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Cuando Japón y Corea se enfrentaron en los Juegos Olímpicos, el partido tuvo un tinte nacionalista

South Korea outfielder Hae Min Park celebrates next to Japan infielder Tetsuto Yamada.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Un columnista angelino estadounidense de origen salvadoreño japonés y una ciudadana de Seúl coreana-estadounidense entran en un bar en el K-Town de Tokio durante el juego de béisbol olímpico Corea-Japón. . .

Durante unas tres horas el miércoles por la noche, los entusiastas aficionados de Japón y Corea del Sur sintonizaron un evento deportivo que para muchos representa algo más que una competencia durante los Juegos Olímpicos. El columnista de deportes del Times, Dylan Hernández, un japonés salvadoreño-estadounidense, y la corresponsal en el extranjero, Victoria Kim, una coreana-estadounidense de Seúl, presenciaron el partido de béisbol entre estos dos acérrimos rivales en el barrio coreano de Tokio para explorar cuestiones de identidad y carga histórica y por qué este enfrentamiento era mucho más que un juego.

La colonización japonesa de Corea a principios del siglo XX ha dejado largas cicatrices que se han manifestado en activas controversias políticas que siguen latentes en la actualidad. Las naciones vecinas están profundamente conectadas, pero enredadas en una red de emociones y resentimientos históricos que aumentan lo que está en juego cuando se encuentran en bandos opuestos, sea cual sea la ocasión.

Dylan: Vivir en Los Ángeles me preparó para lo peor.

Durante mi infancia pasé muchas noches en el Coliseum viendo partidos de futbol entre equipos de México y El Salvador, el país de nacimiento de mi padre. Siempre había peleas en las gradas.

Una vez, vi la retransmisión de pago de un combate de boxeo entre Félix Trinidad y Fernando Vargas en un bar de Glendale. Después de que el puertorriqueño Trinidad derrotara al estadounidense de origen mexicano Vargas, alguien fue acuchillado en el estacionamiento.

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Así que, mientras mi colega Victoria Kim y yo buscábamos en el barrio coreano de Shin-Okubo, en Tokio, un lugar para ver el partido de béisbol olímpico el miércoles por la noche, me preparé para una experiencia incómoda. No esperaba que hubiera violencia, no en Tokio, un lugar tan pacífico que algunos policías van armados con palos de madera en lugar de pistolas. Pero al ver el partido en compañía de coreanos, supuse que percibiría el resentimiento que sienten por Japón, del que también soy ciudadano.

Los eventos deportivos de alto riesgo tienen una forma de hacer que la fealdad se desborde, y esto era del más alto nivel que podía haber. Era Japón contra Corea, en béisbol, en los Juegos Olímpicos.

Japan catcher Takuya Kai celebrates after scoring against South Korea.
Japan catcher Takuya Kai celebrates after scoring against South Korea during a game Wednesday at the Tokyo Olympics.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Victoria: Estoy muy lejos de ser una fanática de los deportes. Crecí a poca distancia del principal estadio de béisbol de Seúl, Corea del Sur, y nunca fui a un partido cuando era niña. Pasé cuatro años en la zona de Boston en la universidad y no pisé ni una sola vez el famoso Fenway Park. Por lo general, desconfío de las muestras de fervor nacionalista.

Pero un partido Corea-Japón (y siempre es Corea-Japón, nunca Japón-Corea) en cualquier deporte siempre parece tener un sentido diferente de peso e importancia que despierta un interés que ni siquiera sabía que podría existir.

En Corea del Sur, cualquier enfrentamiento con Japón se presenta como una oportunidad de venganza histórica por los 36 años de dominio colonial y las guerras de invasión del siglo XVI. “Archienemigos”, “Partido del Destino”, “Juego que no se puede perder” son frases comunes que dominan los titulares en la fase previa a cualquier partido. “Si pierden, tendrán que volver a casa nadando”, es un insulto motivacional que siempre circula por las redes sociales.

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El Mar del Este, o Mar de Japón – la nomenclatura es uno de los muchos puntos conflictivos entre los países – tiene unas 660 millas en su parte más ancha.

