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Un día en la vida de COVID-19 en L.A. muestra las desgarradoras desigualdades

Un día en la vida de COVID-19 en L.A. muestra las desgarradoras desigualdades
24 horas durante la pandemia de coronavirus.
(Los Angeles Times)
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La pandemia puede haber ralentizado la ciudad, pero no la ha detenido.

Comenzando mucho antes del amanecer, los trabajadores esenciales laboran en fábricas, mercados y restaurantes. Algunos se mueven en lo profundo de la noche; los afortunados trabajan desde casa. Los parques, las playas y los senderos para caminar atraen a los que están desesperados por un momento de alivio.

Pero COVID-19 no ha golpeado por igual. Los que no tienen otra opción que trabajar fuera de sus casas están mucho más expuestos que los que tienen el lujo de refugiarse en sus hogares. Los que viven en hogares abarrotados tienen muchas más probabilidades de enfermarse que los que viven solos o en familias pequeñas.

Un análisis del Times, basado en datos del condado de Los Ángeles, muestra que alguien que vive en el vecindario Pico-Union, que cuenta con una gran población migrante, por ejemplo, tiene siete veces más probabilidades de contraer la enfermedad -y 35 veces más posibilidades de morir- que alguien en Agoura Hills, que es una zona relativamente próspera.

El Times envió reporteros a través de la ciudad para retratar un día, el miércoles, en la vida de la pandemia del coronavirus. Esto es lo que encontraron:

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4 a.m. |Los Angeles Flower Mart

Sunrise Wholesale Flowers at The Original Los Angeles Flower Market
Alma Pérez, izquierda, técnica de laboratorio, recibe ayuda de Jonathan Ramírez en Sunrise Wholesale Flowers mientras hacen ramos para los pacientes en el Original Los Angeles Flower Market de Wall Street en el centro de Los Ángeles.
(Al Seib/Los Angeles Times)

La mayor parte de Los Ángeles seguía durmiendo, pero el corazón del distrito de las flores de L.A. en Wall Street ya estaba lleno de vida. Una cacofonía de color. Cubos de lirios, rosas, crisantemos, girasoles, hortensias y margaritas estaban siendo transportadas de un lado a otro a través de los pasillos del Original Los Angeles Flower Market.

El mercado reabrió el 7 de mayo después de estar cerrado durante dos meses debido al COVID-19.

“Todos nos estamos ajustando a la nueva norma”, dijo la vendedora de flores Qiana Rivera, mientras separaba los ramilletes de hojas verdes. Rivera está agradecida de haber regresado al trabajo. “Fue muy agradable volver a ver a nuestros clientes de siempre”.

Pero también ha sido un reto. Muchos vendedores, como David Ramírez, dicen que el negocio ha sufrido tremendamente. Ramírez apenas está alcanzando el punto de equilibrio: “Estamos tratando de sobrevivir”, dijo.

VIDEO | 02:09
Flower Market in downtown Los Angeles

Most of Los Angeles was still asleep, but the heart of L.A.’s flower district on Wall Street was already full of life.

El verano es típicamente la temporada alta de bodas, una época lucrativa para el mercado de flores, pero la mayoría de las reuniones y celebraciones han sido pospuestas o canceladas. “Esta debería ser una buena temporada para nosotros, pero estamos realmente luchando por sobrevivir”, dijo Ramírez.

No son sólo los vendedores los que tienen dificultades. Durante los dos meses de cierre, los cultivadores de toda California tiraron miles de flores y perdieron millones de dólares.

Muchos de los clientes del Mercado de Flores son floristas que están haciendo todo lo posible por conseguir trabajo a pesar de la disminución de los eventos, pero los compradores individuales también han empezado a visitar el mercado de nuevo.

Charlotte Redmond, una flebotomista que ahora está haciendo pruebas para COVID-19, se detuvo antes de ir al trabajo.

“Hacer pruebas de COVID todo el día me está agotando”, dijo Redmond. “El lugar donde ahora disfruto es mi jardín, las plantas me hacen sentir en paz”.

-Chace Beech

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8 a.m. | Little Armenia

VIDEO | 02:07
Keeping children happy and safe at day care is easier said than done

La llegada de niños estaba empezando en la guardería Little Armenia cuando el dueño Abram Mutafyan se sentó a tomar su tercera taza de café. En el escritorio delante de él había varios pares de gafas - es diabético, por lo que su receta cambia con frecuencia - y una cajetilla medio vacía de Capris, pues volvió a fumar el año pasado después de su segundo ataque al corazón.

