Anuncio

Intentó cruzar la frontera dos veces. La Patrulla Fronteriza la expulsó. En un tercer intento, murió

El féretro de María Eugenia Chávez Segovia llega al domicilio familiar.
El féretro de María Eugenia Chávez Segovia es colocado en el centro del cementerio de Tultepec en Amealco de Bonfil, Querétaro.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Share

Un sábado de principios de mayo, María Eugenia Chávez Segovia telefoneó a su hijo menor para decirle que volvía a casa, a Ciudad de México, y después al remoto pueblo del sur de Querétaro donde se crió.

Chávez Segovia había pasado los tres meses anteriores en el norte de Baja California, con la esperanza de cruzar la frontera sin ser detectada para reunirse con algunos de sus hermanos en el Valle de San Joaquín para realizar trabajos agrícolas de temporada.

Atrapada dos veces intentando cruzar ilegalmente a Estados Unidos y cansada de Tijuana, esta madre soltera de 41 años estaba dispuesta a todo para ir al norte.

El siguiente lunes, su hijo menor, José Jael Antonio Chávez, esperaba su llegada a Ciudad de México. Pero ella nunca llegó.

Anuncio
El 2 de mayo, tras el vuelco de una embarcación de contrabando cerca de Point Loma
El 2 de mayo, tras el vuelco de una embarcación de contrabando cerca de Point Loma, se observan restos en la costa del Monumento Cabrillo.
(Sandy Huffaker / Getty Images)

Chávez Segovia había decidido realizar un último intento.

Cuando no apareció, y los familiares en California empezaron a ver informes de un horrible accidente de barco, se preguntaron si Chávez Segovia había estado a bordo.

Pronto se confirmó lo peor: Chávez Segovia estaba entre tres mexicanos que se ahogaron en el mar cuando una embarcación sobrecargada encalló el 2 de mayo frente a Point Loma, justo un día después de que le dijera a su hijo que volvía a casa.

El trágico final del viaje de María Eugenia Chávez Segovia pone de manifiesto la vulnerabilidad de los migrantes desesperados por llegar a Estados Unidos. Dejó a sus seres queridos sin respuestas; sus sueños se rompieron a pocos metros de la seguridad y de una vida mejor para toda su familia.

“Si ella me dijo el sábado que iba a volver a casa el lunes, ¿por qué cambió su decisión de la noche a la mañana?”, preguntó José, llorando, mientras esperaba que los restos de su madre fueran entregados en su casa en el centro de México.

María Luisa Remedios Segovia Pérez, madre de María Eugenia Chávez Segovia llora
María Luisa Remedios Segovia Pérez, madre de María Eugenia Chávez Segovia llora mientras el féretro llega a la casa de la familia en El Rincón de San Ildefonso.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Anuncio
A la izquierda, una foto de María Eugenia Chávez Segovia
A la izquierda, una foto de María Eugenia Chávez Segovia en su casa de El Rincón de San Ildefonso el miércoles. A la derecha, María Luisa Remedios Segovia Pérez, la madre de Chávez Segovia, sostiene los objetos personales que fueron enviados desde San Diego.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

Los restos de Chávez Segovia y los pocos objetos con los que subió a la embarcación —su documento de identidad, sus estampas, su rosario, un cargador de celuar blanco, pero sin celular, y unos pocos pesos mexicanos— fueron entregados el miércoles en la casa de su madre, donde creció.

El remoto pueblo de El Rincón de San Ildefonso, en el estado mexicano de Querétaro, es una aldea rural con menos de 2000 habitantes, a unas dos horas en auto de Ciudad de México.

El Rincon de San Ildefonso, Mexico map

Chávez Segovia iba con otros 32 inmigrantes a bordo de la embarcación sobrecargada, según las autoridades. Los pasajeros, todos ellos de México excepto un guatemalteco, habían acordado pagar entre 15 mil y 18 mil dólares por el viaje, según los documentos judiciales.

Quienes sobrevivieron se encuentran bajo custodia federal como testigos materiales, posiblemente para testificar contra el presunto capitán de la embarcación, Antonio Hurtado, un ciudadano estadounidense de 39 años que fue acusado en el tribunal federal de San Diego.

