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Trump arremete con distracciones y desinformación

El presidente Trump durante una reunión, el lunes, en la sala del gabinete de la Casa Blanca.
(Associated Press)
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El presidente Trump incrementó sus ataques contra los vigilantes, jueces, reporteros y otras voces independientes mientras se postula para la reelección, aumentando así el caudal de desinformación sobre aquellos a quienes percibe como sus enemigos y el historial de su administración durante la crisis de COVID-19.

Trump despidió a otro inspector general, se enfureció contra un denunciante del gobierno y retuiteó repetidamente el video de un periodista de televisión local que fue acosado en Nueva York; todo ello desde el viernes. También difundió una siniestra teoría conspirativa a la cual llamó “Obamagate”, por la cual alegó -aunque sin dar detalles- ciertos delitos cometidos por su predecesor.

El lunes, Trump señaló abruptamente que había estado tomando píldoras de hidroxicloroquina diariamente durante “aproximadamente una semana y media” como preventivo contra el nuevo coronavirus, intensificando drásticamente sus esfuerzos para promover un medicamento contra la malaria no probado, que él promocionó como un potencial “punto de inflexión” para lidiar con la pandemia.

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Sus comentarios causaron alarma porque la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) advirtió el mes pasado que el fármaco “no ha demostrado ser seguro y efectivo” para tratar o prevenir el COVID-19, alegando que podría causar “problemas graves en el ritmo cardíaco”.

A los expertos les cuesta pensar en un paralelo histórico en el que un presidente haya convertido el puesto más poderoso e influyente del mundo en un megáfono para fabricaciones al por mayor y haga afirmaciones extrañas en un esfuerzo por confundir a los votantes y salvar su propio futuro político.

Donald Trump Jr., a la izquierda, y Eric Trump, derecha, flanquean a su padre en un evento de campaña de 2016, en Nevada, durante su postulación para la nominación presidencial republicana.
(Ethan Miller / Getty Images)

“Trump ciertamente no es el primer político en mentir o inventar historias”, comentó Eileen Culloty, quien investiga la desinformación en la Universidad de la Ciudad de Dublín, en Irlanda. “Pero su historial de afirmar conspiraciones sin fundamento -ya sea el certificado de nacimiento de Obama, vincular a la familia de Ted Cruz con el asesinato de Kennedy o ahora el ‘Obamagate’- es sorprendente por su escala y frecuencia”.

Los críticos destacaron que los mensajes de Trump son particularmente destructivos mientras que los estadounidenses luchan contra la pandemia, que ha paralizado la economía y mató a más de 90.000 individuos en el país hasta este lunes.

“Una pandemia es el laboratorio perfecto para la desinformación porque las personas están asustadas y ansiosas. Toda la ciencia social en torno a las teorías de la conspiración muestra que cuando la gente se siente ansiosa y asustada, es más probable que crea en las teorías conspirativas”, remarcó Richard Stengel, ex editor de la revista Time y ex alto funcionario del Departamento de Estado. “Trump lo sabe. Es un golpe bajo usado en su campaña y que nunca antes habíamos experimentado en la historia de Estados Unidos, porque no está obligado a alinear su mensaje con la realidad”, agregó.

Los hijos adultos de Trump han ido aún más lejos en los intentos de difamar a sus oponentes y generar dudas entre los votantes. El hijo mayor de Trump, que se desempeña como sustituto de la campaña, publicó un meme en Instagram que describe de manera extravagante a Joe Biden, el posible candidato demócrata, como pedófilo. Donald Trump Jr. más tarde afirmó que se trataba de una broma, pero continuó compartiendo videos del exvicepresidente tocando a mujeres en lo que describió como una forma inapropiada.

El otro hijo del mandatario y también sustituto de la campaña, Eric Trump, afirmó en una entrevista el fin de semana en Fox News que los demócratas de alguna manera están manipulando el coronavirus para evitar que su padre realice grandes actos de campaña. “Lo explotarán todos los días desde ahora hasta el 3 de noviembre, ¿y adivinen qué? Después de esa fecha, el coronavirus desaparecerá. Lo hará mágicamente y de repente, y todos podrán reabrir la economía”, comentó.

Los aliados de Trump han excusado rutinariamente sus extravagantes ataques al describirlo como una víctima de arremetidas partidistas, que lucha por combatir la suciedad de la política. Aún así, el mandatario aprendió desde el principio que los ataques más incendiarios captan mucha atención para él. Desde que asumió el cargo, su torrente de falsedades estableció récords.

La estrategia fue esbozada hace dos años por el ex asesor político del presidente Steve Bannon. “Los demócratas no importan”, declaró Bannon a un entrevistador. “La verdadera oposición son los medios de comunicación. Y la forma de lidiar con ellos es inundar la zona con [excremento]”.

Trump es el primer presidente en depender tanto de las redes sociales para esquivar a las organizaciones de noticias que tradicionalmente sirvieron como control de la Casa Blanca. Tiene casi 80 millones de seguidores en Twitter, y su campaña pública habitualmente hace anuncios personalizados en Facebook y otras plataformas digitales.