La pequeña Armenia, que se extiende al norte de Sunset Boulevard entre Thai Town y East Hollywood, ha tenido 43 muertes por COVID-19, lo que le da la tasa de mortalidad por COVID-19 más alta del condado de Los Ángeles: 535 por cada 100.000 habitantes, casi 25 veces el promedio estatal. Es un vecindario densamente poblado donde las instalaciones de cuidados a largo plazo han ayudado a alimentar la pandemia.

“Dicen que el coronavirus es más peligroso para las personas de mi edad, para la gente con diabetes y problemas cardíacos, y yo tengo todo eso”, suspiró el hombre de 67 años, con la mascarilla colocada sobre su rostro. “Estaba muy asustado y hubiera querido cerrar, pero hay demasiadas familias que dependen de nosotros”.

Entre los 40 niños de la guardería hay varios hijos de enfermeras y un elevado número de gemelos. Algunos estudiaban mariposas, t’it’err, en armenio. Su mascota monarca acababa de nacer, y la profesora Lucy Urfalyan leyó “La oruga hambrienta”. La mayoría lo leyó brillantemente. Pero desde el inicio de la pandemia, un puñado de ellos han estado de mal humor.

“David, ¿cuál fue tu parte favorita?”, preguntó la maestra a un niño de 5 años con ojos tristes, y una camiseta con un escudo de armas armenio.

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“Ya no me gusta”, respondió David en inglés.

“¿Por qué?”

“Porque quiero ir a Ereván. Quiero ir en un avión con mi abuela y mi abuelo”.

-Sonja Sharp

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9:40 a.m. | South Los Angeles

Family nurse practitioner Willie Rios, left, collects nasal swab for COVID-19 test
El enfermero Willie Ríos, izquierda, recoge un hisopo nasal de Araceli Merlos en el St. John’s Well Child and Family Center de Los Ángeles.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)

El enfermero sabía que la palabra que salía de su boca provocaba risa cuando la decía.

“Relájate”, dijo Willie Ríos, mientras metía un hisopo de 6 pulgadas de largo, como un Q-tip, en la nariz de una mujer. “Relájate”.

Eran las 9:40 de la mañana, una hora después de que el Centro de Niños y Familias St. John’s Well, abriera y Ríos ya había dado el mismo consejo a más de una docena de personas antes de ella. Cecilia Soriano fue la 15ª persona atendida en la casa amarilla y azul convertida en una clínica COVID en el sur de L.A.

No era su primera prueba, pero Soriano todavía apretaba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás tanto como su cuello lo permitía, mientras Ríos tomaba una muestra de cada fosa nasal. Soriano dio positivo a finales de abril, pero la chica de 29 años quería otra prueba porque le dolían los ojos y se sentía congestionada.

“Aquí vienen las lágrimas”, dijo Soriano mientras se limpiaba los ojos con un pañuelo. Los resultados llegarían en dos o tres días.

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Long line for general medical checkup and for COVID-19 testing
Una larga fila para el examen médico general y para los formularios de prueba de COVID-19 en el Centro de Bienestar Infantil y Familiar de St. John’s.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)

En la Clínica Williams de la calle 58, se han hecho pruebas a casi 8.000 personas desde marzo. Se realizan cerca de 500 pruebas al día en este centro. La clínica ha añadido personal sólo para satisfacer la demanda.

Esta mañana, varias personas llegaron una hora y media antes de que la clínica abriera. Algunos estaban allí para citas regulares o para recoger medicamentos. Aquellos que querían hacerse la prueba o que mostraban síntomas, fueron enviados al edificio de al lado.

Esos pacientes se sentaron afuera con sus mascarillas y en sillas a seis pies de distancia. Su tos se mezclaba con las canciones de la Sonora Dinamita, que eran tocadas por una mujer que vendía platos, equipos de música y ventiladores fuera de su casa al otro lado de la calle.

Muchos de los pacientes fueron expuestos al virus en el trabajo o por familiares que trabajaban. Esteban Soto apoyó sus manos en sus pantalones azules y golpeó sus tenis New Balance en el concreto mientras esperaba su turno. El hombre de 65 años, originario de Guatemala y con camiseta amarilla, llegó porque dos personas con las que trabajaba en una panadería del sur de Los Ángeles habían dado positivo. Ahora a Soto le dolía la garganta y tenía fiebres esporádicas.