Su familia pasó semanas esperando que hubiera habido un error en la identificación de Chávez Segovia.

“Siempre le tuvo miedo al agua”, señaló José. “No sé cómo se le ocurrió o quién la involucró en tratar de cruzar por ahí porque no sabía nadar... Tal vez fue una decisión muy desesperada”.

“Era la primera vez que veía el mar”, dijo su nuera, Maricela García Patricio, en una reunión familiar el miércoles, un día antes de su funeral.

Cruces desesperados

Familiares cantan canciones mientras caminan detrás del coche fúnebre que lleva a María Eugenia Chávez Segovia
Familiares cantan canciones mientras caminan detrás del coche fúnebre que lleva a María Eugenia Chávez Segovia.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Anuncio

En los meses anteriores a su muerte, Chávez Segovia había intentado cruzar la frontera al menos otras dos veces por tierra y había sido expulsada en virtud del Título 42, una política de la era Trump que permite al gobierno negar la entrada al país a los no ciudadanos en respuesta a la amenaza del COVID-19.

Los defensores de los migrantes han advertido que la estricta política fronteriza está empujando a las personas desesperadas a correr mayores riesgos para intentar cruzar la frontera con Estados Unidos, lo que aumenta las posibilidades de que resulten heridos o muertos.

“Hay más personas que optan por cruzar a través de rutas peligrosas, incluyendo el cruce marítimo, porque no tienen la posibilidad de presentarse en los puertos debido a que éstos están cerrados como resultado de las órdenes del Título 42”, explicó Pedro Ríos, director del Programa Fronterizo México-Estados Unidos del Comité de Servicio de Amigos Americanos.

Joel Chávez Segovia ve una foto de su madre, María Eugenia Chávez Segovia, en su casa familiar.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

Chávez Segovia intentaba cruzar no solo por trabajo, sino también porque tenía miedo, e intentaba pedir asilo, dijo su hermana, Gabriela, quien es indocumentada y vive en el norte de California. Dijo que Chávez Segovia trató de solicitar asilo en sus dos intentos anteriores de cruzar.

Gabriela dijo que ella también tenía miedo de compartir detalles de la situación de su hermana, especialmente porque sus hijos permanecen en México. Pero Gabriela dijo que desearía que Chávez Segovia hubiera tenido la oportunidad de exponer su caso y que las autoridades fronterizas estadounidenses la hubieran escuchado.

Anuncio

“Ella les dijo que viene de peligro; que corría peligro y ellos no le hicieron caso”, dijo Gabriela.

“¿Qué vas a hacer? Esperar a que alguien se siente y te escriba una carta que diga ‘te estoy amenazando’. No, claro que no, te vas a ir a la primera oportunidad”, dijo Gabriela, frustrada por el gran numero de pruebas legales que se necesitan para poder presentar una solicitud de asilo.

Gabriela, la hermana de María Eugenia Chávez Segovia, muestra una foto de ella
Gabriela, la hermana de María Eugenia Chávez Segovia, muestra una foto de ella en su casa del norte de California.
(Wendy Fry / The San Diego Union-Tribune)

Un funcionario del Departamento de Seguridad Nacional confirmó que el historial de Chávez Segovia mostraba que había sido expulsada en virtud del Título 42 al menos dos veces en los últimos meses. Pero las razones que ella dio a los funcionarios para tratar de entrar en los Estados Unidos no estaban disponibles de inmediato.

Gabriela y su familia estaban devastados por no poder viajar a México para el funeral de su hermana debido a su condición de inmigrantes indocumentados.

“Ella era como otra madre para mí”, dijo Gabriela, llorando en su casa, donde hizo un altar a su hermana. “Y era la madre y el padre para sus hijos”.

Anuncio

Gabriela dijo que Chávez Segovia la llamó justo antes de hacer su tercer y último intento de cruzar la frontera.

