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Al trabajo caminando y con poca comida: así es la vida en Venezuela, en tiempos de hiperinflación

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María Eugenia Rojas pide disculpas por su escepticismo ante las drásticas medidas económicas que entraron en vigor el 21 de agosto en Venezuela, promocionadas por el presidente de la nación como las claves para rescatar una economía tan maltratada que, incluso comprar alimentos, medicinas y útiles escolares está fuera del alcance de muchos.

En los últimos años, esta madre soltera de clase media baja se acostumbró a una economía apática y devastada. Su nivel de vida ha disminuido y lucha diariamente para llegar a fin de mes. Ella espera seguir luchando solo para sobrevivir, y no ve indicios de que la economía vaciada de Venezuela se recupere.

“Nada cambiará para mí”, aseguró Rojas, una exasesora agrícola que trabaja como vendedora callejera y mucama, después de perder su empleo anterior y de que su esposo abandonara a la familia.

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“Todos los días camino una hora y media hasta el trabajo porque el transporte público fue suspendido, y una hora y media de regreso, con solo un plato de comida para mis hijos”, relató.

Con cada vez menos confianza en el presidente Nicolás Maduro, y su poder adquisitivo aplastado por la hiperinflación de Venezuela, Rojas perdió la esperanza de que las cosas mejoren en el futuro para su familia. Recientemente abandonó su hogar en Caracas y se mudó al Valle de Pascua, a cuatro horas en coche de la capital, porque el costo de la vida en la metrópoli estaba ya fuera de sus posibilidades. “Es mi desafío diario: solo poner comida en la mesa para mis hijos”, confesó. “Nuestra calidad de vida y nuestro poder adquisitivo se han deteriorado en extremo; no podemos darnos el lujo de vivir en la capital”.

Para tratar de frenar la inflación que asfixia a los venezolanos, Maduro anunció un conjunto de medidas correctivas discordantes: la moneda nacional, el bolívar, se devaluará, se establecerán nuevos controles de precios, aumentarán los impuestos y el salario mínimo se incrementará en casi un 3,600%. La mayoría de esas disposiciones entraron en vigor el martes 21 de agosto, aunque el aumento del salario mínimo -el único bálsamo en el paquete para los trabajadores- no comenzará hasta el 1 de septiembre.

Incluso si los pasos finalmente logran revertir la desaceleración de la economía, para Rojas las medidas son escasas y tardías. Además de dejar atrás su vida anterior en Caracas, la mujer renunció a cosas que alguna vez dio por sentado, como su teléfono inteligente, televisión por cable e internet, todos lujos que ya no puede permitirse.

Su principal preocupación en estos días es reunir suficiente dinero para pagar los uniformes escolares y los suministros para sus hijos, que pronto comenzarán la escuela pública en Valle de Pascua, al sur de la capital. “Realmente no tengo idea de cómo voy a pagar” por uniformes y útiles, incluidos cuadernos, lápices y libros. “Los precios están por las nubes”, reconoció.

Entonces, ¿cómo alguien como Rojas puede hacer frente a la inflación galopante y el poder de gasto anémico que acosan a esta nación, antes floreciente? Ella come menos para que la dieta de sus hijos cumpla con las pautas nutricionales básicas, un régimen que le hizo perder 40 libras en los últimos dos años. Su esposo, que abandonó a la familia en 2016, no brinda ningún apoyo financiero, comentó.

Como no puede adquirir víveres por kilo, el método de compra habitual, se limita a su presupuesto y compra solo lo suficiente para armar comidas modestas para un solo día. A menudo, todo lo que ella y sus hijos ingieren para el desayuno o la cena son arepas, una hamburguesa tradicional de harina de maíz, con queso.

Cuando no puede comprar suministros, vende sus arepas a los trabajadores de un matadero cercano para ganar bolívares adicionales. “Veo que las cosas empeoran cada día; solo logramos sobrevivir”, aseguró.

El martes se presentaron nuevos bolívares en Venezuela, una medida que según Maduro, ayudará a estabilizar una economía que se encuentra en su cuarto año de recesión. Los nuevos billetes son iguales que los antiguos, excepto con cinco ceros menos. En cuanto al impacto inmediato, Rojas dijo que algunos precios de las tiendas se mantuvieron igual, mientras que otros, incluso para el queso y la carne de res, se dispararon en medio de la incertidumbre por el efecto de las medidas.

Josefina Rodríguez, que vende queso en un mercado callejero en el este de Caracas, relató que debió cerrar su negocio temporalmente porque sus proveedores todavía no saben el impacto que tendrá en los precios la moneda devaluada. “No abrí hoy”, afirmó. “Los proveedores no me han dado la nueva lista de precios y no recibimos ninguna mercancía nueva. Venderemos lo que tenemos almacenado, pero después no tengo idea de lo que sucederá”.

El martes, los intercambios de divisas informales cotizaron el nuevo bolívar venezolano con un valor de casi seis millones de los bolívares viejos. La moneda venezolana perdió ahora más del 90% de su valor desde enero. A pesar de eso, el gobierno mantiene obstinadamente controles de precios sobre muchos productos básicos, como el arroz y los frijoles, una “camisa de fuerza” económica, como los consideran muchos.

Los controles de precios continúan creando un enorme incentivo para los contrabandistas que pueden adquirir alimentos a precios subsidiados por el gobierno y luego revenderlos en Colombia o Brasil a precios de mercado, cosechando así enormes ganancias. La práctica dejó las estanterías desnudas en las tiendas de comestibles.

“Esperamos que en el lapso de 90 días todo se normalice”, afirmó el vicepresidente, Tareck El Aissami, en una entrevista televisada el 20 de agosto. “Solicitamos la comprensión [del público]”.

Indiferentes a la súplica del vicepresidente, políticos de la oposición, líderes sindicales y algunos grupos comerciales organizaron una huelga nacional el martes, para protestar contra las nuevas medidas, mientras que los empresarios se quejaron de no tener recursos para implementar los enormes aumentos de salario mínimo impuestos por Maduro.

Para Rojas, si no fuera por las incertidumbres diarias de la vida en Venezuela, se habría unido a las protestas. “En pocas palabras, no tengo tiempo. Tengo que seguir moviéndome. Si me detengo, mis hijos no comen. Estoy atrapada en una trampa y no veo ninguna salida”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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