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Para un trabajador de un crematorio, el número creciente de víctimas de COVID-19 se mide en cenizas y angustia

A pair of workers handle a cardboard container topped with roses
Diego Pablo, a la derecha, quien ha trabajado en Hollywood Forever Cemetery durante más de una década, ayuda al técnico de crematorios recién entrenado, Tristen McBride, a la izquierda, mientras se preparan para una cremación el 24 de enero.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Diego Pablo había entrenado al joven en el oficio de incinerar cuerpos humanos hasta convertirlos en cenizas.

En el interior del crematorio, Pablo, de 44 años, observó cómo su protegido se preparaba para empujar el ataúd de cartón cubierto de rosas hacia dentro del horno.

“¿Qué sigue?”, preguntó Pablo, un suave recordatorio para el joven de 23 años, indicando que faltaba algo.

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Tristen McBride, quien vestía un abrigo azul que le caía por encima de las rodillas, chasqueó los dedos. Había olvidado el rodillo utilizado para introducir la caja en la cámara de cremación. Era solo su tercer turno de noche en Hollywood Forever Cemetery.

Durante al menos una década, Pablo había trabajado solo. Pero eso fue antes de que comenzara el aumento del COVID-19 en noviembre. Previo a que Los Ángeles tuviera una tasa de mortalidad más del doble que la de los años anteriores a la pandemia. Antes de que los funcionarios suspendieran temporalmente las regulaciones de calidad del aire que limitan el número de cremaciones para solucionar el rezago.

Previo a que el virus se extendiera por el apartamento de una habitación que Pablo compartía con sus dos primos en diciembre, lo mantuviera en casa durante semanas, mientras el número de muertos aumentaba y los cuerpos seguían llegando. Antes de que uno de los cuerpos que iba a ser devuelto a polvo fuera alguien amado por Pablo.

Quienes laboran en el sector de Pablo tienen un asiento de primera fila para el número de víctimas de la pandemia: más de 460.000 fallecimientos en todo el país y contando. Las tasas de cremación han aumentado, mientras las familias se enfrentan a la carga financiera de la muerte.

Estos trabajadores no han experimentado el alivio de ver a los pacientes con COVID-19 recuperarse, solo el dolor de las familias por aquellos que no pudieron salvarse.

Pablo ha visto tanta muerte a lo largo de los años que se pregunta si eso lo cambió y lo obligó a construir un muro protector.

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“Cuando nos golpea personalmente, trato de percibir lo que sienten estas familias, al momento de ver su dolor y sus lágrimas. Pero no sale nada. No siento nada”, comentó. “A veces me preocupa tener un corazón duro y frío”.

“Creo que eso es lo que me ha ayudado a hacer este trabajo durante tanto tiempo”.

A lone woman is silhouetted next to a coffin topped with flowers in a dimly lit room with an arched ceiling
Ana Pablo llora en un momento privado junto al ataúd de su padre en Hollywood Forever Cemetery.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

En Hollywood Forever, la cantidad de cremaciones diarias se ha duplicado. El cementerio agregó a McBride al turno de noche, aumentó la capacidad de refrigeración y espera instalar pronto una segunda cámara de cremación.

McBride, quien tiene el rostro juvenil de alguien que no ha visto muchas muertes, capturaba datos en el cementerio durante los veranos. Nunca había trabajado en un crematorio.

“No sabía de todos los detalles y el esfuerzo que implica”, comentó McBride, cuyo padre es el superintendente del cementerio. “Pensé que era como tirar algo al fuego. Pero es mucho más complejo que eso”.

Pablo vio que los números empezaban a subir después del Día de Acción de Gracias. Como él, muchos de los muertos eran latinos.

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“Empezaron a llegar”, indicó Pablo. El mes pasado, él y McBride incineraron a 58 personas. En enero de 2020, Pablo incineró a 17.