“Me dijo: ‘Ya me voy; pórtate bien’”, dijo Gabriela. “Nunca imaginé que ese sería el último día que escucharía su voz. Quiero ir a verla, pero no puedo. Me va a costar mucho superar ese dolor”.

‘Tenía grandes sueños’

Un hombre trabaja cincelando rocas durante todo el día en una cantera
Un hombre trabaja cincelando rocas durante todo el día en una cantera cerca de la localidad de El Rincón de San Ildefonso.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Vecinos y familiares limpian unos pollos para una comida
A la izquierda, vecinos y familiares limpian unos pollos para una comida mientras esperan que lleguen los restos de María Eugenia Chávez Segovia. A la derecha, un hombre monta a caballo frente a la casa de la familia.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

Chávez Segovia, una de 13 hermanos, nació y creció en el rocoso El Rincón de San Ildefonso, un conjunto de pequeños pueblos en el municipio de Amealco de Bonfil, en el centro de México. El Rincón está situado al borde de un profundo cañón, sobre un valle salpicado de pequeños campos de maíz.

La casa de su familia, que tiene una cocina y un baño al aire libre construidos con hormigón y piedra, ocupa un cuarto de acre. Su madre cría cabras y pollos.

Anuncio

Al menos la mitad de la población de El Rincón de San Ildefonso es de origen indígena. La madre de Chávez Segovia habla otomí. Los vecinos dicen que los únicos trabajos en la zona son la construcción y el cincelado de ladrillos gigantes de las canteras de roca cercanas, trabajo que paga unos 150 pesos al día, o 7.50 dólares.

Para las mujeres, las opciones incluyen bordar diseños otomíes en servilletas de tela y hacer las icónicas muñecas Lele que forman parte del patrimonio cultural de Querétaro.

Ante estas escasas oportunidades, Chávez Segovia dejó el pueblo a los 12 años y se fue a Ciudad de México como trabajadora doméstica. Su hermana, Gloria Chávez, la acompañó. Describe el trabajo como agotador. En el primer trabajo de Chávez Segovia, la dueña de la casa adinerada a veces exigía a las niñas que limpiaran hasta las 3 de la mañana y luego se levantaran a las 5 para preparar a sus hijos para la escuela.

Ropa colgada para secar en el patio delantero de la casa en El Rincón de San Ildefonso.
(Alejandro Tamayo/The San Diego Union-Tribune)

“Nos trataba mal, pero eso era normal”, dijo Chávez. “Nos ofrecieron un trabajo diurno que tenía un horario más razonable, para poder volver a casa y ver a nuestros padres todos los fines de semana en lugar de dos veces al mes, pero teníamos miedo del dueño de esa casa porque tenía mala reputación. Teníamos miedo de lo que pudiera hacernos”.

María Eugenia Chávez Segovia crió a sus dos hijos, Joel y José, como madre soltera en Ciudad de México. Quería ofrecer a sus hijos —que trabajan como vendedores de comida en Ciudad de México— y a su nieta de un año una vida mejor. Quería construirles una casa, más cerca de su madre.

“Esa era su visión, tener algo mejor”, dice José. “La verdad es que aquí no tenemos nada”.

“Ella quería que tuviéramos algo mejor”, dijo Joel, con la voz quebrada.

Luego llegó la pandemia. Chávez Segovia perdió su trabajo. Se ofreció a cuidar a su nieta para que su nuera pudiera trabajar. Pero eso no duró mucho. Su nuera encontró un trabajo, solo para perderlo.

Anuncio

“Era la mejor abuela para su nieta. Quería ayudar a mi madre. Tenía grandes sueños”, dice Gabriela, la hermana del Valle de San Joaquín.

Trabajo agrícola

Trabajadores agrícolas desbrozan un campo de tomates en French Camp, California, el 24 de julio de 2020.
Trabajadores agrícolas desbrozan un campo de tomates en French Camp, en el Valle de San Joaquín.
(Max Whittaker / For The Times)

En los polvorientos pueblos agrícolas del Valle de San Joaquín, en California, cientos de miles de trabajadores agrícolas viven en la pobreza o cerca de ella. Eso describe a varios de los primos, hermanas y hermanos de Chávez Segovia. La zona es una de las regiones agrícolas más ricas del mundo, y al mismo tiempo tiene uno de los índices de pobreza más altos de Estados Unidos.

