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Fue ahorcada en California hace 168 años, ¿por un asesinato o por ser mexicana?

A depiction of the hanging of Josefa
Una representación de la muerte por ahorcamiento de una mujer conocida como Josefa.
(California State Library)
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La joven mexicana caminó hacia su muerte con paso firme.

Su rostro no mostró miedo mientras subía la escalera a un andamio en un puente con vista al río Yuba. El sol de la tarde brillaba en la vía fluvial mientras atravesaba montañas cubiertas de pinos.

La noche anterior, cientos habían celebrado el cuatro de julio. Ahora, observaron, en silencio, cómo la mujer empujaba dos trenzas de cabello negro de sus hombros y se colocaba la soga alrededor del cuello.

Cuando pidieron sus últimas palabras, ella declaró, sin miedo, “haría lo mismo otra vez si me provocaran”.

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En este pequeño pueblo al norte de Sierra Nevada, la leyenda de Josefa aún vive después de 160 años de su muerte. Su saga, improvisada a través de artículos de noticias históricas, libros y aficionados a la historia, es en gran parte desconocida incluso entre la población mexicoamericana del estado, pero ha cautivado a jóvenes y viejos aquí en medio del país gobernado por Trump.

Un pueblo vecino organizó una obra sobre el juicio de Josefa; una ópera en San Francisco le dio protagonismo. Un psíquico afirma conversar con ella. Pero se desconoce mucho sobre Josefa, incluido su apellido. Una placa que conmemora su muerte se refiere a ella como “Juanita”, un insulto en esta comunidad minera de oro que alguna vez utilizó ese nombre para cualquier mujer mexicana.

Downieville y la fascinación de los alrededores con la historia de Josefa son anteriores a la era de #MeToo y la hostilidad moderna hacia cualquier persona mexicana, antes del tiroteo masivo de El Paso y un presidente que ataca a “violadores” mexicanos y traficantes de drogas para ser elegido. Pero a su manera, los 200 residentes de la ciudad han debatido durante mucho tiempo el papel que el género y el origen étnico de Josefa jugaron en su destino.

Downieville
Downieville, California, al atardecer.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Su historia comienza poco después de que este pueblo de montaña fuera fundado en 1849.

Sólo habían pasado un par de años desde la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que puso fin a la guerra entre México y Estados Unidos y le dio el moderno suroeste de EE.UU a los Yanquis conquistadores.

Downieville se convirtió en una bulliciosa ciudad por la fiebre del oro para miles, la mayoría de ellos hombres: mexicanos, chilenos, ingleses, franceses y chinos. La localidad tenía dos aserraderos y un teatro. En cartas a su hermana, un minero lo describió como “una de las ciudades mineras más ricas del estado”.

Josefa era una de las pocas mujeres que vivía entre los mineros. El fundador de la ciudad, William Downie, dijo que era conocida en todo el asentamiento.

“El brillo en sus ojos se dejaba notar en varios grados, desde la expresión suave como una doncella enferma de amor, hasta el feroz ceño fruncido de una leona enfurecida, según su temperamento, que era lo único que no estaba bien equilibrado en ella, escribió Downie después de su muerte.

En el verano de 1851, California celebró el 4 de julio, el primero desde que se convirtió en estado. Las calles de Downieville estaban llenas de desfiles, bandas y alcohol.

Uno de los que celebraron fue un minero australiano conocido en los artículos de noticias y en el libro de Downie, “Hunting for Gold”, como Cannon. Después de las festividades, tropezó calle abajo antes de llegar a la casa que Josefa compartía con un hombre llamado José, que algunos creen que era su esposo.

Cannon atravesó la puerta de la pareja. Pero nadie sabe exactamente lo que sucedió después.

Como lo cuenta un artículo del periódico Marysville Daily Herald de 1851, Cannon entró en la casa y “creó disturbios”. Ella estaba tan indignada, decía el artículo, que cuando llegó a la mañana siguiente para disculparse, lo apuñaló en el corazón.

Pero el Steamer Pacific Star, un periódico de San Francisco, tenía una versión diferente de la historia. Un médico dijo que Cannon llegó a su consultorio alrededor de las 7 a.m. del día de su muerte para pedir medicamentos. Mientras estaba en el consultorio, José, quien vivía al lado, se enfrentó a Cannon.

Los dos salieron juntos de la casa, donde fueron recibidos por Josefa. Poco después, Cannon y Josefa intercambiaron palabras en español. El médico dijo que Cannon ofreció respuestas “agradables”.

Más tarde, José testificó que Cannon lo llamó a él y a Josefa, según la versión del Steamer Pacific Star; y cuando Cannon entró a la casa, Josefa lo apuñaló.