A pesar de sus síntomas, estaba considerando trabajar al día siguiente porque necesitaba el dinero. Esperaba que el resultado fuera negativo.

“Si no, tendré que aislarme”, dijo Soto. “No sé si van a seguir pagándome”.

-Brittny Mejía

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10:25 A.M. | Union Rescue Mission, Skid Row

Union Rescue Mission in Los Angeles
Javier Balle, derecha, almuerza en el comedor después de ayudar a preparar las comidas en Union Rescue Mission en Los Ángeles.
(Brian van der Brug/Los Angeles Times)

El aceite marrón dorado crepitó en la freidora de Union Rescue Mission cuando O.J. Hutson abrió una bolsa de papas fritas congeladas.

El chef de 46 años movió las papas en el aceite mientras que la encargada de la cocina, Delilah Cannon, de 28 años, ofreció ideas sobre lo que deberían servir para el almuerzo de los residentes del refugio para indigentes de Skid Row la próxima semana. Hutson soltó una carcajada profunda y áspera a través de su mascarilla.

“¿Qué sopa vas a hacer?”, preguntó. “A mi me gustan las sopas cremosas. A ti te gustan las sopas caldosas”, le dijo.

Resolvieron que los BLT se servirían para el almuerzo del próximo lunes junto con tamales para el desayuno. Su cocina está menos concurrida estos días - se permiten menos voluntarios en el local y hay menor cantidad de gente viviendo en la instalación.

El chef O.J. Hutson cocina papas fritas en una freidora mientras se prepara para el almuerzo en Union Rescue Mission.
(Brian van der Brug/Los Angeles Times)

El brote del virus en la primavera dejó a más de 100 residentes y empleados del refugio enfermos y dos individuos muertos. Este brote transformó completamente este albergue en el que normalmente dormían hasta 1.200 personas.

Ahora se permite a unos 320 residentes permanecer en el interior después de que el personal del refugio canalizara a las personas a los hoteles proporcionados por el condado, en un esfuerzo por distanciar a los individuos en riesgo de morir por el virus. Las donaciones de alimentos recién ahora están volviendo a lo que eran antes de la pandemia, aunque Hutson está sirviendo apenas la mitad de las comidas que servía antes de la pandemia.

“Todo está al revés. Lo que fuera nuestra normalidad parece una fantasía”, manifestó. “Está la ansiedad, el estrés, la depresión, el no saber qué va a pasar. Estamos siendo muy cuidadosos, pero la rutina ya no es la misma”.

-Benjamin Oreskes

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12:30 P.M. | Lake View Terrace

Hansen Dam Recreation Center in Lake View Terrace
Natalia Carmona, izquierda, su madre Perla Flores y su padrastro Daniel Betancourt disfrutan de la sombra en el Centro Recreativo Hansen Dam. Lake View Terrace tiene algunas de las más altas tasas de infección.
(Myung J. Chun/Los Angeles Times)

El sofocante calor del mediodía no fue suficiente para evitar que los clientes con sus mascarillas acudieran al centro comercial de la esquina de Foothill Boulevard y Osborne Street.

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Hace 30 años, esa intersección fue el lugar donde Rodney King fue severamente golpeado por la policía, un momento sombrío pero definitivo en la historia de Los Ángeles. Hoy en día, es el hogar de una carnicería, una tienda de abarrotes y una tienda de pollo, todas abiertas al público a la hora del almuerzo.

Andy López, un empleado de la tienda, dijo que está agradecido de que “el 99% de los clientes” que entran en la tienda usan mascarillas. El 1% que no las usa le preocupan mucho.

“Es algo con lo que no se puede jugar”, comentó sobre el virus. “Incluso si eres grande y fuerte, puede acabar contigo”.

En el parque de Hansen Dam, los golfistas golpeaban las pelotas mientras los excursionistas atravesaban un sendero al aire libre, incluso cuando una fila de autos de media milla de largo hacía cola para entrar en el bullicioso lugar de pruebas de COVID-19 del parque.

