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Con interminables pacientes de COVID, los médicos ‘sobreviven’ mientras Ómicron arrasa en hospitales

El enfermero Rafael Sánchez, a la izquierda, evalúa a paciente de COVID
El enfermero Rafael Sánchez, a la izquierda, evalúa a Ramona Brewster, paciente de COVID-19, en un área improvisada en el estacionamiento de Urgencias del Centro Médico Regional Arrowhead en Colton, California, el 11 de enero de 2022.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)
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En un solo día de esta semana, 616 empleados se declararon enfermos con COVID-19 en el Centro Médico Tufts de Boston. Sin casi una décima parte de sus trabajadores -médicos, enfermeras, administradores y conserjes-, el hospital asignó a la Guardia Nacional para ayudar con un incesante flujo de pacientes, muchos de ellos en estado crítico.

Estas escenas en todo el país han sido brutales, ya que la variante Ómicron, altamente transmisible -aunque menos mortal-, ha establecido un récord de casi 2 millones de casos de infección cada semana.

Esta oleada ha golpeado los sistemas sanitarios, ha minado la moral de médicos y enfermeras, ha retrasado miles de operaciones, ha pospuesto los tratamientos de enfermedades potencialmente mortales como el cáncer y ha convertido los hospitales en centros de emergencias las 24 horas del día, donde los nervios se erizan y la ira resuena junto a la desesperación.

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Enfermera mascarillada y con bata separada por mampara de cristal
La supervisora de enfermería clínica Melinda Chapin, a la izquierda, se comunica desde el interior de una sala de aislamiento COVID-19 con Rachel Chamberlin, una enfermera registrada, en el Centro Médico Dartmouth-Hitchcock en Lebanon, N.H., el 3 de enero de 2022.
(Steven Senne / Associated Press)

El ajetreo diario del aumento de las infecciones no ha dejado prácticamente ninguna parte de Estados Unidos sin tocar. Ha cambiado la forma en que pensamos sobre el virus, los enfermos y las comunidades médicas en ciudades y pueblos que apenas están haciendo frente a la pandemia cuando se acerca a su tercer año.

Antes escaseaban las mascarillas y los respiradores; ahora, son parte del personal. Los trabajadores de primera línea solían terminar sus turnos saliendo por las puertas de los hospitales con el sonido de golpes de cacharros y vítores. Hoy, muchos están fatigados y algunos incluso enfadados mientras un mar de estadounidenses no vacunados busca tratamiento.

En las grandes ciudades, los hospitales informan de cientos o miles de trabajadores enfermos por COVID-19 cada semana.

Las proyecciones sugieren que Ómicron puede disminuir en las próximas semanas y meses. Pero por ahora está haciendo estragos: Esta semana, las hospitalizaciones por COVID-19 han superado el récord de 132.051 de enero pasado. Ómicron ha cambiado esencialmente el juego, como si una tormenta hubiera reordenado el paisaje.

La avalancha constante de pacientes -y la incapacidad de muchos hospitales para atenderlos- está poniendo a prueba la paciencia y la compasión de los médicos, las enfermeras y el resto del personal sanitario.

De las 24 camas de la unidad del Dr. Jason Chertoff en el Genesis Hospital de Zanesville (Ohio), una ciudad de 25.000 habitantes, cuatro están bloqueadas y vacías porque no hay suficientes enfermeras. Casi todos los pacientes están allí con COVID-19, y Chertoff dijo que la mayoría morirá porque solo cuentan con un ventilador.

“Estoy acostumbrado a ello, pero también me siento fatigado. Antes de COVID, lo que hacía era tratar a personas con cáncer de pulmón. Nunca sentí nada malo hacia ellos si eran fumadores”, dijo Chertoff, de 43 años.

“Pero lo que no me gusta es lo que siento ahora. Tengo resentimiento y rabia hacia los pacientes que no ponen de su parte para frenar la propagación de esto. Necesito dejar eso de lado y atender a la gente sin importar sus decisiones. Ese es mi trabajo. Pero, vaya, es difícil”.

Ariana Cellini, una enfermera que trabaja turnos de 12 horas en la unidad médica intensiva de Tufts, comparte el sentimiento. Vive con sus padres y su abuela, que tiene Alzheimer y diabetes. Todavía se quita su bata en la entrada de su casa y no abraza ni besa a su abuela.

“Al principio, había mucha moral en los que trabajamos en primera línea”, dice. “Luego, cuando la gente no se vacunaba o decía que era un engaño, muchos nos enfadábamos. Ahora, estamos insensibilizados”.

Mujer con mascarilla ante ordenador. Hombre en cama de hospital
La enfermera Giyun Kim, a la izquierda, trabaja con el paciente Marcus Miller, de 44 años, de Carson, en la unidad COVID-19 del Centro Médico Providence Little Company of Mary, el 11 de enero de 2022, en Torrance.
(Francine Orr / Los Angeles Times)

Al igual que la mayor parte de un país inquieto que quiere ir más allá del coronavirus, especialmente cuando las vacunas se extendieron el año pasado en medio de una sensación de vuelta a la normalidad, los hospitales recordaron rápidamente la inventiva y el poder de permanencia del virus.

Ha puesto a prueba los límites de lo que los hospitales pueden hacer frente a una amenaza generalizada y sostenida, complicada por los problemas de las pruebas, las políticas gubernamentales desiguales y una población en la que el 27% de los adultos sigue sin vacunarse.