Tanto Josefa como José fueron detenidos. Su juicio tuvo lugar el mismo día.

La reportera de Steamer Pacific Star, que describió a Josefa como bonita, “en la medida en que se considera el estilo de belleza mexicana morena”, dijo que “presentaba más la apariencia de una persona que conferiría amabilidad que una que tenía sed de sangre”.

El jurado la encontró culpable de asesinato, y se le ordenó morir colgada, dos horas después. José fue declarado no culpable, pero se le advirtió que abandonara la ciudad dentro de las siguientes 24 horas. Mientras Josefa se preparaba para su ahorcamiento, escribió la reportera de Steamer Pacific Star, extendió su mano a quienes la rodeaban y dijo: “Adiós, señor”.

Un viernes por la mañana en este otoño, media docena de estudiantes se sentaron en un salón de clases de la escuela primaria y secundaria de Downieville. Toman clases de español en línea porque su maestro no lo habla fluido como para instruirlos él mismo.

Ellos ofrecen sus propias teorías.

“¿No fue asaltada por él o algo así y luego lo mató en defensa?”, pregunta un estudiante de secundaria.

“Pensé que ella lo había matado porque la engañó”, dicen otros estudiantes.

La mayoría de los estudiantes crecieron en la ciudad, que es principalmente blanca, o en el área circundante, y las versiones de la historia que habían escuchado a lo largo de sus vidas se han confundido como en un juego de teléfono descompuesto.

“Lo que escuché es que un tipo la agarró en el bar y, en su defensa, ella lo apuñaló”, dice Esmeralda Nevarez, presidenta del cuerpo estudiantil de la escuela.

Hace dos años, Esmeralda, quien nació en el estado mexicano de Durango, escribió un artículo para su clase de inglés titulado “El ahorcamiento de Juanita”. Esmeralda se sintió atraída por la historia de Josefa debido a los antecedentes que comparten. La joven de 16 años señaló en su informe, que le valió una A, que la tensión racial pudo haber sido un factor en la muerte de Josefa.

“La guerra acababa de terminar y los sentimientos entre los mexicanos y todos estos colonos blancos que estaban llegando eran bastante malos”, dijo Maythee Rojas, profesora de estudios chicanos y latinos en Cal State Long Beach quien escribió sobre Josefa.

“La historia de Josefa, la forma en que se desarrolla y como se recuerda, sugiere mucho sobre la manera en que los euroamericanos veían a las mujeres mexicanas en el siglo XIX”, escribió Rojas en un ensayo.

Después del ahorcamiento de Josefa, algunos periódicos de California dijeron que esperaban que la historia hubiera sido inventada y que aludía al tratamiento de los extranjeros.

“Los violentos procedimientos de una multitud indignada y alterada, liderada por los enemigos de la desafortunada mujer, son una mancha en la historia del estado”, decía un artículo.

Las personas responsables de su fallecimiento, según el artículo del periódico, se habían “avergonzado de sí mismas y de su raza”.

Downieville, a unos 160 kilómetros al noreste de Sacramento, se está reduciendo gradualmente. La población del condado de Sierra aumenta durante el Festival Downieville Classic Mountain Bike, que atrae a miles de ciclistas cada verano.

En una mañana reciente, los ciclistas que visitaban un retiro de trabajo pasaron junto a David O’Donnell, de 68 años, en bicicletas de montaña de $1.000 mientras él caminaba por Main Street. Se encaminó hacia un puente de armadura verde desteñido cerca de la bifurcación de los ríos Downie y Yuba, donde una docena de rosas habían sido colgadas con alambre desde julio en recuerdo de Josefa. Durante el transcurso de 20 años, las flores, o en ocasiones una soga, se han quedado atrás en este sitio en el aniversario de su muerte.

Downieville
La placa en un edificio en Downieville.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Nadie sabe exactamente dónde fue ahorcada. Su placa está pegada a un edificio de ladrillo al lado de un puente cercano, pero se cree que la colgaron a poca distancia río abajo.

Downieville
Lee Adams, supervisor de Sierra County y docente en el Museo Downieville, con un libro sobre Josefa, también conocida como Juanita.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Según algunas historias, un médico local, Cyrus D. Aikin, intentó salvar a Josefa diciéndole al tribunal que estaba embarazada. El doctor fue expulsado del estrado y huyó, manteniéndose alejado durante unos días por su propia seguridad. Aunque el médico murió en 1879, a la edad de 58 años, su historia se transmitió entre sus familiares, llegando recientemente a uno de ellos, Bill Reed, un ex residente de Downieville.

“Desde que tengo memoria, me sentí extremadamente orgulloso de que alguien de mi familia haya intentado hacer lo correcto”, dijo el hombre de 74 años.