La mayoría de los trabajadores agrícolas de la zona son inmigrantes de México, y la mayoría carece de residencia legal. Eso limita su acceso a los servicios sociales, al seguro médico y a las prestaciones de desempleo.

Se supone que ganan el salario mínimo, pero a menudo los intermediarios contratan a los trabajadores agrícolas, subcontratando la mano de obra con las granjas locales en un acuerdo que puede proteger a los productores agrícolas de las responsabilidades legales.

El aire tóxico, los pesticidas y los hongos en el suelo hacen que los índices de asma y otras enfermedades respiratorias sean elevados, y el calor es intenso.

Anuncio

Allí está a lo que apuestan decenas de personas de la región natal de Chávez Segovia cada año.

“No hay solución porque en realidad es un problema internacional entre dos países: uno de ellos se beneficia de la explotación de una mercancía laboral que niega estar explotando”, dijo Marco Lizarraga, miembro de la junta directiva de Border Angels y director ejecutivo de La Cooperativa Campesina de California, una organización sin ánimo de lucro que presta servicios a los trabajadores agrícolas migrantes en el Valle de San Joaquín.

Trabajadores agrícolas desbrozan un campo de tomates en French Camp, California.
(Max Whittaker / For The Times)

Una familiar de Chávez Segovia, que pidió no ser nombrado porque cruzó ilegalmente a Estados Unidos, dijo que trabajó en campos de lechuga en el norte de California, junto con Gabriela.

“Teníamos que empezar mucho antes del amanecer todos los días porque el calor es insoportable al mediodía. Era un trabajo muy, muy duro”, dijo.

La joven madre regresó a su casa en Querétaro, pero consideraba volver al Valle de San Joaquín algún día, a pesar de los peligros. Durante su primer viaje al norte, una banda de delincuentes —no el grupo de contrabandistas al que habían pagado para que los llevara a través de la frontera— interceptó al grupo y la retuvo durante 15 días.

Anuncio

“Sufrí mucho, pero valió la pena”, dijo. “Aquí no hay nada. No hay trabajo”.

Algunos de El Rincón se van al norte, para no volver a saber de ellos. Varios residentes del pueblo se acercaron a una reportera del San Diego Union-Tribune, apretando en su mano trozos de papel con nombres o pidiéndole que escribiera los nombres de sus seres queridos perdidos para comprobar si están vivos, en prisión o muertos en Estados Unidos.

Volver a casa

Familiares van en la parte trasera de una camioneta hacia el cementerio de El Rincón de San Ildefonso
Los familiares van en la parte trasera de una camioneta hacia el cementerio de El Rincón de San Ildefonso.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

El miércoles, unos 50 familiares directos y extendidos se reunieron en la humilde casa de cemento donde creció Chávez Segovia, para esperar la llegada de su ataúd. La espera se había prolongado ya tres semanas y media, mientras la familia en Estados Unidos, el consulado mexicano en San Diego y una funeraria en Logan Heights trabajaban para repatriar a Chávez Segovia.

Por fin, su féretro salió del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles en un vuelo de carga a última hora de la noche del martes y llegó al Aeropuerto Internacional de Ciudad de México a primera hora de la mañana del miércoles. Un conductor de la funeraria de Ciudad de México realizó el viaje de 160 kilómetros hasta El Rincón de San Ildefonso.

El Consulado de México pagó los gastos, como suele hacer en estos casos, según el Cónsul General de México en San Diego, Carlos González Gutiérrez.

Mientras la familia esperaba, la madre de Chávez Segovia, María Luisa Remedios Segovia Pérez, una mujer delgada y con el pelo gris oscuro, habló de la pérdida de la hija que más la cuidaba. Recordó las veces que Chávez Segovia llegó desde Ciudad de México para ver cómo estaba.

Anuncio

“Ahora ya no tengo a nadie”, dijo Segovia Pérez, con tristeza.

