledirigidos comprados a Israel y Turquía han permitido a las tropas azerbaiyanas atravesar las defensas de las fuerzas armenias de la era soviética.

Recientemente, en una entrevista con la agencia EFE, el presidente Aliyev dijo que cuatro de los cinco distritos que Azerbaiyán había intentado recuperar mediante la negociación estaban ahora “liberados, ya sea total o parcialmente”. El domingo, declaró que las fuerzas azerbaiyanas habían tomado Shusha, una ciudad estratégica con un significado cultural especial para los azerbaiyanos. (Los armenios la llaman Shushi).

“Querido Shusha, hemos regresado. ¡Querida Shusha, te revitalizaremos!” tweeteó Aliyev.

El anuncio, que Armenia rebatió, estimuló las celebraciones en Bakú, con los conductores en las principales calles de la capital tocando sus bocinas y la gente distribuyendo flores a los transeúntes.

Firidun Kadimov clears debris from inside his home after it was struck by a missile in Tezekend, Azerbaijan
Firidun Kadimov limpia los escombros de su casa después de que fuera alcanzada por un misil en el asentamiento de Tezekend, Azerbaiyán.
(Nabih Bulos / Los Angeles Times)

La reafirmación de la soberanía azerbaiyana sobre Nagorno-Karabaj no puede llegar suficientemente pronto para Firidun Kadimov, de 56 años, que vive en una casa suministrada por el gobierno en Tezekend, un asentamiento situado a unas millas de las trincheras a lo largo de la línea del frente.

En los días claros, dijo, va a una carretera cercana donde puede ver la aldea que se vio obligado a abandonar hace más de 26 años. Nunca ha perdido la esperanza de volver, y ahora la esperanza se ha convertido en emoción. Su casa fue alcanzada por un misil en los recientes enfrentamientos, pero no le importa.

“No repararé esta casa. No la tocaré”, aseguró, y luego dirigió su mirada hacia el oeste, donde se encuentra Tagibeyli, su antigua aldea.

“Construiré una nueva allí”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

Anuncio