O’Donnell, residente de toda la vida de la ciudad y minero desde los 12 años, nunca ha visitado la placa. Pero él está familiarizado con Josefa, ese fatídico día y sus secuelas.

“De alguna manera puso una maldición sobre la ciudad”.

Jenine Beecher
Jenine Beecher, una médium autoproclamada, dice que conoció a Josefa por medio de la clarividencia y que quiere contar su historia.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

El año pasado, la clase que se graduó en la escuela K-12 de la ciudad tenía sólo dos estudiantes. El único banco de Downieville cerró en septiembre, y las bombas de gasolina han estado fuera de servicio durante casi un año. El teatro local presenta aproximadamente una docena de películas al año y el servicio celular es casi inexistente.

De vez en cuando, un camión con madera rueda por la ciudad. Pero la mayor parte de la industria maderera murió hace muchos años. Los trabajos son pocos, principalmente en el gobierno. La vivienda es aún más limitada que antes, desde que los residentes comenzaron a alquilar casas de verano.

El único museo de la ciudad muestra una portada enmarcada del periódico Mountain Messenger de 1921, que dice: “¡Ven al condado de Sierra! - ¡por el oro!”

Un libro descansa en el tercer estante de un librero, su portada dice: “Juanita. La única mujer linchada en los días de la fiebre del oro”. En una pared junto a la puerta, un pequeño dibujo enmarcado muestra a una mujer con un lazo alrededor del cuello, los brazos extendidos y la cara impasible. Se titula “Juanita”.

Jenine Beecher, la autoproclamada médium psíquica dijo que conoció a la mujer muerta hace tres años, cuando Josefa dio a conocer su presencia al mostrar clarividentemente imágenes de ella misma apuñalando a Beecher mientras lavaba la ropa.

Josefa no quería dañarla, recordó Beecher, pero deseaba canalizar a través de ella para contar su versión de la historia. En cambio, Beecher le pidió que “me enseñara lo que quieres que diga”.

En su hogar con aroma a incienso, Beecher tiene los ojos llorosos al recordar a lo que ella se refiere como la “verdad” de Josefa.

Cuando Cannon entró en la casa, dijo Beecher, hizo avances físicos hacia Josefa, lo que la llevó a actuar en defensa propia.

“La energía del juicio estuvo lejos de ser justa”, escribió Beecher en una publicación de un blog. “Para el juez y el jurado, su acto fue una muestra de la naturaleza incontrolable e inestable de Josefa”.

Recientemente mientras tomaban unas copas en el único bar de la ciudad, Don Russell, editor del Mountain Messenger, el periódico semanal más antiguo de California, y Lee Adams, un supervisor del condado de Sierra, se refirieron a los eventos de hace más de 160 años.

Russell, republicano hasta que Donald Trump se convirtió en presidente, dijo que no cree en la pena de muerte, y piensa que Josefa mató erróneamente a Cannon.

Adams “cree que estuvo mal el matarla”, dijo Russell.

“Simplemente creo que merecía un juicio justo y legal”, respondió Adams, un ex alguacil que considera el asunto desde el punto de vista de la policía.

Yvonne “Feather” Ortiz
Yvonne Ortiz es dueña del restaurante La Cocina de Oro en Downieville.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

A mediados de la década de 1990, cuando Adams colgó un letrero en el puente en memoria de Josefa, Russell lo reemplazó con uno en memoria de Cannon. Un par de años después, Adams sacó un anuncio de un cuarto de página para Josefa en el periódico mientras Russell estaba fuera de la ciudad. En broma, Russell le envió una factura por $50.000.

A menudo, el desacuerdo entre la gente del pueblo se desglosa por líneas de género, creando una “versión masculina y una femenina” de la historia, como lo describió un residente. Hace años, la esposa de Russell, Irene Frazier, escribió un artículo que apareció en la portada de la edición del 4 de julio del periódico. Ella lo narró desde lo que llamó la “perspectiva correcta”, detallando a un hombre borracho que había derribado la puerta de una mujer.

Frazier descarta la idea de que Cannon había regresado a casa de Josefa a expresar remordimiento.

¿Regresó a disculparse y le llevaba flores? No lo creo”, dijo.

Russell y su esposa al menos están de acuerdo en una cosa: “El racismo es parte de América, punto. [Josefa] no tenía una posición en esta sociedad”, dijo Russell. “Si no hubiera sido española o mexicana, cualquier jurado la habría absuelto”.

“Nadie sabía eso entonces”, dijo Russell. “Ahora, todo el mundo lo sabe”.

Frazier juntó las manos y entrecerró los ojos. “¿Lo saben?”, preguntó ella.