Trump ha demonizado a las principales organizaciones de medios como antipatrióticas e injustas. Sin embargo, expandió sus ataques más allá de la prensa de la Casa Blanca, mientras las encuestas muestran una gran desaprobación pública de su respuesta en la crisis del coronavirus.

El lunes, retuiteó nuevamente un video de un reportero de la televisión local que es interrumpido con gestos e insultos durante una protesta contra el cierre en Long Island, Nueva York. “Odian las noticias falsas, ¡y yo también!”, escribió Trump acerca del video.

El aluvión de acusaciones y contraataques del mandatario ayuda a enturbiar la verdad sobre el desempeño de su administración. Trump coloca todas las críticas en un mismo revoltijo de disputas partidistas, demasiado desordenadas para que muchos votantes se desmoronen.

Los expertos en desinformación señalan que los ataques del presidente a los verificadores de datos, así como a los vigilantes internos del gobierno, tienen un propósito común: persuadir.

“Una de las estrategias que utiliza Donald Trump es inundar todos esos espacios”, comentó Graham Brookie, director del Laboratorio de Investigación Forense Digital en el centro de ideas no partidistas Atlantic Council, que investiga la intersección de la gobernanza, la tecnología, la seguridad y las redes sociales. “Si no puedes decir lo que es verdad, entonces básicamente hemos perdido los hechos compartidos en los que se basa la democracia”, comentó.

Lisa-María Neudert, investigadora de Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, indicó que los políticos modernos de derecha en Europa han intentado tácticas similares, pero con menos recursos y menor éxito. “En la mayoría de los países democráticos, lo que vemos es una protesta pública”, declaró. “Pero Trump no sólo se sale con la suya, sino que lo celebra”.

Trump ha alegado constantemente que el ex presidente Obama, Biden y miembros de esa administración cometieron delitos no especificados durante la investigación de Rusia, que él ahora llama el “Obamagate”, e instó a que sean llevados ante el Congreso o procesados.

Dos de los defensores más públicos de Trump han rechazado ambas sugerencias. El senador Lindsey Graham (R-Carolina del Sur), quien encabeza el Comité Judicial del Senado, afirmó que no tiene planes de invitar a Obama ni a Biden a testificar. Y el procurador general William Barr dijo a los periodistas el lunes que no prevé una “investigación penal de ninguno de los dos hombres” basada en “la información que tengo hoy”.

El procurador general William Barr no planea investigar penalmente al ex presidente Obama o al ex vicepresidente Joe Biden por irregularidades en la investigación de Rusia, alegadas por el actual mandatario Trump.
(J. Scott Applewhite / Associated Press)

Hablando más tarde en la Casa Blanca, Trump expresó su sorpresa ante el comentario de Barr y señaló que “no tiene dudas de que estuvieron involucrados en ello”.

Barr solicitó recientemente a un juez federal que abandone el caso contra Michael Flynn, el primer asesor de seguridad nacional del presidente. Hace más de dos años, Flynn se declaró culpable de mentirle a los agentes federales sobre sus conversaciones con el embajador ruso, pero luego afirmó que fue víctima de mala conducta de parte del fiscal.

El juez de distrito de EE.UU Emmet Sullivan nombró a un juez retirado para argumentar contra la moción de Barr y recomendar si Flynn debería ser acusado de desacato por perjurio. Flynn tiene “un juez que creo que no gusta mucho de él”, afirmó Trump a Fox Business la semana pasada. “Quizá al juez no le gusto mucho”.

Trump redujo la supervisión independiente al despedir a funcionarios federales facultados para encontrar dilapidación de fondos, fraude y abuso.

El 1º de mayo expulsó a Christi A. Grimm, la principal inspectora general adjunta del Departamento de Salud y Servicios Humanos, cuya oficina había emitido un informe crítico de la respuesta de la nación al coronavirus.

Un mes antes echó a Michael Atkinson, un vigilante de la comunidad de inteligencia, como venganza por su papel en proporcionar al Congreso el testimonio de un denunciante que finalmente derivó en el proceso de destitución de Trump por parte de la Cámara.

El viernes por la noche, Trump despidió al inspector general del Departamento de Estado, Steve Linick. Según se informó, estaba investigando al secretario de Estado, Mike Pompeo, por utilizar de manera inadecuada a un representante político para que realice tareas personales para él y su esposa.

El lunes, el presidente declaró que removería a los inspectores generales porque fueron nombrados por Obama, y ello no era justo para su administración. “Si los hubiera puesto yo [en el cargo], y fuera la administración de otra persona, especialmente del otro partido, podría haber un trato injusto”, manifestó.

El papel de los inspectores generales se fortaleció después del escándalo de Watergate en la década de 1970, cuando el Congreso asumió un papel más investigativo y contencioso en la lucha por contrarrestar al poder ejecutivo.

Pero esos controles y equilibrios se han erosionado en los últimos años, y Trump está acelerando la desaparición de estos. “Él es único en su clase”, comentó Kathryn Olmsted, profesora de historia de UC Davis, quien estudió las reformas políticas posteriores al Watergate. “No se siente limitado por las reglas, la óptica o las normas”.

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