Tantas personas han fallecido en Los Ángeles que, en enero, por primera vez en su historia, el Distrito de Gestión de la Calidad del Aire de la Costa Sur suspendió las regulaciones que limitan las cremaciones. La orden ejecutiva se ha extendido dos veces y ahora incluye a Orange y Riverside.

White Emerson Mortuary, una funeraria y crematorio familiar, se enfrentó a tener que cerrar a mediados de enero debido a las regulaciones. Después de la orden ejecutiva, fue una de las casi doce instalaciones que notificaron a la institución que incinerarían más.

Phil White, la quinta generación de la familia que posee y opera la morgue, señaló que dejó de permitir que los familiares vieran cómo se colocaban los cuerpos de sus seres queridos en la cámara de cremación porque tomaba demasiado tiempo.

Orange light reflects in the dark glass of a gloved and aproned worker's face shield
Diego Pablo, vestido con equipo de protección, supervisa un horno crematorio en Hollywood Forever Cemetery.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

“Acabo de recibir una llamada de una familia preguntando si era posible”, comentó White. “Simplemente nos rompió el corazón tener que decir: ‘Lo siento, no podemos ofrecer ese servicio en este momento’”.

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Un martes reciente por la noche, White yacía en la cama cuando una pesadilla lo despertó de golpe. Soñó que se estaba ahogando en cajas de cuerpos listos para ser convertidos en cenizas.

La cremación se remonta a la Edad de Piedra. El proceso se volvió tan frecuente entre los romanos que a mediados del siglo V a. n. e. se emitió un decreto contra la incineración de cuerpos dentro de la ciudad.

Después de que el cristianismo se convirtió en la fe dominante en el imperio en el año 400, los entierros reemplazaron en gran medida a la cremación, excepto en casos de guerra o plaga.

Roses lie atop a cardboard coffin as a crematorium technician works in the background.
El técnico Tristen McBride hace los preparativos para una cremación en Hollywood Forever Cemetery.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

En 1999, los 1.468 crematorios en Estados Unidos realizaron 595.617 incineraciones, manejando el 25.39% de todas las muertes en el país, según la Asociación de Cremaciones de América del Norte. Para 2019, había más de 3.000 crematorios; sus 1.5 millones de incineraciones representaron el 54.6% de todos los decesos.

La principal razón por la que la gente elige la cremación es el costo. Otras razones incluyen el deseo de crear nuevas tradiciones, conveniencia y simplicidad, según Bárbara Kemmis, directora ejecutiva de la asociación.

Las iglesias también lo han aceptado cada vez más, aunque en algunos casos es condicional. En 2016, el Vaticano publicó pautas que permiten que los católicos sean incinerados, pero no autoriza a los seres queridos a esparcir las cenizas o guardarlas como recuerdo. Los restos se conservarán en cementerios u otros lugares sagrados.

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La tasa promedio de crecimiento anual de la cremación ha sido de alrededor del 1.5% durante la última década, pero este año la cifra casi se duplicó, según datos provisionales recopilados de 15 estados desde marzo hasta agosto de 2020.

“Mucha gente está eligiendo la incineración por primera vez”, señaló Kemmis. Algo de eso podría estar relacionado con el desempleo debido a la pandemia, poniendo los entierros fuera del alcance financiero.

La implacabilidad de la pandemia ha pasado factura a los 3.000 miembros de la asociación, al igual que ha cansado a Pablo. Cuando Kemmis decidió posponer el Simposio de Cremación anual que se ha celebrado durante los últimos 15 años, los asistentes habituales le pidieron que lo reconsiderara.

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“Necesitamos hablar sobre lo que hemos pasado durante el año anterior”, suplicó un hombre.

Family members escort a coffin.
Ana Pablo, a la izquierda, y Diego Pablo, derecha, escoltan el ataúd que lleva a Francisco Pablo después de los servicios funerarios.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

No hay crematorios en el pueblo guatemalteco de San Mateo Ixtatán, donde nació Pablo.