Cars line up to enter the COVID-19 testing site at Hansen Dam Recreation Center
Los autos se alinean para entrar en el lugar de pruebas de COVID-19 en el Centro de Recreación de la presa de Hansen.
(Myung J. Chun/Los Angeles Times)

Una familia durmió una siesta sobre una manta bajo un árbol, sin saber que Lake View Terrace es una de las comunidades más afectadas por el coronavirus en el condado de Los Ángeles.

Alfonso Star, que bebía cerveza y escuchaba música con un grupo de amigos, dijo que estaba indignado porque COVID-19 afecta desproporcionadamente a los negros y latinos, e insistió en que es imposible separar las actuales tensiones raciales del país de la mortífera carga del virus.

Star culpó al presidente Trump por el desastre, señalando que la frase “No puedo respirar”, pronunciada por George Floyd antes de morir a manos de un oficial de policía, es igualmente aplicable a los estragos que la enfermedad respiratoria está provocando.

Su hermano, Frank Star, se mostró más fatalista.

“Si es tu hora, es tu hora”, dijo.

-Hayley Smith

7

1:00 P.M. | Santa Mónica

Es un día ocupado en Paradise Pictures, aunque tranquilo.

Además de la escritora y productora Allison McGourty, sólo había otras dos personas en la espaciosa habitación ubicada en Santa Mónica, trabajando con mascarillas en la edición de un documental sobre Led Zeppelin. Antes de la pandemia, habría habido otros trabajando detrás de los monitores en varios rincones de la suite. Ahora, en esta nueva normalidad, la mayoría de las tareas se hacen a distancia, lo que significa que McGourty pasa gran parte de sus días en reuniones de Zoom.

El día de McGourty comenzó a las 7 a.m., con una llamada a su equipo de post-producción en Londres. Ella debería haber estado allí con ellos, supervisando la corrección de color del documental que requiere un hábil toque técnico y artístico. También debería haber podido asistir al funeral de un buen amigo que murió recientemente. Pero ese no es el mundo en el que ella vive ahora.

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Ahora McGourty estaba sentada en su escritorio, frente a una fila de ventanas abiertas. Había una ligera brisa y desde allí podía ver la playa de Santa Mónica justo más allá de las plantas tropicales que se encuentran en el patio delantero, donde sabe que los colibríes revolotean en busca de alimento.

Llamó a su productor de archivos en Reino Unido y hablaron de cómo conseguirían el último fragmento de material que necesitaban antes de que el centro de archivos en Francia cerrara por las vacaciones de agosto. Ha sido difícil conseguir todo el material que necesitan. La pandemia cerró los archivos europeos durante meses y ahora deben apresurarse antes de que cierren de nuevo.

Otra videoconferencia. Las llamadas pueden parecer interminables, pero ella ha notado últimamente que la gente parece ser más respetuosa con el tiempo. Hay menos correos electrónicos enviados.

Por esto, y por el hecho de que ella y los miembros de su equipo están sanos, y que todos sus tomas se hicieron antes de que la pandemia llegara, está agradecida.

8

2:20 p.m | Vernon

Rina Chavarria at the Farmer John meat processing and packaging plant in Vernon.
Rina Chavarria abandona la planta de procesamiento y envasado de carne Farmer John en Vernon después de su turno. La compañía ha reportado una gran cantidad de infecciones por coronavirus entre sus empleados.
(Luis Sinco/Los Angeles Times)

Rina Chavarria apenas podía levantar sus botas marrones con punta de acero mientras salía de la entrada de empleados de la planta empacadora de carne Farmer John en Vernon.

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Había sido un largo día. La mujer de 52 años estaba despierta desde las 3 a.m. y estuvo en la planta empacadora de carne desde las 5 a.m., parada en la línea de corte, eliminando el exceso de grasa y huesos de 6.750 lomos de cerdo.

Había sido su primer día después de estar fuera del trabajo durante dos semanas después de haber transportado a un compañero de trabajo que dio positivo para COVID-19.

También ella se contagió en marzo cuando ocurrió un brote en la planta.

 Rina Chavarria works at the Farmer John meat processing and packaging plant in Vernon.
Rina Chavarria se dirige a casa después de su turno en la planta de procesamiento y empacadora de carne Farmer John en Vernon.
(Luis Sinco/Los Angeles Times)

Pero ahora, ella estaba afuera. El sol estaba calentando sus manos frías y trataba de tomar aire a través de su mascarilla de bebé Yoda.