“Aquí llegan los rivales contra los que debemos ganar, aunque sea en la matatena”, escribió en la víspera del partido el exlanzador de los Dodgers, Chan Ho Park, comentarista de la cadena nacional KBS.

“Es el rival contra el que toda nuestra gente anhela la victoria”.

Dylan: Hubo controversia incluso antes de que empezaran los Juegos, ya que la delegación olímpica coreana montó su propia cocina porque temía que la comida servida en la villa de los atletas incluyera ingredientes radiactivos procedentes de Fukushima.

Los medios de comunicación de este país se hicieron eco de la noticia, lo que dio lugar a comentarios en las redes sociales sobre cómo los coreanos eran unos desagradecidos y deberían irse a casa.

“El mundo de la política y la cultura popular son diferentes. Los coreanos que viven aquí lo hacen porque les gusta Japón, así que no pasa nada malo”.

— MASAKAZU HASEGAWA, UN ESPECTADOR DEL PARTIDO DE BÉISBOL OLÍMPICO ENTRE COREA DEL SUR Y JAPÓN EN EL BARRIO COREANO DE TOKIO

Cuando pienso en las relaciones entre Japón y Corea, a menudo me viene a la mente un incidente ocurrido en los últimos Juegos Olímpicos de Invierno en Corea. Tengo miedo a las alturas y no reaccioné bien cuando tuve que subir a unas canastillas elevadas por primera vez en mi vida. Estaba sentado junto a un periodista japonés al que no conocía.

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“No te preocupes”, me dijo. “Estoy seguro de que estas canastillas se han fabricado en Japón o Alemania, y no en Corea”.

Victoria: Paseamos por Okubo-dori, el equivalente tokiota del bulevar Wilshire en Koreatown, al anochecer.

A pesar de los titulares y de los anuncios televisivos exagerados, no fue fácil encontrar un lugar donde se trasmitiera el partido. En la marisquería del sótano, que estaba medio vacía, el encargado nos dijo que el partido se emitiría, pero los televisores estaban en el canal equivocado y a nadie parecía importarle.

Se suponía que Tokio estaría seco bajo el estado de emergencia pandémico vigente durante los Juegos Olímpicos. Pero los lugareños hartos beben en bares, parques y en la calle, disfrutando de los triunfos olímpicos del país.

Pero, al igual que los aficionados en el estadio de los Dodgers, la gente se animó después de un par de entradas y acabó llenando el lugar donde el propietario Jeon Koo-chil había colocado los decodificadores a primera hora del día específicamente para este partido.

Jeon tenía un interés económico en el resultado del partido: él y un amigo japonés, que suelen ver estos partidos juntos, habían apostado 1.000 yenes – unos $9 – por cada carrera anotada por el otro país, y el perdedor tendría que aportar otros 5.000 yenes al ganador.

“Podemos perder con otros países, pero no con Japón”, dijo Jeon, quien, en más de tres décadas de vivir en Japón, nunca se ha perdido un partido Corea-Japón.

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Dylan: Estábamos sentados en la esquina trasera del restaurante, junto a tres hombres coreanos.

Uno de ellos empezó a hablar con Victoria, y luego dirigió su atención hacia mí.

Japan's Masataka Yoshida is hit by the ball as he slides safely into second base in front of South Korea's Jaegyun Hwang.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

“¿Conoces a Kid Yamamoto?”, preguntó en japonés.

Le dije que sí.

“Fue mi alumno”, dijo con orgullo, mostrándome fotos de él y de Yamamoto en su iPhone.

Eso me dio una conexión instantánea con este hombre coreano de aspecto severo. El difunto Yamamoto era un famoso artista de artes marciales mixtas. Su cuñado es Yu Darvish, el exlanzador de los Dodgers, a quien he cubierto durante años.

Nuestro nuevo amigo dijo que era un antiguo luchador que representaba a Corea a nivel internacional. Kim Young-gu me dijo: “Te pareces a Maradona”.

Creo que fue su forma educada de decir que estaba gordo.

A pedido de la justicia argentina, una junta médica investigó las causas del fallecimiento de Maradona

Victoria: Dylan me ha estado tomando el pelo – más bien, hablando mal – durante los Juegos Olímpicos sobre el rendimiento de los atletas surcoreanos. Todo el tiempo, pensaba en un ensayo de George Orwell de 1945 sobre los deportes que leí por primera vez en la escuela.