Los seres queridos están enterrados en el cementerio, donde se pintan lápidas cada año para el Día de los Muertos. Es el lugar donde enterraron a la madre de Pablo, dos años después de que él llegara a California a los 18.

Su familia vivió una vida dura en el pueblo, situado en la sierra de Cuchumatanes. Pablo pasaba la mitad del día en la escuela y la otra mitad en los campos de maíz y trigo, con su padre.

La mayor parte de su familia vivía en el pueblo, incluido su primo Francisco. Pablo se fue primero a California, luego lo siguió su primo.

Vivían en diferentes apartamentos en el mismo edificio antes de mudarse finalmente juntos, y con otro primo, a un dormitorio cerca de South Lafayette Park Place y Beverly Boulevard. Era la única forma en que podían pagar el alquiler de 1.600 dólares al mes.

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Francisco Pablo, de 48 años, trabajaba en una fábrica de costura y compartía la única habitación con Diego. Miguel Pablo, de 33 años, trabajaba en un centro de vida asistida y dormía en la sala de estar. Aunque vivían juntos, rara vez se veían. Siempre estaban trabajando.

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Pablo no sabía nada sobre la cremación cuando comenzó en Hollywood Forever en 2005, luego de laborar 10 años en una fábrica de costura. Trabajó en mantenimiento antes de que los propietarios le preguntaran si estaría interesado en capacitarse para ser un operador de crematorio.

“Puedo intentarlo”, pensó Pablo. “¿Por qué no?”

A man, seen from behind, stands at an open casket flanked by floral arrangements and a crucifix
Diego Pablo rindiendo un último homenaje en el funeral de su compañero de cuarto y primo Francisco Pablo.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Ha realizado cerca de 4.000 cremaciones y ha visto a personas de muchas religiones llorar a sus muertos. Las ceremonias budistas tailandesas, en las que un monje enciende la hornilla principal, el aire de la cámara y los interruptores de aire de la hornilla. La ceremonia hindú, en la que los invitados entran al crematorio con el sacerdote. Los hombres sijes que entran en la cámara con su kirpan.

Un domingo reciente, Pablo se preparó para la incineración de una mujer de 73 años que había muerto de cáncer tres semanas antes. El único sonido cuando Pablo revisó la lista de verificación final fue el sonido sordo de los tambores de los bailarines aztecas fuera de la capilla para el servicio de la mujer. Pablo trabaja dentro de una oficina iluminada por dos focos simples, pero sin ventanas. “Por eso estoy tan pálido”, bromeó.

Se aseguró de tener el permiso de cremación del Departamento de Salud Pública del condado, junto con una autorización firmada por la familia. En la parte superior de cada hoja de papel, Pablo imprimió el número de incineración asignado a esta mujer, manteniendo una cadena de identificación.

A woman wearing a face mask holds a white rose beside a man's open casket as other mourners wait under an outdoor canopy
Ana Pablo ve a su padre, Francisco Pablo, en su ataúd en Hollywood Forever Cemetery.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Cerca había una pila de documentos para otros que habían muerto, la mitad de ellos por COVID-19.

Poco antes del mediodía, las puertas de madera del crematorio se abrieron y el sonido de los tambores llenó el espacio. El puñado de miembros de la familia a los que se les permitió entrar, debido a las restricciones de COVID-19, vieron cómo Pablo sacaba el arreglo floral blanco, rosa y morado de encima del ataúd.

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En cuestión de minutos, había empujado el féretro blanco a la cámara todavía oscura. La familia, con rostros ocultos por cubrebocas, preguntó cuánto tardaría, en caso de que pudieran quedarse con ella.

El proceso tardaría horas en las que Pablo miraba la chimenea en monitores de televisión para asegurarse de que no hubiera problemas. En las que tendría que ponerse un delantal de aluminio y guantes para poder abrir la cámara y reposicionar el cuerpo para que se incinerara correctamente. En las que los restos tendrían que enfriarse, tras alcanzar alrededor de 1.500 grados, antes de ser retirados y depositados en una urna.