Se dirigió al estacionamiento a más de 800 pies de distancia. Allí abrió el maletero de su Toyota azul de cuatro puertas. Ella sacó toallitas desinfectantes y comenzó a quitarse las botas, luego los pantalones de senderismo, una capa adicional para protegerla del coronavirus, dijo. Arrojó sandalias al suelo y se las puso después de quitarse los calcetines.

“Esta es mi rutina”, dijo. “Cada día”.

Ella comenzó a usar las toallitas desinfectantes para limpiar sus botas.

“Nunca se sabe cómo se contrae este coronavirus”, manifestó.

-Ruben Vives

9

2:30 p.m. | Manhattan Beach

Waves Barbershop & Boutique on Rosecrans Ave. in Manhattan Beach
Faro Tabaja, dueño de la Barbería y Boutique Waves en Manhattan Beach, le corta el pelo a Gene Geiser. Tabaja movió la silla de barbero a la entrada para crear un ambiente más seguro al cortar el pelo debido al brote de coronavirus.
(Mel Melcon/Los Angeles Times)

John Settles acababa de terminar de cortarse el pelo. El residente de Rancho Palos Verdes dejó la silla de su peluquero y se volvió para ver los resultados en la ventana de un BMW cercano.

Porque el espejo en Waves Barbershop & Boutique está dentro de la pequeña tienda con vista al mar en Rosecrans Avenue y los cortes de pelo ocurren un tanto afuera, ahora que California está en su segundo cierre de COVID-19 y la única operación legal es al aire libre.

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Es difícil tener una experiencia diferente en el Sur de California salvo al aire libre en este lugar de Manhattan Beach, incluso con la penumbra de fines de temporada y una brisa del mar ligeramente fría.

VIDEO | 00:52
Cutting hair outside is the only way to go

Eso no impidió que Faro Tabaja, el dueño de Waves, abriera las puertas francesas del salón a primera hora de la mañana, arrastrara la brillante silla de trabajo hasta el borde de la tienda y la colocara de manera que el reposapiés, y los pies de sus clientes, sobresalían de la tienda y sobre la acera.

Los hombres que esperaban un corte, se sentaban en un par de sillas de oficina que Tabaja había colocado al otro lado de la acera, cerca de los parquímetros. Un surfista - traje de neopreno a la cintura, con la tabla debajo del brazo - se dirigió a su auto. Una mujer con cabello rosado paseaba con un par de bulldogs franceses.

“Tengo puesta una mascarilla”, dijo Tabaja mientras cortaba el pelo de un cliente. “Él tiene una mascarilla puesta. Es una vida diferente”.

Dos millas al este en Rosecrans, en el centro comercial Manhattan Marketplace, Posh Nails también estaba haciendo un buen negocio al aire libre. Las siete estaciones de la acera estaban llenas. Las manicuristas con equipo de protección completo se inclinaban sobre las manos de los clientes, limando uñas, raspando cutículas, cepillando el esmalte.

Posh Nails in Manhattan Beach
RonAnn Myers de Hawthorne recibe una pedicura de Hue Thi Nguyen, a la izquierda, y una manicura de Tina Nguyen (sin relación) a la derecha, frente a Posh Nails en Manhattan Beach.
(Mel Melcon/Los Angeles Times)

Las mujeres empaparon sus pies, pre-pedicura, en tinas forradas de plástico. Un camión blindado retumbó, seguido de un camión UPS. En el límite del salón de manicura al aire libre, media docena de clientes hacian fila (a seis pies de distancia, por supuesto) esperando para entrar en los Helen’s Cycles.

VIDEO | 01:08
Nail salon opens for business outdoors

Jan y Hillary Rosenfeld salieron para una manicura al final de la tarde, una pequeña unión de madre e hija antes de que Hillary se vaya a la Universidad de Wisconsin. Jan ha pasado la pandemia en su casa de Manhattan Beach, cocinando, llamando a parientes lejanos, eligiendo uno o dos pasatiempos nuevos.

Pero en esta tarde, estaba muy, muy feliz de estar afuera arreglando sus uñas.

“Es bueno poder mimarse”, dijo ella, ajustándose la mascarilla deslizante. “Se siente un poco de normalidad”.