Las banderas estadounidenses cuelgan fuera de casi todas las tiendas en Downieville, a excepción de La Cocina de Oro, donde se coloca una bandera mexicana encima de la puerta. Un letrero en la ventana dice: “En nuestra América, todas las personas son iguales”. Cuando le preguntaron sobre la falta de una bandera estadounidense, la propietaria Yvonne Ortiz dijo que no la necesita para mostrar su patriotismo.

El restaurante rinde homenaje a la cultura de Ortiz, con papel picado en el comedor y un póster enmarcado de la Revolución Mexicana, en la que luchó su abuelo, colgados en la pared. Todos sus abuelos emigraron de México hace décadas, antes de establecerse en el sur de California.

Ortiz, quien abrió el restaurante hace unos 10 años, llegó cuando tenía 22 en la década de 1970, un tiempo en el que había aún menos latinos en la ciudad que en la actualidad. Ella asistía a Sacramento State y regresaba los fines de semana. Ortiz se enamoró de la ciudad.

Cuando se enteró de la historia de Josefa, pensó en la madre de su madre, llamada Josefina.

La historia de Josefa “fue bastante espantosa para mí”, dijo la mujer de 69 años durante la cena. “Sólo pensé, que legado tan horrible para una ciudad”.

Pictures of Josefa at the Downieville Museum
Las representaciones de Josefa cuelgan en el Museo Downieville.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Hace años, le pidieron que interpretara a Josefa en un desfile del 4 de julio. Ortiz inmediatamente declinó la idea.

“No quiero una soga alrededor de mi cuello”, dijo en ese momento.

Han pasado casi dos siglos desde la ejecución, pero Ortiz no puede evitar preguntarse sobre el legado que se está creando hoy. Cuando se enteró de que un hombre armado había matado a 22 personas, casi todos mexicanos o mexicoamericanos, en una Walmart en El Paso en agosto, respondió: “¿Qué está pasando aquí?”

“Siento que todo está en el aire y nunca lo vi tan claro hasta que Trump llegó a ser presidente”, dijo Ortiz.

El presidente Trump ganó 14 condados de California en 2016 con más de 10 puntos porcentuales, todos ellos en el norte de California y el oeste de la Sierra. En Downieville, hay calcomanías en las puertas y bancos que dicen “Trump No More Bullshit 2020”. En una, alguien tachó “tr” y lo reemplazó con “ch”, deletreando “chump” (zoquete).

La ciudad se ha vuelto un poco más diversa con los años. El gerente mexicoamericano de Cold Rush, una cafetería y heladería, regresó a su ciudad natal después de 20 años. En el café Two Rivers, las órdenes de comida se las dicen a los trabajadores de la cocina en español.

Las hermanas Hillary Lozano y Allison Baca regresaron permanentemente a fines de la década de 1970. Las mujeres, ambas blancas, habían crecido en el barrio mayoritariamente latino de Wilmington en Los Ángeles. Fueron a Downieville por un corto tiempo cuando su madre consiguió un trabajo de maestra ahí.

Ambas se casaron con hombres mexicoamericanos y formaron familias en Los Ángeles. Fue el miedo a la violencia lo que las llevó de regreso al pequeño pueblo que comparan con la comunidad ficticia de Mayberry.

“Cuando llegamos aquí por primera vez, no creo que nadie en esta ciudad conociera a otras personas hispanas”, dijo Baca. Las hermanas recuerdan que sus hijos mayores tuvieron dificultades por “ser marrones”.

Las hermanas, que tienen 14 meses de diferencia en edad, recuerdan cuando Michelle, la hija de Lozano, estaba en la escuela primaria y sus compañeros de clase dijeron que no podía unirse a su grupo debido a su cabello castaño oscuro.

Le dijeron “Nunca, porque eres mexicana”, pero es porque ella no tenía el pelo rubio como el resto, manifestó Lozano.

Todos en la familia saben de Josefa.

En una mañana reciente, Lozano, de 65 años, se sentó en la sala de su casa con su nieto, dos hijas, su yerno, su hijo y su esposo. Ella les preguntó qué pensaban de la muerte de Josefa.

“Se lo merecía”, dijo su nieto, Ezra Acuña. “El asesinato es asesinato”.

“OK sí, ¿Pero merecía ser linchada?”, respondió Lozano. El joven de 15 años dijo que no.

“¿Crees que si hubiera sido una mujer blanca habría sido lo mismo?”, preguntó Lozano.

Su nieto, de un tono marrón como muchos de sus antepasados mexicanos, permaneció en silencio durante algún tiempo. Finalmente, admitió: “Creo que habría sido diferente”.

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