“Teníamos tantas esperanzas, a medida que se distribuían las vacunas, de que eso fuera realmente el final. Se veía que los casos caían en picada a medida que se distribuían las vacunas”, afirma la doctora Shira Doron, médico especialista en enfermedades infecciosas y epidemióloga hospitalaria del Centro Médico Tufts. “Delta y Ómicron llegaron y nos enseñaron que todo puede pasar”.

Ómicron ha demostrado ser menos letal que las variantes anteriores, pero su transmisión tan rápida y extendida ha presentado peligros que los hospitales y los médicos rara vez han enfrentado: “Hay demasiados empleados infectados”, dijo Doron. “Nuestra curva de infecciones entre el personal en este momento hace que todas las olas anteriores parezcan un chiste”.

En su hospital y en otros de estados como Georgia, Maryland, Delaware y Ohio, se ha llamado a la Guardia Nacional para reforzar al personal. En las regiones rurales donde Ómicron tardó más en llegar, los pequeños nosocomios sobrecargados están volviendo a contratar enfermeras temporales y a trasladar a los pacientes a las ciudades por falta de camas.

En 2020, casi todos los hospitales suspendieron los procedimientos electivos para dar prioridad al tratamiento de COVID-19.

Hoy en día, los que los ofrecen están cambiando los horarios a medida que los pacientes de cirugía rutinaria dan positivo. Algunos de los sanatorios más afectados están volviendo a servir únicamente como centros de tratamiento de emergencia contra el COVID-19.

En California, la escasez de personal ha dado lugar a una política de emergencia que permite a los trabajadores de los hospitales que den positivo en el virus volver a trabajar inmediatamente -sin necesidad de aislamiento o pruebas adicionales- si no presentan síntomas.

El Departamento de Salud Pública de California puso en marcha esta norma cuando los nosocomios se acercan a su capacidad, y ha dicho a los empleadores que se aseguren de que esos trabajadores se coloquen mascarillas y sean asignados a trabajar con pacientes que ya están infectados.

En Arizona, los dirigentes de Banner Health, el mayor sistema sanitario del estado y uno de los mayores del país con sus 30 centros, advirtieron esta semana que lo peor estaba por llegar. El estado ha batido repetidamente récords de casos diarios, con 18.783 nuevos registrados el miércoles.

“Casi un tercio de nuestras camas de hospitalización están ahora ocupadas por pacientes con COVID o con sospecha de COVID”, dijo la Dra. Marjorie Bessel, directora clínica de Banner Health, en una conferencia de prensa esta semana. “Aproximadamente el 90% de esos pacientes con COVID no están vacunados”.

Las camas de las unidades de cuidados intensivos, por su parte, están más disponibles que durante el pico de la variante del Delta.

En el noreste, la primera región estadounidense más afectada por la actual oleada, los administradores de los hospitales dijeron que los desafíos actuales se parecen poco a los que surgieron cuando el virus apareció por primera vez hace 22 meses.

Mujer con mascarilla y rastas se apoya en el hombro de otra mujer
Lashara Poole, de Hawthorne, a la izquierda, espera con su hija Danaye Smith, de 17 años, en una tienda de campaña médica a las afueras del Departamento de Urgencias del Centro Médico Providence Little Company of Mary el 11 de enero de 2022, en Torrance.
(Francine Orr / Los Angeles Times)

“Nos estamos arreglando a duras penas”, manifestó Doron, epidemióloga de Tufts.

Diana Richardson, jefa de operaciones del hospital, dijo que una avalancha de pacientes que retrasaron los tratamientos al principio de la pandemia ha hecho las cosas aún más difíciles.

Los médicos de Tufts están atendiendo a “pacientes muy enfermos que no tienen nada que ver con el COVID: afecciones cancerosas que han empeorado, afecciones ortopédicas que son mucho más dolorosas, afecciones cardíacas que han progresado debido a esa atención diferida”, expuso Richardson. “La carga es enorme. El agotamiento del personal del hospital es increíble”.

Un administrador del Hospital Yale-New Haven de Connecticut, el Dr. Maxwell Laurans, comparó la situación con “un juego de Tetris en el que se busca acomodar a todos estos pacientes y empleados en los espacios disponibles”.

Laurans supervisa a 1.250 empleados de la división de cirugía del hospital, donde son habituales las intervenciones cardíacas, ortopédicas y de cataratas. Este tipo de operaciones se retrasaron durante la primera oleada. Ahora vuelven a posponerse, pero por un motivo diferente.

“Cada día hay decenas de operaciones que tenemos que posponer porque el paciente da positivo en las pruebas”, dijo.

Además, está el personal. “Ya nos enfrentábamos a la escasez de trabajadores antes de la pandemia. Ahora, nos enfrentamos a un número importante de ellos que da positivo en las pruebas. En un día cualquiera, tenemos que redistribuir entre el 5 y el 10% de nuestro personal a otra área para satisfacer las necesidades clínicas”.

En Ohio, donde las hospitalizaciones han alcanzado máximos históricos y alrededor del 56% de la población está vacunada, los hospitales rurales están sometidos a una enorme carga. Chertoff, que trabaja en el turno nocturno de la UCI y es especialista en pulmones en el Genesis Hospital de Zanesville -casi 55 millas al este de Columbus- dijo que la falta de vacunación seguía siendo la mayor amenaza sanitaria para comunidades como la que él atiende.

El condado en el que trabaja, Muskingum, está por debajo de la media estatal, con un 47% de sus residentes vacunados.

“Falta receptividad a las vacunas. Hay una gran resistencia”, dijo Chertoff. “Normalmente, cuando ves a alguien, te das cuenta inmediatamente de que no está vacunado, por la gravedad de sus síntomas. Es un gran impedimento para que la gente se mejore y para prevenir la propagación de casos más graves”.

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