- María La Ganga

10

4 p.m. | Santa Mónica

Para prepararse para “Abstracting the Landscape”, la clase que imparte en el Centro de Arte Brentwood en Santa Mónica, Rob Homsy instaló dos cámaras, una dirigida a su palette y otra en su lienzo.

Los estudiantes de todas las edades y niveles de habilidad han tomado clases en el centro durante los últimos 50 años. En medio de la pandemia, Homsy descubrió que enseñar pintura, con todas sus sombras y texturas, es difícil en línea, pero hace todo lo posible para describir colores a las que las cámaras no hacen justicia.

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Durante una hora y media, sus 12 alumnos pintan junto a él. En algunos momentos, sólo hay un sonido de pincel sobre el lienzo y una sensación agradable de que todos hacen lo mismo en el mismo espacio, aunque sea virtual.

A unos 15 minutos entrados en la clase, Homsy revisa la labor de sus alumnos para ver su progreso. Depende de ellos si quieren compartir, pero él está ansioso por ver su trabajo. No es lo mismo que pintar en el estudio, donde Homsy podía caminar y ver a los estudiantes mientras trabajaban. Aún así, agradece los correos electrónicos después de clase de los estudiantes que solicitan ayuda adicional, y se apresura a ofrecer sugerencias.

El centro no planea reabrir hasta el próximo año, y cuando lo haga, estará en un nuevo espacio. Hasta entonces, Homsy y los otros maestros enseñarán en línea. Un aspecto positivo de la pandemia: estudiantes de muy lejos han aparecido en la pantalla de la computadora de Homsy, algunos de ellos regresaron a un espacio donde pintaron cuando eran niños.

-Tiffany Wong

11

5 p.m. | South Los Angeles

VIDEO | 03:18
The Metro Blue Line is a lifeline for its riders

Metro Blue Line commuters adjust to life amid COVID-19. Much of the route serves South L.A., an economically disadvantaged area where residents must show up to  work even as the infection runs rampant through the city.

Los pasajeros de Metro Blue Line se adaptan a la vida en medio de COVID-19. Gran parte de la ruta sirve a South Los Ángeles, un área económicamente desfavorecida donde los residentes deben presentarse para trabajar incluso cuando la infección corre desenfrenada por la ciudad.

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La estación de la línea A se eleva sobre la concurrida avenida Slauson, donde las campanas del tren entrante hacia el sur se cruzan con el zumbido de la hora pico. Los trenes se detienen, la gente sale corriendo, con o sin mascarilla, para tomar su próximo traslado.

Lashantay Robinson estaba esperando con una bolsa de compras en el hombro para que el tren la llevara a Superior Grocers cerca de la estación Florence de la Línea A.

Como muchos otros que viajan en la línea A, tomar el transporte público es poner su vida en un filo. Sin ella, no podría comprar en su tienda de comestibles más cercana ni ir a su trabajo a unas pocas millas al norte. Puede que no sea la opción más segura, pero es la única forma de satisfacer las necesidades de su familia.

Llegó un tren que se dirigía hacia el sur. “CUBIERTA FACIAL REQUERIDA”, decía en el frente. Se detuvo, y dentro, había un patrón claro: una persona por cada conjunto de dos asientos. Ajustando su mascarilla rosa y blanca con lunares, Robinson entró y tomó un asiento disponible, alejada de otros pasajeros con mascarillas.

Robinson, que vive en la cercana Vernon, considera que la Línea A es más segura y confiable que los autobuses, los que ahora evita incluso si significa llegar tarde al trabajo.

“Mi vida es más importante que un empleo en este momento”, dijo encogiéndose de hombros. “Aunque trabajo tengo niños que cuidar, todavía debo pensar en volver a casa con mis hijos”.

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-Astrid Kayembe

12

8:45 p.m. | Pico Rivera

Natalie Chavez and husband Eduardo Chavez, raising their two children
Natalie Chávez y su esposo Eduardo Chávez, junto a sus hijos Eduardo René, de 3 años, y Emanuel, de 2, en su casa de Pico Rivera. Natalie es profesora de español de secundaria.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

No fue un día típico para Natalie Chávez y su familia.

En un día habitual, su esposo, Eduardo, volvería a casa de su trabajo de seguridad en Kohl’s. Se quitaría los zapatos antes de entrar, se bañaba y ponía su ropa de trabajo sucia en un cesto separado. Luego jugaba con sus niños pequeños, quienes lo esperan ansiosamente todo el día, antes de acostarse.