En él califica los eventos deportivos como “una causa infalible de mala voluntad” por la que las naciones “se enfurecen por estos absurdos concursos, y creen seriamente... que correr, saltar y patear una pelota son pruebas de la virtud nacional”.

Especialmente en un momento en el que la pandemia ha cerrado las fronteras, aumentado las sospechas y desgarrado el mundo en general, no estoy segura de que me convenza la premisa de que los Juegos Olímpicos “unen al mundo”.

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Pero mientras nos sentamos a comer (literalmente) un bote lleno de sashimi, o hwe, como lo llamamos los coreanos, no puedo evitar sentir un tinte de emoción ante la posibilidad de que el equipo coreano pudiera vencer a la escuadra japonesa en su patria, y en un deporte que aman tanto.

Y eso lo dice alguien como yo, que no tenía ni idea hasta que un periodista surcoreano me dijo en el aeropuerto de Narita, que el béisbol formaba parte de estos Juegos Olímpicos.

Creo que me reí mucho en la tercera entrada. Dylan se comió un trozo de pimienta coreana picante y luchó contra el sabor, empezando a sudar y, por mucho que lo niegue, tenía lágrimas en los ojos. Puede que con eso haya compensado el hecho de que Japón ganara por 1-0.

Japan's Seiya Suzuki can't catch up to a double hit by South Korea's Jung Hoo Lee.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Dylan: Según las traducciones hecha por Victoria de las historias y los titulares del partido, en la prensa coreana, parecía que trataban el juego como una cuestión de vida o muerte.

Las historias en las publicaciones japonesas no proyectaban tal alarma. Una historia mencionó el historial de Corea contra Japón en el béisbol internacional, pero eso fue todo.

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El veterano escritor de béisbol Junichi Ito me explicó más tarde por qué.

Si había un partido que Japón podía perder contra Corea, era éste. Se trataba de un torneo de doble eliminación, lo que significaba que el perdedor del partido seguiría vivo. Japón y Corea eran considerados los dos mejores equipos. Cualquiera que fuera el resultado, probablemente se enfrentarían de nuevo más adelante en la semana por la medalla de oro.

“Qué japonés eres”, le dije a mi amigo, “usando la lógica de le quitas la diversión”.

Victoria: En la parte alta de la sexta entrada, cuando Corea del Sur anota dos carreras, empatando el partido, es como si una sacudida de electricidad hubiera atravesado el restaurante. El gerente trajo una ronda de botellas gratis de soju, el licor más popular de Corea, a cuenta de la casa para celebrar.

“Cuando ganamos, es la liberación de algo que estaba oprimido y condensado”, nos dice Kim Ok-hyun, un empresario de 57 años en la mesa de al lado.

Uno de los compañeros de cena de Kim es el luchador y entrenador Kim Young-gu, medalla de oro en los Juegos Asiáticos de 1986. Con las bases llenas en la parte baja de la octava y el bateador Tetsuto Yamada al frente – “Estás jodido”, dice Dylan con una sonrisa –, el luchador juntó las manos y rezó en voz alta para que Yamada se ponchara.

No hubo suerte. Yamada hizo un doblete al centro izquierdo profundo, anotando tres carreras. Resultado final: 5-2.

Dylan: Masakazu Hasegawa, de 57 años, compartía mesa con su esposa coreana y sus dos hijas de origen coreano.

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“Aquí, todos animamos a nuestros equipos y eso es todo”, dijo. “No nos peleamos”.

Hasegawa señaló que las controversias políticas entre los países no se trasladan a lo que la gente siente por los demás.

“El mundo de la política y la cultura popular son diferentes”, dijo. “Los coreanos que están aquí lo hacen porque les gusta Japón, así que no pasa nada malo. Nuestra actitud es: ‘Vamos a mezclar nuestras culturas. Los políticos que hagan lo que quieran’”.

A nuestro alrededor, el ambiente era festivo. No había veneno en el aire. Los coreanos que conocí esta noche trataron el partido como si fuera lo que es, simplemente un juego.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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