Probablemente no terminarían hasta mañana, le dijo a la familia. Y para Pablo era importante mantener la privacidad de su ser querido.

Después de que se fueron, Pablo se colocó un gorro azul sobre la cabeza, un respirador y un protector de plástico sobre la cara. Abrió las puertas dobles al lado de la cámara de cremación y bajó las escaleras para supervisar los restos de un hombre de 56 años que había muerto de COVID-19 casi tres semanas antes y que fue incinerado la noche anterior.

Pablo pasó un imán a través de los fragmentos de hueso para recoger los tornillos que una vez habían sujetado el ataúd. Mientras trabajaba, volutas de ceniza se arremolinaban como humo. Cuando terminó, la máquina procesadora de cenizas trituró aún más los fragmentos.

En vida, el hombre había pesado 160 libras. Al morir, pesó 10.6.

Pablo forró una urna con plástico para contener las cenizas y luego la colocó dentro de una caja blanca para llevarla a la oficina principal para su custodia. Entrecerró los ojos cuando salió del crematorio hacia el sol, cenizas en mano.

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Los metió dentro del gabinete de la oficina, junto a docenas de cajas esperando ser recogidas o enviadas a sus seres queridos. Entre ellos había una caja con la cremación No. 4478.

Dentro estaban las cenizas de su primo Francisco.

Su madre no quería que le incineraran el cuerpo. Pero el virus, que se propagó en el apartamento de su hijo en diciembre, le dejó pocas opciones. Debido a que había dado positivo por COVID-19, su cuerpo no pudo ser devuelto a Guatemala. La madre no quería que lo enterraran en un lugar que nunca podría visitar.

Ella y su familia decidieron enterrar las cenizas de Francisco en San Mateo Ixtatán.

Two men wheel a cremation container away from a parked hearse.
Diego Pablo, a la derecha, y Tristen McBride, izquierda, mueven un ataúd de cartón en Hollywood Forever Cemetery.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

El funeral de Francisco se había desarrollado frente a un puñado de personas reunidas bajo una carpa en las afueras de la capilla de Hollywood Forever, no lejos de donde su cuerpo, todavía en un ataúd, pronto ardería.

“Nos reunimos en familia para despedirnos de los restos mortales de Francisco Pablo”, entonó un sacerdote.

Diego, con una chaqueta negra, pantalones de vestir y un cubrebocas quirúrgico azul, se mostró estoico cuando se sentó cerca de la hija de Francisco, Ana, de 27 años, quien se apretaba los pañuelos contra su rostro mojado. Él ha llorado al final de películas emocionales, pero no lloró ese día.

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Fue el primer servicio de Diego Pablo aquí para alguien que conocía. Cerró los ojos con fuerza e inclinó la cabeza hacia arriba mientras sonaba “Yo Te Extrañaré (I Will Miss You)”, de Tercer Cielo.

“La vida es polvo, puede esparcirse en un momento”.

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Cuando la ceremonia llegó a su fin, los primos se turnaron para mirar el ataúd, donde la boca de Francisco formaba una delgada línea, tan serio en muerte como en vida. Diego hizo la señal de la cruz antes de dar un paso atrás.

Cerca del vehículo fúnebre, McBride esperaba con Eddie Martínez, quien realizaría la cremación. Esta vez, Diego no quiso entrar.

“Él es mi familia. Sé que es mi trabajo, pero”, hizo una pausa mientras trataba de encontrar las palabras. “Quiero darle privacidad, más que nada”.

La muerte es su oficio, su trabajo, pero Pablo trata de no insistir en ello más de lo necesario. Si te toca, te toca, dice. Si es tu turno, es tu turno.

Un día morirá. Espera que sea después de muchas décadas. Eso es pacífico. ¿Y después? ¿Arderá?

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“La verdad es que no lo sé”, comentó. “No sé quién va a tomar la decisión por mí”.

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