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Opinión: Doné mi riñón a un extraño, y muchos más deberían hacerlo

Preparation for a kidney transplant surgery
Donar un riñón sin designar al beneficiario crea cadenas de donantes que permiten que más receptores reciban un órgano compatible.
(Los Angeles Times)

Si usted está sano, el riesgo de donar un riñón es mínimo. Pero el beneficio para el receptor es tremendo

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Durante la mayor parte de mi vida, he sido un modelo de buena salud. A los 17 años, me convertí en un bombero certificado y, a los 20, viajé en bicicleta de Texas a Alaska. Pero el mes pasado, a los 25 años, pasé una semana en la cama recuperándome de una cirugía, con flamantes incisiones en el abdomen, porque tomé una decisión inusual: doné mi riñón izquierdo a alguien que realmente necesitaba uno, una persona a quien no conozco y nunca he conocido.

Puede que nunca se le haya pasado por la cabeza que usted también podría donar un riñón a alguien que lo necesita desesperadamente. Si está sano, el riesgo es bastante mínimo. Pero el beneficio para el receptor es tremendo, ya que agrega aproximadamente 10 años a la vida de esa persona.

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Más de 100,000 estadounidenses sufren de enfermedad renal en etapa terminal o de una insuficiencia, y actualmente esperan un trasplante. Ellos soportan interminables horas de diálisis cada semana y, trágicamente, muchos mueren antes de que llegue su turno para un nuevo riñón.

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Los donantes regresan al trabajo en cuestión de semanas, y sus vidas relativamente siguen sin cambios. Si bien la cirugía deja un dolor desagradable y temporal, puedo decir por mi experiencia que, con el apoyo de familiares y amigos amorosos, es muy manejable.

La primera vez que supe sobre la donación de riñón fue en medio de una crisis propia de salud. Hace tres años, una lesión en mi pie me dañó un nervio, dejándome con un dolor crónico debilitante.

Afortunadamente, recibí un alivio muy necesario gracias a la tecnología médica, que implica usar una batería que envía pulsos eléctricos a un cable implantado quirúrgicamente dentro de mi pantorrilla; estos pulsos dispersan las señales nerviosas defectuosas antes de que lleguen a mi cerebro y reducen mi dolor.

Ese daño a los nervios me puso especialmente en sintonía con las desestabilizadoras consecuencias físicas y psicológicas de las condiciones crónicas de salud.

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Me preguntaba: ¿podría ayudar a alguien cuya maquinaria corporal defectuosa se esté rebelando contra ellos, tal como me ocurrió a mí?

Después de investigar un poco, comprendí que la necesidad de donaciones de riñón es grande, y que el costo para mí era bajo. Creo que quienes somos afortunados tenemos la responsabilidad moral de redistribuir nuestra ventaja.

Como es de esperar, mis padres estaban muy poco felices cuando decidí donar. Pero a medida que les expliqué más, comenzaron a entender. Menos de tres de cada 10,000 donantes vivos mueren a causa de la cirugía (una tasa de mortalidad de 0.03%), y los riesgos son aún menores para personas jóvenes y saludables como yo.

La donación aumentó ligeramente mi riesgo de desarrollar enfermedad renal, pero debido a la intensa evaluación previa necesaria para ser donante, sé que mi riesgo aún está muy por debajo del de la población general. Milagrosamente, mi riñón derecho restante crecerá para compensar a su gemelo ausente.

Donar un riñón sin designar al receptor, tal como hice yo, es especialmente útil, ya que permite la construcción de cadenas de donantes.

Al igual que la sangre y la médula ósea, el riñón de una persona no necesariamente coincide con el cuerpo de otra. Una cadena de riñón permite a los donantes que no son elegibles con su destinatario participar en un intercambio a nivel nacional para garantizar que todos los pares de donantes y receptores reciban el órgano compatible.

Una donación a un extraño inicia una cadena que permite muchas donaciones adicionales. Pero estas son bastante inusuales; sólo unos pocos cientos de trasplantes -alrededor de 23,000 totales en Estados Unidos cada año- se realizan de esa manera.

También hay una necesidad especial de donantes de minorías, ya que actualmente los candidatos para trasplantes blancos reciben riñones con más frecuencia y más rápido que las personas negras, latinas, indígenas americanas y asiáticas.

Quizá sorprendentemente, estas disparidades no se deben al acceso desigual a la atención médica. La enfermedad renal es un raro ejemplo de cobertura pública prácticamente universal en EE.UU. (Medicare para la enfermedad renal en etapa terminal está disponible para todos los estadounidenses, no sólo para los de la tercera edad).

En cambio, las disparidades raciales en el trasplante de riñón demuestran que las formas perniciosas de desigualdad social y económica pueden filtrarse en un sistema aparentemente equitativo.

Las minorías raciales tienen menos probabilidades de que un amigo o familiar les dé un riñón cuando lo necesitan, tal vez debido a la carga financiera de la donación. Si bien los donantes vivos no pagan ninguna factura médica, no se les reembolsa el salario perdido ni los gastos de viaje.

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Debido a la agrupación geográfica de la pobreza y la enfermedad, los candidatos a trasplantes que pertenecen a minorías tienden a vivir en lugares con menos riñones de donantes sanos fallecidos disponibles. Por último, los candidatos minoritarios son menos propensos que los blancos a ser inmunológicamente compatibles con los blancos, que constituyen la mayor parte del grupo de donantes.

En diciembre pasado, la administración Trump propuso nuevas reglas que aumentarían el apoyo del gobierno federal a los donantes vivos de riñón.

El cambio elimina las barreras financieras al reembolsar a los donantes por salarios perdidos y otros costos, como los gastos por el cuidado de niños, con la esperanza de alentar a miles de estadounidenses a donar. Usted podría ser uno de ellos.

Sam Trejo es candidato a un doctorado en Sociología, Economía y Educación en la Universidad de Stanford.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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