“No se irán a dormir a menos que papá esté en casa”, dijo Chávez.

Pero hoy fue diferente. La familia pasó el día dando los últimos toques a la boda de la hermana de Chávez. La familia regresó a casa después del ensayo afuera de la iglesia donde la novia y el novio se casarán, todos con mascarillas.

La pareja había reservado un lugar y planeó una gran boda con 200 personas. Ahora es sólo para la familia. Durante la recepción, los asientos se distanciarán y las estaciones de saneamiento se extenderán por el patio trasero.

“Es agridulce”, dijo Chávez. “Como está tan emocionada, nosotros tratamos de no mirar lo negativo”.

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Aún así, hay una sensación de preocupación en la voz de Chávez: después de todo, la familia recientemente se hizo la prueba de COVID-19 después de que la abuela de Chávez y varias tías dieron positivo. Desde entonces se recuperaron, pero su suegro es diabético y tiene un mayor riesgo.

En sólo una semana, Chávez estará preparándose para el regreso a la escuela. Como maestra de español de preparatoria, se espera que enseñe a sus alumnos de forma remota. No está segura de cómo funcionarán las cosas dado que también tiene que cuidar a sus niños pequeños. Quizá sus suegros se hagan cargo, tal vez su propia madre.

Por ahora, se ha apropiado de un rincón del garaje de la familia, que sirve como dormitorio, para su espacio de trabajo.

“Para un niño de 3 años, entender que mamá está aquí, pero no puede hablar contigo va a ser muy difícil”, dijo.

-Tomás Mier

13

10:35 p.m. | East Los Angeles

Tacos a Cabron along Atlantic Blvd. in East Los Angeles
Jorge Arizpe, izquierda, y Cristina Ramírez, ambos empleados, se toman un descanso de la elaboración de tacos y tortillas hechas a mano en Tacos a Cabrón, en Atlantic Boulevard en el este de Los Ángeles.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

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Desde la esquina de Atlantic Boulevard y Verona Street, una nube de humo blanco se dispersó en el aire frío de la noche. Las luces de Navidad en una cuerda iluminaban las planchas del puesto de tacos. La calle estaba adormilada y vacía, a excepción de las pocas personas que buscaban una comida nocturna.

Francisco Arizpe, de 38 años, gerente de Tacos a Cabrón, cortaba rápidamente la carne que acababa de salir de una parrilla giratoria. La dejó caer sobre varias tortillas pequeñas hechas a mano y vertió una generosa cucharada de salsa roja encima.

Desde las 5 p.m. a la 1 a.m., Arizpe y sus compañeros de trabajo atienden de 200 a 400 clientes hambrientos, a veces más. En los primeros días de la pandemia, las ventas cayeron, varios empleados se tomaron un tiempo libre y el restaurante se vio obligado a ofrecer sólo pedidos para llevar. Con los casos de coronavirus en aumento en Los Ángeles, están considerando volver a eso.

“Tenemos mucha gente, por lo que hay que tener bastante cuidado y tomar precauciones”, dijo Arizpe en español. “Todos tenemos familias”. Le preocupa contagiar la enfermedad a su esposa embarazada y sus dos hijas, sus ‘princesas’.

VIDEO | 01:41
Despite COVID-19 fears, street vendors keep cooking

As COVID-19 cases surge in East Los Angeles, Francisco Arizpe talks about how he and the staff at Tacos a Cabron stay safe.

A medida que aumentan los casos de COVID-19 en el Este de Los Ángeles, Francisco Arizpe habla sobre cómo él y el personal de Tacos a Cabrón se mantienen a salvo.

Gilbert Valdez, of East Los Angeles, with an order of pork rib tacos at Tacos a Cabron
Gilbert Valdez del Este de Los Ángeles con una orden de tacos de costilla de cerdo en Tacos a Cabrón.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

“Esta es mi cena, almuerzo y desayuno”, dijo, riendo.

Navarro es uno de los afortunados, con un trabajo muy solicitado. Pero los largos días han sido difíciles, y él entiende los riesgos. Él hace todo lo posible para mantenerse a salvo.

Da el último bocado de su taco. Él y su novia se suben al auto, son cerca de las 11 p.m. y está agotado. Enciende los faros y conduce a la noche.

-Dorany Pineda

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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