Rodeado por los dos hijos de Chávez Segovia y otros familiares, Segovia Pérez abrió la bolsa de plástico que contenía las pertenencias que se le encontraron a Chávez Segovia cuando fue sacada del océano.

Segovia Pérez tenía en sus manos varias estampas laminadas con oraciones a San Judas y al Juez Justo, una referencia a Jesús. Esta última oración pide protección contra los daños.

Los ojos de la nuera de Chávez-Segovia, Maricela García Patricio, de 23 años, se llenaron de lágrimas al recordar que Chávez Segovia recitaba a menudo esas oraciones.

“Se encomendaba siempre a Dios”, dijo García Patricio.

El conductor se detuvo en una furgoneta blanca y con la ayuda de los hombres de la familia descargaron el féretro plateado de Chávez Segovia, un momento sombrío pero largamente esperado que marcó el inicio del cierre para su familia.

En el velatorio en la casa, uno de los primeros miembros de la familia en ver a Chávez Segovia fue su madre.

De pie junto al féretro, Segovia Pérez se puso una máscara en la cara, la cubrió con las manos y lloró.

Anuncio

Los hijos de Chávez Segovia esperaron hasta el último momento para acercarse al ataúd. Tras minutos de contención, las lágrimas fluyeron.

“Siempre los va a proteger”, dijo un familiar mientras trataba de consolar a los jóvenes.

El jueves por la tarde, la familia —acompañada por la gente del pueblo, incluidas las mujeres con coloridas faldas y blusas tradicionales otomíes— caminó y condujo en procesión por caminos de tierra siguiendo una camioneta blanca que llevaba el ataúd de Chávez Segovia. Se dirigieron a una pequeña capilla de ladrillo en la cima de una colina para celebrar una misa católica tradicional.

El féretro de María Eugenia Chávez Segovia es llevado a su tumba en el Cementerio de Tultepec
El féretro de María Eugenia Chávez Segovia es llevado a su tumba en el Cementerio de Tultepec.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

Después, subieron seis kilómetros por una colina hasta un pequeño cementerio con vistas al pueblo. Allí depositaron gladiolos, rosas, margaritas y otras flores sobre el ataúd de Chávez Segovia. De pie al borde de la tumba, un hombre cantó Adiós, Reina del Cielo, un canto de alabanza católico.

“Adiós, adiós, adiós”, cantó, mientras algunos empezaban a llorar.

Un miembro de la familia expresó su alivio por el hecho de que Chávez Segovia no muriera en el desierto a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, como otros que nunca son identificados o devueltos a su patria.

“Al menos va a saber (su madre) donde va a quedar”, dijo el familiar, que pidió que no se publicara su nombre porque anteriormente vivió en Estados Unidos sin autorización.

Una mujer sostiene incienso y reza sobre el ataúd abierto de María Eugenia Chávez Segovia.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Anuncio
Familiares echan flores sobre la tumba de María Eugenia Chávez Segovia.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)

Mientras la familia de Chávez Segovia lloraba, su sobrina de 24 años se enfrentaba a su propia decisión.

Su ambición, similar a la de Chávez Segovia, es ofrecer a su hija de 8 años y a su madre un futuro mejor. Trabajadora de la Central de Abastos, el principal mercado mayorista de Ciudad de México, gana 200 pesos, o 10 dólares al día, y batalla para hacer rendir su presupuesto.

“Hay gente que sale y hace algo. A mí me gustaría hacer algo por mi madre y mi hija”, dice.

El trágico destino de Chávez Segovia había hecho que la madre soltera reconsiderara sus planes de viajar a la frontera con un amigo y su novia. Pero mientras estaba en el cementerio, dijo que estaba decidida.

“Voy a probar mi suerte”, dijo mientras los dolientes colocaban una corona de flores sobre la tumba de Chávez Segovia.

Anuncio

La reportera Kate Morrissey contribuyó a este informe.

Un trabajador palea arena sobre la tumba de María Eugenia Chávez Segovia en el cementerio de Tultepec.
(Alejandro Tamayo / The San Diego Union-Tribune)
Anuncio